Con la irrupción de un personaje como Donald Trump en el panorama político vuelve a adquirir vigencia el eterno problema del autoritarismo y el prejuicio.

A partir del surgimiento del nazismo,junto a otros temas afines, el autoritarismo fue objeto central de la reflexión de gran parte de los pensadores de su tiempo y generó una natural búsqueda por comprender su esencia y su génesis, y esa indagación resultó la propulsora de la psicología social, hasta entonces no configurada como disciplina.
Las investigaciones devinieron en el hallazgo de la existencia de una estructura mental y caracterológica básica entre los miles de entrevistados que los autores denominaron “personalidad autoritaria”, siempre ligada al prejuicio social.1
Según los resultados, la esencia de la conducta autoritaria está en la estructura de carácter enraizada en el núcleo de la personalidad y es determinante de su mentalidad y su conducta. Podemos encontrar personalidades autoritarias tanto entre revolucionarios o progresistas como entre conservadores. Es decir: el peligro del autoritarismo y del abuso del poder, con diferentes grados y matices, acecha permanentemente en cualquier sistema político.
Así, el carácter autoritario está al servicio de necesidades profundas de estas personas y cumplen una función imprescindible para el mantenimiento de su integración psíquica y de su identidad personal.

¿Es modificable la personalidad autoritaria?2
Esclarecido el diagnóstico, no es menos importante el pronóstico. Y el pronóstico acerca de las conductas autoritarias y su posibilidad de cambio siempre ha resultado preocupante. Los ejemplos históricos son una muestra de la obstinación de esas personalidades. Los personajes de esta índole terminan sin desprenderse de su espíritu prejuicioso. Se necesita mucho tiempo, experiencia y sufrimiento para que alguien pueda decir sin mentir que se ha convertido en “león herbívoro”.
Una vez que el carácter se ha establecido, como el peculiar estilo de vida de una persona, esta configuración psicológica se hace difícilmente modificable, ya que constituye una “visión del mundo” y una “actitud de vida” que tiende a hacerse impermeable a los datos de la realidad.
En esa estructura mental, la actitud prejuiciosa ocupa un papel preponderante; de ahí su difícil modificabilidad, ya que, como dijera un especialista en el tema, “a veces, es más difícil desintegrar un prejuicio que un átomo”.
Claro está que rigidez caracterológica no es igual a firmeza o invulnerabilidad ética. No es lo mismo la obcecación de un Videla que la perseverancia de un Gandhi.
El autoritarismo se rigidiza ante los dictados de la razón y las pruebas de la realidad, mientras que la persona ética es insobornable por fidelidad a sus principios. La actitud del autoritarismo es defensiva; la actitud moralinclaudicable, en cambio, es superadora y está más allá del temor. Cuando Alem dijo: “Se rompe pero no se dobla”, estaba defendiendo la intransigencia ética, no el dogmatismo arbitrario. Los mártires de la Iglesia primitiva, o Mandela en nuestro tiempo, si “no se doblegaron”, no fue por fanatismo ideológico sino por la fortaleza y la madurez de su convicción moral.
Si no queremos caer en la trampa de un optimismo ingenuo, es necesario tener presente siempre y convencerse, oyendo los resultados de las investigaciones psicosociales y la experiencia histórica, que de estas personalidades podemos esperar formas de gatopardismo o de recursos distractivos más bien que un cambio genuino de actitud fundamental. Y es previsible que en el diálogo que ofrezcan, busquen más una cooptación del otro que una sana negociación. Pueden esperarse cambios tácticos, pero no modificaciones estratégicas. Es decir: no se ha de desconocer la profunda fijeza de esas estructuras caracterológicas.

1. T.W.Adorno, E. FrenkelBrunswik y otros, La personalidad autoritaria (Buenos Aires, Proyección, 1965); Otto Klineberg, Psicología Social, Cap. XIX (F.C.E. 1963); G.W.Allport,La naturaleza del prejuicio (Eudeba 1962). Ver también sobre el tema: E. Fromm,El miedo a la libertad,Caps.V yVI(Paidós, 1962) y El amor a la vida,Cap VI (Paidós, 1985).
2. Prácticamente estamos transcribiendo aquí lo expresado en nuestra obra, cuya autoría compartimos con M. A. Espeche Gil, Política para todos (págs. 120-123), Buenos Aires, SB, 2011.

1 Readers Commented

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  1. Susana Parody on 3 agosto, 2019

    Sería interesante también, analizar la necesidad de algunos ciudadanos que lo gobiernen figuras autoritarias.

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