María Antonia de Paz y Figueroa (1730-1799). Una beata jesuita

fragmentos del artículo sobre María Antonia de Paz y Figueroa (1730-1799) originalmente publicado en La Civiltà Cattolica 2016 III 301-312 / 3987-3988.

El Papa Francisco incorporará a la sierva de Dios argentina, María Antonia de Paz y Figueroa, al Libro de los Beatos el 27 de agosto próximo. María Antonia es una de esas santas evangelizadoras de pueblos que el papa Francisco está canonizando: caminadora, alegre, comunicativa, de aquellas “que salen, que buscan, que van… no por impulso de su carácter subjetivo, ni por un encargo divino unilateral, sino porque, levantando la mirada (…), han visto multitudes de pueblos que andan como ovejas sin pastor”(1).

Breve biografía
Algunos datos de su vida nos pueden dar una primera imagen de esta pro-motora de los Ejercicios Espirituales populares que fue María Antonia de San José, nombre que eligió como religiosa. Nació en 1730 en la provincia de Santiago del Estero, que en aquel entonces pertenecía a la Gobernación del Tucumán y era parte del Virreinato del Perú. España dividió América en dos inmensos Virreinatos cuya organización duró 300 años. El de Nueva España (1536-1821), que abarcaba todo el oeste y sur de los actuales EEUU, México, Centroamérica, Cuba y Venezuela, y el Virreinato del Perú (1542-1821), que abarcaba desde Panamá hasta la Patagonia, incluyendo gran parte del actual Brasil. Este Virreinato se fue dividiendo y dio lu-gar a otros dos: el de Nueva Granada en 1717 y el del Río de la Plata, que es el que nos interesa aquí, en 1776.
A los 15 años María Antonia vistió el hábito de Beata Jesuita o de la Compañía (2) e hizo votos privados consagrándose al apostolado, la oración y la penitencia. Estas colaboradoras de los jesuitas desempeñaban tareas de servicio y apostolado, visitando y cuidando enfermos, cosiendo y bordando, enseñando catecismo a los pequeños, repartiendo limosnas a los pobres y ayudando en la organización de los Ejercicios.
En 1768, luego de la expulsión de los jesuitas, su vida cambió radicalmente: María Antonia comenzó su apostolado de los Ejercicios Espirituales organizando su primera misión popular en Santiago del Estero. Durante los años 1773-1775 llevó adelante dos misiones: una en la región de Salta del Tucumán, en el límite con Bolivia, donde obtuvo licencias del Obispo para ejercer con las más amplias facultades su ministerio en toda la diócesis. La otra en la región de la cordillera de los Andes, donde organizó siete tandas de Ejercicios en La Rioja, ciudad pobrísima en la que, sin contar con medios, hizo sus ejercicios la ciudad entera y todo el mundo contribuyó con sus limosnas.
Entre los años 1777-1779 realizó su cuarta misión en Córdoba, organizando 14 tandas de Ejercicios. Desde 1610 había funcionado en Córdoba el Colegio Máximo de los jesuitas a quienes el Obispo Trejo les había confiado la Universidad de Córdoba en 1613, polo de irradiación cultural de toda la región, ya que Lima quedaba muy lejos. A esta ciudad culta llegó una María Antonia pobre, sin autoridad visible y proponiendo a la gente hacer los Ejercicios Espirituales que antes daban los jesuitas. La primera reacción fue de creerla ilusa e ignorante. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de su santidad y en gran número se acercó la gente a sus Ejercicios. Fue en Córdoba donde María Antonia confió a las monjas Teresas rezar misas a San José por la pronta restauración de la Compañía, que ella esperaba con fe cierta.
A finales de 1779 se trasladó a Buenos Aires. En la gran ciudad fue nueva-mente mal recibida y repudiada al comienzo, tanto que se tuvo que refugiar, literalmente, en la Iglesia de la Piedad (donde hoy descansan sus restos). Durante un largo año el Obispo y el Virrey de Vértiz examinaron a María Antonia hasta que al final decidieron a aprobar y promover su misión. Abrió así la Primera Casa de Ejercicios y comenzó a conseguir sacerdotes que dieron los Ejercicios con mucho éxito. Durante el año siguiente, 1781, los Ejercicios se dieron ininterrumpidamente en tandas que superaban las 200 personas. En cuatro años ya habían hecho sus Ejercicios más de 15.000 personas y solicitaban la presencia de María Antonia tanto en Córdoba como en Uruguay, pero ella permaneció en Buenos Aires.
Durante los años 1782-1784, mientras continuaba con la fundación de la segunda Casa de Ejercicios, iba pidiendo regularmente a las autoridades eclesiales que la reconocieran y bendijeran su tarea. Aunque nunca la agradó buscar recomendaciones las necesitaba para su misión. Bien al estilo de Ignacio que en todas las cosas pedía la confirmación de la Iglesia. Al Papa le mandó pedir le otorgara la facultad de elegir sucesora mujer y también de poder elegir a los sacerdotes que daban los Ejercicios, ya que este fue siempre su carisma: elegir buenos predicado-res, cercanos a la gente. Es la misma gracia que tendría el Beato José Gabriel Brochero, años después.
En 1785 dio comienzo al “Beaterío” –agrupación de mujeres que se consagraban al servicio de la obra de los Ejercicios. En los Ejercicios no se hacía distinción de personas. Las señoras y los patrones servían a sus criados en pie de igualdad: “no recusan mezclarse (hablo de las señoras principales) con las pobrecitas domésticas, negras y pardas que admito con ellas” (3).
En 1787 María Antonia recibió la anhelada Carta de Hermandad jesuítica de parte del Vicario General de la Compañía de Jesús en Rusia (Carta fechada en abril del 1786).
En 1788 comienza a flaquear su salud. Se escrituran los terrenos para la actual Casa de Ejercicios en el barrio de la Concepción.
Entre los años 1790-1797 continúa la obra ininterrumpida de los Ejercicios y la fatigosa construcción de la Casa.
En marzo de 1799 cae gravemente enferma y redacta su testamento. Fallece el 7 de marzo de 1799.

Un personaje singular
Podemos decir que la imagen que se ha difundido y que ha quedado de María Antonia es la de un personaje singular. Se recuerda como hecho anecdótico que tras la expulsión de los jesuitas, en 1767, se dedicó a propagar los Ejercicios Espirituales; que organizó tandas con mucha gente y que de sus manos salieron milagros de multiplicación de panes para los ejercitantes y para los pobres.
Se sabe, pero menos, que sus cartas y escritos –en especial el fascículo “El estandarte de la mujer fuerte”(4) fueron difundidos y traducidos por los jesuitas de la Compañía suprimida. Se recuerda su apodo, Mama Antula, diminutivo de Antonia que, como ya no se usa, ha perdido la connotación cariñosa con que resonaba en los oídos de sus contemporáneos.
En este artículo queremos poner de relieve el hecho de que popularmente se la llamara “Mamá”, además de subrayar el espíritu jesuítico que supo encarnar haciendo obras mayores que sus maestros y guías espirituales. A la luz de la inminente beatificación se comienza a apreciar, en su real significación, el significado profundo de la gracia de su maternidad espiritual sobre el pueblo argentino, al final de la época colonial y en el primer período de la independencia.

El marco geopolítico
Para contextualizar la figura de María Antonia en su época es necesaria una breve reflexión sobre el marco geopolítico y sobre lo que la expulsión de la Compañía de Jesús ha significado para nuestros pueblos latinoamericanos.
La expulsión de los 2.630 jesuitas(5) que trabajaban de los territorios de la corona española en América fue, al decir de los documentos oficiales de la época(6), una operación “perfecta”: no se filtró absolutamente nada y fue realizada simultáneamente en todo el inmenso territorio entre la noche del 31 de marzo y el 2 de abril de 1767. Este hecho da la idea de lo que significaba ser gobernados por un poder central, que durante 300 años había organizado la vida de gran parte del continente americano. Era un poder muy lejano para influir en muchas cosas de la vida cotidiana de las colonias, que desarrollaron su propia vida cultural, pero decisivo a la hora de dividir un territorio, organizar en una dirección todo el comercio, poner o sacar una autoridad o, como en el caso de los jesuitas, desarmar en dos días un trabajo de 200 años.
Si miramos el mapa en el que transcurre la vida de María Antonia, vemos que la sociedad en que había vivido y crecido había estado protegida, en gran medida, de las guerras europeas y organizada como un gran todo unitario durante los 234 años del Virreinato del Perú. Esta sociedad pasará a formar parte de un Virreinato del Río de La Plata (7) más pequeño y de breve duración (34 años), y luego participará en las vicisitudes de las guerras de independencia y las divisiones políticas de las nuevas naciones.
La ciudad de Buenos Aires en la que María Antonia desempeñará 19 años de trabajo apostólico es, a su llegada, la flamante capital del nuevo Virreinato(8). Las ciudades de los extensos territorios del sur de América eran pequeñas. Buenos Aires contaba con 37.679 habitantes (según el primer censo de 1778). Córdoba tenía 40.000, Santiago del Estero, cerca de 30.000. Salta 10.543 habitantes. La población de todo el territorio en que vivió María Antonia fue de unos 400.000 habitantes en la última mitad del siglo XVIII. Pues bien, se calcula que María Antonia organizó Ejercicios Espirituales de San Ignacio para más de 100.000 personas. En los diez días de silencio, oración y mutuo servicio humilde, en grupos de 200 y hasta de 400 personas, convivían Virreyes y sirvientes, Obispos, curas y laicos que María Antonia, como verdadera madre de todos, convocaba y cuidaba diligentemente. Esta convocatoria que movilizaba toda una sociedad en torno a la práctica exigente de los ejercicios, práctica que crea conciencia y fortalece la libertad, era signo de un pueblo unificado y con una fuerte identidad.
La ruptura política con el pasado colonial trajo consigo un cierto dejar en el olvido esa memoria que podemos llamar “cultural”. Es una memoria, en cambio, que debería perderse nunca , porque es una riqueza que da identidad a una sociedad, más allá de los cambios políticos. La figura de María Antonia es una de esas que hacen de puente entre el pasado de nuestra “Patria Grande” y el presente de nuestra Nación Argentina.

El impacto cultural de la expulsión de los jesuitas
Al momento de la expulsión de los jesuitas, en las gobernaciones de Buenos Aires, Córdoba, el Tucumán, la Compañía de Jesús tenía 60 casas, de las cuales 14 eran Colegios; llevaba adelante 16 Reducciones sobre el Río Uruguay, 13 sobre el Paraná, 8 en el Gran Chaco, 10 entre los indios Chiquitos. Los jesuitas eran 457, de los cuales 53 alemanes, 17 italianos, 4 ingleses. 81 eran criollos y los otros 300 españoles (9).
Es difícil medir el impacto de la expulsión de los jesuitas en la sociedad del Virreinato del Río de la Plata. La acogida que tuvo la propuesta de María Antonia de hacer los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, puede ser un indicador valioso -personal y colectivo- de cuánto valoraba el pueblo de Dios a sus pastores. Pensemos que la Pragmática Sanción con que el Rey expulsó a los jesuitas de sus tierras, en los artículos 13-19, decretaba la imposición de duros castigos a los que se atreviesen a mantener relación aunque solo fuese por correspondencia con los jesuitas. El deseo era “borrar su memoria”. Por eso decimos que la respuesta de la gente a la propuesta espiritual de María Antonia fue muy significativa si se lee en clave de “conservar la memoria”.
El padre Guillermo Furlong S.I. en su libro Los jesuitas y la cultura rioplatense (10), hace notar que entre 1586, año en que llegaron los dos primeros jesuitas a Santiago del Estero y 1767, año de la expulsión, trabajaron en esas regiones australes más de 1.000 jesuitas, de los cuales al menos 300 en vida y después de muer-tos fueron tenidos por el pueblo como hombres santos y de virtudes heroicas. Otros 400 se distinguieron por una entrega por encima de lo común. Estos hombres son en su mayoría desconocidos, pero su obra de conjunto se puede ver por los frutos.
Resalta, por supuesto, al ver las Ruinas jesuíticas, el trabajo de construcción y de organización política de las Reducciones de Paraguay, Argentina y Sur de Brasil. Pero no fue de menor magnitud el trabajo de inculturación que llevaron a cabo, aprendiendo lenguas y costumbres de los pueblos que evangelizaban. Consta en los documentos de la Compañía la reunión que en septiembre de 1578 tuvo en el Cusco el visitador P. Juan de la Plaza con los PP. José de Acosta (provincial), Juan de Montoya, Jerónimo Ruiz del Portillo, Alonso de Barzana y Luis López, en la que se dispuso que en las doctrinas y colegios se diesen facilidades a los jesuitas para el aprendizaje de idiomas (11). Del Padre Alonso de Barzana, a quien se comparaba en la época con san Francisco Javier, decía su compañero, el Padre Añasco: “viejo de sesenta y cinco años, sin dientes ni muelas, con suma pobreza, con profundísima humildad … haciéndose viejo con el viejo y con la vieja hecho tierra, sentándose por estos suelos para ganarlos para Cristo, y con los caciques e indios particulares, muchachos y niños, con tanta ansia de llevarlos al Señor que parece le revienta el corazón” (12).
El padre Barzana impulsó orgánicamente el aprendizaje de lenguas en todo el Virreinato. Comenzó el estudio del quechua en Sevilla, en 1567, en espera de embarcarse a Lima en la primera expedición de jesuitas. Se le abrió un nuevo cam-po de acción en las lenguas aymara y puquina con la fundación de casas en la doctrina de Juli en 1577 y en la ciudad de La Paz (en la actual Bolivia) en 1582. Enviado al Tucumán (en la actual Argentina) en 1585, Barzana aprendió allí las lenguas tonocoté y kakana, en las que dejó apuntes manuscritos de gramáticas y catecismos. Destinado a Asunción en 1594, se puso a aprender el guaraní a los 64 años de edad.
Como contraparte, podemos imaginar la satisfacción de un Nicolás Yapuguay, cacique del pueblo de Santa María la Mayor (actual Misiones, Argentina), considerado el mejor escritor guaraní de su época(13), cuando tuvo en sus manos el primer ejemplar de su libro “Explicación del catecismo en lengua guaraní” (1724), impreso en su imprenta, la que desde hacía 24 años funcionaban en el territorio que él gobernaba (mientras en Buenos Aires no hubo una hasta 1780).
En esa imprenta de frontera, con caracteres de plomo en guaraní, que imprimía en papel autóctono la traducción del catecismo llevada a cabo por un cacique aborigen, se ve en acto lo que hoy llamamos “inculturación del evangelio y evangelización de la cultura”. La imagen de este librito de catecismo tiene que ver con la imagen de María Antonia centrada en otro librito: el de los Ejercicios. Libro que no se lee sino que se practica, como dijo alguien. La imagen de María Antonia en todas sus estampitas, la muestra llevando en su mano el libro de los Ejercicios Espirituales. En la otra, lleva la Cruz.
Da que pensar el hecho de que todo el espíritu que habían puesto los jesuitas en reducciones, estancias, colegios y templos, en actividades agrícolas, educativas, de organización económica, política, artística y religiosa, se apagó, diríamos, en un instante. Todo ese despliegue de recursos no fue retomado por los que hereda-ron las cosas. Las reducciones convertidas en “famosas” ruinas, son como un grito de piedra comida por la selva que dice a todos que este espíritu dejó de arder en las obras. La imagen silenciosa de toda una sociedad practicando sus Ejercicios Espirituales, es otro grito silencioso que dice que ese espíritu quedó encendido en el corazón del pueblo fiel. Los mismos que no supieron cómo continuar la gestión de muchas obras, sí supieron continuar aquello para lo que esas obras habían sido levantadas. Esa es la paradoja. Una sociedad que expulsa gente valiosa –o que permite o sufre la expulsión– y que al mismo tiempo recupera lo mejor de ellos.
Esta reseña de las actividades de los jesuitas permite imaginar el impacto de su “desaparición instantánea” en estas pequeñas ciudades en las que su presencia dinamizaba la vida de la gente en todas sus dimensiones. La experiencia personal que uno tiene al recorrer en la actualidad las así llamadas “ruinas jesuíticas” en medio de pueblos que hoy son muy pobres, es la de un esplendor cultural, social, religioso, económico y político, que nunca se recuperó.

La visión de sus contemporáneos
La narraciones de la aceptación de María Antonia en Buenos Aires (1780-1799) –luego de fuertes rechazos al verla mujer, pobre y organizando cosas que comúnmente hacían los jesuitas–, tienen un aire maternal que es imposible no ver. Todo el pueblo contribuye a los Ejercicios llevando limosnas, comidas y mantas. Obispos, gobernadores y Virreyes le brindan su apoyo, le dan todas las licencias que pide, la ayudan en todo sentido, le allanan el camino… y hacen los Ejercicios! La gente acude masivamente a estas “casas” de las que ella es verdadera Madre, ya que se ocupa de que todos estén a gusto para poder hacer sus Ejercicios (Cfr. Po 74-77). Hacen sus ejercicios todos los sacerdotes (Po 82 Carta 29). Las autoridades se mezclan con la gente común. Ella como madre “todo se lo confía al Niño Jesús” (Po 83), en la imagen del “Manuelito” (por Emmanuel) que se venera aún hoy en la Casa de Ejercicios.
Decía el Obispo del Tucumán: “Fueron expulsados los jesuitas pero no su espíritu (…). Nunca, como en tiempo de la Madre Antula, fueron los Ejercicios Espirituales de San Ignacio el alimento sólido y vigorizante de las multitudes, así en Buenos Aires como en Montevideo, Tucumán, Santiago del Estero y Córdoba. Vestida con hábito análogo al de los jesuitas reemplazó aquella mujer fuerte la acción de los jesuitas” (15).
En 1785 un ex jesuita –Pedro Arduz- pudo permanecer algunos meses en el Río de la Plata y escribía esto: “De nuestra Beata Ma Antonia de San José, digo: que esta Señora es un vivo despertar de nuestra memoria en estas partes”. Otro jesuita, el paragua-yo Francisco Javier Echard, que estuvo por la misma época en Buenos Aires, decía: “nuestra Beata está haciendo en esta ciudad más que cuanto hacían los nuestros en toda la Provincia. Ella conserva en su corazón el espíritu en compendio de la Com-pañía Universal”(16) .

El modus operandi de María Antonia
El método que usaba la Beata consistía en presentarse apenas llegada –caminando descalza (17)– a las autoridades de la ciudad (que a veces la tenían “en observación” durante algún tiempo) para pedir permiso; luego repartía boletines de invitación por los barrios, le pedía a algún sacerdote que predicara los Ejercicios (en esto tenía buen ojo y elegía a los mejores); buscaba una casa grande capaz de albergar mucha gente (las tandas superaban las 100 personas y llegó a juntar más de 400 por vez); juntaba limosnas y provisiones y se encargaba de todo lo necesario para la comida de la gente durante los 10 días que duraban los Ejercicios (18) .
Teniendo en cuenta los que ayudaban con sus limosnas y las distintas tan-das de Ejercicios, se puede afirmar que esta práctica involucraba a toda la población en cada ciudad y contaba con el apoyo explícito de las autoridades civiles y religiosas, haciendo intervenir al clero local para las predicas, misas y confesiones.
Pero el modus operandi fundamental fue el de su ternura de madre, que su-po expresar de mil maneras. El rasgo principal fue el de haber salido siempre a buscar a sus hijos. Y una vez que los juntaba se ocupaba de que nada les faltase. Sin caer en el derroche, trataba de que todo saliera bien: la comida sabrosa y de vez en cuando algún regalo para alegrar a los que hacían los Ejercicios; y parte de lo que se cocinaba iba siempre para los pobres.

La inspiración materna
En una de sus cartas al Padre Gaspar Juárez (1731-1804)(19), nacido también en Santiago del Estero y desterrado en Roma, con quien mantuvo siempre una fiel amistad espiritual, dice respecto a su misión: “Los principios yo no se decirlos, sino solo Dios lo sabrá, cómo me entró tan fuertemente esta inspiración” (20).
Ella misma se lo cuenta así al Virrey Cevallos en 1777: “Ha de saber V. Excia. Que desde el mismo año que fueron expulsados los Padres Jesuitas, viendo la falta de ministros evangélicos y en doctrina que había, y los medios para promover, me dediqué a dejar mi retiro, y salí (aunque mujer y ruin), pero con confianza en la divina Providencia, por las Jurisdicciones y Partidos con venia de los señores Obispos (…) y colectar limosnas para mantener los santos Ejercicios Espirituales del grande San Ignacio de Loyola para que del todo no pereciese Su obra de tanto provecho para las almas y de tanta gloria para el cielo”(21) .
Nos quedamos con la imagen de este momento que nuestra Beata define como “inspiración que le entró tan fuertemente” y que obtuvo tanta respuesta por parte de una sociedad que vivía un momento de definición de una nueva identidad política.
De manera análoga a como las personas que hacen sus Ejercicios Espirituales los conservan siempre en su memoria como un acontecimiento decisivo en su vida espiritual, es bueno que si un pueblo entero tuvo la gracia de practicar los ejercicios comunitariamente, este acontecimiento se valore y se conserve como parte de la memoria fundacional que dio identidad a una nación que estaba por nacer.
La gracia de los Ejercicios consiste en el hecho de que, como dice San Igna-cio, la Palabra de Dios “se encarne nuevamente” y, al encarnarse, nos iguale a todos los hombres. En ese sentido –de un proceso “encarnatorio”- los Ejercicios son un verdadero laboratorio donde el evangelio “se incultura” y la cultura “es evange-lizada”. Se da en ellos una matriz espiritual que vuelve apto a un pueblo para gene-rar otros procesos de inculturación. Procesos como los que vivió la Argentina en el siglo siguiente, en que acogió en pie de igualdad una inmigración que duplicó dos veces su población en el curso de 50 años.
Unir ejercicios e inculturación no es una operación aventurada. Una carac-terística de la inculturación tiene que ver con una ecuación que conjuga cierta po-breza de medios con cierta riqueza de fines, y que permite ser abiertos para valo-rar lo mejor de otras culturas sin perder la propia identidad, en un encuentro de verdadera amistad social.
Este igualamiento que nos hace pueblo y que sólo una madre logra entre sus hijos es lo que agradecemos a nuestra Mama Antula con las palabras pronunciadas por el dominico P. Julián Perdriel en la “Oración fúnebre” que le dedicó: “Ahora mismo dirá el humilde campestre: Murió la Madre. Ah! Bien haya ella! Dios le pa-gue su caridad. Por ella es que comencé a conocer a Dios, en su casa tomé aborrecimiento del pecado y el gusto a la vida cristiana. Mujer santa! (…) Murió la madre beata, dirán los magistrados y santas iglesias, los Cleros y sus Prelados, el negociante y el artesano, el noble y el plebeyo, el grande y el pequeño. Mujer necesaria! Murió la madre beata, gritará un clamor triste desde la embocadura del río de la Plata hasta la garganta de los Andes…”(22).

El autor es sacerdote jesuita, autor del libro Contemplaciones del Evangelio

 

NOTAS

[1] Cfr. D. FARES, “I santi evangelizzatori di popoli”, in Civ. Catt. 2015 III p 358.

[2] Cfr. Testamento de Doña María Antonia de San José, Buenos Aires, 6 de marzo de 1779 en: J. L. GUTIÉRREZ, Positio Beatificationis et Canonizationis servae Dei Mariae Antoniae a S. Ioseph, Roma, Nova Res, p 28-29 nota 6. De ahora en más se cita con la sigla Po.

[3] Ibid. p 217 Carta 3 (9 de octubre de 1780).

[4] Autor Anónimo, “El Estandarte de la mujer fuerte”, en J. M. BLANCO s.j., Vida documentada, Buenos Aires, 1942, pp 421-436. Traducción del opúsculo L’Etendart de la Femme Forte, Francia, 1791. Cfr., Po, pp. 160-175.

[5] La Compañía comenzó a ser expulsada progresivamente, primero del Portugal por mano del Marqués de Pombal, ministro del Rey (1759); luego de Francia (1763); después de todos los territorios de la corona española (Pragmática Sanción del 2 de abril de 1767, dada por Carlos III), para terminar por ser suprimida por el Papa Clemente XIV mediante el Breve Dominus ac Redemptor (21 de julio de 1773). Cuarenta años después, el 31 de julio de 1814 fue restaurada por Pio VII con la Bula Sollicitudo omnium. 13 años antes, el 7 de marzo de 1801 el papa había aprobado la existencia de la Compañía en Rusia, donde nunca fue suprimida.

[6] Cfr. http://www.cervantesvirtual.com/portales/expulsion_jesuitas/expulsion_espana/.

[7] El primer virrey fue Cevallos y su territorio abarcaba las tierras de Buenos Aires, Paraguay y Tucumán, Potosí, Santa Cruz de la Sierra, Charcas, e incorporando a Mendoza y San Juan del Pico, que antes dependían de la Gobernación de Chile.

[8] Por Cedula real del 1º de Agosto de 1776. Ya hacía unos años que, con la toma de Portobello, en Panamá, por los Ingleses (1739), España buscaba alternativas para la ruta comercial llamada “la ruta del galeón” en torno a la cual se había organizado la vida de todo el sur del continente. El eje del comercio se tenía que pensar más al sur y un ataque portugués a Río Grande, hizo que se eligiera no a Chile sino Buenos Aires como capital del nuevo Virreynato, desgajado del de Perú.

[9] Según Vicuña Mackena, citado por Furlong, fueron expulsados 316 jesuitas de Chile, 437 (o 457) del  Río de la Plata, 413 del Perú, 562 de México, 229 del Ecuador y 201 de la Actual Colombia (Cfr. G. FURLONG, Los jesuitas y la cultura rioplatense, Buenos Aires, El Salvador, 1984, p 187-188).

[10] G. FURLONG, Los jesuitas y la cultura rioplatense, cit., p 188.

[11] Cfr. MHSI. Mon. Per. II, pp. 655, 687, en: http://javierbaptista.blogspot.it/2008/02/los-jesuitas-y-las-lenguas-indgenas.html.

[12] G. FURLONG, Los jesuitas y la cultura rioplatense, cit., 189. Cfr. P. Lozano, Historia de la Compañía de Jesús en la provincia del Paraguay,  Madrid, 1775 I, c 20.

[13] Cfr. I. TALESCA (coord),  “La literatura guaraní religiosa” en Historia del Paraguay, Asunción del Paraguay, Taurus historia, 2010. La imprenta la armaron en 1700 los P.P. jesuitas Juan Bautista Neumann, vienés, Segismundo Asperger, alemán, y José Serrano, andaluz, y funcionó hasta la expulsión.

[14] En julio de 1782 el Virrey del Perú, don Manuel Guirior y su esposa, de paso por Buenos Aires, hacen los Ejercicios. La Virreyna da ejemplo “con su actuar humilde y continua asistencia” a las damas principales. María Antonia, que no fue bien tratada al comienzo por el Virrey Vértiz (1778-1784), luego tuvo excelentes relaciones con los virreyes del Campo (1784-1789)y Arredondo (1789-1795).

[15] G. FURLONG, Los jesuitas y la cultura rioplatense, cit., 199. Cfr. Estudio sobre María A. de S. José, en : Estudios, Bs. As. 1929, t 38, p. 124.

[16] Ibid, pp. 199-200. Cfr. Luengo, Papeles varios, t. 15, 225; Archivo de Loyola.

[17] “Siempre caminé con los pies descalzos, sin que me haya pasado nada malo…” (Po Documentos, 211).

[18] Cfr. Carta 17, escrita por el P. Juárez a un amigo, probablemente también jesuita (Roma, 8 de setiembre de 1784), en Po  48-49.

[19] El jesuita Gaspar Juárez  se ocupó de difundir entre otros jesuitas y religiosas de Europa muchas cartas de María Antonia que fueron traducidas en latín, francés, inglés y alemán. María Antonia era considerada como un modelo; en Francia se reformaron varios conventos gracias a la fuerza testimonial que emanaba de sus cartas.

[20] Po, p 46, nota 92. Cfr. Summ., 283. Carta 26, De la Sierva de Dios al P. Juárez (Buenos Aires, 26 de mayo de 1785).

[21] Po, p 47, nota 94. Cfr. Summ., 116-117. Dco 7: Solicitud de la Sierva de Dios al Virrey Cevallos (Córdoba, 6 de agosto de 1777).

[22] Po 94-95.

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