Una noche de talentos

Presentación de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Director: Arturo Diemecke. Solista: Freddy Kempf al piano. Jueves 7 de mayo, Teatro Colón.

Consagrado a los compositores estadounidenses, y con un programa que –como sucedió– provoca gran adhesión en el público, se realizó el tercer encuentro del ciclo de conciertos de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires en la sala principal del Teatro Colón. La dirección estuvo a cargo del experimentado Arturo Diemecke, en tanto que el solista de la noche fue el ascendente pianista inglés Freddy Kempf. El programa elegido incluyó tres obras de dos compositores estadounidenses, el inolvidable George Gershwin y el deslumbrante, y quizás menos popular, Ferde Grofé.
Dueño de un gran carisma puede decirse que, en buena medida, el exigente público del Colón estaba “comprado” por Diemecke ni bien el mexicano se hizo presente en el escenario. Explicó muy didácticamente lo que iba a escucharse esa noche, e incluso con humor, diciendo que para la Suite del Gran Cañón su compositor hizo como si uno se tomara una selfie en clave musical. El público rió. El encantamiento estaba en marcha.
La rumba y los ritmos del caribe dominaron el comienzo del concierto de la mano de la Obertura Cubana de Gershwin, que el director y la orquesta ejecutaron con solvencia. La obra es producto de un viaje del compositor a La Habana en 1932 y fue estrenada en Nueva York en agosto de ese mismo año. Como se sabe, no fue la única pieza surgida de un viaje, aunque menos célebre que Un americano en París, la Obertura Cubana también transmite una certera descripción ambiental que da como resultado una especial coloratura entre la gran obra sinfónica y el repertorio popular.
El recordatorio se completó con el Concierto para piano y orquesta en Fa mayor (el popular “Concierto en Fa”), que comenzó con cierta demora debido a la necesaria instalación del piano en escena. La tardanza se completó cuando Diemecke no encontró su partitura: “Efectos del Boca-River”, bromeó. En rigor, él mismo explicó que suele dirigir de memoria aunque al ser un concierto con solista siempre utiliza la partitura por respeto al colega. Freddy Kempf cumplió con corrección y solidez su labor al piano y ante la rotunda aprobación del público entregó a modo de bis uno de los preludios de Rachmaninov.
Pero el momento cumbre de la noche fue la segunda parte del concierto con la Suite del Gran Cañón de Ferde Grofé. Este eximio músico norteamericano compuso a comienzos de la década del ’30 esta exaltación de la magnificencia de la naturaleza con la mejor suite descriptiva probablemente de la historia de la música (fue incluida por Disney en un bello corto ganador del Oscar). Sus cinco movimientos sirven de marco para el último, Chaparrón, de gran impacto. Diemecke, de memoria, la disfrutó como nadie. O quizás como todos, dado que ya a esa altura el Teatro Colón le pertenecía por derecho propio.

Crédito foto: Prensa Teatro Colón – Arnaldo Colombaroli

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