Durante la realización del “Atrio de los gentiles”, en noviembre del año pasado, entre otros especialistas en el tema Borges y la trascendencia, expuso el filósofo Santiago Kovadloff. Aquí una síntesis preparada por él mismo.

Borges cultivó el agnosticismo en todo lo que no fuera la exaltación de la belleza. Aún a ésta prefirió verla mucho más como algo inminente que como una revelación segura. Descreyó de la política tanto como del saber, y de las religiones por las que manifestó siempre una viva curiosidad antes que una íntima necesidad.[1]
El hombre y sus desvelos fueron la materia prima de sus ficciones, así como la íntima incertidumbre a propósito de la propia identidad y la perplejidad ante el hecho de vivir, la harina con la que amasó el pan de su poesía.
Dios le interesó a Borges mucho más como problema que como solución. Mucho más como dilema intelectual que como objeto de invocación o de fe espontánea.
Desestimó particularmente al catolicismo y el judaísmo constituyó para él, sobre todo, una propuesta metafísica y lingüística cuya complejidad lo hechizaba. Escribe el padre Osvaldo Pou, jesuita cordobés: “Borges, que ha salvado a la literatura (juntos a los grandes, muy pocos, de todos los tiempos) de la mediocridad, no se salvará de ella ni por el ejercicio de su brillante inteligencia, ni por su incalculable cultura, ni por su impulso creador, ni por una fe que su Obra no muestra”.[2] Y añade que “La fe de su madre, la de sus amigos católicos (Dante, Chesterton, Bloy, quizás Francisco Luis Bernárdez), que no dejaba de sorprenderlo, no ha contado con fuerza suficiente para contrarrestar la imagen de ‘lo católico’ que le inocularon el calvinismo de su abuela inglesa, el original influjo de la personalidad de su padre, la Enciclopedia Británica o el catolicismo argentino que Borges percibía tan ligado a lo hispánico, lo italiano, la incultura y lo popular, contradictorios de su natural liberalismo”[3].
Acaso el padre Pou se engaña al presumir que Borges aspiró a “salvarse” de la literatura. El mismo admitirá que nada le cuesta reconocer que ha escrito algunas páginas perdurables. De lo que sí creo que aspiró a salvarse siempre fue de lo inequívoco y del apego a la certeza. Se cuenta que, cuando en cierta ocasión alguien se le presentó diciéndole, según la fórmula clásica, “Encantado de conocerlo”, Borges le respondió, con su proverbial e inesperada ironía: “No sabe cómo lo envidio”. En otra oportunidad afirmó: “Los católicos creen en un mundo ultraterreno, pero no se interesan por él. Conmigo ocurre lo contrario: me intereso y no creo”.
La idea de la eternidad le inspiró uno de sus mejores cuentos, “El inmortal”. En él desarrolla una hipótesis irónica y trágica a la vez: en la eternidad no puede subsistir el deseo; todo emprendimiento está allí destinado a quedar inconcluso pues nada justifica su realización; la subjetividad, en consecuencia, se vacía de significado, la memoria se extingue y la existencia se convierte en mera duración.
Borges se inclina, siguiendo a Spinoza, por una visión panteísta de Dios. Ella es, para el poeta, la más fructífera ya que lo provee de incontables imágenes. Y aun cuando ninguna pueda dar cuenta de lo que esencialmente connota la palabra Dios, son todas ellas las que mejor sugieren esa misma imponderabilidad irreductible. La metáfora lo es todo para Borges.
Esta disonancia medular entre la palabra y lo que ella designa está centralmente presente en la obra de Borges. Acaso solo la música logra escapar a ella, pues como bien insinúa en el poema que dedica a su muy admirado Brahms, la música colma nuestra vida de sentido aunque no tenga ningún significado.
A la filosofía, Borges la caracteriza como un subgénero de la literatura fantástica y a la teología como un arduo laberinto en el que Dios extravía a los hombres que aspiran a disolver su enigma o a transparentar su significación. En el poema “El Golem” retrata la tragedia del rabino que creyó contar con las palabras y el saber que le permitirían crear, como lo hizo Dios, un hombre. Su invención, precaria, absurda, delata el incumplimiento de ese afán o, quizá más profundamente, el extravío de aquel que habiendo sido creado por Dios, no encuentra la forma de reconciliarse con la armonía a través de ninguno de sus emprendimientos.
En suma: Borges no accede al enigma de Dios desde la fe religiosa sino desde la imaginación poética. Al sostener la irreductible disonancia entre la palabra que designa y la cosa designada se hace, no obstante, eco de la convicción, ya presente en la Torá, de que el nombre de Dios no está al alcance del hombre. Los acontecimientos considerados sagrados por la tradición religiosa le importan como argumentos literarios antes que religiosos (el tema de Judas, por ejemplo). Le interesan en todo caso los hombres de fe (Bloy, Pascal, Chesterton) más que la fe de los hombres. No es indiferente a la búsqueda de Dios, siempre y cuando ésta no abandone el plano intelectual. Sus términos dilectos para referirse a Dios son “el indescifrable” y la palabra “sombra”. Y, finalmente y como recuerda el citado Osvaldo Pou, “para Borges es más poética la duda que la afirmación de la fe”. Pero por supuesto, no ignora la necesidad que el hombre tiene de encontrar amparo en alguna forma de certeza que lo libere, aunque solo fuera momentáneamente, de la intemperie que le impone la imponderabilidad de lo real.
En cierta ocasión, se le preguntó a Borges cómo caracterizaría la cortesía. El escritor respondió: “Cuando intercambio ideas con alguien, siempre trato de que tenga razón”.
[1] Incluso la esperanza, en el orden cívico, fue para él antes un deber que un sentimiento espontáneo. Recuerdo el encuentro que el Presidente Alfonsín propició con un grupo de artistas y escritores, del que yo formé parte, apenas ganadas por él las elecciones de 1983. Esa tarde Borges tomó la palabra, en nombre de todos los que allí estábamos, y le dijo: “Señor Presidente, usted nos ha devuelto el deber de la esperanza”.
[2] Osvaldo Pou, El tema de Dios en la poesía de Borges, Instituto Cultural Argentino-Israeli, Córdoba, 1993, p. 56.
[3] Idem, p. 57.

 

 

1 Readers Commented

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  1. MARISA on 16 mayo, 2017

    El poeta es Osvaldo Pol, no Pou. Gracias

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