Señalamos una perspectiva que exige necesariamente debates, pero cuya gravedad se impone en esta hora de nuestro país.

Podemos imaginar la visión de un país ideal en el que estén vigentes los valores democráticos, garantizados los derechos de las personas y donde sus deberes sean cumplidos cabalmente; en el que los habitantes puedan desarrollar plenamente sus capacidades, acceder a la educación y a las prestaciones de salud, trabajar recibiendo una retribución justa y formar una familia; donde la información que proviene de las agencias del Estado sea fehaciente, así como eficientes los servicios de seguridad y las infraestructuras de su competencia, tanto en el nivel nacional como en los provinciales y locales; un país que mantenga relaciones de paz y cooperación con las demás naciones y los organismos de la comunidad internacional.
Así como no es difícil imaginar un ideal de país, tampoco nos es fácil esbozar una visión de la Argentina posible hacia la que queremos ir, desde el país en que hoy estamos. Las condiciones imperantes nos llevan a pensar que nos acercamos más a un período de transición que a un nuevo relato fundacional.
Pero intentar aquel esbozo de visión es necesario. El año que viene, del que nos separan apenas seis meses, tendrán lugar en forma simultánea tres acontecimientos de inusual envergadura: celebraremos el bicentenario de nuestra independencia, probablemente recibamos la visita del Papa argentino y asistiremos a los primeros pasos de un nuevo gobierno recién elegido.

Entre las dificultades de distinta naturaleza a que debemos hacer frente, encontramos la falta de hábitos de pensamiento prospectivo en buena parte de nuestra sociedad y sus dirigentes, la falta de credibilidad en las estadísticas oficiales, una política habituada a prácticas de clientelismo, una sociedad resignada a convivir con una difusa corrupción, a descreer del imperio de la ley, a traficar a diario con monedas cuyo valor no se condice con los números impresos en ella, a la proposición de falsas opciones que polarizan, a la no creación de empleo privado desde hace varios años, al reducido lugar que ocupan las relaciones exteriores en el acervo y la agenda del político argentino medio, a la volatilidad de nuestra política exterior en los últimos años.
Cada uno de estos condicionantes nos exige tomar conciencia de la urgencia de comenzar a producir cambios en nuestra cultura política e institucional, aunque nos lleve tiempo y esfuerzo.
Aún cuando no se espera que esta revista ofrezca una visión de lo que la política debe proporcionar, podemos identificar algunos de los componentes de la Argentina que aspiramos construir y dejar como legado para las generaciones que nos siguen.
Hace ya más de 30 años que abandonamos la práctica aberrante de los golpes militares. Ello representa un salto cualitativo de enorme importancia. Pero no podemos darnos por satisfechos con la calidad institucional, cuando la vigente práctica electoral no está acompañada de otros necesarios instrumentos de una plena democracia.

La Argentina es un país rico donde muchos, demasiados, todavía viven pobres. Cualquier visión debe incorporar como prioridad un camino para que pueda progresar en su vida el cuarto de nuestra población y los millones de jóvenes “ni ni” que hoy están marginados de esa posibilidad. Nuestra visión no acepta compadecerse con esta situación que se prolonga en el tiempo. Explicaciones hay muchas, pero no podemos darnos por satisfechos si no diseñamos un camino eficaz para superar esta lacerante realidad. Tampoco es solución viable que se perpetúe una situación en la que una parte importante de la población vive del Estado sin una condigna contrapartida.
Enumeramos otras cuestiones merecedoras de un debate todavía pendiente: legislar a favor de la familia y el matrimonio para la formación ética de los futuros ciudadanos, generar consensos para fortalecer la cultura del trabajo, pensar sobre las distintas variables de nuestra demografía y los procesos migratorios que queramos orientar. Además, necesitamos recuperar la calidad del sistema educativo, consolidar los valores democráticos en el orden nacional, provincial y local, disponer de una Justicia en la que pueda creerse, medidas que respeten la libertad de expresión y aseguren que no se degraden la palabra, la verdad y la cultura. Por otra parte, debemos procurar que puedan ampliarse y consolidarse los consensos sobre narcotráfico, marcar la orientación que se quiera dar al Mercosur y el proceso de integración latinoamericana. Y que nuestra agenda internacional incluya, junto a otros países con quienes compartimos valores, una activa promoción y defensa de la libertad religiosa en el mundo, hoy severamente amenazada con dolorosas consecuencias en materia de violencia, muerte y desplazamientos forzados de enteras poblaciones.
Si bien no puede dejar de mencionarse el aporte de pensamiento y propuestas desarrolladas por diversas expresiones de la sociedad civil, como es el caso del documento sobre políticas de Estado propuesto por distintas asociaciones de empresarios, de los dirigentes políticos se espera que sepan generar una visión que incluya el derrotero para superar las trabas que bloquean el desarrollo del potencial de nuestro país.

Sin embargo no es frecuente que sobre el tema se den debates entre políticos. Por su parte, el Congreso parece haber perdido su carácter de ámbito natural de discusión parlamentaria. En este año electoral es lícito esperar que nuestros dirigentes expongan sus visiones con claridad y las debatan no sólo porque es su deber sino porque también está en juego el derecho de los ciudadanos para votar con conocimiento de causa.
Nuestro ordenamiento constitucional deposita en los partidos políticos la función de ser los canales de transmisión de las ideas y propuestas sobre el futuro. Pero ellos, al igual de lo que también ocurre en otros países, parecen haber perdido en gran medida su función. En su lugar surgen «espacios» de forma y consistencia lábil, donde no se generan verdaderos debates, sino más bien se ensayan técnicas de edificación de imágenes de candidatos diseñados por expertos en caracterización mediática. En ese contexto se simplifican arbitrariamente las cuestiones de manera que puedan “caber” en slogans y falsas opciones, como “continuidad o cambio”, “Patria o buitres” , “soberanía o dependencia” y afines. De esta manera, los candidatos adoptan el discurso que potenciales electores quieren oír, aquel que tiene relación con sus intereses y problemas más inmediatos, que nunca son los de largo plazo, y el electorado, transformado en consumidor, es llevado de las narices por las técnicas de manipulación mediática emocional, con pseudo ideas que con frecuencia ocultan los reales intereses en juego.

Es preciso reflexionar, debatir y proponer ideas para que los valores que la noción de representación encarna, puedan ser preservados en medio de un proceso generalizado en que los partidos que conocimos en una época, ya no cumplen esta función de la misma manera. Las llamadas “democracias de audiencia”, en la que se generan candidatos sin un verdadero cursus honorum en el que hayan demostrado su idoneidad, alejan la posibilidad de encontrar soluciones de fondo a los problemas que la sociedad moderna multiplica.
La Argentina a la que podemos aspirar no es una meta imposible. La estupenda creatividad que aflora en las distintas expresiones de nuestra cultura artística y en los campos de la ciencia y la técnica, en medio de (y a pesar de) tantas cosas “que andan mal”, lo demuestra a diario. También podemos contar con el significativo aporte de las instituciones del llamado «tercer sector» de la sociedad civil, que han experimentado un importante crecimiento en los últimos años. No menos valiosa es la generosa y espontánea solidaridad que nuestra sociedad es capaz de poner en acto, como se demostró a comienzos de este siglo.
El año 2016 se presenta con circunstancias extraordinarias. Sepamos dialogar y consensuar el rumbo que nos permita aprovecharlas.

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