Vi la asunción de Donald Trump por el canal de la BBC sin traducción; preferí perder el significado de algún término antes que el menor detalle de la inflexión, tono o volumen de su voz.
Me cuestionaba si mantendría su arrogancia y sobre todo la estridente corbata roja. Me ilusioné los días previos cuando lo vi aparecer con corbatas celestes o azules, aunque en él hasta el celeste luce desmedido. Vana esperanza. Volvió a su color preferido, a su ampulosidad y descortesía. A la necesidad de marcar su presencia en todo instante de forma tan chabacana que creo que algún psicoanalista podría notar un rasgo de complejo de inferioridad. Al verlo con el saco desabrochado me recordó otro sobrador que pudimos conocer en nuestras tierras, pero el nuestro, justo es decirlo, era más canchero.
Lo vi caminar hacia el estrado, “solo como loco malo” diría el paisano, con seño adusto, saludando por compromiso, sin una sonrisa. Me sorprendió Pence, con gestos casi calcados a los de su (casi escribo amo) jefe (después de todo y a partir de hoy es el jefe universal). Pensé, estos dos tienen un problema que los excede o no saben qué cara poner y por eso tanta tensión. Cualquiera de las dos interpretaciones es preocupante. Después de todo el mejor día de un presidente es el primero, y si no sonríe…
Por ser una ceremonia laica había tanta presencia religiosa y de tantas variantes que llegué a dudar de que no se tratara de una conferencia del diálogo interreligioso o del resurgimiento de las teocracias. Escuchando sus palabras comprendí que su gobierno se aproxima más a la segunda posibilidad.
Luego de los juramentos vino el discurso inaugural; a Obama no lo advertí muy aplaudidor. Y este discurso, tal como me sucediera con el saco desabotonado, me remitió a arengas nacionales y populares que escuché antes con la misma sensación de disgusto cívico. De sus manoteos rescato los pulgares en alto, que me recordaron a los emperadores romanos como si también él estuviera concediéndonos la gracia de la vida y los “gestitos de idea” de Carlos Balá.
Una síntesis reducidísima del mismo es que el Sr. Trump se ve como una especie de mesías que, “iniciando una nueva era”, viene a salvar, rescatar y proteger al pueblo, aclaremos al “verdadero” pueblo estadounidense, de la lacra del establishment político americano. Más allá del oxímoron o paradoja de que quien esto diga sea una persona que de una u otra forma está incluido en el juego político, lo verdaderamente grave radica en que tal manifestación determina en forma clara y directa la inutilidad de la democracia representativa.
Una clase política que, según el Sr. Trump declama pero no explica, durante años ha perjudicado sistemáticamente al pueblo, es una clase que no ha sabido representar al electorado que la ha apoderado, “empoderado” dirían los neologistas. Y si esto ha sucedido la conclusión lógica es que lo que ha fallado es la democracia representativa.
De toda su populista parafernalia verbal es en esta expresión donde radica el mayor peligro del Sr. Trump, por desgracia presidente del país más poderoso de la Tierra.

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  1. lucas varela on 9 febrero, 2017

    No, no, no, ya empezamos a fabricar “la maldad”, “el adversario”, lo que hay que rechazar sin razón y siendo posible, con odio. Es que, ¿la Revista Criterio no tiene alguna misión periodística “criteriosa”, desde un sano juicio profesional? ¡¿Es mucho pedir?!
    ¡Que aburrimiento! Tantos adjetivos, burla, desprecio insustancial hacia el presidente de los Estados Unidos tienen por objetivo hacerme perder el tiempo.
    No obstante, con la ilusión de alguien ofrezca algo más profundo al respecto, aquí va mi comentario sobre Donald Trump:
    Trump es un norteamericano de espíritu medio, con escasos conocimientos y sensibilidad para temas que no impliquen alguna diferencia monetaria. Aparenta tener decidido todo lo esencial, y se distingue por una malcriadez estereotipada de mandón, que creo que la finge.
    Es el mandón necesario para aquellos del pueblo norteamericano inculto, egoísta, y con falta de respeto intelectual. Es un impertinente que pretende aceptación y se planta en contra de aquellos que no lo ven claro ni lo comprenden.
    No obstante, la característica más importante que potencia a las antes mencionadas, es que Trump aparenta no tener “dueño”. Por ahora, parece que Trump no tiene dependencias intelectuales o ideológicas a un poder superior, un “círculo rojo”, un “establishment”. Y ha sido muy claro en apoyar y ser apoyado por las fuerzas armadas de Estados Unidos. Claro mensaje al servicio de inteligencia del establishment (léase CIA), que tiene tanta capacidad para hacer desaparecer presidentes norteamericanos y otros (según dicen los directores de cine).
    Así las cosas, Trump es: el nuevo dogma.
    El resto de los líderes del mundo deben adecuarse al nuevo dogma, al nuevo tutor; o por el contrario, ejercer la crítica. Pero hay poco tiempo, “pensar menos y hacer más” pareciera decir el Donald. ¡Hay poco tiempo para cuestionar los límites del “nuevo dogma”!.
    Además, las primeras reacciones del Donald a la crítica han sido muy agresivas. La crítica se transforma por reacción en una especie de oposición emancipadora, y eso es mucho pedir a la mayoría de los líderes del mundo. Vale como muestra el ofrecimiento del español Rajoy a ser vocero de Trump, y nuestro presidente Mauricio con su “apertura al mundo”.
    Es un momento muy difícil el que estamos viviendo, porque la crítica implica hoy más que nunca, estar en contra de Estados Unidos. Es alejarse de Estados Unidos. Y el mandón Trump podría responder con argumentación agresiva: es el llamado “argumentum baculinum”. Dicho argumento ha evolucionado con el tiempo hacia un progreso técnico notable en Estados Unidos. Antaño, Baculinum era palo o báculo, ahora ya es explosión…de variadas especies.
    Hoy, Estados Unidos es más que nunca: autoridad que te puede detonar por vía del argumento.
    Mis esperanzas estan puestas en el propio pueblo norteamericano. Creo que todavía es un pueblo con algunas cosas bien claras, que las defiende,

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