Marplatenses

“De acá voy a salir sólo si me echan, o con los pies para adelante”, dijo varias veces el maestro Martínez Suárez, refiriéndose a su cargo como presidente del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Con 90 años, firme en el puesto desde los 84, es el conductor de festivales más viejo del mundo, y uno de los más eficientes. Y hay algo que para nosotros lo hace todavía más notable: su independencia política.
Cuando en los ‘90 don Julio Márbiz asumió el reordenamiento del Instituto Nacional de Cinematografía, de inmediato le pidió su colaboración como asesor, y él aceptó en estos términos: “No quiero cobrar nada, no soy peronista ni pienso serlo, y apenas vea algo raro me mando mudar”. Dos hombres de la Pampa Gringa, hijos de inmigrantes (un turco de Noettinger y un andaluz trabajador de Villa Cañás), se encontraron en el amor patrio y sacaron adelante muchas cosas. Ya en este siglo, Jorge Álvarez le ofreció el cargo rentado al frente del festival, y él reiteró las otras dos condiciones. Así continuó después con Liliana Mazure (hoy diputada por el FPV) y Lucrecia Cardoso, siempre en un clima de mutuo respeto y entendimiento.
Por sus virtudes morales, conocimiento, memoria enorme, practicidad, carisma y manejo del humorismo, Martínez Suárez siempre fue ovacionado en todos los encuentros. Para sorpresa de muchos funcionarios, cabe agregar. Bien recordamos la cara de perplejidad de Juan Manuel Abal Medina, entonces jefe de Gabinete, cuando en la presentación oficial de uno de los festivales el público aplaudió más a ese “viejo gorila” que a él. También hemos visto perplejo a Daniel Scioli, pero sólo hasta que le explicaron los chistes. Además, nos consta que al menos un par de veces se acercó a saludar al maestro, sin otra intención que manifestarle su aprecio.

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Muy lamentable resultó entonces el cierre del 30° Festival, el pasado 7 de noviembre. Esa noche, en vez de saludar a la gente de cine de diversas partes del país y del mundo, la señora Teresa Parodi, ministra de Cultura de la Nación, lanzó un discurso partidario decididamente exaltado. Largo, para colmo, y con afirmaciones bastante peregrinas (por ejemplo, aseverar que los premios a nuestros cineastas sólo son posibles gracias al manejo del Estado por parte de su gobierno). Cosa semejante no hemos visto en festivales de cine de Brasil, España, Francia ni Uruguay, que es hasta donde llega por ahora nuestra experiencia. Periodistas de otros lugares comentaron que tampoco pasa en Cuba, donde apenas se estilan algunos saludos a “nuestro querido comandante”.
Valga la aclaración: el discurso estuvo fuera de lugar, pero no de audiencia, porque buena parte de la sala había sido ocupada por miembros de Unidos y Organizados, que venían del 5° Encuentro Nacional de Comunicación Audiovisual paralelo al Festival, amén de unos cuantos funcionarios y empleados de organismos públicos. Después tendría que haber hablado Martínez Suárez. Directamente se retiró del escenario y sólo volvió más tarde para entregarle el premio Alfredo Alcón a Guillermo Francella.

Para tener en cuenta
El festival marplatense funciona de ese modo. Una mezcla más o menos equilibrada, entre Bafici Playero, Gran Celebración del Viejo Cine Nacional, con películas bien restauradas por IncaaTV y otras entidades, presentación de nuevas generaciones, vidriera de curiosidades para todo público, respetable ventana a la historia del cine universal, todo por el mismo precio y a la misma hora, como un gran tenedor libre. Y también a la misma hora, gratis, variedad de presentaciones de libros y revistas, charlas, talleres y seminarios, homenajes y ocasionales festejos. Inabarcable, ostentoso fárrago de actividades, en cantidad superior a la que pudiera encontrarse en el mismo Cannes.

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Para nosotros, sobresale el recuerdo de una noche, con Los cuatro jinetes del Apocalipsis, de Rex Ingram (1921), en copia fabulosamente restaurada por los historiadores Kevin Bronlow y David Gill, proyectada en 35 mm. en un aparato de velocidad variable instalado al efecto, a cargo de dos técnicos especializados, y, lo máximo, con música en vivo a cargo de la Orquesta Sinfónica de Mar del Plata, esta vez dirigida por su anterior titular, el maestro Guillermo Becerra. Dos horas y media de una historia conmovedora, con una música que ponía piel de gallina y la sala del Colón marplatense repleta hasta el gallinero. Las ovaciones fueron atronadoras.
Para mayor emoción, dio la casualidad que nos sentamos junto a la orgullosa madre de uno de los músicos. Cuando él era niño, iban al paraíso a escuchar la Sinfónica, y ahora él es uno de sus integrantes, y ella lo mira desde la tertulia. Eso es digno de una película, y ya esa misma noche nos sentimos tan satisfechos que podríamos habernos vuelto a casa al otro día.
Lo mismo después de ver la canadiense Remember, de Atom Egoyan, auténtico regocijo pese a tratarse de un drama, o más bien un thriller de la tercera edad, con toquecitos hitchcockianos y remates de humor negro. La historia desarrolla el plan de dos viejos judíos para ubicar y ultimar al nazi que mató sus familias en Auschwitz. El problema es que hay cuatro alemanes con el mismo nombre. Y que el encargado de apretar el gatillo tiene demencia senil. Como corresponde a una película de Egoyan, eso no es todo. Por debajo corren sus habituales vueltas de tuerca sobre pasados oscuros, artificios, culpas y morbosidades. Y a la vista, corre Christopher Plummer rumbo a los mayores premios de la temporada. Lo impulsan Martin Landau, Dean Norris, Bruno Ganz, Jurgen Prochnow y un guión formidable.

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Muy bien hecha, ese es el nivel que el público espera de las películas en competencia. Para mayor placer, el propio Atom Egoyan presentó la película. Un encanto de persona, quién diría que es el autor de obras tan dolorosas como Un dulce porvenir y El viaje de Felicia. Remember se ganó con justa razón el Voto del Público, y también merecía ganarse los premios de mejor actor y mejor guión, que, sin embargo, fueron a parar al drama chileno El club, de Pablo Larraín, tortuosa adaptación de una fantasía teatral de enfoque anticlerical, con fotografía intencionalmente desenfocada. Película que gusta a ciertos cinéfilos, y disgusta totalmente a los cinófilos, porque en una parte matan salvaje y gratuitamente a unos pobres galgos.
La película ganadora, por suerte, es buena, y fue la segunda más votada del público: El abrazo de la serpiente, de Ciro Guerra, coproducción colombiano-argentina que asombra e hipnotiza con una historia en dos partes sobre la relación entre exploradores científicos y conocedores indígenas de la selva amazónica. Además, la fotografía en blanco y negro es hipnótica. Figura destacada, allí estuvo don Antonio Bolívar Salvador Yangiama, ecologista de mérito que hace de indio viejo y es un auténtico indio que ahora alterna entre la selva, Bogotá, Cannes, donde estuvo en mayo último, y Mar del Plata. No hubo estrellas internacionales, pero sí gente que vale la pena conocer.
De esta película, así como de otras de diverso mérito, como Camino a La Paz, La luz incidente, ¿Qué horas ela volta?, 11 minutos, La isla del viento, ya hablaremos, si Dios quiere, a medida que se estrenen. Por lo pronto se estrena el documental Un tango más, de Germán Kral, con la historia muy bien contada de las búsquedas, triunfos, amores y desamores de Juan Carlos Copes y María Nieves. Ambos artistas estuvieron en la presentación, cada uno a un lado del director, y sin mirarse entre ellos. Cosas del tango.

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