Su presencia en el escenario del Teatro Colón es ante todo un desafío al tiempo porque con sus vitales 84 años, la labor de Michel Legrand dirigiendo una orquesta, tocando el piano o simplemente contando al público argentino lo que iba a escuchar es una síntesis de buena parte de la historia del cine, y qué dudarlo, dentro de las bandas sonoras de las más célebres.
Michel Legran en el 18 BAFICISu labor se remonta, luego de un corto documental y trabajos menores, a 1957, cuando realizó la banda sonora de El hombre del triciclo de Jacques Pinoteau. En esos años estaban en actividad compositores como Dimiri Tiomkin, Alfred Newman, Victor Young, Malcom Arnold (que ganaría el Oscar de ese año por la partitura de El puente sobre el río Kwai), Elmer Bernstein, Miklós Rózsa, Bernard Herrmann y Franz Waxman. Comenzaba a asomarse al mundo la gran labor de Nino Rota, como el universo sonoro del impar Fellini; Georges Delerue hacía lo propio con el padre de la Nouvelle Vague Francois Truffaut y también se había aplaudido al francés Maurice Le Roux por su trabajo en El globo rojo de Lamorisse. Todos ellos ya están en los libros de historia mientras Michel Legrand sigue tocando. Con todo, su partitura es probablemente el ensamble perfecto entre la magnificencia y las orquestaciones complejas de los años cincuenta y la música ligera con base en el leivmotiv que tuvo un exponente clave en la siguiente década –como Henry Mancini– y donde también brillaron Ennio Morricone y Maurice Jarre. Pero Michel Legrand continúa tocando…
Y así lo hizo en los primeros días del BAFICI, con un extraordinario concierto en el Teatro Colón. Nadie quiso perdérselo, y desde un comienzo el veterano maestro apostó a lo grande con su memorable suite de Los paraguas de Cherburgo, aquella que encontró la asociación plena entre su música, la magnificencia visual de Jacques Demy y la belleza juvenil de Catherine Deneuve. Fue el prólogo a casi dos horas de intensa emoción y notable vuelo estilístico; no sólo tuvo luz propia la calidad del veterano maestro francés sino también lució su compromiso la Orquesta estable del Teatro Colón, el concertino adjunto Oleg Pishenin (cuyo violín en esta suite provocó la felicitación admirada de su autor), y el maestro preparador Fabrizio Danei, que con inocultable histrionismo más propio del verissmo se encargó con solvencia de la batuta cuando Legrand optaba por acompañar desde el piano.
Luego de Los paraguas… continuó la pieza que remite al conflicto de la Guerra Fría con Estación Polar Cebra, de Preston Sturges, y alguna parte del público quería algún otro hit. Como todo autor prolífico, con casi 200 partituras para la pantalla, seguramente más de un espectador recordó algún otro Demy, como Lola o Las señoritas de Rochefort; la música del Godard de Una mujer es una mujer o Vivir su vida; el Wajda de Un amor en Alemania o aquella que, en dúo con Francis Lai, fue un éxito absoluto del mercado discográfico argentino: Los unos y los otros, de Claude Lelouch.
Pero luego de El verano de Picasso, continuó otro hit como Verano del 42, y aquí quedaría claro que el concierto sería dominado por los Academy Awards, premio Oscar que Legrand obtuvo en tres oportunidades, añadiendo a la sensible melodía que enmarcaba la historia de amor de Jennifer O’Neill y Gary Grimes: Yentl (Oscar 1984), y The Windmills of your mind (Oscar a la mejor canción 69 por El caso Thomas Crown) que cerró su presentación en Buenos Aires.
Como no podía ser de otro modo en Legrand, su dominio del piano siguió deslumbrando, alternando delicadeza con swing y ritmo. De igual manera que combinó la gran obra sinfónica de corte barroco para Les Maries d l’ian II de Jean Paul Rappeneau con la chanson francesa y la fantástica labor de Oriana Favaro, que fue cobrando templaza en cada tema hasta culminar con una ovación.
De cerca se notaron ligeros cabildeos, una partitura resbaladiza cuando se le quiso dar vuelta de página, o cuando Michel Legrand olvidó el nombre del protagonista de The Hunter (El implacable), y nadie pudo ayudarlo. Quizás por el título original o porque el veterano maestro tiene mejor memoria que todo el auditorio dado que recordó todas sus partituras, conversó generosamente con la audiencia y, cuando ya se esperaba despejar la incógnita a posteriori en la virtualidad de Google, dijo: “Ahh, Steve McQueen”. Indudablemente el apellido Legrand es sinónimo de buena memoria.

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