¿Desde qué ángulo novedoso puedo abordar la impresionante visita del Papa Francisco a Washington, Nueva York y Filadelfia, del 22 al 27 de septiembre? La prensa norteamericana escrita y digital y sus adláteres –las redes sociales y la blogosfera– la cubrieron con minucia y entusiasmo, y la gente que participó de ella en las misas multitudinarias y las jornadas de la familia volvió a su cotidianidad hondamente marcada por una experiencia extraordinaria. “Nos habla en nuestro idioma”, le comentó mi sobrina de 15 años a mi hermana, que se movilizó de Houston a Filadelfia y Nueva York con marido, seis hijos y bandera argentina para saborear in situ la alegría de ser católicos. A quien esto escribe, profesora de cine, le galvanizó la pedagogía implícita en el sermón pronunciado en la misa del Madison Square Garden: “Vayan y anuncien”, proponiendo una actitud de “aprender a mirar”, un excelente consejo para devenir cineasta.

Me gustaría compartir, entonces, mis impresiones sobre la primera visita a Estados Unidos de un Papa cuyas experiencias de vida y ministerio llevan una impronta latina, con hondas raíces hispanas y mediterráneas. La circunstancia latinoamericana conlleva una manera de entender el mundo diferente a la mentalidad anglo-sajona, centrada principalmente en el individuo. Para aquilatar cómo se enraíza el catolicismo en Estados Unidos desde sus comienzos hasta hoy –primero los inmigrantes irlandeses e italianos y hoy los hispanos, filipinos, vietnamitas y africanos– hay que comprender ese marco anglo-protestante dentro del cual se inserta la experiencia de ser católico en Estados Unidos, caracterizado por la división proclamada a rajatabla entre iglesia y estado.

Por otra parte, entender desde acá el mundo de donde sale el Papa es también un desafío. No lo resulta tanto para los católicos norteamericanos, por razones de fe y afinidad espiritual, pero sí para la clase intelectual que “explicó” al Papa en sus seis días de visita, tanto en las grandes cadenas de televisión –CBS, ABC, NBC– como los canales de cable, con CNN a la cabeza, o la televisión pública –PBS–. En la mayoría de los casos, los canales contaron con sacerdotes y laicos que cumplían esa misión –por ejemplo, de rigor fueron tanto explicaciones teológicas sobre la transubstanciación como detalles biográficos del Papa argentino, el funcionamiento de la Curia y el conclave que eligió a un obispo latinoamericano–.

Austen Ivereigh, el periodista inglés cuya tesis de doctorado en Oxford versó sobre la Iglesia en la Argentina y su relación con el poder político entre 1810 y 1960 –y excelente amigo de CRITERIO – se encontró en una situación inmejorable para hacer precisamente eso. En The Great Reformer: Francis and the making of a radical Pope, publicado el año pasado y traducido al castellano, Ivereigh tiende un puente sólido desde la Argentina, su historia y política, hacia el mundo anglo-hablante para comprender, como proponía Ortega y Gasset, el “yo y la circunstancia” del Cardenal Bergoglio elegido Papa en marzo del 2013.

Algunos conservadores norteamericanos se inclinan por una lectura demasiado literal, o poco matizada en todo caso, de esas circunstancias vitales. El caso más notable durante la visita fue el de George Will, conocido columnista del Washington Post, que ve una ideología peronista sustentando la encíclica Laudato Si’ sobre el cuidado del medioambiente, enraizada en lo que considera la aversión de la Iglesia hacia el capitalismo. Desde la izquierda liberal, se da el fenómeno inverso, pero igualmente simplificador: ya era tiempo que viniera un Papa blandiendo un machete para cortar las ramas muertas de ideas perimidas con respecto, principalmente, a la sexualidad y la familia.Desde la derecha del espectro, se deplora un Papa enganchado a lo políticamente correcto; desde su polo opuesto, se vive una intensa luna de miel con las ideas progresistas, entre comillas, del papa Francisco.

En este marco de referencia cuadraron los medios norteamericanos la visita del Papa, proponiendo una narrativa esencialmente secular en el contexto de un año electoral marcado por una profunda fractura ideológica entre republicanos y conservadores. En esta narrativa se tiende a asimilar el plano doctrinal de la Iglesia con el de sumisión pastoral. Se comprende que son diferentes, pero se los trata indistintamente. De allí que las declaraciones espontáneas del Papa –citadas muchas veces fuera de contexto– se analizan como temas de doctrina cuando son asuntos pastorales (agilizar el proceso de nulidad matrimonial equivale a instaurar el divorcio, por ejemplo). En EstadosUnidos, los temas álgidos de este campo minado tienen que ver, directa o indirectamente, con la revolución sexual de los sesenta, es decir, el sacerdocio cerrado a las mujeres; los sacerdotes que traicionan su ministerio y la reformulación del matrimonio y la familia. Al no distinguirse entre la doctrina y el cuidado pastoral, la confusión y las expectativas se salen de madre.

El Papa vino como pastor a estar con sus ovejas. Lo hizo cálidamente en las misas multitudinarias del Madison Square Garden y al aire libre en Filadelfia, en la gran avenida Benjamin Franklin frente al Museo de Arte. La trasmisión por televisión mostró no sólo el esplendor de la liturgia –el medio realzó la imaginación sacramental que caracteriza las ceremonias de la Iglesia– sino también el gozo profundo de millares de participantes –una radiografía multicolor y plurilingüe de la Iglesia–. Hubo encuentros más acotados y muy emotivos cuando el Papa visitó diversas instituciones católicas, incluidos un colegio, un seminario y una prisión. Y yendo de un lado a otro, fervorosas multitudes lo esperaban para saludarlo, como mi hija, mi hermana y su familia que estuvieron más de seis horas en Central Park para verlo pasar raudo en su papamóvil. La catequesis a los fieles fue sobre la familia, la vida en las grandes ciudades y la construcción de la convivencia a base del respeto en una sociedad multicultural (“Diganme, preguntó en Filadelfia, en su casa… ¿se grita… o se habla…?”. A quien le caiga el sayo que se lo ponga!).

Los encuentros oficiales –donde se derrumbó la separación entre iglesia y estado, casi artículo de fe en esta sociedad– depararon las mayores sorpresas, porque el Papa se salió del guión en donde lo encasillaban los medios. En su discurso a las Naciones Unidas habló de la comunidad global, de la responsabilidad de cuidar la naturaleza, de luchar contra la injusticia y la pobreza, para brindar a todos la posibilidad de gozar de la Creación. Fue una glosa a Laudato Si’, poniéndola en una perspectiva teológica, más allá de interpretaciones científicas y económicas a la que muchos se circunscriben.

El discurso al Congreso fue muy interesante, no sólo porque se vio el tacto diplomaático de Francisco sino también su catequesis en acción, urbi et orbi. Anticipó la invitación al “vayan y anuncien” que haría en el Madison Square Garden al día siguiente. Habló por encima de la política partidaria y de los temas candentes (muchos parecían esperar recomendaciones concretas, o ‘policies’ como dicen en inglés), para referirse al bien común, las raíces inmigrantes de la nación, las responsabilidades cívicas y morales de sus dirigentes. Hasta citó los consejos de Martín Fierro sobre la necesidad de que los hermanos sean unidos…

En ese discurso, además de citar personalidades notables de la historia norteamericana como Abraham Lincoln y Martin Luther King, cuyo denominador común es el respeto a la dignidad del otro, el Papa aludió a dos figuras católicas. Su proceso de conversión y testimonio de fe tienen profunda afinidad con el Bergoglio sacerdote y obispo de una gran diócesis: Doroty Day, la escritora y activista fundadora del movimiento Catholic Worker en la década del treinta, en proceso de canonización; y Thomas Merton, el escritor y monje trapense, proponedor del diálogo interreligioso, cuya Montaña de los siete circulos es las Confesiones de San Agustín para nuestro tiempo. Son biografías complejas, de personas que se sacudieron el barro (a sus autobiografías me remito), se agarraron de la gracia y terminaron abrazados a la madre Iglesia. En el caso de Day, el Papa remarcó su “pasión por la justicia y por la causa de los oprimidos”. Merton, dijo, “fue un pensador que desafió las certezas de su época y abrió nuevos horizontes para las almas (“souls”, en el original inglés) y la Iglesia”. Son católicos quevivieron con celo las obras de misericordia y la búsqueda de sendas comunes con los que opinan diferente.

La canonización de Junípero Serra, el franciscano fundador de las misiones de California en el siglo dieciocho, no tuvo en la prensa el mismo eco que la mención a Day y Merton. La ceremonia fue en Washington, lejos de la geografía donde se desarrolló la épica hispana de encuentro y conversión del mundo indígena en el hoy sudeste norteamericano. A Serra –y, en general, al catolicismo introducido por España en las Américas– lo salpica no sólo la historiografía salida de la Leyenda Negra, que es la narrativa predominante al hablar del impulso misionero español, sino también la versión indigenista y maniquea que describe el descubrimiento de América en términos de expoliación y explotación.

El argumento central de Austen Ivereigh en El gran reformador es que el Papa Francisco que vemos hoy es el mismo Jorge Mario Bergoglio, hijo de inmigrantes italianos, quien desde la silla de Pedro combina dos características que raramente se dan en un líder religioso. Por un lado reúne las condiciones del buen dirigente político –coraje, paciencia, buena comunicación y olfato– y por otro las cualidades de un místico – profunda vida interior, claridad en las ideas–.Esta combinación es lo que la cobertura de la visita puso en evidencia. A quien esto escribe, lo que más le impresionó del Papa visto en televisión –y también en el canal del Vaticano en YouTube– fue su dimensión humana de pastor, entrañablemente conectada a su celo por predicar a Jesús a todo el mundo en todos lados todo el tiempo y con gran humildad. Los que quieren seguir al Señor se quedaron fortalecidos con su visita. El Papa vino a proponer una invitación, cálidamente simbolizada en la pregunta que le hizo a una diminuta escolar en Harlem: “¿No me das un besito?”.

La autora es crítica de cine y colaboradora de Criterio. Reside en Northridge, California.

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  1. LUCAS VARELA on 4 octubre, 2015

    Estimada Señora María Elena de las Carreras de Kuntz, y amigos:
    Me produce una profunsa satisfacción saber que Usted quedó impresionada por “la dimensión humana de pastor, entrañablemente conectada a su celo por predicar a Jesús a todo el mundo en todos lados todo el tiempo y con gran humildad”.
    Ésta visión que Usted tiene es exactamente la que el propio papa Francisco dice que desea tener. En su exortación Evangellii Gaudium (La alegría del evalengelio), el papa Francisco expresa el convencimiento que, en general, se comienza a ser cristiano “por el encuentro con una persona,…que da un nuevo horizonte a la vida, y con ello, una orientación decisiva”.
    Éste es el fundamento de toda una acción misionera que propone para su Iglesia. Su acción es guía y ejemplo para lograr “una iglesia en salida”.

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