Moscú no cree en lágrimas

Reseña de Sombras rusas, de Liliana Villanueva (Buenos Aires, 2017, Blatt & Ríos).

A propósito de un artículo reciente, el suplemento Babelia del diario El País de Madrid titulaba en su portada: “Adiós a los libros de viajes”. Sostenía su autor, Jacinto Antón, que “la gente viaja como nunca pero se lee menos”, y que “prefieren echar un vistazo rápido a Internet que sumergirse en un libro”. Ese antiguo y prestigioso género literario parece estar en crisis.
A contrapelo de esas afirmaciones, la arquitecta argentina Liliana Villanueva (autora del libro Las clases de Hebe Uhart, de quien fue alumna en el taller de escritura) acaba de publicar Sombras rusas para relatar sus experiencias e impresiones de mediados de los años ’90, cuando por cuestiones laborales se estableció en Moscú. Lo edita ahora, habiendo dejado pasar el tiempo y cuando las crónicas de esa Rusia post caída del Muro de Berlín, que dejaba atrás su socialismo marxista, cobran el valor de la reflexión tras las anécdotas y sorpresas.
“No me considero periodista ni escritora” le confesaba a Silvia Premat en una entrevista en el diario La Nación. Habiendo vivido en Berlín, Liliana Villanueva acompañó a su pareja, un periodista alemán, y trabajó en Rusia para la agencia Deutsche Presse Agentur y Radio Francia Internacional, porque había que sobrevivir. Rusia era todavía un país que no hablaba lenguas occidentales y cuyo estilo de vida seguía siendo el del viejo régimen.
En los años ’20 el notable autor austro-húngaro Joseph Roth escribió un imperdible pequeño libro con sus crónicas de desengaño frente al resultado de la revolución soviética. Cuando se encontró en Moscú con Walter Benjamim, Roth le dijo que había emprendido el viaje siendo bolchevique y que regresaba monárquico. También las páginas familiares de Villanueva dejan traslucir cierta desilusión. Ya Gogol expresaba, como tantos otros intelectuales y artistas rusos, incluido el genial cineasta Andrei Tarkovski, “¡Dios mío, qué triste es nuestra Rusia!”.
Cita Liliana Villanueva al marqués de Custine, tan bien personificado en el film El arca rusa de Aleksandr Sokúrov, cuando afirma que “Rusia es rehén de sus distancias”. Lo sabe bien la autora que también tuvo ocasión de viajar a San Petersburgo y a Siberia, donde “el hielo vive”, entre otros destinos de ese inmenso país. Ya a poco de llegar comprende que “Moscú es otro mundo”. Tiene la impresión de que “todo aquí parece hecho a golpe de martillo”. Va conociendo las múltiples etnias y nacionalidades, descubre con estupor el amor de los rusos por Lolita Torres, se anima a ir de compras valiéndose de pocas palabras, viaje en el subte, sabe del “baño de Lenin”, conoce al traductor de Cortázar y visita la tumba de Stalin y la casa de Mijaíl Bulgákov, el autor de El maestro y Margarita. Algunos capítulos del libro son particularmente interesantes para el lector argentino, como por ejemplo: “Liudmila y el Che” y “La música de Borges”. Impresiona ciertamente “Tomates de Chernóbil”.
La autora saluda con emoción a una amiga al dejar Moscú y escribe: “Me despido de Natascha con un abrazo y promesas de volver a vernos y siento que no sólo abrazo a mi amiga, sino que con ese gesto me estoy despidiendo de Rusia”. Recuerdo que muchos años antes escribía Marina Tsvetáyeva: “No puedo no marcharme pero tampoco puedo no regresar; es así como un hijo le habla a su madre y un ruso le habla a Rusia”.
Después de cuatro años transcurridos allí, al tiempo que reconoce que “tuvimos momentos mágicos y conocimos gente maravillosa”, anota: “Estamos al final de nuestro viaje y me parece que eso que llaman ‘alma rusa’ me sigue siendo esquivo, como un duende caprichoso que viene cuando él quiere, que se escapa y desaparece”.

3 Readers Commented

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  1. lucas varela on 8 junio, 2017

    Estimado Sr. José María Poirier,
    Muy interesante reseña. Muchas gracias.
    Quizás, como complemento, sea de interés a los lectores el siguiente comentario:
    Desde 1990 en adelante, Gorbachov, un comunista convencido, pretendió perfeccionar el régimen socialista soviético. Pero, desde el inicio del proceso se produjeron consecuencias no deseadas. Quizás, la menos conocida es que fue un incentivo para aquellos científicos y matemáticos con deseos de emigrar. En esos tiempos, esto era peligroso, imprudente, y casi imposible.
    Mi empresa, 100% argentina, en que yo trabajé durante más de la mitad de mi vida profesional, es productora de bienes de capital con un altísimo contenido tecnológico. Conocíamos el ambiente científico y tecnológico ruso, y fuimos uno de los primeros en enviar, discretamente, representantes para reclutar a los mejores.
    Como consecuencia, un día llegaron desde Moscú a Mendoza, Lev y Eugine. Matemáticos ambos, y muy inteligentes. Con escasos conocimientos de inglés, y modales y habitos “a golpe de martillo”, comenzó una convivencia profesional que duró varios años.
    Mi amigo Eugine, el más joven, me decía que la revolución bolchevique será recodada como un increíble éxito. Porque no es fácil dominar a tantos, durante tanto tiempo.
    Al cuarto año en Mendoza, Eugine emigró a Canadá, para estar un poco más cerca de la fría Rusia. En Argentina, Eugine se sentía “rehén de la distancia”
    Mi amigo Lev, con quien tuve una prologada relación de trabajo, se jubiló en Argentina y retornó a Moscú.
    Ambos, viniendo “de otro mundo”, sufrieron siempre añoranza, o como bien lo expresa la lengua inglesa: “homesick”.
    Apropiado es repetir para mis amigos, Lev y Eugine, las hermosa palabras de Lilina Villanueva:
    “alma rusa me sigue siendo esquiva, como un duende caprichoso que viene cuando él quiere, que se escapa y desaparece”.

  2. Luis v Wetzler JD on 8 junio, 2017

    El alma rusa fue destrozada por la revolución bolchevique, y por el genocidio que le siguió y que se tragara en las matanzas y el Gulag a 35 millones de personas. Primero eran las ex personas como Serge Schmemann, periodista del New York Times y gran escritor, premio Pullitzer y Prix Goncourt, cuenta en dos libros escritos en inglés y francés sobre la Rusia de sus padres y abuelos, siendo corresponsal del Times en Moscú. La nobleza fue barrida del mapa, era la clase mas ilustrada de Rusia, de la cual salieron todos los grandes poetas, escritores y músicos, desde Alexander Pushkin hasta Anna Akhmatova y Marina Tsvetaieva, asesinada por Stalin. Otra historia real, mi gran amigo y pariente el príncipe Vladimir Vladimirovich Obolensky vive en Moscú, ciudad que nació. En 2010 lo acompañé a dejar flores en la tumba de su madre, en un cementerio de «víctimas de la KGB», la princesa Zenaida Nikolaevna Obolenskaya fue asesinada el 22 de mayo de 1951, cuando fue al cuartel general de la KGB, para preguntar por el paradero de su marido, preso desde 1939 y asesinado, se supo después en 1949. Volodia perdió a sus padres, abuelos, tíos y primos de la familia ´paterna Obolensky fueron asesinados 36 integrantes de este clan de origen Rurikid, es decir el hombre que en el siglo IX dio origen a las principales familias de la nobleza del luego Imperio Ruso. Por el lado de su madre, nacida condesa Zenaida Dmitrievna Sheremetev o Cheremetiev, 40 de sus parientes fueron asesinados bajo Lenin y Stalin. Ni Máximo Gorki el escritor y aristócrata pro soviético, pudo salvar de la muerte a sus primos y amigos no comunistas. El mundo conoce al detalle el genocidio de Hitler y sus nazis, pero muy proco o nada del genocidio de los regímenes comunistas, Lenin, Stalin, Mao, Pol Pot y otros. Con la eliminación de la nobleza, salvo los emigrados, se puso punto final a la clase mas ilustrada no sólo de Rusia, sino de Europa, por su educación superlativa y un refinamiento y buen gusto sin par. Estoy avocado a escribir un libro sobre este tema en castellano, ya que todo lo publicado es en alemán, inglés y francés y nada en nuestro idioma, con la cooperación de la condesa Kyra Sergeevna Cheremetev que vive en los EEUU, y es graduada de Georgetown University, como yo soy de Fletcher School of Law & Diplomacy.

  3. lucas varela on 11 junio, 2017

    Estimado Señor Luis Wetzler, y amigos
    Ciertamente, la revolución bolchevique es el peor ejemplo de lo que se llama: “lucha de clases”. Aquella lucha, la bolchevique, fue lucha de proletarios y quienes se decían proletarios sin serlo. Fue lucha marcial, guerrera, no civil; y hasta incivil, o anticivil. Fue una lucha de clases por extinción.
    Pasó más de un siglo, y me pregunto si la lucha de clases dentro de los pueblo, llegará a su fin algún día? La respuesta es evidente: será cuando los pueblos se reduzcan a una sola clase.
    Pero, ¿será que existe una clase que sea a la vez capitalista y obrera, explotadora y explotada, y así lo demás? No
    Hoy, los pueblos son a la vez tiranos y esclavos de sí mismos. Luchan el campo contra la fábrica, la industria contra el comercio, los exportadores contra los importadores. Y la lucha es sin fin, porque se acabaría la historia.
    Pero, debemos ser muy cuidadosos. La dictadura del proletariado se basa en que son mayoría, unida. En un sentido básico, suena a democracia, y no a otra cosa. Nada puede ser más tirano que una democracia.
    Las tiranías se enfrentan con liberalismo bien entendido. Repito una vez más el significado de liberal:
    El liberal bien entendido en sentido amplio y entero, es un civil que convive, con la propia consciencia y las consciencias ajenas. Es un ser racional digno, que no obedece a ninguna otra ley que aquella que él se da a sí mismo. Frente a la necesidad y el deseo de convivencia con el prójimo, acepta constricciones sociales prácticas, esto es: el deber. El deber se refiere a toda una sociedad en igual medida: la ley.
    La libertad verdadera es entonces un concepto social, es colectivo, no es individual; libertad para todos, sin exclusiones.
    Y es el Estado la fuente de libertad, el Estado la da y la garantiza.

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