Caminando una mañana por el claustro de la Iglesia Nuestra Señora de la Merced, Eugenio me contaba que en su casa, en Flores, “hacían música”. Recordaba que su madre cantaba el Addio de Tosti. A esa mención, recordé que en casa, en Montevideo, cuando yo era chico, también se “hacía música”. Para escucharla, yo me asomaba desde una puerta. Mi padre tocaba el violoncello; el Addio me era conocido.
Así eran nuestras reuniones con monseñor Eugenio Guasta. De los temas específicos sobre nuevos proyectos y remodelaciones en la iglesia y casa parroquial de la Merced pasábamos a temas como el que acabo de mencionar.
guastaTenemos que agradecer que Guasta fuera nombrado párroco de la Basílica Nuestra Señora de la Merced, Monumento Histórico Nacional, proyectada por el hermano jesuita Andrea Bianchi, autor también de varios monumentos históricos en el país y participante en el concurso de anteproyectos de San Giovanni Laterano en Roma.
Conocía a Eugenio de nombre, por amigos, y lo conocí personalmente un día en el que fuimos juntos a comer a lo de un amigo común. En esa oportunidad, me dijo que gracias a una donación se había restaurado el órgano Walcker situado en el coro de la iglesia. La música aparece, para él, como una de las prioridades para las celebraciones litúrgicas. A partir de ese encuentro, y merced a la generosidad de amigos y empresas, comenzamos a trabajar juntos.
Otra de las prioridades era que la palabra debería ser escuchada con claridad en todos los lugares del templo y, para ello, después de estudiar varias alternativas, se eligió un equipo de alta fidelidad de sonido. La palabra y la música se unían a la liturgia.
Los dos proponíamos ideas, algunas mías las aceptaba Eugenio y otras no. Yo aceptaba ideas de él y le proponía transformarlas. El era quien vivía y conocía ese lugar. Era notable la preocupación que tenía por el detalle sin perder de vista la totalidad.
A la música y a la palabra se fueron incorporando, entre otros, la restauración arquitectónica, la pintura, la imaginería y los vitrales. Augusto Rodin, en su libro Las Catedrales de Francia, se refiere al grandioso lenguaje de la catedral francesa, lenguaje que podemos asimilar en el caso de La Merced: “Aquí, la idea se incorpora al monumento mismo: es la piedra la que habla. La construcción y la decoración, la arquitectura y la doctrina se casan y se fundan en uno”.
Al tiempo que se mejoraba la calidad del templo, comenzó a adecuarse el ámbito privado, el lugar de los sacerdotes, ese lugar al cual el jesuita Dalmacio Sobrón, en su libro sobre Andrea Bianchi, refería: “detrás del muro testero, una tapera”. Barrio Chino, lo llamaba Eugenio, construido en parte sobre la bóveda de la sacristía; una aberración para nosotros, arquitectos. Este espacio se transformaría en lugares comunes de uso para los sacerdotes permanentes o visitantes de la parroquia, y se conectaría con los sectores de los dormitorios con sus lugares de estudio.
Guasta contribuyó a crear una relación de amistad entre los especialistas que participaron en diferentes trabajos, como Marcelo Magadán en restauración arquitectónica y Teresa Gowland y su equipo en la delicada restauración de las bóvedas, la cúpula y el retablo del altar mayor. También Ricardo Paz y Juan Martín y Herrera en la original y expresiva puerta de algarrobo del oratorio de la casa parroquial; Fivaller Jorge Subirats en los vitrales, Oscar Palermo y Cristian Untoiglich en la restauracion de madera, la arquitecta Marcela Gagliano en iluminación; Blas Castagna en el nuevo altar revestido en alpaca y muchas otras personas que han contribuido a redescubrir obras de arte escondidas por el paso del tiempo.
Como la literatura, la historia ocupaba un lugar importante en la vida de Eugenio. En los últimos años, y posibilitado por una donacion privada, pudo realizar una de sus ideas: adecuar varios lugares, con acceso a través del ingreso al claustro, con destino al Archivo Histórico, el más antiguo de la ciudad. Esta remodelación, realizada de acuerdo con las técnicas modernas, ha permitido la investigación de los expertos e interesados en el tema. “Un archivo representa el pasado. A la historia no hay que tenerla guardada. El pasado es fuente de inspiración para nuestra patria”, dijo el entonces cardenal Jorge Bergoglio en el acto de bendición de las instalaciones.
Estar con Eugenio era siempre encontrarse con sorpresas. Comentarios como “¿No sería mejor pintar la iglesia de blanco como era originalmente? No, no lo va a aceptar Schenone…”. En sus almuerzos, conocíamos o nos reencontrábamos con antiguos amigos: María Reneé Cura, monseñor Jorge Mejía, Julio César Saguier, Mabel y María Castellano Fotheringham, José María Poirier…
En nuestras conversaciones surgían las referencias a lugares que quedaron fijas en su memoria durante sus años de estudios en Roma, lugares vecinos a San Giorgio in Velabro, donde vivió un tiempo su amiga Lucrecia de Oliveira Cézar de García Arias, uno de los sitios emblemáticos de Roma, también muy significativo para mí.
Estar con Eugenio era tambien viajar junto con él. En sus últimos años, en el Hogar Sacerdotal de Flores, cuyo traslado, como él comentaba, “fue muy conversado”, en cada visita nos mostraba, en su computadora, imágenes que eran parte de su vida. “Las Hermanitas de Priscila”, en las afueras de Asís, donde tejían las maravillosas casullas de lino que hoy están cuidadas en un armario hecho especialmente en la sacristía de la iglesia por el artesano Oscar Palermo.
La música, la palabra, la arquitectura, las bellas artes, la religión me dan pie para otra cita de Rodin en Las Catedrales de Francia en la que se refiere a los grandes artistas del siglo XII, del XIII y del Renacimiento hasta el fin del XVIII: “El arte era para ellos una de las alas del amor; la religión era la otra. El arte y la religión daban a la humanidad todas las certidumbres de que tiene necesidad para vivir y que ignoran las épocas imbuídas de indiferencia, esa niebla moral”. De este espíritu estaba imbuido Eugenio, eso era lo que él transmitía.
En el año 2011 a monseñor Guasta le otorgaron el premio “Gratia Artis” instituido por Basilio Uribe en la Academia Nacional de Bellas Artes. Al recibir el premio, Eugenio dijo, parafraseando a alguien: “se me premia por haber hecho lo que simplemente traté de hacer toda la vida, vivir como discípulo y comunicar a otros lo que me brindaron”.

El autor es arquitecto

1 Readers Commented

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  1. Roque Sanguinetti on 17 diciembre, 2018

    Excelente, un verdadero representante de la verdadera cultura. Recomiendo su también excelente libro Papeles sobre ciudades.

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