Lo que sabe a desmesura

Reseña del libro El arte del error, de María Negroni (Madrid, 2016, Vaso roto ediciones).

En agosto de este año, se presentó en el CCK una ópera de cámara del compositor Mariano Vitacco basada en una novela de María Negroni El sueño de Úrsula. Se trata de una pieza inspirada en una leyenda medieval: para no contraer matrimonio, esta dama viaja desde Inglaterra a Roma acompañada por otras once vírgenes. Constituye una búsqueda de independencia y de reconocimiento de la mujer, llena de elementos épicos y feministas. La escritora argentina, quien vivió largos años en los Estados Unidos y que actualmente dirige la maestría en Escritura Creativa en la Universidad Tres de Febrero, es poeta, ensayista, narradora y traductora. Nacida en Rosario en 1951, se doctoró en la Universidad de Columbia y obtuvo numerosos reconocimientos de la crítica especializada.
El libro que aquí nos ocupa se titula El arte del error y configura una suerte de antología sobre algunos autores y artistas que ella admira y con los cuales, de alguna manera, se siente identificada. Hay nombres famosos (Arthur Rimbaud, Walter Benjamin, Xul Solar, Emily Dickinson, Robert Walser, Juan Gelman) y otros que el lector aprenderá a conocer (entre los cuales aparece algún argentino olvidado como H. A. Murena y otro casi ignoto como el poeta pampeano Juan Carlos Bustriazo Ortiz). En todos hay una sensibilidad que a Negroni la atrae y que, en cierto sentido, permitiría relacionarlos. Escribe en el prólogo: «Uno de los malentendidos más viejos en materia literaria (y que bien puede extenderse al campo entero del arte) es el que se empeña en clasificar las obras en categorías, géneros, escuelas, allí donde, en sentido estricto, no hay más que autores y artistas, es decir, aventuras espirituales, asaltos y expediciones dificilísimas que se dirigen –cuando valen la pena– a un núcleo imperioso y siempre elusivo».
Borges aprobaría su descreimiento de escuelas, modas y tendencias, y coincidiría en que lo que hay son autores individuales. Pero, ¿a qué apunta finalmente la escritura? María Negroni avanza: «A rebelarse contra el automatismo y las petrificaciones del discurso, que cancela el derecho a la duda, limitando a las criaturas el acceso a su propia inadecuación». Especifica más adelante: «En su construcción dubitativa, traza un atlas fugaz e invita al lector a perderse, como un amante sin certezas, en pos de su verdad más pulsional, y así desarma, por un tiempo al menos, los decorados de la certidumbre».
Está claro que la literatura que le interesa convive con la duda, el error, cierta reivindicación de la ignorancia y la permanente formulación de nuevas preguntas. Afirma que «las ideas son emociones de la inteligencia», «el pensamiento se parece siempre a una victoria fugitiva», la poesía es «una declinación del asombro» y «en la prosa que vale, la poesía sigue estando cerquísima».
Negroni dice que en Nueva York la sociedad va adelante del arte, no así en Buenos Aires. Recuerda cuando nos visitó y asombró en la década del ’80 el dramaturgo polaco Tadeusz Kantor (en el San Martín, nuestra generación lo recuerda bien) y sostiene que «uno salía del teatro y la sociedad se hallaba detrás de esa obra». Hay mucho para compartir con la autora: algunos conceptos sobre estética, sobre las vanguardias y sobre la traducción de poesía (tarea que según ella debería dejarse en manos de poetas). Pero también hay espacio para la extrañeza, el debate, la distancia. Pareciera que en la selección de autores y obras predomina una inclinación hacia todo lo que sabe a desmesura, desconcierto, locura. Vale recomendar, entre otros valiosos capítulos del libro: «Música nómade: la traducción en siete verbos».

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