Reseña de Rostros del viejo Tucumán, de Carlos Páez de la Torre (h) y Sebastián Russo. (La Gaceta, 2014, 407 páginas)

El ya centenario diario La Gaceta tiene acreditados títulos en lo que hace a la conservación y difusión del pasado y las tradiciones de Tucumán, tarea a la que contribuye el escritor e investigador Carlos Páez de la Torre (h), académico de la Historia. En las páginas del diario y en sus libros ha permitido rescatar del olvido a tantos hombres y mujeres que sirvieron a su provincia natal o de adopción, así como, en muchos casos, a la Argentina toda. Ahora, con Sebastián Russo, Páez de la Torre nos trae los rostros, y las figuras, del viejo Tucumán, en una edición de alta calidad, papel ilustración, más de 400 páginas, con breves capítulos introductorios a cada parte y epígrafes con admirable poder de síntesis. Honra al periodismo argentino que el diario, fundado en 1912 por Alberto García Hamilton, un uruguayo exiliado que arraigó en Tucumán, y que siguen dirigiendo sus descendientes, emprenda una edición semejante.
En una ciudad pobre y pequeña como era la fundada por Diego de Villarroel en 1565, seguramente sus moradores no se hacían pintar ni habría quién lo hiciese. Excepciones son las de José Colombres Thamés de rodillas ante el obispo José Antonio de San Alberto (1795) y Pedro Antonio de Zavalía y Andía, ambos elegantes y empelucados, el segundo de ellos realizado en Potosí en 1787 y dedicado a su esposa, de la familia propietaria de la que sería Casa de la Independencia. Ya a partir de 1810 los retratos comienzan a aparecer, como el de Bernardo de Monteagudo, de rasgos marcadamente africanos, pintado en Panamá en 1822, al parecer la única efigie auténtica de este personaje, clérigos como Diego Zavaleta y Pedro Miguel Araoz, militares y gobernantes: los Heredia, José María Paz (cordobés), Araoz de Lamadrid, Belgrano a caballo, inmortalizado por Géricault, y Pío Tristán, el vencido en la batalla de Tucumán. “Llegan los pintores” anuncia el capítulo, y entre ellos dos nombres se destacan, uno el francés Amadeo Gras, el otro Ignacio Baz, tucumano. Del primero se lucen ya en la cubierta Genuaria Iramain de Frías y de Zavalía, y luego Agueda Tejerina, que con una proclama exhortó a las mujeres tucumanas a cooperar con los contingentes que de allí partían a combatir al invasor inglés. Detalle curioso, prisioneros ingleses recalaron en Tucumán, encontraron bellas niñas del lugar y fundaron familias (por ejemplo Shaw, luego Schoo, uno de cuyos descendientes está retratado). A Gras se debe también el retrato del esposo de doña Agueda, el español Manuel Posse, especialmente logrados, y de Baz, los de Josefa Romero de Nougués, Juan Bautista Bascary, los dos de Miguel M. Padilla, el anciano obispo Colombres, fundador de la industria azucarera, el gobernador José Frías y su esposa, y podríamos seguir. Con Baz nos detenemos aún en los cuadros de dos personajes, que terminarían siendo suegro y yerno, el gobernador federal Celedonio Gutiérrez, firmante del Acuerdo de San Nicolás, y el médico unitario Ezequiel Colombres, que llamado a atender a la hija del gobernador terminó casándose con ella, algo así como una de Montescos y Capuletos con final feliz. La obra de Baz había sido publicada por Rodolfo Trostiné, de 1952, y la de Gras por su descendiente Mario César Gras, en 1946, ediciones tan valiosas como inhallables hoy. No son los únicos pintores pero sí quienes en forma predominante plasmaron la sociedad tucumana de mitad del siglo XIX. Carlos Enrique Pellegrini dibujó el retrato de Marco Manuel de Avellaneda, degollado en Metán en 1841.Es impresionante enterarnos que siendo Nicolás Avellaneda hombre grande, el hallazgo de este dibujo le permitió encontrarse con el rostro de su padre, cuyo recuerdo se había borrado pues la tragedia ocurrió cuando él era un niño de cuatro años. Sugestiva coincidencia que une a los padres de grandes presidentes. Podemos ver también el retrato de la mujer que arriesgó su vida para sacar la cabeza del muerto de la pica clavada en la hoy Plaza Independencia y darle sepultura. Ya en los cuarenta aparece la fotografía en el Río de la Plata pero a Tucumán llega algo después, con los italianos Paganelli. Primero son los daguerrotipos, y luego las fotografías como tarjetas de visita. Las damas casi siempre de negro, los caballeros con mirada seria. Fotografías como las del cadáver de Urquiza, tomada por Augusto Manuel Aráoz, la de Sarmiento con su gran amigo Pepe Posse, las de dos hermanas Talavera en su juventud y en la ancianidad, Manuela Mónica Belgrano, hija del prócer y de la tucumana Dolores Helguero, y la hermana y la sobrina de Juan Bautista Alberdi, tienen especial interés entre centenares de otras, entre ellas las de niños. La sociedad se amplía con la incorporación de italianos, alemanes, pero sobre todo vascos franceses, que tendrían relevante actuación en la industria y en la cultura, tales como los Nougués y los Rougés. Termina el siglo XIX y el ojo del fotógrafo sale de los estudios, va a las fincas donde pasean señores a caballo y a las residencias de los ingenios y a los lugares de veraneo (San Pedro de Colalao, Villa Nougués en plena construcción de capilla y viviendas). Hacia el final del XIX abundan las fotos de tres generaciones de familias harto prolíficas, que posan en las casas. La escultura Lola Mora, cuya belleza se aprecia en varias fotografías, dibujó en 1894 a todos los gobernadores desde la Organización, antes de emprender vuelo, por así decir, a Europa. En 1914, el ilustre Juan B. Terán funda la Universidad. Además de la suya, vemos las imágenes del primer Consejo Universitario (entre ellos Ricardo Jaimes Freyre y el sabio Miguel Lillo) y de los primeros inscriptos. Dos veces llega a Tucumán Roque Sáenz Peña, a quien había precedido Nicolás Avellaneda en un entrañable rito del que es testimonio su alocución desde el balcón de la casa familiar, y como ellos, otros importantes visitantes que el objetivo registra. Al caballo suceden en las imágenes los primeros automóviles y aviones (al pie de uno de los cuales, por los años 20, aparece el militar Juan Perón con un grupo de civiles y uniformados). La imagen final es una que los autores califican con razón de magnífica, el octogenario ex gobernador y primero de una serie de médicos que sigue al día de hoy, Tiburcio Padilla. Para un final a toda orquesta los autores parten de frases de Plinio y de Susan Sontag, de las que cito la del romano: “Las imágenes reflejan no sólo la apariencia y el rostro de aquellos, sino su honor y su gloria”. Sarmiento en 1881 escribía que la provincia “ha dado a la República dos presidentes, tres generales, constitucionalistas, jueces de la Corte Suprema, diplomáticos, ministros del Gobierno Nacional y escritores de la prensa, todos de nota, fuera de médicos, jurisconsultos y abogados”. Agreguemos que los siguió dando por bastante tiempo más. Buena parte, sino todos ellos, están en las páginas de esta obra.

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