Editorial: La Navidad, una invitación existencial

Como todos los años y con una regularidad que escapa a los variables feriados nacionales, llega el día que conmemora el nacimiento de Jesús. La circunstancia de que el cristianismo haya incorporado una festividad anterior y pagana para celebrarlo, anexando así un sentimiento de época y una mitología a la irrupción de la nueva fe, poco importa para estas líneas.

Lo substancial es qué significa la Navidad para cada uno de nosotros hoy, más allá de las connotaciones comerciales imposibles de ignorar. Qué pueden simbolizar los pinos y cuánto contar los decrecientes pesebres, ambos con profusión de una nieve que nuestro hemisferio casi desconoce, más propia del norte de Europa que incluso de la tierra del nacimiento de Cristo, hace dos mil años.
Los evangelios de Mateo y de Lucas refieren el acontecimiento. Uno y otro aportan detalles ligados a la escena del pesebre, de los Magos, de la cólera de Herodes y del silencio de María que guardaba esos misterios en su corazón. Enigma que el poeta español Gerardo Diego cifra en la contemplación de la Virgen frente a la palmera, que no sabe “que sus palmas algún día”conocerían la llegada a Jerusalén y la posterior crucifixión de ese niño hecho hombre. San José, discreto y silencioso, es también muy tenido en cuenta por el folklore como verdadera garantía de la familia de Nazaret: “A la huella, a la huella /José y María /con un Dios escondido, /nadie sabía…”, canta un villancico de Félix Luna y Ariel Ramírez.
Jesús mismo, más que una incógnita, es un misterio. La incógnita se referiría a algo que por ahora no se conoce pero que, eventualmente, podría llegar a conocerse de modo exhaustivo. En cambio, en el lenguaje bíblico el misterio es algo que de algún modo ya se conoce (porque Dios ha querido revelarlo) y que, al mismo tiempo, no puede ser conocido exhaustivamente por su propia naturaleza inagotable. Jesús divide la historia en un antes y un después y no nos deja nada escrito, sino referido por sus discípulos. Sin embargo, el cardenal Carlo Maria Martini contaba que en cierto momento de su vida y de sus estudios experimentó “cómo una aproximación exhaustiva a las fuentes antiguas sobre Jesús no puede dejar de reconocer que allí hay dichos y hechos significativos y decisivos de su vida, imposibles de eliminar cualquiera sea la crítica por corrosiva que fuere, inexplicables por la creatividad de las comunidades que le siguieron”. En efecto, Jesús está profundamente unido a la vida de los cristianos, su cuerpo místico. Realidad a la que saben acercarse a veces con mayor intimidad la religiosidad popular o el arte, y que no siempre alcanza la teología expresada con categorías meramente racionales. Por ejemplo, el poeta portugués Fernando Pessoa imaginó que el protagonista de la Navidad un día escapaba del cielo, todavía niño, para acompañarlo: “Es el Eterno Niño, es el dios que faltaba. / Es lo humano natural, / es lo divino que sonríe y juega”. Y por eso, después de haberlo cuidado y cariñosamente dormido, le ruega: “Hijo mío, cuando muera / sea yo el niño, sea yo el más pequeño. / Tómame en brazos / y llévame dentro de tu casa”.
Por otro lado, la Navidad –que se manifiesta en la ternura de una familia que busca alojamiento en un portal– es un acontecimiento que supera lo individual y alcanza plenamente lo histórico y social. Allí apuntan las “genealogías” del evangelio: a presentar a Jesús inserto en la historia humana. Por eso Lucas se remonta a Adán, y no sólo a Abraham, como hace Mateo. Asimismo, la constitución pastoral del Concilio Vaticano II Gaudium et spes afirma: “Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación”.
La encarnación constituye la maravilla de un sorprendente acercamiento de Dios a los hombres. Y las palabras de Cristo exigen ser leídas en su paradójica luminosidad. Como afirmaba Pascal: “Jesucristo ha dicho las cosas grandes tan sencillamente que parece que no las ha pensado, y con tanta certeza, sin embargo, que bien se vio cómo pensaba; esa claridad, unida a esta ingenuidad, es admirable”. A propósito de la percepción por parte de las personas sencillas y humildes, señalaba Albert Camus: “Mamá, como un mujik ignorante, no conoce la vida de Cristo, salvo en la cruz. Sin embargo, ¿quién está más cerca de él?”.
Por otra parte, como observaba Thomas Merton, “si nuestra vida es la búsqueda de Jesús, la palabra hecha carne, tenemos que darnos cuenta de que no podemos actuar como místicos paganos que repudian el mundo visible como pura ilusión y procuran eliminar todo contacto con las cosas sensibles y materiales; por el contrario, debemos empezar por aprender a considerar y respetar la creación visible, que es un reflejo de la gloria y perfección del Dios invisible”. La encarnación de Jesús pone el énfasis en la dimensión material del gran acontecimiento y dignifica toda la creación, como se intenta señalar en la encíclica Lautadosi. El anuncio de la paz tan propio de los ángeles y los pastores que van al encuentro de la cuna de Belén, es inseparable del anhelo de justicia y de solidaridad entre los hombres y todas las criaturas.
Al término del Año de la Misericordia, quizá no haya mejor muestra que la que se manifiesta en el misterio de la Navidad, una invitación existencial a superar temores y frustraciones, a seguir la Palabra, a entregarse a los demás con apertura a la vida, a encontrar un camino de felicidad en medio de las dificultades y una respuesta que incluya la perspectiva de la muerte como un pasaje a la plenitud. La Navidad es también una invitación, como señala la exhortación apostólica post sinodal Amorislaetitia, a “comprobar que la Palabra de Dios no se muestra como una secuencia de tesis abstractas, sino como una compañera de viaje también para las familias que están en crisis o en medio de algún dolor, y les muestra la meta del camino”. Y también la invitación a muchas jóvenes parejas a superar los temores y las incertidumbres ante el futuro y a descubrir que vale la pena emprender el camino de formar una familia sabiendo que no es tarea fácil, pero que más allá de los desconciertos y las crisis inevitables promete una vida que supera la mediocridad y el miedo.
La Iglesia no pretende sólo enseñar dogmas o definir conductas, sino que aspira sobre todo a acompañarnos como una madre que nos quiere, comprende e instruye. Es Mater et magistra, como enseñaba el bueno de Juan XXIII, ese hombre que abrió las ventanas de la Iglesia para que entrara aire fresco y convocó al histórico Concilio Ecuménico Vaticano II, que marcó la historia moderna del catolicismo.
En un número especial de CRITERIO publicado hace años y titulado “¿Quién es Jesús?”, nos animábamos a afirmar en la introducción: “La reflexión cristiana, tanto ortodoxa como católica o reformada, lo tiene por centro. El judaísmo como gran tema. Todo intelectual, creyente o no, como desafío”.
Para cada hombre y cada mujer, en circunstancias y etapas diferentes, según su sensibilidad y su fe, en algún momento la Navidad sugiere y plantea una propuesta: ir al encuentro del Niño que se entrega y está dispuesto a acompañarnos siempre.

2 Readers Commented

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  1. lucas varela on 5 diciembre, 2016

    Señores del CdR,
    Me cuesta entenderlos.
    ¿Que sentido tiene introducir el concepto de «feriado nacional» en la conmemoración del nacimiento de Jesús?. ¿Es una queja? ¿O que?
    Ciertamente, lo sustancial está en nosotros, es algo personal. Por eso, me hubiera gustado que ésta editorial no fuera, por lo menos por ésta vez, tan impersonal.
    Ustedes son como 18, pero en éste escrito no se siente a ninguno.

    • Fernando Yunes on 28 diciembre, 2016

      La referencia a los feriados nacionales es circunstancial, no hace a lo esencial del contenido. Por otra parte no importa quién dice, sino qué dice y qué me dice y me demanda a mí.

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