Notable por el realismo, por momentos algo ácido, pero tan real como la miseria humana, el libro El matrimonio feliz del padre Ignacio Larrañaga es sin dudas una de las mejores elaboraciones cristianas sobre el matrimonio, por lo menos a nivel de lecciones aprendidas y transmitidas de manera práctica. Con un trasfondo psicológico, experimental y cristiano, carente de ingenuidades y dogmatismos, el padre Larrañaga pone en blanco sobre negro los alcances y desafíos del matrimonio, no sólo desde la fe, sino desde la propia realidad del ser humano.
Otro trabajo notable, con una lectura más centrada desde la fe, es el libro Caminos laicales”, del cardenal Carlo Martini, cuya parte II se titula: “Familias difíciles en la Biblia”. Martini nos ofrece un recorrido sobre las principales familias de la Sagrada Escritura, en las que abundan los problemas, muchos malos ejemplos, pruebas, diversidades, y nos brinda caminos de esperanza a la vez.
Estas reflexiones me vienen a la memoria cuando escucho novedades o comentarios sobre el matrimonio. En la Argentina, el nuevo Código Civil y Comercial establece nuevas realidades que impactan sobre la vida matrimonial, su origen, su posible y rápido fin como relación civil, en una tendencia que no parece consolidar a la familia como la base de la sociedad.
El matrimonio es para nosotros un símbolo del amor de Dios a los hombres en el tiempo presente, así como la vida religiosa es un símbolo del amor de Dios a los hombres en el mundo futuro. Esto desde la fe, porque en la práctica, el ser humano es una experiencia de vida compleja, con gracia y pecado, con aciertos y errores.
La Iglesia, por su parte, está en camino de reflexión acerca del matrimonio y la familia, en vísperas del Sínodo sobre la familia de octubre. Se espera que, más allá de nuevas aperturas en algunos temas, se recupere la pasión misionera por promover el matrimonio, no de manera proselitista, pero sí señalando sus virtudes como proyecto de vida y de fe, entre los jóvenes y entre los entrados en años también.
El matrimonio está, posiblemente, más en el arte de lo posible que de lo perfecto. Los cristianos creemos en la unión entre el hombre y la mujer, y en la familia. Sabemos de sus dificultades. Y más allá de la legislación vigente, en la medida en que nos permita vivir y amar en libertad, seguimos adelante.
No queremos llegar, en algunos aspectos, a la Carta a Diogneto (siglo II), pero nos da fuerza: “Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el Cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes.Tan importante es el puesto que Dios les ha asignado, que no les es lícito desertar”.

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  1. LUCAS VARELA on 6 septiembre, 2015

    Si, si, señor O´Connor. ¡Muy bien dicho.¡
    El suyo es un pensamiento cristiano, y tolerante. Si hay que ser forastero en nuestra propia tierra, habrá que serlo.
    Son los jesuitas quienes dicen que la patria de un cristiano no es de este mundo. Nuestra vida terrenal, como cristiano, la hacemos en relación a nuestro íntimo y personal interés de una vida eterna. La patria de un cristiano, es de otro mundo. Ésta es nuestra verdad; no lo es aquella que convenimos, y con la que nos entendemos (Código Civil).
    Viviendo juntos, en sociedad, debemos hacer un alma inmortal, que es obra propia. Y la paradoja del cristiano es que vivimos juntos, pero cada uno se muere solo; la muerte es la suprema soledad.

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