El cine carioca premiado en Punta del Este

A mediados de febrero y al amparo del sol esteño se desarrolló la 17° edición del Jewish Film Festival, que reconoció films de Brasil, Polonia y los Estados Unidos.
A diferencia de la Argentina, donde su homóloga Pinamar suspendió su vital festival de cine Pantalla Pinamar, en Punta del Este tienen lugar cada año diversos encuentros cinematográficos de alto nivel. El festival de Cine del Mar, el de la Mujer, el de cine iberoamericano y, fundamentalmente, dos encuentros en la coda de la temporada de verano: el legendario Festival Internacional de Cine y el temático Jewish Film Festival; ambos ostentan números envidiables desde nuestra orilla del Río de la Plata.
Fundado en 1951, el Festival Internacional contó en esa oportunidad con la legendaria presencia de Gerard Philipe. Tras diversas suspensiones logró recuperar su continuidad hasta la actual edición número 23, con la actual gestión del Municipio de Maldonado. De carácter privado, el Jewish Film Festival consiguió posicionarse en el calendario a lo largo de 17 ediciones, y da cuenta de que el cine de temática judía concita la atención de la crítica y el público.
El Festival Internacional coronó al film brasileño Fiebre, de Maya Da-Rin. Previamente, en el JFF, también se entregó un premio al cine carioca: de la mano del director Rubens Rewald y un film sensible que hace foco en la identidad. Segundo tiempo presenta la historia de dos hermanos que, ante la muerte del padre, deciden emprender un viaje a la tierra de sus antepasados. Así Alemania resulta tan deslumbrante para los jovencitos como insospechada en cuanto a la identidad y un pasado donde el fantasma nazi todo lo envuelve. Rubens Rewald consideró: “Soy judío pero nunca estuve conectado con cuestiones religiosas. Si bien hice mi Bar Mitzhvá, no voy a una sinagoga desde hace varios años, después de que mis padres murieron. No estaba muy conectado antes y después incluso me desconecté. Estar en un festival judío fue una sorpresa y tan raro el convite que decidí venir”.

De su apellido no se desprende su origen judío y, precisamente, ese es uno de los elementos que presenta su película Segundo tiempo con respecto a la identidad.
-Creo, la verdad, que esta historia es una mezcla de cuestiones personales con otras ficcionales. Sentía que debía hacer una película acerca de la historia de mi papa y mi relación con ese pasado, pero no quería hacer una película de época, otra historia más sobre el Holocausto, sino bucear en la resonancia del Holocausto hoy, qué fue de la diáspora décadas después. La historia de mi papá fue el pretexto para hablar de esos personajes que están desconectados de la política, la identidad, la religión y enfocados en su mitología personal. Esas fueron mis fuerzas motrices analizando las resonancias de cómo las personas están perdiendo la historia y su identidad debido a la incomunicación”.
¿Tuvo temor de tocar temas extremos, por ejemplo, la escena del abrazo que la chica judía a un veterano partidario nazi, y que fueran incomprendidos por parte de la colectividad judía?
Eso es una característica mía, y de mis películas, porque intento reflejar la complejidad de la vida. Aristóteles habló dos mil años atrás de que debe haber una unidad temática para una buena historia, pero en la vida no tenemos una unidad temática y en un día enfrentamos problemas familiares, afectivos, existenciales, laborales… todo eso se mezcla en una experiencia. Mi película intenta trabajar con eso y cómo en una jornada el personaje enfrenta diferentes situaciones que no tienen una relación tan próxima con la cuestión central. La relación de Ana con el cantinero, que es el ejemplo en tu pregunta, no tiene una relación próxima con la identidad, pero es parte de la vida de una joven salir y conocer gente.
¿Es posible ese abrazo?
Creo que sí. No debería hablar de esto pero en el primer guión había una relación incestuosa entre los hermanos, pero eso era demasiado. Pensé entonces que la relación entre los hermanos era más interesante si no se comunican porque sería más fuerte, dramáticamente, el encuentro final.
La película es una producción de tratamiento independiente pero por otro lado comparte una gran producción, porque está filmada en muchas locaciones en diferentes países. ¿Cómo fue ese recorrido?
Fue una búsqueda. Quería filmar una película de ficción con un sabor documental no sólo debido al encuadre sino también porque es de bajo presupuesto. Pretendía que la ciudades fueran algo importante en la película y no teníamos condiciones para recrearlas con muchos figurantes, por eso las escenas de ciudad las filmamos como un documental, teniendo el cuidado de no retratar rostros muy próximos. Todos los sitios son reales porque la construcción de la película puede ser clásica en términos de lenguaje pero aquí quería una estructura añadiéndole vida.
¿Por qué los directores contemporáneos consideran a las ciudades como un personaje más?
Si te muestro los proyectos que aplicaba en las producciones, esa es la cuestión principal. Definitivamente la ciudad no es un escenario sino un personaje, para mí es central. Soy dramaturgo y eso también está en mis obras, porque el espacio no está alrededor sino que integra el tiempo.
El film toca muchos temas que se enfrentan con la política oficial del gobierno de Jail Bolsonaro pero no desde la confrontación sino de la comprensión. ¿Cómo percibe la situación en Brasil?
Es difícil hablar de todo eso porque Brasil está en una situación totalmente impredecible y no sabemos qué puede suceder mañana. Se cambian ministros y políticas todos los días. No hay Ministerio de Cultura, no hay programas, no hay proyectos, no hay inversiones, suena como el apocalipsis. La película se proyectó en el Festival de Río en diciembre per ahora voy a sentir cómo es recibida. De todas maneras no busco el conflicto porque se tocan temas polémicos pero de manera contemplativa y no son el centro del film. Ahora las películas que están en primer plano son aquellas en las que la cuestión política y gubernamental está tratada de forma muy explícita, como Bacurau, de Kleber Mendonca Filho, que antes había dirigido Aquarius, y que fue la más exitosa en Brasil el año pasado. Hoy hay una guerra cultural porque las personas que están en el poder no tienen ningún interés en la educación y la cultura y eso es explícito, redirigiendo el presupuesto de Cultura a Seguridad. Lo bueno que las películas permanecen.
¿Cuáles son las herencias históricas para un realizador en el cine brasileño?
Creo que Glauber Rocha es un cineasta fundamental, especialmente Tierra en trance, aunque muchas veces la gente se inclina por Dios y el diablo en la tierra del sol. Pero Tierra en trance es una película imprescindible que habla en forma poética y urbana de una cuestión política y de todas las contradicciones del país. También me gusta mucho un director menos conocido que es de San Pablo y se llama Sergio Person, e hizo una película fundamental y existencial llamada Sao Paulo Sociedad Anónima a mediados de los años sesenta. Nací, viví y moriré en San Pablo, mi relación con la urbanidad es muy fuerte. Tal vez también sumaría el realismo de Nelson Pereira dos Santos.
Todo director tiene una poética ¿cuál sería la suya?
La complejidad.

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