Una historia sobre la caza de brujas

Una cacería de brujas en 1609, que llevó a la tortura y hasta a la hoguera a decenas de mujeres, niños, y también a sacerdotes que salieron a defenderlas, en tierra vasco-francesa lindante con la española, es ahora motivo de una película vasco-franco-argentina seleccionada para representar a España en la Sección Oficial del Festival Internacional de San Sebastián, que se realizará a fines de setiembre de modo mayormente presencial. Se titula Akelarre, y está dirigida por un argentino, Pablo Agüero, el mismo de la expresionista Eva no duerme, sobre el cadáver de Eva Perón. Los memoriosos recuerdan que hubo una película con ese mismo título, Akelarre, de Pedro Olea (1984), vagamente inspirada en el proceso real de Araitz, de 1565. Ese Akelarre tenía final feliz: la protagonista era rescatada por los campesinos enfrentados al señor feudal. Detalle risueño, el señor feudal estaba a cargo del actor uruguayo Walter Vidarte, entonces exiliado en España.
Lo que ahora se anuncia también promete final feliz. Y un discurso acorde a eso que se llama “políticamente correcto”. La sinopsis difundida por una de las empresas productoras comienza diciendo: “Los hombres de la región se han ido a la mar. Ana participa en una fiesta en el bosque con otras chicas de la aldea”. La película se anuncia como un “drama histórico con una mirada contemporánea femenina”, que “se aproxima a la figura de la mujer desde una perspectiva política reivindicativa y actual”, para lo cual “acentúa el contraste entre la oscuridad que envuelve a los inquisidores y la luminosidad de las chicas acusadas”. “Buscaba que una película tan lóbrega fuera sin embargo luminosa”, dice Agüero. En eso lo ayuda el director de fotografía Javier Aguirre, uno de los cinco Premios Goya del equipo técnico (los otros son Mikel Serrano, director de arte, Teresa Font, montaje, Urko Garai, sonido y Jon Serrano, efectos especiales), haciendo lucir los paisajes de Laga, Itziar (País Vasco Español), Urbasa, Lesaka (Navarra) y Sara (País Vasco Francés). Agüero, coautor del guión con la francesa Katell Guillou, afirma que este proyecto “nació de un sentimiento de justicia”. Según él, casi todas las obras anteriores sobre caza de brujas “perpetúan los clichés misóginos impuestos por la Inquisición, sugiriendo que en el origen de los juicios y condenas habría verdaderos actos de brujería”. Pero después que leyó La bruja, de Jules Michelet, imaginativo historiador antimonárquico y anticlerical, “descubrí un camino posible para reivindicar a esas mujeres libres e independientes que el sistema represivo de la monarquía clerical condenó injustamente a la hoguera y al olvido”, y “mostrar cómo un juez inducía a sus prisioneras a encarnar sus propios fantasmas de hombre”.
Digamos, esto no parece equiparable al clásico Häxan (La brujería a través de los tiempos), de Benjamin Christensen (1922), ni al tocante Dies Irae de Carl Theodor Dreyer (1943). Pero confía en recibir premios y abundantes elogios, y ya tiene fecha de estreno en toda España apenas una semana después de finalizado el Festival. Pero, ¿qué fue lo que realmente pasó en aquellas lejanas circunstancias? Según diversas fuentes, dos poderosas familias se disputaban la región vasca de Lapurdi, llamada Labord por los occitanos y Labourd por los franceses, acusándose mutuamente de graves felonías, y hasta de brujerías. Advertido Enrique IV, rey de Francia, envió con plenos poderes al juez Pierre de Arostegui de Lancre, fanático enemigo de todo lo que oliera a satanismo. Para peor, odiaba la lengua, las costumbres y las comidas de aquella tierra, y acusaba de holgazanes y borrachos a los hombres de mar, que según él traían en cada viaje todos los vicios de otros lares. ¡Y la mayoría de los hombres de Lapurdi eran marineros! Con malicia, aprovechando que ellos se iban durante meses a la pesca del bacalao en Terranova, de Lancre decidió arrestar a sus niños y mujeres. También a unos cuantos judíos y moros emigrados. Según él, cerca de 3.000 lugareños eran brujos, incluso algunos curas, porque jugaban a la pelota vasca y se llevaban bien con la gente. De entrada mandó a tres curas al cadalso. El obispo de Bayona lo desautorizó y lo mandó llamar, pero él resistió la orden. Durante cuatro meses hizo y deshizo a su antojo, y envió cerca de 60 infelices a la hoguera, un castigo que ya entonces estaba siendo cuestionado por la propia Iglesia y los juristas. Por suerte justo terminó la temporada de pesca y más de 5.000 marineros volvieron a casa, se encontraron con sus mujeres presas y armaron una rebelión popular en San Juan de Luz, logrando rescatarlas. Dañino hasta lo último, de Lancre escapó llevando consigo a varios presos, y se acomodó en un cargo anodino: enésimo consejero del rey. A modo de descargo escribió un libro que se haría famoso: Tableau de l’inconstance des mauvais anges et démons ou il est amplement traité des sorciers et de la sorcellerie (Tabla de la inconstancia de ángeles malignos y demonios donde se trata ampliamente de magos y brujería). Allí despotrica contra las mujeres “que tienen desnuda la cabeza”, insiste en que vio brujas volando, y que el euskera, la lengua vasca, es un invento del Demonio. En esto último quizá tenga algo de razón (hay una edición más o menos reciente en castellano, simplemente bautizada Tratado de brujería vasca). En Akelarre, de Lancre está a cargo del catalán Axel Brendemühl, el médico nazi de Wakolda. También actúa Daniel Fanego, que encarnó al general Aramburu en Eva no duerme, y sospechamos que acá interpretará al consejero de Estado Jean d’Espagnet, que a cierta altura prefirió alejarse de la cacería. Como víctimas inocentes y heroínas actúan Amaia Aberasturi y un puñado de jóvenes veinteañeras. De hecho, se trata de una versión libre, preparada para los tiempos modernos. ¿Pero cuándo terminaron esas cazas de brujas? En 1610, sólo un año después de los sucesos de Lapurdi, ocurrieron los juicios de Logroño y de Zugarramurdi. Hoy existe un “museo de las brujas” en esta localidad navarra, y Alex de la Iglesia ha hecho una comedia muy loca, pero lo cierto es que allí quemaron a más de 20 hombres y mujeres, y otros tantos murieron a causa de los interrogatorios. Al mismo tiempo, en ese año 1610, el humanista Pedro de Valencia criticó públicamente muchos métodos de la Inquisición por falta de garantías jurídicas, y aconsejó a los jueces una mirada menos odiosa. Para él, en los aquelarres “no había nada de maravilloso, lo que hizo inventar aquellas juntas y misterios fue solamente el deseo de cometer fornicaciones, adulterios y sodomías”. Ahí “el mayor bellaco se fingía Satanás” y el resto era producto de enfermos mentales, ungüentos tóxicos, tentadores banquetes y resabios paganos. Atento a esas palabras, en 1611 el inquisidor Alonso de Salazar y Frías llegó a Logroño con un edicto de gracia y, tras algunos careos y varios experimentos públicos con supuestos venenos y otras fantasías, en 1613 liberó a la mayoría de los presos. El 31 de agosto de 1614 la Inquisición publicó una instrucción en la línea de lo demostrado y aconsejado por Salazar, y a partir de ahí ya no hubo ningún otro juicio por brujería. Así España fue el primer país que abandonó esas prácticas en Europa. Quedaron, apenas, los maltratos de algunos alcaldes contra los curanderos, y las “eperlandas” paganas de las brujas vascas. “Que las hay, las hay”, decían entonces, y alguno todavía lo dice.

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