Hannah Arendt y la “banalidad del mal»

A partir de la película Hannah Arendt de la directora alemana Margarethe Von Trotta, es posible recuperar las ideas de la filósofa judía en torno a la “banalidad del mal”, el “mal radical” y el “mal absoluto”.

En 2011 la cineasta Margarethe von Trotta filmó una película titulada Hannah Arendt que recrea cuatro años de la vida de la célebre filósofa alemana: los relacionados con el juicio a Adolf Eichmann, que ella cubrió como corresponsal de la revista The New Yorker y derivó en el polémico libro Eichmann en Jerusalén. Un informe sobre la banalidad del mal.
Hannah Arendt nació el 14 de octubre de 1906 en Linden, Alemania, en el seno de una familia judía, “culta, amante de la buena música, la literatura clásica y un fuerte compromiso con las ideas socialdemócratas en expansión en la Alemania de comienzos del siglo XX”.1 Y falleció el 4 de diciembre de 1975 en Nueva York. Impulsada por su curiosidad intelectual, se convirtió desde temprana edad en una lectora voraz. Antes de ingresar a la universidad ya había leído Crítica de la razón pura, de Emmanuel Kant, y Psicología de las concepciones del mundo, de Karl Jaspers.

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En 1924 asistió en Berlín a los seminarios sobre teología cristiana dictados por Romano Guardini y luego comenzó sus estudios en la universidad de Marburgo. Allí cursó Teología protestante con Rudolf Bultmann y Filosofía con Nicolai Hartmann y Martin Heidegger, con quien vivió una extraña historia de amor. En 1926 se inscribió en la universidad de Friburgo para estudiar con Edmund Husserl y con posterioridad en la universidad de Heidelberg, donde en 1928 obtuvo el doctorado con una tesis sobre El concepto de amor en San Agustín, bajo la tutoría académica del filósofo existencialista Karl Jaspers.
En julio de 1933 fue detenida durante ocho días por la Gestapo. Contrariamente a muchos intelectuales alemanes e inclusive judíos que proponían convivir con el régimen nacional socialista, ella rechazó la “adaptación” y postuló una lucha más frontal. Pero esa detención la convenció de que debía emigrar, y recaló en París.
En abril de 1936 conoció a Heinrich Blücher (1899-1970), con quien se casó el 16 de enero de 1940. En París trabó amistad con refugiados alemanes como Walter Benjamin, Bertolt Brecht y Erich Cohn-Bendit, cuyo hijo tendría un resonante protagonismo en 1968. El 5 de mayo de 1940 trece mil judíos residentes en París fueron detenidos para su deportación. Arendt fue conducida al campo de internación de Gurs, donde permaneció cinco semanas, hasta julio de 1940, cuando logró fugar. En Montauban se reencontró con Blücher y por intervención del periodista norteamericano Varian Fry, obtuvieron visas para viajar a Nueva York.
Arendt y Blücher arribaron a Nueva York en mayo de 1941. Inicialmente se alojaron en la casa de una familia radicada en Winchester, estado de Massachussets. En 1951, cuando mejoraron sus ingresos, se mudaron a un departamento en el número 95 de Morningside Drive, decorado con una enorme fotografía de Franz Kafka. Sobre su escritorio, Hannah colocó otras dos fotografías: una de Blücher y la otra de Heidegger.
En 1951 Hannah obtuvo la ciudadanía estadounidense y en 1953 le ofrecieron una cátedra temporal en el Brooklyn College de Nueva York. Para esa fecha ya había publicado su polémico libro sobre Los orígenes del totalitarismo. En abril de 1959 obtuvo una cátedra como profesora invitada en la universidad de Princeton y fue la primera mujer en enseñar en esa casa de estudios. Entre 1963 y 1967 dictó clases en la Universidad de Chicago y de 1967 hasta 1975 en la New School for Social Research de Nueva York. Su producción bibliográfica incluye, entre otros, estos títulos: Visita en Alemania. Las consecuencias del régimen nazi (1950), La condición humana (1958), Sobre la revolución (1963) y Hombres en tiempos de oscuridad (1968).
En Los orígenes del totalitarismo (1951) expuso sus ideas políticas. El libro es una obra de “antropología política” y se divide en tres partes: Antisemitismo, Imperialismo y Totalitarismo, en las que investiga las modalidades del dominio del Estado sobre los ciudadanos, cuando ejerce un abuso del poder. Para Arendt, una característica de los totalitarismos es la lealtad incondicional de sus adeptos, que pueden ser por igual las masas o ciertos exponentes de la élite intelectual y artística.

Arendt y la “banalidad del mal”
Refieriéndose a Eichmann en Jerusalén, Arendt escribió: “Este libro no se ocupa de la historia del mayor desastre sufrido por el pueblo judío, ni tampoco es una crónica del totalitarismo, ni la historia del pueblo alemán en tiempos del Tercer Reich, ni por último tampoco, ni mucho menos, un tratado sobre la naturaleza del mal”.2
Pero a pesar de esta afirmación tan contundente, el libro es todo eso y mucho más. En realidad fueron tres los temas propuestos en ese libro, que también son los principales reproches que le formularon sus detractores. El primero fue la duda respecto del derecho que le asistía a Israel para enjuiciar a Eichmann por haber cometido “crímenes de lesa humanidad”. En coincidencia con esta postura, se cuela la acusación que la autora formuló al gobierno de David Ben Gurión y al fiscal Gideon Hausner de haber montado un proceso de tinte teatral y propagandístico. El segundo tema es la crítica a los consejos judíos de haber participado en la deportación y asesinato de judíos en los campos de concentración y de exterminio, y el tercero es el concepto de la “banalidad del mal”.
Comprendo –escribió– que el subtítulo de la presente obra (Un informe sobre la banalidad del mal) puede dar lugar a una auténtica controversia, ya que cuando hablo de la banalidad del mal lo hago solamente a un nivel estrictamente objetivo, y me limito a señalar un fenómeno que, en el curso del juicio, resultó evidente. Eichmann no era un Yago ni era un Macbeth, y nada pudo estar más lejos de sus intenciones que ‘resultar un villano’. Eichmann carecía de motivos, salvo aquellos demostrados por su extraordinaria diligencia en orden a su personal progreso”.3
Eichmann, culpable de crímenes ominosos, era un hombre común, cuya “normalidad es mucho más aterradora que todas las atrocidades reunidas”, como subraya Arendt. La autora sostiene que eran muchos los “terriblemente normales” y que los crímenes cometidos por Eichmann no fueron consecuencia de una mente diabólica y enferma, o la pintoresca encarnación del mal sobre la tierra, sino de algo más rutinario y banal: la mediocridad absoluta de un burócrata incapaz de desobedecer las órdenes de sus superiores.
Con precisión, Álvaro Abós propone esta reflexión sobre el concepto de “banalidad del mal”: sean cuales fuesen las críticas que se formulen a Hannah Arendt, hay que reconocer que este pensamiento de la autora de La condición humana, se ha inscripto como central en nuestra época. La banalidad de Eichmann ilumina la contradicción entre el inmenso poder que la tecnología ha puesto en quienes ocupan el poder, y la insignificancia de los hombres que lo detentan.4
En Los orígenes del totalitarismo, Arendt propuso el concepto de “mal radical”. La autora lo asocia con el “mal absoluto”, que a su vez remite a Emmanuel Kant, quien lo introdujo en su libro La religión dentro de los límites de la mera razón para plantear la tendencia del ser humano de provocar daño y hacer oídos sordos a los imperativos morales. En cambio, Arendt utiliza la expresión “mal radical” para aludir a las matanzas ejecutadas por los nazis en los campos de concentración y de exterminio, y a la aparición, en esos contextos, de un criminal con características distintas y hasta se podría decir de “nuevo cuño”. Pero después de observar a Eichmann en Jerusalén, Arendt rectificó el concepto de “mal radical” por el de “banalidad del mal”, que le habría sido sugerido por su esposo Heinrich Blücher.
Entonces, ¿qué es la “banalidad del mal? Refiriéndose a la película de Margarthe von Trotta, el sacerdote jesuita mexicano Luis García Orso expresó: “La ‘banalidad del mal’ es lo que realizamos cuando rehusamos comportarnos como seres humanos, con inteligencia, discernimiento, juicio; cuando justificamos nuestros actos diciendo que sólo tenemos que obedecer, cumplir, seguir lo que otros nos dicen, y aceptamos actuar como piezas sin juicio moral de una estructura que en la práctica se revela monstruosa”.5
El error de Eichmann –afirma Tomás Moratalla– fue no “pensar”, que es distinto de “conocer”. Ausencia de pensamiento significa incapacidad de juzgar. Aquí Arendt sigue los análisis kantianos y define esta incapacidad de pensar como: 1) incapacidad de pensar por uno mismo, en el sentido de la máxima kantiana del sapere aude, divisa de la ilustración, es decir, tener el valor de usar el propio entendimiento; 2) imposibilidad de ponerse en el lugar de otro, en el punto de vista del otro, y así considerar las consecuencias de los propios actos; e 3) incapacidad de un pensamiento coherente y consecuente, que tiene mucho que ver con el diálogo de uno mismo con su propia conciencia.6
La renuncia del pensamiento –añade Moratalla– es lo que abre la vía al totalitarismo. Si renunciamos a pensar nos convertimos en piezas de un engranaje, de una gran maquinaria –que tan bien ilustra la película Tiempos modernos de Chaplin–, donde los hombres, cada uno de nosotros, nos convertimos en superfluos. El mundo moderno corre el riesgo de convertir a los seres humanos en superfluos. El pensamiento de Arendt es una llamada de atención contra esta producción de superfluidad. Dejar de pensar supone también negar nuestra responsabilidad, es decir, el alcance de lo que hacemos, los motivos de nuestra acción.
Frente a tantas maldades, ¿por qué Dios las permite? Pues quienes las padecen son sus propias criaturas. Una respuesta podría ser que Dios respeta la libertad de los hombres para hacer el bien y el mal. Alain Resnais comentó en ocasión de filmar Noche y niebla, que un sobreviviente de un campo de concentración le dijo que, en cierta ocasión, observando a un hombre colgado de una horca, le preguntó a otro prisionero “¿Dónde está Dios?”, y éste, señalando a la víctima, le respondió: “Dios está colgado allí”.
“Lo que yo quiero es comprender”, afirma Hannah Arendt en el filme de Von Trotta. Ella tuvo el talento de entender y el coraje de exponer lo que había comprendido. Su principal “pecado” fue la “insumisión” a la “identidad nacional judía”. Cuando las comunidades judías de Nueva York y de Europa esperaban de Arendt, por sus antecedentes y su propia condición de judía, una total adhesión a la causa del sionismo, ella les ofreció una respuesta racional. ¿Por qué? Porque la obligación moral del escritor es decir siempre la verdad. Sin verdad no hay realidad.
Estos y otros temas aparecen expuestos en un libro de mi autoría titulado Arendt, Von Trotta y la banalidad del mal, de próxima edición, donde me propuse entender la relatividad de las verdades absolutas; por qué un país de grandes científicos, filósofos y artistas como Alemania pudo ser dominado por un hombre mediocre; por qué eximios intelectuales europeos adhirieron casi ciegamente al estalinismo; por qué en muchos casos los oprimidos tienden a introyectar la imagen del déspota; por qué esa persistencia de los seres humanos en cometer actos de crueldad inaudita, como los degüellos ejecutados por miembros del Estados Islámico. Y responder la pregunta que se formuló el historiador Gershon Scholem: “¿Cómo pudo suceder?”. Sholem se refería al genocidio del pueblo judío, ese “desgarro de la civilización”, como lo calificó el historiador Enzo Traverso.
La coherencia ideológica fue una de las bazas intelectuales de Hannah Arendt. Nunca vendió esa postura por ningún precio, lo que molestó a muchos intelectuales de su tiempo. Y buscó denodadamente la verdad. Del médico napolitano Giuseppe Moscati (1880-1927), canonizado por Juan Pablo II en 1987, se recuerda una frase que constituye una emblemática declaración, también aplicable a la filósofa alemana. Dice así: “Ama la verdad, muéstrate tal como eres, sin fingimientos, sin falsos respetos humanos. Si la verdad te cuesta la persecución, acéptala; si te cuesta el tormento, sopórtalo; y si por la verdad tuvieras que sacrificar tu propia vida, sé fuerte en el sacrificio”.

Notas
1. Daverio, Andrea, en Hannah Arendt. El amor y la libertad, Buenos Aires, Capital Intelectual, 2008.
2. Arendt, Hannah, Eichmann en Jerusalén, Barcelona, DeBolsillo, 2004.
3. Arendt, Hannah, obra citada.
4. Abós, Álvaro, Eichmann en Argentina, Buenos Aires, Edhasa, 2007.
5. García Orso, Luis, “Hannah Arendt”, comentario inédito, Roma, 28 de noviembre de 2013.
6. Moratalla, Tomás, “Hannah Arendt: de la obediencia a la responsabilidad”, en Eidon Nº 40, Universidad Complutense de Madrid, diciembre de 2013.

El autor es crítico de cine, miembro de la Asociación de Cronistas Cinematográficos de Argentina.

7 Readers Commented

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  1. Milagro on 24 diciembre, 2016

    Me gustaría saber si a la fecha, diciembre de 2016, Agustín Neifert ha publicado el libro «Arendt, Von Trotta y la banalidad del mal», y si es posible conseguirlo en Venezuela; donde, seguramente lo saben, estamos amenazados por el totalitarismo.
    Gracias y saludos cordiales.

  2. ¿Cuándo hablaremos también de los innumerables crímenes cometidos por los aliados durante la 2da. Guerra Mundial? De los bombardeos con bombas de fósforo, que quemaban vivos a niños y mujeres, ya que los hombres aptos estaban todos en los frentes de combate. Hamburgo, 40.000 quemados vivos, Dresde, se habla de 350.000 quemados vivos, entre mujeres, niños y refugiados del este, todas las otras ciudades, incluidas italianas y francesas que sufrieron lo mismo, Hiroshima y Nagasaki, mas de 100.000 mujeres y niños quemados vivos en 10 segundos en cada una, el bombardeo de Tokio, casi sobre el final de la guerra. La violaciones de mujeres de cualquier edad (de 7 años a 70 años) cometidas por las tropas norteamericanas desde que pisaron Europa. (cómo eran tan demócratas no dejaban de lado italianas, francesas, igualaban a todas) hasta el momento en que se retiraron de Alemania en 1956/1957, 11/12 años de terminada la guerra. ¿A qué se debe este silencio? ¿Alguna esclerosis, la mala fe, terror a los remordimientos por sus crímenes, o simplemente los negocios impiden girar la cabeza y mirar hacia el otro lado?

    • Milagro Quintero T. on 8 mayo, 2017

      Gracias por la información, ¿podrían, por favor, facilitarme bibliografía para profundizar y/o sustentar esas afirmaciones de quemados vivos y de las violaciones cometidas por los aliados en la 2da. posguerra? Saludos cordiales.

      • Con respecto a las violaciones se puede consultar un libro de Miriam Gebhardt: «Als die Soldaten kamen» (Cuando llegaron los soldados) http://www.pantheon-verlag.de. Con respecto a los bombardeos basta entrar en google imágenes y buscar bombardeo de Dresde, Tokio, Hamburgo…
        o poder haber hablado con algún superviviente. (Un superviviente del bombardeo de Hamburgo me contó como fue la cosa. Ej. gente con el cuerpo incendiado que se arrojaba al agua creyendo poder apagar y al salir, en contacto con el oxígeno, vuelta a arder) Con respecto al caso particular de Dresde hay un libro de un soldado americano prisionero de guerra en Dresde que vivió el bombardeo. El libro se titula «Matadero cinco» y su autor Kurth Vonnegut.

    • Marcelo on 4 agosto, 2019

      Quien siembra vientos , cosecha tempestades.

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