Octubre nos reencontró con la memoria de un notable maestro brasileño, y nos obligó a despedirnos de un querido porteño. Uno, con bastante obra gracias al productor que lo instigaba y al público que lo seguía. Otro, sufriendo siempre por la falta de apoyo, sólo pudo hacer unas pocas películas, pero en cambio dejó buena cantidad de libros de texto y horas al frente de las aulas. Ambos de buen humor. Recordemos primero al nuestro.
Simón Feldman
Alto, de mirada triste, nunca levantaba la voz. Aceptaba el respeto de sus interlocutores (entonces todavía se respetaba a los mayores) y si por ahí quería que alguien lo tratara más de igual a igual, le preguntaba, usando un neologismo de invención propia, “¿Cuándo vas a dejar de ‘ustedearme’?” (tuvimos ese honor, pero igual lo seguimos tratando de usted). Maestro impagable y mal pagado, en 1959 abrió el camino de la llamada Generación del ‘60 con la singularísima sátira El negoción, sobre idea del humorista Oski, seguida por la melancólica historia de un amor que se frustra simplemente porque la plata no alcanza para vivir juntos, Los de la mesa 10, con música de Horacio Salgán, según pieza teatral de Osvaldo Dragún.
Antes, Feldman editó la revista Cuadernos de cine y fundó el Seminario de Cine de Buenos Aires y la Asociación de Realizadores de Corto Metraje. Más tarde escribió una serie de libros de difusión muy populares entre los aficionados (El director de cine. Técnicas y herramientas, Guión argumental, guión documental, etc.), libros decididamente claros y útiles, tan claros y útiles que lo terminaron odiando todos los sabihondos que hablan en difícil. Y poco más tarde fue el primer director de la carrera de Diseño de Imagen y Sonido en la UBA.
Nacido el 12 de enero de 1922 en Buenos Aires, de chico trabajó como labrador de lápidas en una casa mortuoria, oficio que recordaba con buen humor. Tuvo después una etapa de estudiante bohemio en París, donde hizo pintura con André Lhote y cine en el Idhec, el Institute de Hautes Etudes Cinematographiques. De sus varios cortos se destacan Un teatro independiente, único registro de la actividad escénica que marcó los años ’50; y el risueño y felicísimo Caraballo mató un gallo, animación con recortes de papel. Con otro sentido del humor, abstracto y amargo, Happy End, inspirado en Una modesta proposición, de Jonathan Swift. Eso fue en 1982, cuando una de sus hijas había sido definitivamente “desaparecida” –un dolor que llevaba dentro, sin volcarlo jamás en sus alumnos–.
Fallido, pero aún así valioso, su último largometraje: Memorias y olvidos (1987), irónica reflexión sobre las frustraciones argentinas y las diversas maneras de contar la historia nacional. No pudo hacer otra película, pero empezó a recibir homenajes de las nuevas generaciones, y reconocimientos de sus pares. Había sembrado bien. Retirado, nonagenario y con problemas respiratorios, murió el 16 de octubre, en paz consigo mismo.
Eduardo Coutinho
Él también estudió en el Idhec de París, pero luego se volcó más al periodismo, incluso al periodismo televisivo. En 1964 inició un documental sobre la muerte de un líder campesino, Joao Pedro Teixeira, trabajo que debió detenerse tras el golpe de Estado de ese año. Incluso le requisaron parte del material. Peor les fue a los hijos de ese líder. Perseguidos, debieron cambiar de nombre y desperdigarse por todo el país. Veinte años más tarde, con la llegada de la democracia, Coutinho no sólo recuperó su material, sino que logró encontrar y reunir a toda la familia Teixeira. La historia de esa familia, y del país interior de esos tiempos, la expuso en una obra al mismo tiempo íntima y enorme: Cabra marcado para morrer. A la que siguieron muchas otras, registrando la voz de los humildes.
Su muerte, el 3 de febrero del año pasado, a los 80 años, fue una sorpresa terrible. Lo apuñaló su propio hijo, un grandote esquizofrénico de 41 años. “Había decidido suicidarme y no quería dejar a mis padres solos”, explicó después, en el hospital neuropsiquiátrico donde aún sigue internado por orden judicial. Días pasados estuvo entre nosotros Jordana Berg, editora de Coutinho durante los últimos 20 años. Vino a presentar la película que él dejó inconclusa, y que ella y su productor terminaron: Últimas conversaciones. Pero ella no tocó para nada ese episodio. Cuanto mucho, decía “cuando él murió”, sin entrar en detalles ni quedarse en la angustia. Transcribimos una parte de nuestra conversación.
Con Jordana Berg
-¿Cuándo conoció a Coutinho?
-Mucho después de Cabra… Paradójicamente, el suceso de esa obra lo dejó sin trabajo y sin plata. Cuando lo conocí se las estaba rebuscando. Un día quedó al frente de un proyecto, una serie documental televisiva sobre los pueblos del Nordeste. Nos dijo “Nadie va a ver una obra de campesinos hablando, pero la quiero hacer”. De la serie sólo se concretó Santo Forte, que se estrenó como película, con éxito de público y también de crítica. Ahí lo contactó Joao Moreira Salles, propietario de Videofilmes.

-Sí, el hijo de embajadores, hermano de un banquero y un director (Walter Salles, el de Estación Central), autor de Noticias de una guerra particular, sobre el narcotráfico carioca, productor de cine, etc.
-Joao lo impulsó a filmar Babilonia 2000 el 31 de diciembre de 1999, para ver qué esperaban del nuevo siglo los habitantes de una favela ubicada en la ladera de un morro carioca. Coutinho fue subiendo hasta la punta, donde los pobres dominan la mejor vista de la bahía, y ahí festejó con ellos. Luego, con Edificio Master, entrevistando a los habitantes de un monobloc de Copacabana, Salles y él quedaron mega ultra amigos, como padre e hijo, sólo que el padre venía a ser el más joven, que lo impulsaba a trabajar.

-En sus últimas obras, Coutinho ya no iba a ningún lugar, sino que instalaba la cámara y venían los entrevistados.
-Era muy fumador, empezó a enfermarse y no podía viajar. Nos decía: “Aunque sea en silla de ruedas seguiré filmando”. De a poco, creo que filosóficamente, fue haciendo obras cada vez más sencillas, se fue desligando de los escenarios naturales, la segunda cámara, los inserts, la música, las ilustraciones. “La cara del entrevistado es suficiente escenario”, decía.

-Sorprende Las canciones. Es sólo gente que se sienta, cuenta qué recuerdos le trae un determinado tema, y lo canta. ¡Todos cantan horrible! Pero casi todos emocionan.
-En la selección final eligió a los que “desafinaban con sentimiento”. Esa era la regla. No quería lo perfecto, sino lo humano.

-¿Cómo hacía para que la gente contara y confesara tantas cosas frente a la cámara? (una madre prostituta, un intento de asesinato, etc.)
-Su primera pauta era: “Las personas necesitan ser escuchadas”. Luego, no mostraba juicio moral, no imponía su opinión, actuaba con humildad, como queriendo aprender del entrevistado, se abría a los valores del otro. Y entonces los demás se abrían.

-¿Nunca lo invitaron a hacer lo mismo en televisión?
-Muchas veces, pero siempre, amablemente, se negaba. La tele no hubiera tolerado mucho tiempo sus planos largos, los silencios, dejar que los otros hablen sin interrumpirlos. La televisión exige cortes. Ya tuvo su experiencia cuando inventó, de joven, el Globo Reporter.

-Acá sólo una persona se animó a hacer algo semejante, Hugo Guerrero Marthineitz, con su programa “A solas”. Pero es cierto, no duró demasiado. Cuénteme de Últimas conversaciones, donde Coutinho charla con chicos de la secundaria.
– En realidad él quería hacer una película sobre niños de jardín, personitas que ignoran la maldad del mundo y dan explicaciones maravillosas de lo que no conocen. Pero los abogados de Videofilmes le advirtieron que algunas madres podían desautorizar a posteriori la grabación y hasta harían reclamos. Ahí alguien le sugirió entrevistar a chicos de la secundaria. El aceptó a regañadientes. Un día me llaman del estudio: “No es nuestro Coutinho. No pregunta con interés”. Aparecí al final del cuarto día de grabación. Me confesó su fastidio ante chicos de pobre vocabulario, sin memoria, que sólo viven el presente: “Hay un abismo entre mis 80 años y sus 18”. Trabajá sobre ese abismo, le dije. Y le prometí que después haríamos esa película con niños. Yo misma le llevaría dos pequeños, el último día de filmación.

-Es lo que se ve en la película.
-El equipo, muy sensible, había dejado todo encendido. Grabó toda la charla. De eso elegimos seis minutos, que están al comienzo, como un homenaje a su persona. Y al final, su entrevista con una nena que es toda luz, a diferencia de los adolescentes. Le llevé también un chico de 12 años pero no quedó porque le pareció “demasiado adultito”. Él murió muy poco después de terminado el rodaje. Sólo alcanzó a desgrabar las charlas con los chicos y dejar algunas indicaciones anotadas. Nosotros seguimos esas indicaciones, creo haber hecho todo a su manera y me dicen que sí, que él está muy presente en la película. Sólo el comienzo y el final son decisiones nuestras. Y el título. No me gusta la palabra “últimas”, ni figurar como coautora. Hubiera preferido un millón de veces que la firma fuera solamente suya.

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