En varias ocasiones se ha afirmado que la teología argentina del pueblo constituye una de las raíces teológicas de la pastoral del papa Francisco. En este artículo profundizaré algo más en la misma cuestión, planteándome el interrogante que le sirve de título. Pues el Papa ̶ antiguo profesor de teología pastoral ̶ aunque es ante todo pastor, no sólo se basa en muchos planteos en la teología del pueblo, sino que la ahonda por su cuenta, avanzando sistemáticamente en algunos puntos clave.

El pueblo y la figura del poliedro
“Pueblo” es una categoría clave tanto para Francisco ̶ quien desde hace mucho se refiere frecuentemente al “santo pueblo fiel” de Dios ̶, como para Lucio Gera, Rafael Tello y sus seguidores. Un papel importante le cupo a Justino O’Farrell, quien sirvió de nexo en los años 60 entre la Comisión Episcopal de Pastoral (COEPAL), que dichos teólogos lideraban, y las Cátedras Nacionales de Sociología de la Universidad de Buenos Aires. Pues éstas privilegiaban dicha categoría ̶ tomada de la historia latinoamericana y argentina, con respecto a las de las sociología liberal y la marxista ̶ .

Una objeción que se le hace es la de uniformizar las diferencias, por ejemplo, de clase, en una especie de conglomerado homogéneo, fácilmente manipulable por un líder carismático. Precisamente en este punto se da un claro avance del Papa en la precisión del concepto de “pueblo”, tanto aplicado a los pueblos-nación como al Pueblo de Dios. Pues explícitamente rechaza el modelo de la esfera, “donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros” (Evangelii Gaudium 236). Y le contrapone el “del poliedro, que refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad” (ib.). Al final del mismo párrafo lo aplica al orden civil global y nacional, afirmando: “Es la conjunción de pueblos, que en el orden universal conservan su propia peculiaridad; es la totalidad de las personas en una sociedad que busca un bien común que verdaderamente incorpora a todos” (ib.). En cuanto a la Iglesia, se refiere ̶ citando a Juan Pablo II ̶ a “la belleza de su rostro pluriforme” (EG 116) y, luego, a su “multiforme armonía que atrae” (EG 117). La armonía supone unidad de y en la diversidad, aludiendo ̶ en ese contexto ̶ a la interculturalidad. Por consiguiente, “pueblo” se predica análogamente del pueblo civil y del de Dios.

Además de esa explicitación que clarifica el concepto mismo de “pueblo”, previniendo malentendidos populistas, se puede señalar otra aportación, de carácter epistemológico, también propia de Bergoglio. Pues éste, como arzobispo, en una conferencia de 2010, hizo notar que ese concepto no es meramente racional sino “también “histórico-mítico”. Según mi interpretación, es histórico porque cambia e interactúa con otros pueblos en la historia y porque la pertenencia al mismo depende de la actitud ético-histórica de cada persona y grupo para vivir juntos y no sólo de su posicionamiento territorial, racial o estructural de clase; y es “mítico” porque es un concepto-símbolo, analógico, y no una idea unívoca, clara y distinta, ni tampoco un concepto dialéctico (a lo Hegel). En cuanto al epíteto “mítico”, constato un paralelismo con el “núcleo ético-mítico” que, según Ricoeur, caracteriza a las culturas nacionales : es ético porque implica valores, y es mítico, porque se expresa en símbolos.

La evangelización como inculturación
Ya la teología del pueblo y el Documento de Puebla (1979) valorizaban dicha encarnación de la fe en la cultura y las culturas ̶ de acuerdo con Evangelii Nuntiandi (1975), de Pablo VI ̶ , y la reconocían en América Latina. Algo más tarde, Juan Pablo II usó el neologismo inculturación, que evoca la analogía de la encarnación, de la que tratan luego explícitamente la conferencia de Santo Domingo (1992) y documentos posteriores. Pero Francisco da un nuevo paso con respecto a todos estos, hablando de la “evangelización como inculturación” (EG 122; el subrayado es mío).

Pues, en el binomio “evangelización de la cultura” e “inculturación del Evangelio”, que parecían ser sólo dos caras de la misma moneda, el papa Bergoglio privilegia, con dicha formulación, la inculturación, que así aparece claramente como un fin explícito de la misión de la Iglesia. Ello está plenamente en sintonía con la importancia reconocida por el Papa a las Iglesia locales. Cuando era rector de las Facultades de Filosofía y Teología de San Miguel organizó un Congreso Internacional (1985) sobre el antedicho binomio. Entonces, en su discurso inaugural, recalcó la importancia teológica y pastoral de la inculturación del Evangelio, citó al padre Pedro Arrupe ̶ precursor en el uso de ese neologismo ̶ , y evocó la práctica de muchos jesuitas como Mateo Ricci, De Nobili y José de Acosta. Aquí también se aplica el modelo del poliedro, figura de la unidad en y de las diferencias, según una eclesiología genuinamente trinitaria, en la cual se reconoce un protagonismo al Espíritu Santo que hace la armonía (EG 116, 117).

La opción preferencial por los pobres
“Deseo una Iglesia pobre para los pobres” (EG 198) asevera Francisco, desde la elección de su nombre hasta una cantidad innumerable de gestos y palabras. Pues, como lo decía ya la Instrucción Libertatis Nuntius de la Congregación para la Doctrina de la Fe (1986), tal amor preferencial nos viene desde Jesús mismo (preanunciado por los profetas) y se vivió desde siempre en la Iglesia, aunque haya sido explicitado por las Conferencias del Episcopado latinoamericano y asumido por los últimos Papas, de tal manera que no llama la atención que Francisco viva de ella, a no ser sino por su insistencia y ejemplaridad.

Con todo, también aquí ahonda el pensamiento, al expresar que se trata de una “categoría teológica, antes que cultural, sociológica, política o filosófica” (EG 198). Por tanto, ha sacado las consecuencias metodológicas y epistemológicas para la teología, de esa actitud evangélica y su puesta en práctica pastoral.

[1] Ver mi artículo “Papa Francesco e la teología del popolo”, La Civiltà Cattolica 3930 (5 marzo 2014), 571-590; en español: Razón y fe Nº 1395 (enero 2015), 31-50; y mi libro: Le Pape du peuple. Entretiens avec B. Sauvaget, París, Cerf, 2015.

[1] Cf. S. Politi, Teología del pueblo. Una propuesta argentina a la teología latinoamericana 1967-1975, Buenos Aires, Guadalupe, 1992; M. González, Reflexión teológica en la Argentina (1962-2010). Aportes para un mapa de sus relaciones y desafíos hacia el futuro, Buenos Aires, Docencia, 20102; ver también mi trabajo; “La teología argentina del pueblo”, Gregorianum 96 (2015), 9-24.

[1] En adelante citaré esa exhortación apostólica con las iniciales EG y el número de párrafo.

[1] Cf. J. M. Bergoglio, Nosotros como ciudadanos, nosotros como pueblo. Hacia un Bicentenario en justicia y solidaridad 2010-2016, Buenos Aires, Claretiana, 2011.

[1]Cf. P. Ricoeur, “Civilisation universelle et cultures nationales”, en: Histoire et Verité, Paris, 19642, 286-300.

[1] Cf. Juan Pablo II, Catechesi tradendae 53 (1979); ya antes el mismo Papa había usado ese neologismo ante la Comisión Bíblica (26 de abril, 1979), ver Acta Apostolicae Sedis 1979, p. 607.

[1] Cf. J. M. Bergoglio, “Discurso inaugural”, en: Evangelización de la cultura e inculturación del Evangelio, Buenos Aires, Guadalupe, 1986, 15-19.

[1] Según C. M. Galli, la exposición de Pironio en el Sínodo de 1974 influyó en Evangelii Nuntiandi 48: ver su introducción a Signos de los tiempos en América Latina. Evangelización y liberación, Buenos Aires, Guadalupe, 2012, p. 10; ese texto de Pironio había sido publicado con el título “La evangelización del mundo de hoy en América Latina”, en la revista Teología 12 (1975), 155-165, sobre la religiosidad popular cf. pp.157 s.

[1] Cf. Joaquín Alliende, “Diez tesis sobre pastoral popular”, en: Religiosidad popular, Salamanca, Sígueme, 1976, p. 119.

[1] Cf. Alfredo Altamira, “La pastoral popular. Documentos y perspectivas”, Stromata30 (1974), 397-347; 31 (1975), 221-235; el artículo prosigue en: ibid. 32 (1976), 227-251; 33 (1977), 3-40.

[1]Sobre la espiritualidad popular, cf. Gustavo Gutiérrez, Beber en su propio pozo. En el itinerario espiritual de un pueblo, Lima, CEP, 1983; acerca de la mística popular, cf. Jorge R. Seibold, Mística popular, México, Buena Prensa, 2006.

 

El autor es sacerdote jesuita  y  profesor de Teología en el Seminario Jesuita de San Miguel 

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