No fue elegido por el pueblo, pero Matteo Renzi goza de una popularidad que pocas veces conocieron antes otros personajes políticos italianos. Llegó al poder el 22 de febrero de 2014, para ocupar el lugar de Enrico Letta, exponente de su mismo partido (el Partido democrático, Pd, de centro izquierda), después de haber sabido conquistar a su partido en el curso de las «primarias» que tuvieron lugar en el otoño boreal de 2013, y haber sido elegido como secretario general del Pd el 8 de diciembre de ese año (un verdadero plebiscito). En las elecciones europeas de mayo de 2014 superó con su partido el umbral psicológico del 40 por ciento, cifra muy elevada para el sistema político italiano.
Proviene de la provincia de Florencia, de la localidad de Pontassieve. Su familia tenía una empresa de publicidad. Desde muy joven manifestó la vocación política, cuando era miembro del Movimiento Scout. Rápidamente comenzó a ganar cargos: fue presidente de la provincia de Florencia (2004-2009) y luego alcalde de la ciudad (2009-2014).
Su accionar, muy determinado, se encaminó en los últimos tiempos en tres direcciones. En primer lugar, dentro del propio partido, donde poco a poco logró tener el mando y abandonar el componente «marxista», relacionado «sentimentalmente» con el Partido Comunista Italiano, antecesor del mismo Pd. Ese cambio fue duramente criticado por la minoría liderada por el ex secretario Pier Luigi Bersani (ex comunista de tendencia liberal), pero sin grandes resultados. Sólo un exponente de la minoría, Pippo Civati, abandonó el partido.
Una segunda línea de acción fue dirigida hacia Silvio Berlusconi y su Forza Italia. Estableció con él un pacto, conocido como el «Nazareno», cuyos contenidos no fueron nunca suficientemente revelados (no pocos sospechan que haya sido el compromiso de salvar a Berlusconi de las garras de los jueces), pero cuya primera y explícita finalidad era poder llegar a las tan anunciadas «reformas institucionales» para favorecer una renovación de la política italiana. La primera de estas reformas tenía que ser la reducción del sistema bicameral para convertirlo en monocameral, además de una nueva ley electoral. La operación parecía estar destinada al éxito, hasta que en el centro derecha surgieron los malhumores para con Berlusconi porque sospechaban que le había cedido su poder al joven florentino. La «ruptura» se manifestó con la elección de Sergio Mattarella a Presidente de la República, nombre que no gustó a muchos en el centro derecha. En realidad, las reformas avanzan (a golpes de «votos de confianza» en el Parlamento la ley electoral fue promulgada), si bien a ritmo lento. Pero Renzi efectivamente logró su nunca confesada intención de reducir a poca cosa el centro derecha.
Tercer frente, el gobernativo. Sobre la base de una escuadra joven y usando en pleno su indiscutible poder de comunicación, Renzi está tratando de que el sistema político italiano se asemeje al presidencialista norteamericano, y de llevar el sistema económico del país en una dirección claramente liberal (o liberista), también siguiendo el ejemplo de los Estados Unidos. Las reformas de la escuela y de la magistratura, realizadas paso a paso y con una «política de anuncios» a la que no siempre siguen los hechos, parecen ser parte del mismo proyecto. Con el anhelo de llegar a las elecciones en 2018 (quizá haya que convocarlas antes), fortalecido por algunos buenos resultados económicos (parece que la máquina económica se está volviendo a poner en movimiento en Italia) y con una notoriedad ya imponente, espera obtener el resultado que le consienta quedar largo tiempo en el poder, quizá muchos años.

Traducción de José María Poirier

El autor es director de la revista Cittá Nuova.

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