En estos días he estado leyendo las Confesiones de san Agustín, y se me ocurrió traducir del latín en versos separados la prosa de ese extraordinario y brevísimo capítulo XXVII del Libro X: «Sero te amavi!… tarde te amé”. Me encontré con un pequeño tratado de espiritualidad, que puede recitarse de memoria, como una oración cotidiana y también volverse música, como sucedió en el curso de la historia. Seguramente se trata de una de las joyas más citadas de las Confesiones.

Me atreví a hacerlo pues me llamó poderosamente la atención la actualidad de este fragmento impar de la literatura mística. En el texto, Agustín resume el camino de su conversión y lo hace de manera inigualable por su concisión y sinceridad. Se trata naturalmente de una oración, de una plegaria. Los primeros versos se refieren al tiempo y al espacio de la conversión personal, los últimos a los cinco sentidos que nos conducen a esa transformación espiritual.

Tarde te amé

¡Tarde te amé,
Belleza tan antigua y tan nueva,
tarde te amé!

Y tú estabas dentro de mí, pero yo por fuera;
y te buscaba en estas cosas bellísimas que creaste;
y allí irrumpía, tan deforme como era.

Estabas conmigo pero yo no estaba contigo.
Aquellas bellezas me alejaban de ti,
pero si no estuviesen en ti
dejarían de existir

*****

Me llamaste y clamaste,
y quebraste mi sordera.

Brillaste, resplandeciste
y alejaste mi ceguera.

Me perfumaste
y respiré y suspiré por ti.

Te gusté
y me quedé con hambre y sed.

Me has tocado
y ardí en tu paz.

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