Hasta el 12 de junio se presenta la exposición “Cristianos de Oriente. Dos mil años de historia” en el Muba Eugène Leroy de la ciudad francesa de Tourcoing. Es el resultado del esfuerzo conjunto de esa localidad y el Institut du Monde Arabe de París, donde la muestra se exhibió en los meses previos.

El multiculturalismo, la inclusión, la no discriminación fueron hasta no hace muchos años la política y la intención manifiesta del llamado mundo occidental. Este ideario humanista y crítico hacia el anterior esquema euro-etnocentrista ha dejado de ser una aspiración en los hechos. Sostenida en la sectarización y la radicalización, la violencia vuelve como la forma más habitual de expresar identidades o procesos de diferenciación. En las naciones líderes del Primer Mundo han renacido las viejas polarizaciones. Las democracias representativas no ceden en su degradación ante el auge de los movimientos populistas que promueven xenofobias y pasiones absolutistas. Abrumadas ante la violencia integrista del Oriente Cercano y la oleadas de inmigrantes provenientes de esa misma región, estas sociedades se vuelcan hacia la exclusión y la segregación, ya de por sí violentas, dándole nueva vida a prejuicios y conceptos más propios de la época colonial.
En este contexto de desconfianza y temor generalizados, el Instituto del Mundo Árabe (IMA) de París, una institución que apriorísticamente podría vincularse con la defensa exclusiva de la cultura islámica, decidió llevar a cabo la muestra más importante hasta la fecha sobre los cristianos de Oriente, sus dos mil años de historia y sus temores y sufrimientos actuales.
La importancia intrínseca de esta muestra, por el extraordinario material reunido y expuesto, no debería separarse de la trascendencia político-social que expresa. No es un gesto neutro o casual, sino todo lo contrario: se trata de un testimonio cargado de intencionalidad, que puede advertirse en el hecho mismo como en los catálogos y el material bibliográfico editados.
El IMA celebró su trigésimo aniversario con esta exposición, la primera que se realiza en Europa dedicada a este propósito, con más de 300 obras de un patrimonio de gran riqueza, organizada en cuatro salas: Surgimiento y desarrollo del Cristianismo en Levante (siglos I-V); Las Iglesias de Oriente después de la conquista musulmana (siglos VII-XV); Las Iglesias orientales entre Oriente y Occidente (siglos XV-XX); y Ser árabe y cristiano hoy (siglos XX-XXI).
La curaduría estuvo a cargo de un equipo de ocho profesionales y las obras y objetos escogidos provienen de los principales museos e instituciones de 15 países: ocho europeos y siete del Medio Oriente y norte de África (MENA). El trabajo de selección y de ordenamiento se aprecia en el orden histórico y la coherencia del armado.
El recorrido conmueve. Los orígenes orientales del cristianismo se articulan en frescos y mosaicos que tácitamente repiten el versículo Hechos de los Apóstoles 11,26: “Y fue en Antioquía, donde por primera vez los discípulos recibieron el nombre de ‘cristianos’”. Según algunos, esto fue en el año 43; según otros, en el 52, dato de menor importancia ante los dos mil trascurridos desde entonces. El cristianismo se expande –originalmente el idioma de la evangelización fue el arameo y luego el griego– principalmente por Siria y Egipto, donde los evangelios fueron traducidos al copto y al siríaco. Luego de Constantino la religión experimentó un gran auge con Teodosio en el 380. Cada técnica artística estaba al servicio de ese mundo de imágenes: mosaicos, frescos, esculturas en piedras y marfil, orfebrería, tejidos, iluminación de manuscritos… Y de cada una de estas disciplinas pueden observarse piezas en la primera sala. Pero también hay referencias a los primeros concilios (todos celebrados en Oriente), a las experiencias monásticas (incluidas las representaciones de los estilitas Simeón el Joven y Simeón el Viejo) y las peregrinaciones. Es en estos años cuando surgen las principales iglesias cristianas de Oriente, muchas vigentes hoy en día.
La segunda sala se centra en la relación entre el cristianismo y el Islam, con especial foco en las Cruzadas y en las conquistas musulmanas. Debido a estas últimas se difunde el idioma árabe, y da origen a la traducción de los textos cristianos. También en el mundo occidental –pienso en Venecia y sobre todo en Palermo con el sincretismo de la Cappella Palatina y la bellísima imagen del Cristo Pantocrátor tan ligada a lo oriental– esa fertilización se articula con gracia e intensidad. El permanente intercambio producto de la sucesión de períodos de guerras y comercio contribuyó a la eclosión de un arte de las Cruzadas.
En la tercera sala no sólo puede verse la presencia del cristianismo oriental bajo el Imperio Otomano, sino también el intercambio entre éste y Europa, principalmente después del tratado firmado por Suleimán el Magnífico y Francisco I. En el año 1622 la congregación De Propaganda Fide produce textos impresos en árabe y otras lenguas destinados a los clérigos orientales. En 1702 el obispo melquita de Alepo imprime un libro litúrgico en árabe en Bucarest. Ver esos libros impresos en idiomas orientales e incluso los tipos de imprenta utilizados es una experiencia que va de la apreciación emocionada a la sorpresa. También son de esos años, ya siglo XIX, las primeras formulaciones de modernización dentro del Islam. La declinación del Imperio Otomano estuvo acompañada por una serie de eventos trágicos para las nuevamente perseguidas comunidades cristianas.
La sala dedicada a Ser árabe y cristiano hoy, es quizá la más conmocionante por la cercanía y la situación dramática que están viviendo las distintas congregaciones en estos días. No pueden verse las fotos –una pareja el día de su matrimonio de pie sobre restos humeantes, un grupo de chicos jugando entre ruinas cristianas, el domo estallado de una iglesia ortodoxa en Alepo– sin albergar la duda de la suerte de esas personas, de esas ciudades. Esta sala es un homenaje a la valentía de los anónimos, de los artistas y de todos aquellos que de una u otra forma siguen defendiendo el ejercicio de su fe.
Con esta exposición el IMA realiza un gesto fuerte, en defensa de una tradición, pero sobre todo de estas poblaciones en peligro. Certifica su existencia. Se compromete con su futuro ya que lo que está en juego –más allá de lo político y cultural– es sobre todo del orden de la civilización. Las raíces de estas comunidades están en los primeros días del cristianismo. Sin ellas el mundo árabe habría sido distinto y es con ellas que el futuro de la región debiera construirse.

El Instituto del Mundo Árabe
Al final del Boulevard Saint-Germain, antes de cruzar el Pont de Sully, sobre un terreno que perteneció a la Universidad de Jussieu, se encuentra el moderno edificio del Instituto del Mundo Árabe (IMA). Su fundación en 1980 responde a la voluntad de los 22 países de la Liga Árabe y Francia, impulsada por Valéry Giscard d’Estaing, François Miterrand, el rey saudí Khaled ben Abdelaziz Al Saoud y el dos veces ministro de Cultura de Francia y actual presidente del IMA, Jack Lang.
El IMA funciona como embajador cultural de Medio Oriente y el norte de África (MENA) en Francia y Europa, con la intención de profundizar y dar permanencia a los vínculos entre ellos. Esta voluntad necesitaba plasmarse en un espacio propio, por lo que se encaró la construcción de un edificio que no sólo fuera sala de exhibiciones y biblioteca, sino también punto de encuentro cultural para performances, seminarios, workshops, enseñanza de idiomas, boutique, librería y cine, sin olvidar los lugares de esparcimiento y gastronomía, para formar lo que podría definirse como una aldea o villa cultural.
El proyecto se encomendó al arquitecto Jean Nouvel y fue inaugurado en 1987 por Miterrand. Se destaca su fachada cubierta por grandes mashrabiyas (1) cuadradas, que por medio de un sistema de células fotoeléctricas regulan el paso de la luz solar como diafragmas de cámaras fotográficas. A su vez tienen leds multicolores que se iluminan de noche. El efecto que producen estas celosías es casi mágico, con un juego de geometrías árabes en permanente variación. Sus cambios y transparencias hablan del Mahgreb, de los castillos persas y los espejismos del desierto.
El IMA cuenta con una exposición permanente de su colección de objetos y obras de arte, organizada en secciones:
• “De los dioses a Dios”, una presentación temática que abarca desde las primeras religiones de la península a los tres monoteísmos abrahámicos;
• “La cultura científica”, formada por objetos, diseño y escritos relacionados con el desarrollo científico de la civilización islámica;
• “Viviendo en el mundo árabe”, donde se analiza sobre todo la relación con el cuerpo y con los otros.
A su vez consta de cuatro colecciones, una dedicada al arte islámico, otra de contenido etnográfico, la tercera consagrada al arte moderno y contemporáneo, con más de 460 obras creadas de 1920 en adelante y que son representativas de las distintas tendencias del arte árabe actual; y finalmente un sector para recibir obras en condición de préstamo de otros museos franceses.
www.imarabe.org/fr

[1]Las mashrabiyas son características de la estética musulmana y dejaron su huella en el arte andaluz. Las que solemos ver en los edificios árabes son celosías que permiten la circulación del aire pero mantienen la privacidad de los interiores al tamizar la visibilidad.

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