Mons. Sergio Buenanueva: “Debemos trabajar el aspecto cultural del aprecio por el diálogo”

¿Cómo evalúa la fe de los católicos argentinos, su práctica religiosa en el momento actual y su adhesión a la Iglesia como institución?
La situación de emergencia del Covid-19 y la cuarentena nos tomó por sorpresa, pero después del asombro inicial, las comunidades cristianas se han ido rearmando. En principio advierto que se han acelerado muchos procesos y en todos los campos: cultural, político, económico y también religioso. Avizoro una ventana abierta al anuncio del Evangelio porque vuelven a despertarse preguntas últimas como el sentido de la vida, la posibilidad de la propia muerte o la de los seres queridos, qué pasa con el trabajo, proyectos productivos que han caído… Todo esto cambia la forma en que estamos parados en la vida. Paralelamente, también se han acelerado algunos procesos de secularización, y lo veo en ciertas zonas de la diócesis de San Francisco, donde hay un aprecio grande por la cultura del trabajo y, de alguna manera, por las tradiciones heredadas de la inmigración piamontesa, un predominio de las preocupaciones materiales. La actitud pastoral de la Iglesia es de discernimiento; debemos estar atentos porque Dios nos está abriendo muchas puertas y otras se están cerrando. Por ejemplo, no sé cómo retomaremos la catequesis cuando vuelva cierta normalidad. Creo que la actitud de observación y de discernimiento en el sentido pastoral es lo propiamente evangélico en esta situación.

¿Qué modo de presencia debería tener la Iglesia en el ámbito público, por ejemplo, en los debates éticos como el aborto?
Cuando en el 2010 se dio el debate por el matrimonio igualitario, colaboré en la coordinación de la respuesta eclesial. Yo era obispo auxiliar de Mendoza, donde hay sectores tradicionalistas muy aguerridos en algunos temas éticos. A nivel nacional tuvimos una muy buena experiencia con la reforma del Código Civil y Comercial. Aprendí mucho durante estos procesos y tengo la convicción profunda de que la Iglesia tiene que participar en estos debates públicos, como el que actualmente tiene que ver con la reforma de la Justicia. En una sociedad plural, abierta y democrática hay que asumir con convicción las reglas del juego de la democracia. Cuando se instala un tema en el debate público que tiene que ver con el interés de todos, no es lo mismo que intervenga un obispo a modo individual, la Conferencia episcopal o los laicos. Por ejemplo, en el reciente acuerdo con los acreedores, el vector en el que podemos intervenir los obispos es el aspecto ético, la mirada pastoral, la gran enseñanza de la Doctrina Social de la Iglesia. Creo que en una sociedad democrática los obispos debemos calibrar nuestras intervenciones y precisar mejor el discurso si queremos tener la posibilidad de ser escuchados.

¿En qué sentido la Iglesia debe precisar el discurso?
Desde 1983, con la recuperación de la democracia, la sociedad argentina ha cambiado mucho. Desde la Iglesia tenemos que acompañar con una palabra precisa, siendo muy rigurosos con nuestro lenguaje frente a los procesos seculares que tienen consistencia propia, con una autonomía que tenemos que respetar, porque las decisiones y el rumbo que toma la sociedad secular no siempre va a coincidir punto por punto con lo que nosotros pensamos del hombre, de la vida en sociedad o de cómo deben ser las leyes. Me parece que si miramos la historia, e inclusive lo que ocurre hoy en el mundo, los cristianos nunca hemos exigido que la sociedad tenga un conjunto de leyes que reflejen perfectamente nueva visión de la vida. Hemos sabido vivir nuestra fe en todos los contextos y desde allí sembrar una cultura de humanidad que brota del evangelio, de nuestra tradición. Concretamente en la Argentina, la crisis económica, social y anímica que tenemos por delante es muy grande, y si le sumamos el derrotero político de nuestro país, que presenta, por decirlo de un modo suave, muchos interrogantes, la Iglesia como cuerpo, sin dejar de estar presente en la sociedad, tiene que prepararse para una siembra que otros van a cosechar. Hay que recrear cosas desde abajo, desde el corazón humano, como la esperanza y el diálogo. Si no cultivamos otro estilo de convivencia no vamos a poder desatar los nudos.

En el marco de estas dificultades, ¿conviene que la Iglesia participe de una eventual convocatoria del Gobierno a un Consejo Económico Social?

Hay países que tienen instancias de diálogo con rango constitucional, como Francia; y en mi provincia de origen, Mendoza, por ejemplo, se ha creado un Consejo Económico Social Ambiental. Sin embargo creo que nos falta el paso previo: trabajar el aspecto cultural del aprecio por el diálogo. Vivimos en una cultura muy autoritaria; buscamos un líder que haga valer sus ínfulas y que imponga a los demás su visión de las cosas. Y no pasa sólo en las llamadas corrientes populistas, sino en distintos sectores de la vida social y política. Con respeto al rol de la Iglesia en una eventual convocatoria a un Consejo Económico Social, estoy con un juicio suspendido. En el contexto de 2001 la Iglesia intervino con mucha fuerza, con el foco en el momento de fragmentación en una crisis también de naturaleza ética. Es una cuestión que debemos retomar todos los actores eclesiales: pastores, laicos, comunidades… El laico cristiano tiene que estar presente en todos los niveles y con distinta inspiración política, y creo que el episcopado debe trabajar en el orden del aliento, la inspiración y la motivación en el camino de encontrar consensos de fondo.

¿Cree que ha cambiado la sensibilidad o la adhesión de la Iglesia argentina a los principios republicanos en las últimas décadas?

Siempre vale la pena remitirnos al documento “Iglesia y comunidad nacional” de 1981, donde claramente hay una defensa de la democracia republicana, el Estado de derecho y sus instituciones. Hemos sido muy incisivos en la temática de la pobreza, que ha ido in crescendo, pero creo que debemos ser más claros y expresar que la decadencia social tiene que ver con tener pinchados con alfileres la cultura democrática, el aprecio por la división de poderes y la solidez de las instituciones. La Iglesia debe bucear en su propia enseñanza y tener más presente también el documento de Juan Pablo II Centecimus annus, que se expresa sobre el estado de derecho y el primado de la ley.

¿Advierte cierta reticencia de los obispos personal y colegiadamente a ejercitar su ministerio de enseñanza? ¿Cree que esto puede explicar la multiplicación de declaraciones de sectores particulares de laicos y clérigos sobre distintos temas, que terminan siendo muchas veces tomados como la “opinión” de la Iglesia en los medios de comunicación?

Los obispos en sus diócesis están ejercitando intensamente el ministerio de la palabra, cada uno con su personalidad. La Conferencia Episcopal, por su parte, tuvo momentos especialmente intensos en los últimos años, por ejemplo, Las líneas pastorales, la promoción del Diálogo Argentino, Navega Mar Adentro (2003) y Hacia el Bicentenario (2008). Por su parte, existe siempre el peligro de que se reduzca el ministerio profético de la Iglesia a la palabra del Papa. Francisco ha impulsado, en este sentido, la idea de sinodalidad, en la que los obispos y las Iglesias locales están llamados a tener voz propia, en sintonía con el Sumo Pontífice. Hay sectores eclesiales focalizados excesivamente en ciertos temas, en algunos casos, de carácter moral (aborto, género), en otros, sociopolíticos. Son tensiones naturales, pero los obispos debemos estar presentes para orientar estas expresiones, y encarar el discernimiento que estas diferentes cuestiones exigen. En cuanto a los medios, hay cierta ignorancia sobre la Iglesia. En nuestro país se extraña la falta de vaticanistas, creyentes o no, conservadores o progresistas, que cumplan la función de interpretar con competencia la vida de la Iglesia y su mensaje.

La formación en los seminarios, ¿está a la altura de los desafíos que presenta la vida pastoral y la transformación de la cultura actual?

Cuando entré al seminario de Córdoba en 1985 para cursas los estudios teológicos, había 180 seminaristas; hoy hay poco más de veinte. Cuando empecé como formador en el seminario de Mendoza en 1993, había 65 seminaristas; hoy hay también una veintena. Y si bien hace 12 años que ya no tengo tareas directas de formación, la realidad es otra porque ha cambiado el joven que ingresa hoy al seminario. Los seminarios continúan su proceso de transformación y la reducción numérica de los candidatos al sacerdocio no se debe sólo a que faltan vocaciones sino a que los propios seminarios se han visto obligados a mejorar los criterios de discernimiento: la consistencia emocional, la experiencia espiritual, la madurez afectiva sexual en orden al celibato. La crisis de los abusos es también una crisis del ministerio pastoral de los obispos, de nuestra gestión y del modo en que los pastores, obispos y presbíteros nos insertamos en las comunidades y cultivamos nuestros vínculos en una sociedad que culturalmente cambió y seguirá cambiando enormemente. La Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis de 2016 es el aterrizaje más concreto de la reforma conciliar y es lo que el episcopado ahora tiene que afianzar en la Argentina. El futuro sacerdote tiene que ser básicamente un hombre del Espíritu, con una formación espiritual que le dé consistencia interior. La experiencia del Espíritu Santo pasa fundamentalmente por la capacidad de asumir la propia libertad con la figura del pastor. La libertad no es el individualismo que lo encierra sino expresión de un vínculo cordial con sus pares y con el obispo.
¿En qué situación se encuentra su diócesis en materia de sostenimiento económico?
Cuando empezó la cuarentena los párrocos coincidían en que la suspensión de las misas nos iba a poner en un brete económico, pero esta inquietud fue también de los laicos, que tomaron conciencia y generaron un movimiento interesante para el sostenimiento. No digo que las parroquias de Córdoba estén nadando en abundancia, pero la respuesta de los laicos ha sido muy buena. Y nos llamó muchísimo la atención lo extraordinario de la colecta de Cáritas, con un aporte muy generoso.
¿Es posible convocar a un mayor compromiso de los feligreses para generar ingresos?
La iniciativa de los propios laicos es un aspecto interesante porque en la medida en que la Iglesia pueda profundizar su sostenimiento, crecerá en libertad evangelizadora. Esto tiene que ver también con el Programa Fe y otras iniciativas locales. Además se ha acelerado el uso de los medios electrónicos para hacer llegar aportes a las parroquias. En la diócesis donde me encuentro es muy fuerte la cultura piamontesa, donde la sociedad civil y sus instituciones tienen una autonomía muy grande, y esto también se refleja en el aspecto del sostenimiento de la Iglesia.

En una encuesta sobre el sistema de sostenimiento, la sociedad se manifestó más a favor de colaborar con instituciones como Cáritas que con la Iglesia como institución. Esto refleja una valoración por su función social pero al mismo tiempo la práctica es escasa, sobre todo en comparación con otros países. ¿Qué opina?
Un párroco me hizo notar a partir de esa información que parece que lo único que merece ser sostenido en la Iglesia son las acciones de tinte social. Y el aspecto evangelizador que propone la fe, de acompañamiento a las personas, parece más deslucido. Creo que es un desafío que responde también a los acentos que nosotros le hemos puesto a nuestra misión evangelizadora. Otro ámbito en el que se advierte el desbalance es la enorme dificultad que hemos tenido en este tiempo de la pandemia para la vida litúrgica. Ante el temor enorme de que aumenten los contagios, los funcionarios municipales y de salud decidieron cerrar los templos. Si bien no dudo de que son personas de bien, creo que hay una falta de sensibilidad o de reconocimiento de lo que significa la relación con Dios en la vida de las personas y el impacto que esto tiene en la sociedad. El esfuerzo para sostener la cuarentena significa no solamente pensar en las actividades esenciales del trabajo; hay que tener energía espiritual interior y eso el Estado no lo da. Creo que era Bockenförde quien decía que el Estado liberal vive de valores y de una energía espiritual que no se puede dar a sí mismo. Se trata de los valores que tenemos los ciudadanos, que se transmiten dentro de la familia, y que tienen que ver con el arte, con la cultura, pero también con la posibilidad de ir a rezar al templo o de despedir religiosamente a los difuntos. Otro fenómeno que saca a la luz los desafíos concretos de la Iglesia en nuestros días.

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