Medio Oriente, crónica de una negación

El autor cuestiona la visión reduccionista de oponer Occidente cristiano e islamismo para la explicar los ataques terroristas en Europa y los Estados Unidos.

Un doble manto de ignorancia y ocultamiento cubre el impreciso espacio que denominamos Medio o Cercano Oriente, una sucesión de Estados que abarca desde el Magreb hasta Asia Central. Esta ignorancia está fundada en las presunciones y prejuicios, resabios coloniales de varios siglos, de la soberbia etnocentrista, cuyo único interés, hasta la aparición de una etnografía seria y una sociología más científica, fue la exploración de lo exótico y lo peculiar de estas culturas.
La influencia conceptual de los “orientalistas” ha desaparecido y las descripciones de los “encantos orientales” ya no son más que recuerdos literarios. Pero la ignorancia y la lejanía humana, el desconocimiento profundo de la historia y las esperanzas de estas poblaciones permanecen. Poco es lo que se sabe y estudia de estas comunidades que tanto espacio ocupan en las noticias cotidianas. Pero más grave es lo que se oculta o se niega con maniobras y teorías perversamente intencionadas, sostenidas para fines utilitarios de acceso a las riquezas o al poder. Teorías que en su deformación de la realidad, amparadas en la ignorancia o la indiferencia habituales, han logrado ocultar lo evidente, imponiéndose como única voz autorizada: nuevamente el etnocentrismo colonial, para describir una realidad ajena a la forma que más le conviene y que menos contradicciones ofrece en la pobre explicación que da. Como en el cuento del rey desnudo, donde se intenta negar su falta de vestimentas, o en “La Carta Robada” de Edgar Allan Poe, lo oculto es lo evidente, lo obvio. Por eso mismo no se habla de ello, porque es lo sabido desde el lugar del engaño, marca de la ausencia de una mirada y un razonamiento críticos. La verdad viene dada en forma de relato ilusorio. La realidad es sólo una narración.
Este vasto conglomerado de nacionalidades con “fronteras indeterminadas y de carácter fluctuante con el correr de los recortes, independencias, planes de distribución, anexiones o reivindicaciones, y su percepción por los grupos sociales, confesionales o étnicos…” (Leyla Dakhli) hace necesario un estudio de la región. Lo que se ha ocultado sistemáticamente, tanto por Occidente como por los regímenes autocráticos de la zona y los movimientos islamistas y yihadistas, es la existencia y el sufrimiento real de un pueblo (pueblos, con más justeza). Un pueblo cautivo que ha sido y es víctima de los manejos corruptos de sus gobernantes, de las locuras teocráticas más descabelladas, de una descolonización nunca completada, de una recolonización embozada en algunos casos o descaradamente abierta en otros y de guerras civiles interminables.
Pueblo que es ocultado, casi indecentemente, por teóricos como Samuel P. Huntington y su famosa tesis sobre el choque de civilizaciones. Tesis funcional a los poderes occidentales, sobre todo a los Estados Unidos, que ejerce una visión distorsionada donde se presenta un mundo de “siete u ocho civilizaciones” (sic) condenadas a enfrentarse violentamente en forma casi indefectible. Tesis que da basamento teórico a las injerencias bélicas de las potencias de la OTAN. Tesis que termina desplomándose en la práctica cuando vemos que los peores enfrentamientos actuales son (y esto en contra de sus predicciones historicistas): el conflicto de Rusia con Ucrania, que es el que mayor peligro representa a nivel global; la guerra civil en Siria; las luchas internas en Libia e Irak; la inestable frontera entre las dos Coreas… Todos choques planteados dentro de una misma civilización, tal como él las define, y no en la línea de fractura entre varias. La argumentación de este autor sólo ha servido para darle algún sentido “ético” a las injerencias de las potencias occidentales en otros países, sobre todo de Medio Oriente. Con fortaleza teórica e histórica, las sólidas argumentaciones de intelectuales de la talla de Tzvetan Todorov, Abdelwahab Meddeb, Edward Said (The Clash of Ignorance) o Dominique Moïsi (The Clash of Emotions), entre otros, terminan por desintegrar la desafortunada teoría de Huntington.
En cambio es más utilizada en el supuesto enfrentamiento entre Occidente y el Islam. Presenta unos diez siglos de choque de civilizaciones, que en realidad fueron guerras de conquista o de dominio, igual a lo que sucedía dentro del Islam o dentro de Europa entre ejércitos de una misma cultura. Pero durante esos diez siglos de convivencia las dos culturas se mezclaron con ansiedad; gracias a los árabes pudo accederse a Aristóteles, interpolinizándose libremente y con un resultado que nos llena de admiración, sea en Granada o en Estambul. El Mediterráneo es una muestra de que casi todas las civilizaciones no sólo no chocan sino que se enriquecen recíprocamente. Fueron culturas permeables entre sí, de una complementariedad capaz de producir avances en el arte y en el campo científico. Quizá valga recordar que fueron los Reyes Católicos los que expulsaron a los judíos y a los moros de la península ibérica y que mientras ésta fue ocupada por el Islam, los cristianos no fueron perseguidos ni hostigados. Es El Cid quien con desprecio engaña a los prestamistas judíos, y no al revés.
Intentar el ejercicio reduccionista de separar el mundo en civilizaciones que van al choque, es una acción tan básica como la división que esboza el barra brava en el tablón. Todo queda sumido en planteos binarios mínimos. Esta visión goza de una fácil comprensión, tanto es así que ni necesita ser explicada: con el instinto alcanza. Es el mundo de “ellos” y “nosotros”. Y acá nuevamente aparece el ocultamiento, porque ni todos ellos son unívocamente “ellos”, ni todos nosotros somos tan sólo “nosotros”. Hay más elementos que nos definen y la mayoría están presentes en los dos campos simultáneamente. El tema de la diferenciación es bastante más complejo, necesariamente poroso, y de fronteras y umbrales expandidos. Existe un “ellos” y un “nosotros” arquetípicos, pero nos sorprendería ver que pocos cumplimos con ese arquetipo en forma completa. Reducir “ellos” a un conjunto preestablecido de condiciones morales, sociales y religiosas en forma inflexible y negando la posibilidad de cambio es el objetivo principal de la teoría de Huntington. Ellos siempre serán “ellos” y nosotros seremos siempre “nosotros”, en oposición permanente. Una teoría del ocultamiento bajo el disfraz de una explicación sencilla y casi científica.
Si nos dejáramos cooptar por el análisis huntingtoniano podríamos pensar que somos los occidentales el objetivo y las principales víctimas del islamismo, la yihad o el fanatismo wahabita de Saudí Arabia; pero la triste realidad es otra. Las dramáticas víctimas de estas exacerbadas acciones políticas (políticas, no religiosas) son los habitantes de todo este cordón de pueblos. Cada tanto la venda se desliza y creemos intuir el sufrimiento de estas personas, sobre todo cuando aparece material gráfico con niños ahogados en intentos migratorios o destruidos y absortos con mirada y gestos perdidos. Creemos que nos solidarizamos con ellos y con su pueblo, pero sin esfuerzo volvemos a centrarnos en la dicotomía Occidente-Islam y nos recolocamos como las víctimas principales. Todo este ocultamiento, esta negación de las víctimas, se realiza en provecho de objetivos económicos o de poder político, de los que ni siquiera estamos informados, como en el caso de la innecesaria segunda invasión a Irak. De lo que se trata, directamente, es de manipulación de la opinión pública. Una constante se verifica: los países que han sufrido “injerencias” de las potencias occidentales o de Rusia, están ahora en peor situación política y con mayor violencia interna que antes de la aparición de los ejércitos “ordenadores”.
En el campo de batalla ISIS está retrocediendo; estas derrotas provocan una intensificación de los ataques terroristas en Europa y en los Estados Unidos. Ejecuta esta venganza sobre todo con activistas, segunda generación de inmigrantes, resentidos porque quedaron a mitad de camino entre la cultura de sus padres y la del país que los acoge. Este resentimiento es un tema social y político que debe ser resuelto en los dos frentes que presenta: mejorar las instancias de integración y un control policial que no desvirtúe el funcionamiento de las democracias. ISIS retrocede, deja tras de sí un reguero de fosas comunes con cientos de civiles enterrados. Los Estados Unidos y Rusia están en la búsqueda de una salida política para la guerra civil siria. ¿Volveremos a ver una solución política como la que se aplicó en Libia después de Khadafy y en Irak después de Hussein? ¿Seguirán fluyendo los dineros wahabitas (de origen saudí, aliados norteamericanos) para financiar más terroristas islamistas? ¿Continuará aplicándose la teoría del doble standard (torturas, imposiciones políticas, negociados, etc.), bajo la excusa de la democracia y de la protección de Occidente? No son dudas menores, porque de mantenerse los viejos métodos, los problemas de siempre no se solucionarán. Ni en la zona, ni en los países de Occidente. Incluso sostener el paradigma de la democracia puede ser un problema: el país más progresista y ordenado de la zona es una monarquía, Jordania.
Hay otra verdad oculta (evidente) que también exige solución: no habrá pacificación posible, en todo el mundo islámico, mientras el problema palestino no tenga una solución política definitiva. Dominique Moïsi, en relación a la cultura de la humillación, lo expresa con gran claridad: “La creación del Estado de Israel en el medio de la tierra árabe sólo podía ser visto por los musulmanes como la última prueba de su decadencia. Para los árabes era la imposición anacrónica de un Occidente colonial en el momento mismo en que la descolonización se estaba llevando a cabo. Desde su punto de vista, los bárbaros crímenes del Occidente cristiano contra los judíos debían ser injustamente pagados por el Oriente islámico. Ese momento inicial de humillación terminó creando una cultura de odio”.

Handala, el niño palestino de los campos

handalaHandala (www.handala.org), el niño palestino de los campos, creado por el caricaturista Naji al-Ali. Éste adopta la decisión de representarlo siempre de espaldas después de la derrota de 1967 en la Guerra de los Seis Días. En la debacle se convierte en aquel que uno ve contemplando el horizonte, la mayoría de las veces nublado, repleto de alambres de púas. Está descalzo y su tristeza se oculta: contempla la derrota, aterrado.

Hoy Handala sigue siendo un símbolo fuerte, el de la condición y el encierro de un pueblo, y es retomado y reinterpretado bajo numerosas formas por los activistas, y a menudo está asociado a esperanzas de liberación.

Historia Contemporánea de Medio Oriente. Leyla Dakhli

1 Readers Commented

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  1. Paula Perez Alonso on 10 octubre, 2016

    Recomiendo la lectura atenta de este artículo porque tiene información y una mirada profunda, la crítica quiebra los binarismos previsibles que simplifican la realidad compleja. Gracias, Ramón Oliveira Cézar por provocar el pensamiento, por impulsarnos a volver a mirar y reflexionar con ojos nuevos

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