El supremo escritor

«¿Dónde encontraron eso?» pregunta José Gaspar Rodríguez de Francia, dictador perpetuo de la República de Paraguay, en el comienzo de la novela Yo el supremo, considerada por la crítica como la obra maestra de Augusto Roa Bastos y una de las cumbres de la literatura castellana.
Clavada en la puerta de la catedral, como le informan al caudillo, había un falsa declaración suya descubierta por una partida de granaderos esa madrugada. «Felizmente nadie alcanzó a leerlo», le dice uno para tranquilizarlo. Y el dictador cierra bruscamente la conversación: «No te he preguntado eso ni es cosa que importe». El texto imitaba su letra y se erigía en una suerte de reconocimiento de su feroz autoritarismo, ya que ordenaba que a su muerte «mi cadáver sea decapitado; la cabeza puesta en una pica por tres días en la Plaza de la República donde se convocará al pueblo al son de las campañas echadas a vuelo».
Determina que sus fieles sean ahorcados y enterrados en potreros «sin cruz ni marca que memore sus nombres», y que las cenizas del dictador sean arrojadas al río.
Se trata sin duda de un ironía de sus opositores, pero ¿cómo podrían haberlo hecho si están encerrados y torturados desde hace años en calabozos sin luz? Rodríguez de Francia está convencido de que el culpable puede encontrarse entre los «antipatriotas» que como «ratas uñudas greñudas (…) se creen dueños de sus palabras en los calabozos», pero en realidad «no saben más que chillar» y, lo que es peor, «no han enmudecido todavía».
Escribe Roa Bastos: «El tema del poder, para mí, en sus diferentes manifestaciones, aparece en toda mi obra, ya sea en forma política, religiosa o en un contexto familiar. El poder constituye un tremendo estigma, una especie de orgullo humano que necesita controlar la personalidad de otros. Es una condición antilógica que produce una sociedad enferma. La represión siempre produce el contragolpe de la rebelión. Desde que era niño sentí la necesidad de oponerme al poder, al bárbaro castigo por cosas sin importancia, cuyas razones nunca se manifiestan».
Rodríguez de Francia murió en 1840, después de ejercer el poder durante 25 años, y hoy se desconoce dónde descansan sus restos, porque «el monumento que indicaba el lugar de su tumba -refiere la crónica- fue removido y no hay acuerdo sobre el destino final». Casi como imaginan los autores del libelo en la novela.
La obra fue publicada por primera vez en 1974, cuando su autor vivía exiliado en Buenos Aires, pero en Asunción recién en 1990, cuando fue presentada como «libro clave y clásico de la literatura paraguaya y latinoamericana, de la narrativa mundial y de la prosa castellana». Entre los múltiples reconocimientos internacionales que obtuvo, Roa Bastos fue Premio Cervantes en 1989. Me explicaba Ovidio Ottaviano, director de ArPa producciones y nexo cultural entre Paraguay y la Argentina, que la escritura de Roa Bastos refleja la sintaxis del guaraní, sobre todo en su capacidad de presentar imágenes.
Si bien contemporáneo de los escritores del Boom latinoamericano, supo tomar distancia de las modas y de todo lo que pudiera ser un fenómeno más comercial que literario. En efecto, escribió: «Yo creo que el Boom plantea un falso problema. En momentos en que estos brillantes escritores de América Latina, como es el caso de Cortázar o de Gabriel García Márquez o de Mario Vargas Llosa o de Carlos Fuentes, surgían al primer plano de una arrolladora campaña de publicidad, el fenómeno era perfectamente natural, desde el momento en que estos escritores realmente son de lo mejor que ha producido América Latina. Ahora, el otro término, la otra punta del problema sería el hecho de que de pronto, en esta sociedad de consumo en la cual vivimos, los circuitos de consumo descubrieron que así como se podía explotar una zona petrolífera rica, también se puede explotar una zona de escritores también muy rica, de manera que los circuitos de consumo abusaron de esta calidad primigenia existente en estos escritores, para convertirlos en estrellas, en vedettes de una situación frente a la cual existían otros tan buenos como ellos pero que quedaban a la sombra».
Roa Bastos se dedicó durante años al cine, como guionista y adaptó algunas de sus novelas para la pantalla. Cuando recientemente se presentó en Buenos Aires una antología de algunos de sus más famosos cuentos, en ocasión de celebrarse los cien años del nacimiento del escritor, se señaló: «Si hubo un país al que las guerras determinaron su destino, ese país fue Paraguay; y si hay una voz que representa a Paraguay, esa voz es la de Augusto Roa Bastos».
España y Francia le otorgaron su ciudadanía en homenaje a su obra y en reparación a sus repetidos exilios (también de la Argentina tuvo que irse durante la dictadura iniciada en 1976). Uno de sus primeros reconocimientos lo recibió por parte de Gran Bretaña (en 1945 había pasado el año en Inglaterra invitado por el British Council y como corresponsal de guerra; allí entrevistó al general De Gaulle; luego asistió como periodista a los juicios de Núremberg en Alemania), más tarde llegaron los galardones de la Sociedad Argentina de Escritores, de Brasil, diferentes condecoraciones (Francia, Chile, España, Cuba) y en 1994 fue nombrado «Hijo predilecto de Asunción», ciudad donde había nacido aunque sus primeros años transcurrieron en Iturbe, un pequeño pueblo de la región del Guairá, en contacto con una cultura bilingüe entre el guaraní y el castellano, donde se trasladó su familia.
Para ilustrar ese pasado hay un conmovedor documental titulado El portón de los sueños. Al futuro literato le tocó vivir «la experiencia de un chico de pequeña burguesía capitalina, que se traslada cuando no tiene todavía uso de razón a una región semisalvaje», según le contaría años después al escritor Rubén Bareiro Saguier. Augusto Roa Bastos pudo retornar finalmente al pueblo de su infancia en el año 1994, luego de casi 54 años de haber estado ausente. El viaje sirvió para terminar de escribir su novela Contravida y para grabar escenas del documental que dirigió con sensibilidad Hugo Gamarra. «En aquel viaje, Roa Bastos encontró que la casa en la que vivió su infancia ya no existía, pero estaba aún el portón de madera en la entrada al terreno. Recuerdo que se emocionó mucho y cuando intentó abrir, se le quedaron pedazos en la mano, de tan vieja que estaba la madera», rememora la profesora Reina Gallinar. El autor de Yo el Supremo lo describe así en los minutos iniciales de la película de Gamarra: «Un pequeño portón que no pertenece ni a la realidad, ni a la fantasía, ni a la naturaleza, ni al mundo secreto del hombre, porque ese portón está ahí desde el comienzo de los tiempos…».

Este artículo fue originalmente escrito a pedido de la revista Ciudad Nueva (edición Montevideo – Asunción).

1 Readers Commented

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  1. lucas varela on 26 junio, 2017

    Estimado Sr Poirier y amigos,
    ¿Es el poder un estigma? Roa Bastos lo afirma, y habrá tenido buenas razones. Aunque, en honor a la verdad y a Roa Bastos, es necesario precisar conceptos.
    El poder es : capacidad de hacer. Y si es poder democrático: es capacidad de hacer lo debido.
    El estigma, la marca, es para aquellos poderosos que hacen lo indebido desde el poder. Los marcados son los autoritarios, los que mienten y ocultan las acciones de gobierno, los que usan el poder para intereses particulares, etc.
    El poder para hacer lo indebido requiere de ideas que entran siempre a golpe de puño; son ideas que entran como clavos, de punta y no de cabeza. ¡Difícil tarea en democracia¡.
    Pero es la sociedad en su conjunto que atesora las ideas de hacer lo debido, y se opone, y resiste. No es fácil; algunos ilusos creen que se acabará la lucha suprimiendo sus causas. Pero quizás es la lucha misma, causa de los motivos que la provocan. El hombre, como otras bestias, es esencial y fundamentalmente peleador.
    Hay que llamar la atención de los argentinos sobre el hecho que vivimos en estado de lucha permanente, y muchos se preguntan: ¿a quien le pego?
    Me temo que todo lo que escribamos unos y otros ha de ser inútil, porque no queremos convencernos. Y yo menos que nadie. Aunque, sin intención de convencer, quizás sea factible encender en cada uno la pasión de su propio pensamiento, aunque sea contrario al mío.

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