La risa de las mucamas, de Guillermo David (Buenos Aires, 2019, Caterva)

Extraño y original, este libro del ensayista e investigador Guillermo David se inscribe dentro de la tradición de textos como Cuadernos de todo y nada, de Macedonio Fernández, o Uno y el universo, de Ernesto Sabato, entre otros.
Como quien lanza botellas mensajeras al mar, el autor ofrece una colección de textos misceláneos, a veces ambiguos aunque también humorísticos o filosóficos y siempre inteligentes. Se trata de una escritura que deliberadamente no excluye el disparate y el nonsense literario, funcionales al discurso todo. El enigmático título, por lo pronto, remite a una cita, no menos enigmática, de Martin Heidegger, tomada de La pregunta por la cosa (1962): “Qué es una cosa es una pregunta de la cual las mucamas se ríen”.
Dentro de esta generosa “silva de varia lección” resultan especialmente interesantes los apartados referidos a la traducción, a la lengua y a los escritores de cultura bilingüe (Kafka, Beckett): “Entre nosotros nadie leyó a Dostoievski. Sólo a los traductores españoles de sus traductores franceses”, dice, y cita, por otra parte, a Georg Lichtenberg: “Quien sólo su idioma conoce, ni su idioma conoce”. Otras perlitas tomadas al azar: “Proust lamentaba la muerte de las catedrales. Lo recordé al ver la Saint Patrick de Dublín transformada en un shopping. El turismo las revive como zombies monstruosos, desangelados. Aunque a veces el fuego, como a Notre Dame, las redime”; “Si Perón fue llamado El hombre del destino, Farrell fue actor central en esa trama borgiana. No es infundado pensar que su abuelo Mathew Farrell, oriundo del condado de Lonford, había emigrado a la Argentina en 1830 sólo para que su nieto cumpliera ese papel en la historia: el de un Judas necesario y descartable”, y, para terminar, “Distraídos, venceremos”.
El lector no permanecerá indiferente ante estas visiones convertidas en palabras: la sonrisa, el grato y elemental placer de la lectura o la reflexión cerrarán el círculo que La risa de las mucamas origina. Lo valioso de los libros rapsódicos es que, cuando son efectivos, animan a lecturas ulteriores, una aventura interminable. Acaso por eso, en la línea final del prólogo que firma Juan Sasturain, el narrador aconseja: “Si vas a leer un solo libro, leé este”.

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