Comentario sobre el documento de los obispos

En cada período de la historia, las iglesias locales han desarrollado formas particulares de vinculación con las instituciones políticas de los respectivos países y sus dirigentes, en atención a la naturaleza de los problemas que se iban sucediendo, y las características de las personalidades responsables en uno y otro campo. Se trata de experiencias complejas, con altibajos y contradicciones, que los historiadores no dejan de investigar, trayendo a la luz, según los casos, episodios notorios por su ejemplaridad o por las deficiencias de quienes fueron sus protagonistas.

Es en el curso de tales evoluciones que han ido madurando el pensamiento y las enseñanzas sociales, tanto en las Iglesias locales como en Roma. El Concilio Ecuménico Vaticano II representó, en este sentido, un formidable avance al establecer pautas doctrinales de gran claridad y sabiduría en lo tocante a las relaciones entre los Estados y la Iglesia, y el papel y responsabilidad de los laicos en la gestión de los asuntos políticos. Ello no obstante, a lo largo y lo ancho de la geografía y las culturas del mundo, aquellas enseñanzas conciliares, han ido experimentando alternativas diversas y diferentes niveles de aplicación.

En una clara actitud anti triunfalista, tanto la Iglesia universal desde Roma con Juan Pablo II al celebrarse el milenio, como la Iglesia en la Argentina, supieron hacer pública contrición de los pecados que reconocieron sus respectivas historias. La prédica del papa Francisco, en la misma línea, no deja de recordarnos que somos pecadores. Por otra parte, no debe extrañarnos que perduren manifestaciones de fenómenos como el clericalismo, cuya mayor o mejor vigencia anida no solamente entre los miembros del clero, sino también entre los mismos laicos.

Las consideraciones que preceden sirven de marco al documento relativo a las elecciones que este año se celebran en nuestro país, emitido por la Comisión permanente de la CEA el 18 de marzo pasado. Al presentar el texto completo en este número de CRITERIO, invitamos a la reflexión de nuestros lectores.

Que los obispos quieran contribuir con un llamado a la responsabilidad moral de los fieles en todos los ámbitos de la convivencia social, incluyendo el político, forma parte de lo que hasta ahora han sido las costumbres que se han seguido en nuestro medio y no es por cierto objetable de suyo. En su documento, concebido como una guía de discernimiento, los obispos destacan el fuerte compromiso con el ejercicio democrático y con el deber de participación de los ciudadanos. Es de observar que no se habla de graves problemas como la falta de una boleta única, salvo excepciones, de la presencia de fiscales en las mesas, y la denuncia de situaciones de fraude. En una comparación histórica, pero también con pronunciamientos de otros episcopados, es de apreciar que se ofrezcan orientaciones o propuestas generales, y no indicaciones que direccionen el voto hacia uno u otro partido o candidato (como era frecuente en otras épocas).

Como cualquier institución, la Iglesia, tiene todo el derecho de expresarse y de intervenir en el debate político. Pero la Iglesia es, además y principalmente, una comunidad. Los obispos pueden ser considerados como sus «voceros naturales». Muchos fieles esperan sus orientaciones y, como parte que son de la dirigencia del país, pueden involucrarse en los grandes temas donde están en juego valores que el Evangelio proclama. En otros momentos, ha sido su silencio el que mereció críticas muy duras.

La Iglesia tiene la vocación de iluminar la vida política con la luz del Evangelio. A los obispos les corresponde hacerlo en su nivel, en cuanto pastores que iluminan a sus fieles. Los laicos pueden adoptar sus propias posiciones ejercitando un legítimo pluralismo en la política partidaria y en las materias opinables, que son la mayoría, sin reclamar para sí la autoridad de la jerarquía. Por otra parte, son claras las referencias contenidas en Gaudium et Spes con relación a las responsabilidades que en materia política son propias de los laicos. Por lo tanto cabe una reflexión sobre la conveniencia de que en lo sucesivo, también los laicos, a través de las múltiples instancias asociativas que libremente existen, tomen a su cargo la tarea de compartir con la sociedad en su conjunto la visión evangélica sobre los avatares de la política; desde la Iglesia y no necesariamente en nombre de ella. En este sentido resulta loable la tarea esclarecedora que ha venido cumpliendo la Acción Católica Argentina con su campaña “Tu voto vale”, entre los jóvenes.

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