Sergio Renán. Recuerdo y presencia del dandy porteño

A los 82 años murió el actor, director de cine, teatro y ópera argentino que contaba con el reconocimiento de varias generaciones.

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Resulta difícil despedir a Sergio Renán. Y lo es por varias razones, algunas personales y otras generales, pero en el terreno de lo universal Renán se había constituido en una referencia ineludible de la cultura argentina. Asimismo, luego de superar una brutal pancreatitis hace casi veinte años, y la extirpación de la laringe, por un cáncer, hace dos, existía el infundado pensamiento de que Sergio Renán podía finalmente sobreponerse a todo y continuar tomando café –libro en mano– en los sitios más clásicos de Buenos Aires, como una suerte de mezcla entre dos de sus recordados personajes: el “rufián” melancólico arltiano, que hizo para la versión fílmica de Los siete locos, de Leopoldo Torre Nilsson, y el famoso romántico de Drácula, que fue uno de sus grandes éxitos en el teatro. El sábado 13 de junio esa ilusión se hizo añicos, y el Teatro Colón fue el espacio elegido para despedir sus restos.

Porque Sergio Renán dirigió con calidad y calidez el primer Coliseo entre 1989 y 1996 y luego, por poco tiempo, en 2000 (hasta que insólitamente Fernando de la Rúa lo removió del cargo). Precisamente su último trabajo fue para ese teatro con la régie de L`elisir d’amore de Donizetti, en cuyo estreno no pudo estar y comprobó la aprobación del público y los resultados de la puesta en un registro en video desde la clínica donde se encontraba internado. “Aunque los títulos cambien, la tarea de Sergio Renán en la dirección escénica se mantiene consecuente, como si buscara –y encontrara– lo mismo en lugares diferentes: una creciente estilización, la fluidez dramática sin fisuras, una ingenuidad consciente de sí misma”, escribió sobre su última puesta el crítico Pablo Gianera en La Nación.

Antes había tenido otra alegría, a cuarenta años de la nominación al Oscar de La Tregua, cuando la Academia de Cine de la Argentina la presentó en copia restaurada en la última edición del BAFICI: “La tregua fue una historia excepcional porque provocó en varias generaciones de espectadores una sensación de reconocimiento”, dijo. Fue una despedida a sala llena, con aplausos e intrínsecamente un resarcimiento: por la innovación que planteaba Buenos Aires Viceversa, de Alejandro Agresti, al momento del estreno de una de las mejores películas de Renán, El sueño de los héroes, sobre el libro de Adolfo Bioy Casares, recibió la tibia aprobación de la crítica de entonces (a excepción del laudatorio comentario de Criterio). El germen del Nuevo Cine Argentino convocaba adhesiones instantáneas hasta el paroxismo y, para ellos, Renán era un elemento antiguo, clásico y olvidable. Esa proyección entonces significó una doble gratificación. “Amo y agradezco a La tregua por haberme cambiado la vida, pero no puedo dejar de creer que mis otras películas fueron mejor hechas”, nos confesaba una tarde de verano en La Biela en un encuentro de tantos que, insospechadamente, sería uno de los últimos.

Sergio Renán era el nombre artístico de Samuel Kohan. Nacido en una colonia judía entrerriana el 30 de enero de 1933, había sido criado en el barrio de Once, donde su padre puso empeño en que estudiara violín. “La tregua se estrenó poco después de la muerte de mi padre, quien tuvo una enorme influencia sobre mí. Creo que una de las razones por las que quise darle a mi vida cierta riqueza expositiva fue por mi viejo”, confesó. Dejó el instrumento por la actuación tomando clases con la memorable Hedy Crilla, y cuando todavía ni siquiera era mayor de edad, debutó en Pasó en mi barrio, de Mario Sóffici, con Tita Merello; le siguió Asalto en la ciudad, de y con Carlos Cores; para pasar a imprescindibles como El perseguidor, de Osías Wilenski; La cifra impar y Circe, de Manuel Antín; y otras bajo la lente de Roman Viñoly Barreto, Enrique Carreras, Leopoldo Torre Nilsson, Lucas Demare y Raúl de la Torre.

Como es sabido, en 1974 debutó como director con La tregua, labor que llevó a la pantalla el libro de Mario Benedetti, y al cine argentino por primera vez a una nominación al Oscar. Perdió con Amarcord de Fellini: “Es, para mí, el mejor director de la historia del cine. Un honor perder con Fellini”, aclaró más de una vez. La tregua había nacido de una experiencia televisiva previa, de cuatro programas de 50 minutos cada uno, medio en el cual también tuvo fama como galán de telenovela (El amor tiene cara de mujer) y director de programas de culto (Las grandes novelas). Como director del Teatro Colón fue el responsable de la visita de Leona Mitchell, Renée Fleming, Alfredo Kraus, José van Dam, Karita Mattila, entre otros hitos; y como regisseur de varias óperas fueron inolvidables Lady Macbeth de Mtnesk, de Shostakovich, y la más reciente La flauta mágica, de Mozart, que en Criterio comentábamos: “Por primera vez en mucho tiempo, el Teatro Colón volvió al nivel que le dio fama. Se trató de una puesta sin fisuras. El director musical Fréderic Chaslin imprimió agilidad al tempo de la partitura en sintonía con la coloratura naive con toques kitsch que eligió Sergio Renán para la escenografía. Los aplausos fueron para el Papageno Markus Werba. También festejaron a Lyuba Petrova (Pamina), y a Reinhard Hagen, pese a una indisposición vocal. Incluso fue aprobado Fernando Radó en su breve pero significativo papel de El Orador. La ovación también fue para Sergio Renán, que quiso nuevamente escenificar una ópera con videoproyecciones como en su momento Lady Macbeth de Mtsensk de Shostakovich, en este mismo escenario y en el del Teatro Real de Madrid”.

Desde los habitúes de la música académica a los encendidos simpatizantes de Racing lloraron su ausencia. Tanto aquellos que admiraban su conocimiento, y reconocimiento, de lo mejor de la escena universal, como los que lo habían seguido como galán televisivo, lo despidieron con tristeza. Porque Sergio Renán era así, conciliador de lo irreconciliable y amigo de perspectivas tan disímiles que sólo podían amalgamarse gracias a él. Tuvo una compañía de hierro en todos estos años en su esposa Adriana que, inclaudicable, estuvo en las alegrías y penas, y entre internaciones y tiempos mejores. Renán siempre se encargaba de decirle a sus amigos que ella era lo mejor que le había pasado en la vida. Pudo comprobarse que fue así también para ella, y algo tan valioso como un generoso amigo para quienes fueron a decirle adiós, en la despedida definitiva.

10 RENAN INOLVIDABLES

  • Cine: LA TREGUA (Director)
  • Opera: LADY MACBETH DE MTSENSK (Regisseur)
  • Teatro: DRÁCULA (Actor)
  • Cine: EL PERSEGUIDOR (Actor)
  • Teatro: LA VUELTA AL HOGAR (Actor)
  • Cine: EL SUEÑO DE LOS HÉROES (Director)
  • Opera: LA FLAUTA MÁGICA (Regisseur)
  • Teatro: HA LLEGADO UN INSPECTOR (Director)
  • Cine: LA CIFRA IMPAR (Actor)
  • Televisión: FICCIONES (Director)

Recuerdos

Siempre pensé que había un rasgo sobresaliente en la personalidad de Renán: su asombrosa capacidad para escuchar a los otros y entenderlos. Ese rasgo, creo, era el origen de su obra y marcaba su estilo. Era un lector de primer orden, al mismo tiempo voraz y sutil. Pero no sólo era un lector de libros, era ante todo un lector de la realidad y de las circunstancias de vida que rodeaban a sus amigos. Sabía leer y sabía escuchar. Como todo gran lector, no podía sino recrear lo leído. Esa recreación (su propia obra) era su versión del mundo. Muchas veces sus observaciones eran dramáticas; con frecuencia estaban teñidas de un humor en el que se mezclaban la malicia y la compasión. Lo que decía en la pantalla, en el escenario y en la conversación hacía más ricos a los seres humanos. Era un clásico que presidía su propio cosmos: un gran artista y un amigo de oído infalible.

Hugo Beccacece. Profesor, traductor y escritor argentino, periodista del diario La Nación

Creo que Sergio Renán ha sido uno de los artistas argentinos más completos de la contemporaneidad. Y esto fue posible gracias no sólo a su inteligencia y capacidad artística, sino también a su sensibilidad y percepción humana. Así lo revelan sus actuaciones y la dirección de películas y obras de teatro.

Josefina Delgado. Profesora en Letras y escritora,  jefa de Gabinete del ministro de Cultura de la Ciudad.

Sergio Renán era un hombre pudoroso con sus emociones, aparentemente solitario y melancólico, como el «rufián» que interpretó en Los siete locos, de Torre Nilsson. Sin embargo, disfrutaba de las charlas prolongadas con sus amigos, donde aparecía su apertura a abordar los temas más variados y la indagación sobre sí mismo. Transmitía con su mirada y su sonrisa el cariño que sentía por el otro. No conocía la grandilocuencia, pero daba siempre la certeza de su sentimiento profundo. Es un amigo irreemplazable no sólo por su erudición y su talento, sino por su peculiar modo de transmitir su afecto.

José Miguel Onaindia. Gestor cultural y abogado, asesor artístico del Teatro Solís de Montevideo.

Con la partida de Sergio Renán se genera el vacío individual que genera la muerte de cualquier artista múltiple pero también se clausura una época. Él encajaba a la perfección en ese mapa generacional de la Argentina donde se dibujaban con nitidez perfiles diversos: el cine que fugaba de lo convencional, buscando senderos europeos; el teatro que, sin perder sello propio, se disparaba hacia búsquedas más complejas; la televisión, que durante bastante tiempo resistió con gallardía la vulgaridad que habría de traer lo soez; la música clásica y la ópera instaladas como siempre entre terciopelos, pero cada vez más abierta al público no especializado. En todas esas peleas militó Renán con mucho talento, con disciplina férrea, pero también –nostalgia de celuloide– con un inconfundible toque de distinción.

Rómulo Berruti. Periodista y crítico teatral, conduce su programa en Radio La2x4

En medio del pesar por la pérdida, prefiero traer este recuerdo sonriente del querido Sergio en los años ‘70, cuando éramos muy jóvenes (bueno, lo bastante jóvenes como para que nos llamaran sexspots (ver abajo). También sabrán disculpar la sobreabundancia de nombres famosos, pero those were the days!

Un invierno fuimos a Nueva York con Tita Tamames, Rosita Zemborain y Gigi Rua, para comprar los derechos del Drácula de Balderston y Deane. Fue la semana en la que cayó una increíble nevada que cubrió compasivamente las montañas de basura acumulada debido a la huelga de basureros. Nosotros, muy preparados, nos abrigamos con enormes sobretodos de piel (de última moda, recuerden que eso era políticamente correcto en esa época y además hacían ¡20° bajo cero!). Éramos un grupo bastante espectacular. Inmediatamente la revista NY nos fotografió y subtituló: “La sexy ínteligenzia” argentina crea tendencia en NY! Y bueno, de ahí en adelante, todo fue una fiesta. Comimos en Sardi`s con Frank Langella y Raúl Julia, que eran los Dráculas en Broadway (uno se iba y el otro empezaba). Bebimos Baccardi cocktails en el bar del Carlyle con Lauren Bacall y mi amigo Paul Jabara, del cast original de Hair, a quien yo había conocido durante la filmación de la Medea, de Pasolini, en Turquía. Paul se había hecho famoso en filmación apareciendo desnudo ante María Callas cantando: “Sodomy, Pederasty, masturbation can be fun” de Hair. En unos pocos días febriles, vimos 10 Broadway shows en 7 días (Quería que Tamames-Zemborain compraran Sweeney Todd, pero ellas se decidieron por Están tocando nuestra canción, con la cual después hicimos un éxito perdurable en el teatro Odeón). Y, finalmente, fuimos a bailar al Club 54, donde cantaba en vivo Dianna Ross. Exhaustos pero felices, finalmente nos tomamos el avión de vuelta para empezar a montar Drácula en el Odeón. Fue un éxito. Durante las dos largas temporadas, Sergio me decía, con su sonrisa típica: “Lo de sexy fue una premonición. Nunca me he sentido más sexy que haciendo Drácula. En el escenario, para las mujeres, ¡soy Elvis Presley!”

Volvimos a encontrarnos, años después, en El poder de las tinieblas de Marito Sábato y después, muchas, muchas veces más… Pero ya no éramos tan jóvenes.

Eugenio Zanetti. Director de arte, escenógrafo, diseñador, dramaturgo y director de cine argentino. Ganador del Oscar de la Academia de Hollywood.

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