Con ocasión de un jubileo extraordinario, el papa Francisco volvió sobre el tema de la misericordia e hizo referencia al perdón frente al drama del aborto y dispuso la simplificación de los procesos de nulidad matrimonial.

El 13 de marzo pasado, a dos años del comienzo de su pontificado, en la homilía de una liturgia penitencial en la Plaza San Pedro, el papa Francisco anunció el “Año Santo de la Misericordia”, un jubileo extraordinario que se iniciará con la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, el 8 de diciembre de este año, y concluirá el 20 de noviembre de 2016, con la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo. La ocasión será la celebración del 50º aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II.
La idea de dedicar un año santo al tema de la misericordia no puede sorprender. Desde su primer Angelus hasta el último mensaje de Cuaresma, Francisco ha dejado en claro con sugestiva insistencia que la misericordia ocupa el lugar central en su visión de Dios, de la Iglesia y de la evangelización. Incluso, a su juicio, ella expresa el sentido providencial del actual momento histórico, como expresó a los periodistas en su vuelo de regreso de la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro, al definir nuestro tiempo como un “kairós de misericordia”.
Este énfasis no constituye una novedad absoluta. En la segunda mitad del siglo XX, la centralidad de la misericordia, tan clara en la Sagrada Escritura, ha hallado eco, de diferentes modos, en la enseñanza de los pontífices. Juan XXIII lo puso de manifiesto en la adopción de un nuevo estilo pastoral para el magisterio que, como explicara en el discurso de apertura del Concilio Vaticano II, está hoy menos inclinado a condenar que a recurrir a la medicina de la misericordia. Años más tarde, esta tendencia se explicitaría y profundizaría en una serie de documentos pontificios: Juan Pablo II dedica a este tema su segunda encíclica, Dives in misericordia, y Benedicto XVI lo desarrolla ulteriormente en dos de sus encíclicas, Deus caritas est y Caritas in veritate.
El papa Francisco se ubica, entonces, en la continuidad de este proceso. Pero, ¿cómo explicar la sensación de novedad que vivimos actualmente? Quizás la respuesta resida en el hecho de que, con Juan Pablo II y Benedicto XVI, la reflexión sobre la misericordia estuvo acompañada de un esfuerzo sistemático por confirmar la doctrina y la disciplina vigentes, a fin de no dejar margen para dudas o cuestionamientos. La insistencia en la verdad (el “esplendor de la verdad”, la caridad “en la verdad”) operaba como una salvaguarda frente a la posibilidad de que el discurso sobre la misericordia alentara tendencias disruptivas.
En los mensajes de Francisco, el foco de la atención se desplaza decididamente hacia el lado de la misericordia, mientras que la referencia a la verdad se da por supuesta, sin un énfasis particular. Un nuevo estilo, menos inclinado a controlar las posibles consecuencias de este movimiento, está generando en la Iglesia y en el mundo la expectativa de novedades, que causan esperanza en algunos y preocupación en otros.
En estos últimos días, una noticia desconcertó a muchos fieles. En una carta dirigida a monseñor Rino Fisichella, Presidente del Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización[1] , el Papa anunció una decisión referida a la situación de las personas que han incurrido en el aborto:
“El perdón de Dios no se puede negar a todo el que se haya arrepentido, sobre todo cuando con corazón sincero se acerca al Sacramento de la Confesión para obtener la reconciliación con el Padre. También por este motivo he decidido conceder a todos los sacerdotes para el Año jubilar, no obstante cualquier cuestión contraria, la facultad de absolver del pecado del aborto a quienes lo han practicado y arrepentidos de corazón piden por ello perdón”.
Estas expresiones causaron una perplejidad comprensible pero injustificada. La Iglesia siempre ha perdonado el aborto, cuando la persona está sinceramente arrepentida. Y si bien los confesores requieren para ello de una autorización de su obispo, ordinariamente cuentan con ella.
Lamentablemente, esta cuestión ha ocultado algo más importante. Francisco en su carta habla de una preocupante “modificación de la relación con la vida”, que lleva a algunos a incurrir en el “gravísimo mal” del aborto con una conciencia superficial. Sin embargo, no es el caso de todas las personas culpables de este acto:
“Muchos otros, en cambio, incluso viviendo ese momento como una derrota, consideran no tener otro camino por donde ir. Pienso, de forma especial, en todas las mujeres que han recurrido al aborto. Conozco bien los condicionamientos que las condujeron a esa decisión. Sé que es un drama existencial y moral. He encontrado a muchas mujeres que llevaban en su corazón una cicatriz por esa elección sufrida y dolorosa. Lo sucedido es profundamente injusto; sin embargo, sólo el hecho de comprenderlo en su verdad puede consentir no perder la esperanza”.
Personalmente no recuerdo otro texto pontificio que hable en estos términos, es decir, que se atreva a ponerse en el lugar de la persona que peca, y sin dejar de afirmar la injusticia de su acto, busque comprender el sufrimiento y la lucha de su corazón. He aquí una enseñanza de primer orden tanto para el confesor, como para toda la comunidad cristiana.
En lo que respecta a las nulidades matrimoniales, el Papa promulgó el “motu proprio” Mitis Iudex Dominus Iesus (El Señor Jesús, juez manso), junto con otro de similar tenor adaptado al derecho de las Iglesias orientales. En dicho documento se modifican algunos aspectos del procedimiento canónico. Fundamentalmente, se elimina la apelación automática que se generaba luego de tomada la decisión de nulidad; y se asigna a los obispos la potestad de decidir directamente cuando los casos de nulidad son “particularmente evidentes”. También se pide que, en cuanto sea posible, se garantice la gratuidad del proceso.
Si bien la reforma puede ser opinable en puntos particulares, la misma busca garantizar que el proceso de nulidad sea “más rápido y accesible para los fieles”. El Papa es consciente de ciertos “riesgos” inevitables, pero recuerda que el fin de todas las instituciones de la Iglesia es procurar el bien de los fieles: “La caridad y la misericordia exigen que la misma Iglesia se haga cercana a los hijos que se consideran separados”.
Los cambios introducidos en virtud del principio de la misericordia en el ámbito pastoral o jurídico, ¿podrían tener en algunos casos repercusiones doctrinales? Esta perspectiva no debería suscitar temor. El recuerdo del Concilio Vaticano II, en este sentido, es muy sugestivo: uno de sus principales logros fue, precisamente, el de aceptar la idea de que la doctrina también debe desarrollarse y evolucionar. El progreso doctrinal es posible y necesario.
El próximo 8 de diciembre se abrirá la Puerta Santa de San Pedro. Ella representa visiblemente a la Iglesia en su gesto de abrirse al mundo para acoger a todos, un gesto cuyas consecuencias no se pueden prever ni limitar de antemano. Cuando se clausure el Año Santo, aquella puerta, la material, se cerrará. Pero la otra, la de la misericordia de Dios, una vez que se abre ya no se puede cerrar.

[1] 1 de septiembre de 2015.

No hay comentarios.

¿ QUIERE DEJAR UN COMENTARIO ?