La agresión de Trump y el letargo de la vieja política

La elección presidencial de los Estados Unidos sorprendió a propios y extraños. Sin el apoyo de los grandes medios de prensa ni de las figuras de su propio partido, Donald Trump obtuvo los electores necesarios para consagrarse presidente, pese a que su contrincante Hillary Clinton cosechó mayor cantidad de votos. Delicias de un sistema electoral indirecto, que privilegia los estados chicos frente a los de mayor envergadura. 

California, por ejemplo, envía 55 electores al Colegio Electoral y tiene una población de 38,8 millones de habitantes. Montana elige 3 electores, y tiene 1 millón de vecinos. Vale decir, cada elector californiano representa 705 mil personas, en tanto que uno de Montana, 330 mil. El sistema, como puede verse, no es proporcional y puede decirse que se trata de 51 elecciones simultáneas (50 estados y el Distrito de Columbia) que arrojan un resultado final que no siempre refleja la voluntad de la Nación considerada como distrito único. Si comparamos la elección de este año con la primera de Barack Obama en 2008, se observa que el Partido Demócrata perdió estados clave, que hoy le dieron la victoria a Trump. Iowa, Wisconsin, Michigan, Ohio, Pennsylvania y Florida apoyaron en ese entonces a Obama y este año fueron para el republicano.
En este contexto, hay dos niveles de análisis que vale la pena desarrollar. El más evidente, y que la mayoría de los comentaristas destacó, es que Trump pareciera haber representado un enorme descontento de las clases trabajadoras y rurales, que no se han visto beneficiadas con la recuperación de la economía americana luego de la debacle de 2008. Por el contrario, han experimentado que su calidad de vida empeoró, han perdido empleos calificados y no atisban que el programa global que propone el mundo les signifique algo bueno. Con un discurso por momentos agresivo y populista, Trump logró capitalizar este descontento identificando enemigos muy concretos: los inmigrantes, la globalización y el libre comercio, entre otras cuestiones. Por otra parte, el Presidente electo hizo hincapié en la agenda republicana clásica: discurso pro vida (asegurando que cubrirá la vacante en la Corte Suprema con un jurista de esta extracción), rebajas de impuestos a las rentas beneficiando a los más ricos y reducción de la injerencia del Estado, en especial mediante la modificación del sistema de salud universal, conocido como Obamacare. Con una intensa campaña mediática a partir de las redes sociales y de la divulgación de sus estridentes declaraciones, logró posicionarse frente a la gente común como un par y ganarse la animadversión del establishment. La estrategia dio resultado. Habrá que esperar, una vez que asuma, cómo las pone en práctica. No parece oportuno ahora hacer hipótesis. Lo que resulta claro es que la mirada de Trump del mundo no es multilateral ni global.
El segundo nivel de análisis es quizá donde valga la pena detenerse, pues su impacto es inmediato. Tiene que ver con la calidad de su discurso y las consecuencias sociales que implica. A partir de su triunfo, inmediatamente se intentó identificarlo con otros movimientos que tienen lugar en Europa, y que pueden cononcer raíces comunes. Brexit fue la primera comparación, en donde se sostiene que los aislacionistas británicos en definitiva son asimilables a los blancos del Medio Oeste que votaron por Trump. Sus preocupaciones parecen similares. Inmediatamente, Le Pen (padre e hija) en Francia y Berlusconi en Italia buscaron la tan preciada identificación. Le Pen padre fue más allá y acusó a su hija de no ser lo suficientemente aguerrida (como Trump), y que su supuesta moderación fue una trampa. En la política vernácula algún oportunista, como Daniel Scioli, ensayó algo similar. Martingalas del mundo peronista.
Con la enorme cantidad de matices que probablemente diferencien a estos actores políticos, cuentan con un hilo conductor vinculado a la acusación xenófoba contra la inmigración y contra determinados grupos sociales. Mi hermana Cecilia, que vive en Londres, me compartía estadísticas del Home Office del Reino Unido, que indican que desde la campaña del Brexit, el hate crime aumentó en un 30%. Conviene aclarar que hate crime se denomina al crimen (desde vandalismo, amenazas o asesinatos) cometido por hostilidad a una víctima por el solo hecho de ser miembro de un grupo social específico (negros, latinos, inmigrantes, árabes, etc.). La estadística es alarmante, y demuestra –en mi opinión– el problema más complejo de estas tendencias.
Luego del triunfo de Trump, hay quienes sostienen (o desean) que habría llegado la hora de la verdad, y que el otrora candidato, investido Presidente, se moderará en sus formas, tratará mejor a las mujeres y no culpará a los árabes y a los inmigrantes por todo. Suponiendo por un momento que se transforme en un moderado, el daño que causó a la sociedad americana y al mundo es muy grave.
Que un líder haya triunfado con las banderas de la hostilidad no hace sino despertar los peores fantasmas de inseguridad, xenofobia e intolerancia en una sociedad. Los liderazgos virtuosos, con independencia de los controles, frenos y contrapesos que un sistema republicano pueda tener y que hoy muchos desean que funcionen, resultan indispensables para moderar los impulsos más primarios de una sociedad.
Se critica también que la “corrección política” habría cansado a la gente común, y que ese “civismo” lo que hizo fue aislar a la clase política del ciudadano. Era necesario, arguyen otros, que un outsider sacuda hasta las entrañas a una clase anquilosada que sólo privilegia sus intereses. Niguel Farage y Boris Johnson en las islas británicas y Donald Trump en los Estados Unidos son los que les ponen voz a los silenciados. Zarandean de su letargo a la vieja política.
No obstante, el costo de esos sacudones es demasiado alto, pues se cruza la delgada línea entre un debate robusto e impetuoso (necesario en toda república democrática), para pasar a una agresión desde el poder, que permea en la sociedad y hace común aquello que debería evitarse. Hablar con tono empático, utilizar lenguaje agradable, discutir ideas y no agredir no es patrimonio de lo políticamente correcto, sino –muy por el contrario– de la dignidad de la persona.
Trump y los voceros de la derecha populista en Europa confunden estos dos planos y someten a la sociedad a un enorme nivel de stress. El mundo, como lo prueba su historia, seguirá girando y se verá en el futuro cuáles son los reales efectos de estos movimientos en la economía y en la política mundial. Los pronósticos no son buenos. Pero lo que genera enorme preocupación hoy, que afecta de manera directa la dignidad de la persona, es el discurso agresivo contra individuos, por el solo hecho de pertenecer a un grupo determinado. El mundo ha sufrido demasiado para darse el lujo de volver a vivir este tipo de actitudes. La sociedad civil, en esta coyuntura, está llamada a moderar a sus líderes.

2 Readers Commented

Join discussion
  1. lucas varela on 2 diciembre, 2016

    Amigos,
    Tengo la sensación que el señor Botana esta asignando demasiada carga a la persona, Donald Trump. A mi entender, Donald Trump no es causa, ni culpable de nada todavía.
    Donald es consecuencia.
    Donald ganó, cuando debió haber perdido según los deseos de “el poder” (o “el círculo rojo” según expresión de nuestro Mauricio)
    Es muy probable que las causas de lo ocurrido se encuentren en errores de “el poder”, y en la vigencia de un sistema electoral indirecto que no cumplió con su objetivo. Y punto.
    ¿En que se equivocó “el poder”? No tengo la respuesta, aunque creo que es la primera vez que ocurre que el final sea tan desastroso.
    La característica (“la delicia”) del sistema electoral indirecto imperante en Estados Unidos es que permite que un presidente no sea el que saca más votos. ¿Por qué ocurre esto?
    ¿Cuál es el motivo, y en que contexto se aprobó un sistema electoral tan antidemocrático? La respuesta está en la historia, y yo no la tengo. Quizás, algún lector nos pueda iluminar con una respuesta.

  2. lucas varela on 3 diciembre, 2016

    Amigos,
    El sistema de elección indirecta del presidente de la nación de Estados Unidos fue consecuencia de una Convención de 55 delegados de los estados recientemente independizados, entre Mayo y Septiembre de 1787.
    PRIMER DATO: los 55 delegados actuantes no fueron designados democráticamente. Fueron designados por el “dedo” de los respectivos estados, recientemente independizados.

    ARGUMENTOS POR LA ELECCIÓN DIRECTA:
    Delegado James Wilson: “la experiencia tenida particularmente en New York y en Massachusetts, demuestra que la elección directa por el pueblo es a la vez conveniente y exitosa”
    Gobernador Morris: “el magistrado encargado del Ejecutivo debe ser el guardián del pueblo, aún de las clases bajas, contra la tiranía legislativa….si ha de ser el guardián del pueblo, dejemos que sea electo por el pueblo.”
    James Madison: “con todas sus imperfecciones… el presidente debe actuar para el pueblo, y no para los Estados”

    ARGUMENTOS POR LA ELECCIÓN INDIRECTA:
    Los convencionistas Gerry, Sherman, Pinckney, y Mason iban por la indirecta.
    Gerry: “el pueblo esta desinformado y puede ser desorientado por algunos incidiosos…la elección directa es RADICALMENTE VICIOSA”
    Mason: “…remitir al pueblo la elección de un magistrado adecuado, equivaldría a permitir que un ciego eligiera colores.” “la extensión del país hace imposible que la gente tuviera la capacidad necesaria para juzgar a los candidatos”
    Sherman: “la gente tendería a votar por candidatos de su propio Estado, y le daría ventaja a los Estados más populosos”
    Pinckney: “los Estados más poblados, combinándose a favor de un individuo, podrían dominar una elección”. Ésta argumentación es la más repetida a lo largo de la historia.

    Que los lectores y, especialmente, los “maestros” del Acton Institute saquen sus propias conclusiones.
    Mi comentario es el siguiente:
    Los votos emitidos por el pueblo americano no son la fuente inmediata de la que surge el elegido presidente. Aunque, indirectamente, los electores podrían honrar el principio del voto popular directo. En el caso que nos ocupa, llamado Donald, pareciera que los electores, aparentemente, desoirán la voz de las mayorías. ¿Por qué?
    Será por “disciplina partidaria”? ; será por miedo?; será por influencias “insidiosas”?
    ¿Para que sirve un “elector”, si no decide nada? Es un simple figurón?

¿ QUIERE DEJAR UN COMENTARIO ?