El especialista analiza distintos aspectos de la problemática migratoria: políticas restrictivas, movimientos poblacionales, barreras fronterizas y derechos de los migrantes.

Las migraciones forzosas se presentan en este momento como uno de los mayores dramas humanitarios que enfrenta el mundo. Centenares de miles de personas se movilizan huyendo del hambre y la violencia en sus lugares de origen sin importar los riesgos a los que se enfrentan.
Según el informe anual de la Oficina Europea de Apoyo al Asilo (EASO), 660 mil solicitudes de refugio fueron presentadas en los Estados miembros, Noruega y Suiza.
Desde enero de 2015 murieron alrededor de dos mil personas tratando de cruzar el mediterráneo hacia Europa. En 2014, 53 mil bengalíes de la minoría musulmana rohingya huyeron de Bangladesh y Birmania, donde viven en condición de apátridas.
Sudán del Sur ha sido abandonado por 730 mil personas, que huyeron hacia los países vecinos durante sus recientes cuatro años de independencia. Según el Alto Comisionado para los Refugiados de las Naciones Unidas (ACNUR), cuatro millones de sirios han pedido refugio en sus países vecinos, a raíz de la guerra que se libra dentro de su territorio.
En América, las solicitudes de asilo de mexicanos a los Estados Unidos se han incrementado al punto de representar el 42% del total de solicitudes que recibe provenientes de todo el mundo, debido a las desapariciones forzadas, represión a la libertad de expresión y los efectos del crimen organizado. El gobierno de la República Dominicana analiza la deportación de miles de descendientes de haitianos nacidos en territorio dominicano, en lo que parecería una verdadera “limpieza étnica”.
La travesía de esta marea humana expulsada desde sus lugares de origen se vuelve cada vez mas difícil; las barreras se multiplican.
Cuando cayó el muro de Berlín el mundo democrático aplaudió lo que aparecía como un paso fundamental para el libre movimiento de personas en el planeta. Sin embargo, en la actualidad mas de 18 mil kilómetros de barreras de todo tipo impiden el paso de aquellos que lo intentan. Sucede en los Estados Unidos con México, Israel con Cisjordania, África del Sur con Zimbawe, Marruecos con la fosa del Sahara Occidental, Israel con Egipto, Los Emiratos Árabes con Omán, Kuwait con Irak, India con Pakistán, Bangladesh con Birmania, Uzbekistán con Kirguistán, Botsuana con Zimbawe, Tailandia con Malasia, Irán con Pakistán, China con Corea del Norte, España con Marruecos, Grecia con Turquía, República Dominicana con Haití, Bulgaria con Turquía y recientemente Hungría con Serbia, para impedir la llegada de refugiados desde los Balcanes.
Las rutas del Mediterráneo y de los Balcanes se han transformado en los principales caminos hacia Europa; los espacios desérticos entre México y los Estados Unidos, el final de largas travesías provenientes desde América Central; la Bahía de Bengala, el escenario de las huidas desde Bangladesh y Myanmar hacia Tailandia, Malasia e Indonesia.
Frente al aluvión de personas que intentan llegar a Europa por el mar mediterráneo, la Unión Europea ha planteado diferentes estrategias que van desde la destrucción de las naves en sus puertos de origen hasta otras más benévolas, como repartirse entre los 28 países a los 40 mil inmigrantes con derecho a asilo que desembarquen en Italia y Grecia en los próximos dos años; un número ínfimo si se considera que en el año 2014 llegaron a Italia 170.000 personas.
En este contexto los negocios proliferan. Las ganancias por el tráfico de migrantes y la trata de personas aumentaron de 10 mil millones de dólares por año hace una década a 30 mil millones de dólares actualmente.
Los centros de detención de migrantes en los Estados Unidos, monopolizados por tres grandes compañías (GEO, CCA y MTC), obtienen ganancias por cinco mil millones de dólares al año.
Los costos de las deportaciones, realizadas por empresas privadas, sólo en los Estados Unidos ascendieron en los últimos cuatro años a más de 20 mil millones de dólares. Y en la duplicación de los metros del muro que divide a ese país con México –realizada por las multinacionales que trabajan para la administración norteamericana en Irak y Afganistán– se gastaron 1.300 millones de dólares.
Frente a esta multiplicación de estrategias que adoptan las migraciones desesperadas y los diferentes mecanismos para intentar contenerlas, la ineficacia y fracaso de las políticas “securitistas” es evidente. Nunca en la historia de la humanidad hubo tal magnitud de personas viviendo en la irregularidad de residencia: más de 11 millones de “indocumentados” en los Estados Unidos, seis millones en Europa y más de cuatro millones en Rusia.
El inmigrante no sólo se ha transformado –en gran parte del mundo– en indeseable, sino que también es objeto de la discriminación desde distintos sectores de las sociedades receptoras. La institucionalización del prejuicio se ha explicitado en los discursos xenófobos en una parte importante de los partidos políticos de los países desarrollados receptores de migrantes. En el Parlamento Europeo los partidos políticos ultranacionalistas han más que duplicado su representación entre 2009 y 2014, pasando de 64 a 143 representantes. En Gran Bretaña se discute la posibilidad de imponer límites a los derechos de los inmigrantes del mismo espacio europeo; en Suiza se impuso el “referéndum anti migratorio”, iniciativa federal popular contra la inmigración en masa.
A su vez, el rechazo al inmigrante por una parte de la población de los países receptores ha dificultado la inclusión de los mismos en estas sociedades. Se han registrado marchas de protesta anti migratorias contra la entrada de trabajadores procedentes de Asia Central en Rusia, donde el 50% de la población reclama controles más estrictos a los extranjeros; se produjeron incendios de viviendas para refugiados en la ciudad de Vora, en Alemania; y hubo saqueos de viviendas y tiendas de migrantes africanos en Tel Aviv.
Por otra parte, los problemas de inserción en los mercados de trabajo, de acceso a la educación, y en algunos casos a la salud y la marginación habitacional, han generado diferentes procesos de “comunitarismos cerrados” y de resentimiento, aun en las segundas y terceras generaciones de migrantes.
La prohibición de entrada y residencia, la exclusión del migrante ya instalado y la generación de respuestas muchas veces violentas por parte de éstos generan un círculo vicioso; proceso que parece no estar resuelto. Más allá de las acciones que se desarrollan sobre los efectos, tampoco parecería haber respuestas claras a las causas de estas migraciones. Producto de una globalización mundial cada vez más asimétrica, y excluyente, el éxodo de los que huyen de la miseria y de la violencia de guerras sectarias se incrementa exponencialmente.
La paradoja es que el destino suelen ser aquellos países que tienen una deuda histórica de colonialismo y explotación de recursos naturales de los lugares de origen de estos movimientos de población. Y en la actualidad –en un marco de profundización de las desigualdades entre y dentro de los mismos países– son base tanto de las multinacionales, principales responsables de las destrucciones ambientales masivas, así como de los monopolios de la especulación financiera internacional. Urge que dichas naciones asuman la responsabilidad y necesidad de abocarse a soluciones integrales frente a este drama de la humanidad.

El autor es director del Centro de Políticas de Migraciones y Asilo de la Universidad Nacional de Tres de Febrero.

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