Etty Hillesum: una mística universal

Quizás una de las cuestiones más candentes y provocadoras del cristianismo sea la de la reconciliación entre espíritu y cuerpo. Pese a todos los esfuerzos que la teología y la moral cristianas han emprendido después del Concilio Vaticano II, todavía puede percibirse una dualidad entre espíritu y cuerpo, que celebra el amor excluyendo lo erótico como malo o aún demoníaco.
Esther Hillesum, Etty, fue una mística contemporánea holandesa. Bella y atractiva, inteligente y con talento para la escritura. Apasionada lectora de escritores, como Höderlin, Rilke y Dostoievsky, enseñaba literatura y quería ser escritora. Lo más importante en ella es la experiencia mística, la intimidad profunda con el misterio de Dios. Murió a los 29 años en Auschwitz.
En sus escritos revela una integración no común entre Eros y Ágape. Consciente de su corporeidad sexuada su experiencia de Dios está inscrita en esa corporeidad. Por eso puede iluminar la sed espiritual (aunque no religiosa o eclesiástica) que es hoy uno de los interrogantes más urgentes que la teología debe proponer al mundo contemporáneo.

Algunos rasgos biográficos
Ante la sorprendente biografía de Etty Hillesum, debería tomarse la precaución de no caer en la apropiación cristiana de su persona y de su vida. Vivió y murió como judía; encontró a Dios de una manera profunda y a partir de allí eligió su propio camino. Entre sus lecturas aparecía con gran frecuencia el Nuevo Testamento y san Agustín. Como tantos otros judíos europeos del primer cuarto del siglo XX, Etty nació en un país marcado por la cultura cristiana (Midelburg, 1914). Su padre era holandés y profesor de lenguas clásicas, su madre judía rusa. Etty era la mayor de tres hermanos. Dejó la escuela de su padre en 1932 para ir a Ámsterdam a estudiar en la universidad. Allí vivió en casa de Han Wegerif, un viudo de 62 años, para quien trabajaba como gobernanta y con el cual desarrolló una relación íntima . De Wegerif, a quien ella se refiere como papá Han, queda embarazada para después abortar.
Mucho más importante sin embargo que Han Wegerif es su encuentro con Julius Spier, discípulo de Jung, quien poseía una personalidad carismática y provocaba fascinación en las mujeres. Etty se sintió absolutamente seducida por aquel hombre y se convirtió en su asistente, compañera intelectual y amante.
Fue él quien le enseñó a pronunciar el nombre de Dios sin temor y a emprender un camino de intimidad y soledad, donde la presencia de Dios aflora a la conciencia. Etty se encaminó hacia una conversación cada vez más intensa frente a ese Dios descubierto a través de un gran amor humano. Al entregarse con frecuencia y hondura a la oración, comenzaron sus experiencias místicas más fuertes.
Todo fue interrumpido, sin embargo, cuando la persecución a los judíos llegó al auge y ella asumió como dactilógrafa para el Consejo Judío, que mediar entre nazis y judíos. Después de dos semanas en el Consejo, Etty decidió voluntariamente ir a el campo de Westerbork, como asistente social: una interrupción de su vida que escogió libremente, aún teniendo la oportunidad de escapar. Sus diarios indican que estaba convencida de ser fiel a sí misma solamente si no abandonaba a los que se encontraban en peligro ̶ su pueblo que sufría ̶ y si empleaba su energía para ser bálsamo de las vidas de los otros. El futuro mostraría que ella no estaba exenta de la suerte del pueblo al que pertenecía. Westerbork era la última parad antes de Auschwitz-Bierkenau, el temible campo de exterminio en Polonia. Entre agosto de 1942 y septiembre de 1943 Etty Hillesum ̶ con entonces 28 años ̶ mantuvo su diario, escribió cartas y cuidó a los enfermos en el hospital del campo. La última parte de su diario fue escrita en Ámsterdam después del primer mes en Westerbork, y narra la intempestiva enfermedad y muerte de Julius Spier. La muerte del hombre amado es vivida por ella con serenidad y como parte de los dolores de aquel momento. Finalmente, a comienzos de junio de 1943, dejó Ámsterdam, para ir a Westerbork por última vez. El próximo destino sería Auschwitz y la cámara de gas en noviembre de 1943.

La chica que aprendió a arrodillarse
Ella misma dice que su historia es la de una “chica” que aprendía a arrodillarse, a rezar. Mucho más importante que sus lecturas (del evangelio de Mateo, de san Agustín o de Rilke), tener que arrodillarse para aprender a rezar ̶ una postura no familiar para la oración en la tradición judía ̶ evidencia la naturaleza de su relación con Dios. Su diario narra muchas ocasiones de su gradual adopción de la postura arrodillada para la oración: en el baño sobre una alfombra, en un rincón del cuarto, junto a la ventana, por la calle… Sugiere que el acto de arrodillarse es más íntimo que las intimidades de su vida sexual y amorosa . Y esa postura es la señal de su entrega, su consentimiento al misterio que se va apoderando de su persona irresistiblemente .
Muy importante es su creciente conciencia de que puede rezar donde quiera. En la medida en que crece en la conciencia de su capacidad para rezar donde sea y siempre, escribe sobre su deseo de arrodillarse interiormente, una especie de postura interior que asume regularmente y con creciente frecuencia. Se arrodilla frente a Dios que es Santo. Se trata de una postración interior sin palabras o imágenes, en las profundidades de su alma delante del Único que ahí debe ser discernido y alabado. El cuerpo de Etty, tan sensible en sus sentidos y abierto captar todo, siente el deseo de arrodillarse como una verdadera re-configuración totalizante de su persona. Y ese gesto va a ser su gran consolación en los días difíciles que sabe que tiene que enfrentar. Como cuando escribe el 10 de octubre del mismo año: “Cuando la tempestad es por demás violenta, cuando yo no sé verdaderamente más qué hacer, me quedan siempre dos manos para unir y rodillas para doblar. Es un gesto que no nos fue transmitido de generación en generación a nosotros, judíos. Tuve gran dificultad para aprenderlo. Es la más preciosa herencia que me legó el hombre del cual ya casi olvidé el nombre, pero cuya mejor parte continúa viviendo en mí”.
El Dios delante de quien Etty Hillesum se arrodilla no es el Dios de la teología convencional. En algunas de sus más inspiradas e inspiradoras oraciones, promete cuidar a Dios, guardar el lugar dentro de sí misma donde Dios habita. Dios es visto como aquél que no puede hacer nada sobre las circunstancias y sufrimientos que ella vive, o sobre el destino de los judíos. Dios no puede ayudarla, entonces ella ayudará a Dios. “Yo simplemente debo intentar ayudar lo mejor que pueda y si consigo hacer eso, entonces seré útil para otros también”.
La intuición más significativa de Etty se refiere a la vulnerabilidad de la vida divina. Ese Dios débil se hace sentir en ella con amorosa protección: se siente en sus brazos amorosos a medida que el nazismo cierra su porvenir y su destino: “No me siento bajo las garras de nadie, me siento solamente en los brazos de Dios”.

La comunión con el destino de un pueblo
La “mística salvaje” y difícilmente definible de Etty Hillesum tiene algunos puntos extremadamente notables que merecen ser destacados como testimonio ineludible de la libertad del Espíritu, que sopla dónde y cómo quiere.
Puede observarse cómo fue capaz de realizar el pasaje de los placeres inmediatos de la vida a los mayores sacrificios a causa del amor y de la solidaridad que sentía para con su pueblo. Y esto con alegría, gratitud y una profunda conciencia, sin el menor dejo de amargura. Por el contrario, era capaz de descubrir belleza en la desolación mortal del campo de concentración, e ir hacia Auschwitz cantando con su familia y apreciando en medio al horror de la “solución final” de la cual era víctima los elementos de la naturaleza, el agua que corre, el aroma de las flores.
Así, puede observarse en el proceso narrado en el diario y las cartas que, mientras la exterioridad en torno se estrechaba (restricciones, racionamientos, prisiones, deportaciones) su interioridad se iba ensanchando y ampliando hasta el infinito por la oración y el amor.
El punto álgido del camino espiritual de Etty es el 30 de abril de 1942 cuando siente su proceso como un embarazo: “Algo en mí vino a término, estaba allí y yo no tenía otra cosa que hacer sino tomarlo. De repente, lo supe…”. Escribe: “Eso puede parecer paradójico: excluyendo la muerte de su vida, la gente se priva de una vida completa, y acogiéndolo, uno dilata y enriquece su propia vida…Y yo deberé ser la mediadora de cualquier alma que pueda alcanzar”.
El destino para el cual Etty se siente madura va posteriormente a ser comprendido como “un destino de masa” cuyo peso es necesario cargar. Ese destino es el de su pueblo, con el cual comulgará sin reservas, viendo claro que no había más lugar para pensar en la propia individualidad cuando todo un pueblo ̶ su pueblo ̶ era masacrado. El amor de Etty está transfigurado en puro Ágape, oblación gratuita y generosa. Y será ese amor –nacido de su relación con Dios– el que ella derramará sobre los deportados de Westerbork y Auschwitz hasta su muerte.

 

[1] Ciertamente no es una mística cristiana, pero es una mística. Es difícil identificar a Etty Hillesum en una pertenencia religiosa. No era una judía practicante. Tenía, sin embargo, un gran sentido de pertenencia al pueblo judío. Su mística se desarrolla con entera y absoluta libertad frente de un Dios que la seduce, la conquista y la toma por entero. Podría hablarse de una mística “salvaje”, de filiación anónima.

[2 V. M Downey, A balm for all wounds: the spiritual legacy of Etty Hillesum,  (Spring, 1988).

[3] Cf. Nota biográfica sobre Han Wegerif, en Une vie bouleversée, suivi de Lettres de Westerbork.

[4 Cf. Etty Hillesum., Une vie bouleversée, suivi de Lettres de Westerbork, op. cit, p 757: “Es mi gesto más íntimo, más íntimo todavía que aquéllos que yo hago en la unión con un hombre”.

[5] Cf. Y. Bériault, Etty Hillesum, témoin de Dieu dans l’abîme du mal, Paris, Médiaspaul, 2010.

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