Giovanni Sartori (1924-2017). Pensar la democracia

En 1957 Giovanni Sartori publicó Democrazia e definizioni, traducido al inglés, en 1962, bajo el título Democratic Theory. Décadas más tarde, en 1987, la aparición en dos volúmenes de The Theory of Democracy Revisited (en español Teoría de la democracia, Alianza Editorial, Madrid, 1988) coronaría de alguna manera ese empeño sometiéndolo a una cuidadosa reformulación. Se trataba de un proyecto ambicioso: el de exponer “las razones de nuestras instituciones” contribuyendo a su mejor entendimiento y en la certeza de que “las democracias carecen de viabilidad si sus ciudadanos no las comprenden”.
La obra se convirtió en un verdadero hito en la historia de la ciencia política que sirvió claramente para que varias generaciones de estudiantes, docentes e investigadores se formaran en un análisis exhaustivo de la teoría y la praxis de la democracia, tanto en perspectiva histórica como rigurosamente actual. En efecto, el primer volumen, relativo al “debate contemporáneo”, se centra en la distancia existente entre la democracia concebida en términos normativos y la democracia real, definida de manera descriptiva. Tensión, pues, entre hechos y valores en la que se entrecruzan un interrogante permanente, el de saber hasta qué punto los ideales son realizables, y una verdad comprobada que nos revela que “a ideales desmesurados corresponden siempre catástrofes prácticas”.
El segundo volumen, en cambio, se detiene en el modo como el campo semántico de la democracia se ha venido forjando desde la Antigüedad por una sucesión de “procedimientos de prueba y error” que llevó a conservar o, en su defecto, a descartar conceptos y significados. Dos análisis complementarios, como se ve, que en el fondo exigían desentrañar, al decir del autor, “toda la serie de argumentos sobre lo que la democracia deba ser, pueda ser, no es y no debiera ser –a fin de que el buen propósito que se persigue no se convierta en un mal no buscado”.
¿Qué lecciones fundamentales podríamos extraer de esta obra fundamental, que todavía nos ilumina e interpela? Mencionemos tan sólo algunas. Con relación a los problemas clásicos, Sartori recuerda ante todo que la democracia antigua suponía una relación simbiótica del ciudadano con la polis, dando lugar a una suerte de “hipertrofia política” que dejaba irresuelto un problema inherente a la democracia moderna como es el control y la limitación del poder. Particularmente interesantes resultan las páginas donde se expresa en favor de la distinción entre liberalismo político y liberalismo económico, no solamente en razón de sus respectivas genealogías y alcances sino del hecho de que la defensa del libre comercio se inscribiría en el terreno de los medios y no de los fines. Un largo capítulo sobre la libertad y la ley, con Rousseau como principal contendiente, y otro sobre la relación entre libertad e igualdad, analizada ésta en sus diversos tipos y criterios inspiradores son parte también de este volumen que hacia el final incluye una sesuda crítica al legado marxista.
Acerca del “debate contemporáneo”, Sartori asevera que la democracia no puede ser concebida como un concepto omnicomprensivo o sujeto a nuestra libertad de estipulación, puesto que “se encuentra enraizado en la historia y deriva de la historia”. Asimismo, argumenta que sólo es posible realizar una lectura empírica de la democracia si se cuenta con una teoría que necesariamente debe preceder a toda descripción. En un capítulo central se explaya en la importancia que reviste el llamado consenso procedimental para el funcionamiento de la democracia, el respeto a las reglas generalmente previstas en la Constitución. Por otro lado analiza el fenómeno de la apatía en las sociedades contemporáneas y de las terapias que han sido propuestas para contrarrestarlo, sobre las cuales plantea algunos reparos especialmente cuando la opinión pública deja de ser autónoma por obra del adoctrinamiento y de la ausencia de una estructura de información plural. Por último, un recorrido por las formas no democráticas, en sus distintos grados (autocracia, dictadura, totalitarismo, etc.) nos recuerda que la democracia nunca ha estado ni estará exenta de amenazas.
En 1993 Sartori publicó un pequeño libro titulado La democracia después del comunismo, que puede decirse sirvió de complemento a Teoría de la democracia. Ahí sostiene que si bien la democracia resulta ya imposible de refutar, se ha vuelto en cambio difícil de administrar debido a la gran cantidad de problemas internos que la aquejan, algunos de los cuales cobraron notoriedad tras el derrumbe de la experiencia soviética y en “sociedades de expectativas” que reclaman derechos materiales como absolutos, o donde el ideologismo no deja de conspirar contra la convivencia pacífica, la irresponsabilidad fiscal de los gobernantes parece no encontrar freno y el ascenso del homo videns sustituye al ciudadano alerta y responsable.
Sartori ocupó un lugar insustituible en la ciencia política, disciplina a cuyo desarrollo en el siglo XX contribuyó como pocos aunque expresara serias dudas sobre su rumbo futuro, incertidumbres que César Cansino, en un libro merecidamente laureado, interpretó con holgura y lucidez. Honrar su persona y su sabiduría, como se está haciendo a estas horas en varios rincones del planeta, es reivindicar también la doble dimensión, empírica y filosófica, de una ciencia que este ilustre florentino supo cultivar como sólo los grandes maestros supieron hacerlo, sin dejarse tentar por la fama ni renunciar a la honestidad intelectual que, de punta a punta, caracterizó a sus escritos.

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