Ante todo y para que no quede duda: la violencia terrorista es siempre y en todos los casos inadmisible. El atentado contra la revista francesa “Charlie Hebdo” que segó la vida de varios de sus periodistas y de otras personas, es repudiable bajo cualquier punto de vista, y no admite justificación. Y mucho menos religiosa: la religión no puede ni debe ser nunca un pretexto para matar.

El atentado horrorizó al mundo occidental, con razón. Posiblemente, porque ocurrió en Paris. Porque cosas mucho peores ocurren todos los días sin que la mayor parte de la gente común y “bien pensante” se conmueva. En Siria o Irak, en Nigeria o Sudán, decenas de miles de personas son torturadas, muertas, forzadas al exilio o reducidas a la servidumbre a causa de su fe religiosa. Hay mujeres lapidadas, niños crucificados y hombres decapitados, pero para muchos es algo casi “natural” y atribuible al salvajismo de “esos pueblos”. Lo cierto es que, como varias veces recordó el papa Francisco, asistimos a un martirio masivo como no hubo en la historia.

Volvamos al caso parisino. Una multitud se volcó a las calles para protestar por el salvajismo de los terroristas que mataron en nombre de Allah y del profeta Muhammad. La consigna fue “je suis Charlie”. Digo algo políticamente incorrecto, que sin embargo muchos y en diversos tonos dijeron, ya pasado el estupor por la masacre: Je ne suis pas Charlie. Eso no justifica de ninguna manera un hecho repudiable por donde se lo mire. Pero la brutalidad de los asesinos, no convierte en admirables a las víctimas.

“Charlie” representa una versión marginal del periodismo, que entre nosotros podría parecerse a la revista “Barcelona”. Es una expresión de humor más que irreverente: es deliberadamente agresiva y ofensiva hacia valores entrañables para muchísimas personas, especialmente los religiosos. No de una religión en particular, porque sus burlas han sido mucho más ofensivas al cristianismo (y a la Iglesia Católica en particular), y al judaísmo, que al propio Islam. La inaceptable reacción de los asesinos, no puede validar esa forma deleznable de ejercer la libertad de expresión.

Todas las libertades tienen límites en su ejercicio; también y la libertad de expresión. Alguno de esos límites tiene que ver con las consecuencias. En un caso clásico de la jurisprudencia norteamericana, se dijo que no hay derecho a gritar “¡fuego!” en un teatro colmado. Los tratados internacionales de derechos humanos que protegen la libertad de expresión, ordenan a los estados castigar la propaganda a favor de la guerra, la apología del racismo o del odio religioso, o la incitación a la violencia por razones de lengua, raza o religión.

Por otra parte, la libertad de expresión, lejos de oponerse a la libertad religiosa, es un requisito de ella. Son libertades hermanas. La religión no podría practicarse, propagarse ni ser ejercida sin libertad de expresión. Por tanto, oponer a ambas libertades es un error. La pregunta es cómo ensamblarlas para que una no dañe a la otra.

En algunos países islámicos la cuestión se resuelve de un modo lineal. No hay casi libertad religiosa, y por tanto no hay libertad de expresión para quienes no profesen la fe islámica mayoritaria. La blasfemia (que puede configurarse simplemente por hacer un comentario desfavorable acerca del Profeta) es un delito que se castiga incluso con la muerte. Hay un caso emblemático, el de Asia Bibi, una cristiana pakistaní que espera el cumplimiento de su condena a muerte, porque unas vecinas la denunciaron por una supuesta blasfemia que ella niega haber proferido.
En Occidente, el delito de blasfemia tiende a desaparecer, aunque subsiste reducido a mínima expresión (y de ordinario no se aplica) en algunos países. En otros, ha sido reemplazado por el delito de escarnio, consistente en la burla soez y con el único ánimo de herir y mortificar, a los sentimientos religiosos, tal como ocurre en España (pero no en Francia, que hace del laicismo un culto). En todo caso, el derecho penal es un último recurso, pero siempre subsiste la pregunta: ¿cualquier ofensa a la religión (a cualquiera, no solamente a la mayoritaria, pero también a ella) es aceptable? ¿O es lícito e incluso apropiado poner límites?

Uno de los típicos terrenos de conflicto es de la expresión presuntamente artística, pero ofensiva hacia los sentimientos religiosos. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos, admitió la legitimidad de restricciones a la exhibición de películas ofensivas, diciendo que “el carácter democrático de una sociedad resultaría afectado si se permitieran ataques violentos y abusivos contra la reputación de un grupo religioso”. El tribunal reconoce a los estados un “amplio margen de apreciación” para determinar cuándo una limitación es “necesaria en una sociedad democrática”, para proteger la libertad religiosa de los afectados por el uso abusivo de la libertad de expresión o artística. El principio es que “el respeto de los sentimientos religiosos… resulta violado por representaciones provocativas de objetos de veneración religiosa; y tales representaciones pueden entenderse como una violación maliciosa del espíritu de tolerancia, que es también una de las características de una sociedad democrática”. En ese marco, es claro que el “hate speech” o lenguaje de odio hacia una religión, no está amparado por la libertad de expresión; mientras que las “ofensas gratuitas” pueden o no ser sancionadas, según las circunstancias.

En definitiva: el indispensable repudio a los actos terroristas de Francia, que felizmente ha sido compartido incluso por muchas autoridades islámicas allá y en otros sitios, no debe implicar la convalidación de las ofensas a la religión (a cualquier religión, porque finalmente de lo que se trata es de ofensas a personas que se ven mortificadas por ellas, y todas las personas tienen igual dignidad y derechos). Quienes producen y propalan esas ofensas, muchas veces sin ningún mérito estético y únicamente por el afán de zaherir y mofarse de los demás, no merecen una reacción violenta, pero tampoco el aplauso. A fin de cuentas, todos estamos llamados no solamente a tolerar, sino a respetar a nuestro prójimo.

No hay comentarios.

¿ QUIERE DEJAR UN COMENTARIO ?