Sobre el humanismo cristiano en nuestro país

Estas líneas tratan de resumir lo expuesto en una charla que di a más de un centenar de jóvenes comprometidos en política, miembros de la Asociación Civil de Estudios Populares (ACEP), institución que cumplió veinte años de trabajo en la “Formación para el Humanismo Cristiano”. Fue el pasado 12 de marzo; al día siguiente quedaron prohibidas las reuniones públicas. Comencé ese encuentro agradeciendo porque la preparación me llevó a mis años jóvenes.
Comencé el seminario a los 22 años, pero desde los 15, y fundamentalmente gracias a la Acción Católica, leía las encíclicas sociales e, inspirado en el humanismo cristiano actué en el centro universitario y también en política, lo que luego me ayudó muchísimo en mi vida sacerdotal y episcopal.
Si bien el fundamento del humanismo cristiano se encuentra en la filosofía aristotélico-tomista, puede decirse que el Renacimiento hizo hincapié en la persona humana, quizás como reacción a la visión fuertemente teológica del período medieval. Pero esto sería materia de una discusión filosófica que nos excede. Sin dilatarnos tanto en el tiempo, creo que el antecedente inmediato más importante puede encontrarse en la corriente conocida como “Personalismo”, iniciada en Francia por Emmanuel Mounier (1905-1950), quien escribía en periódicos y fue director de la prestigiosa revista Esprit.
El movimiento personalista se define por un doble respeto: a la persona y a la comunidad, realizando entre ellas una síntesis. La persona está al servicio de la comunidad y ésta al servicio de la primera. No se trata de una ideología, sino de una corriente de pensamiento que reacciona frente a una visión absolutista que diluye a la persona bajo el poder del Estado o de las monarquías.
Esa corriente se afirmó en torno a 1930. Ubiquémonos en el tiempo. Por un lado, en Rusia se iban consolidando las corrientes marxistas. Alemania estaba reaccionando ante el famoso tratado de Versalles que, al ser derrotada en la Primera Guerra, la hundió en la humillación y la pobreza. Aparece Hitler, el líder que le promete redimirla y hacerla floreciente.
Y en Italia está Mussolini. Como bien dijo un ilustre pensador, estos prohombres que terminaron siendo dictadores comenzaron su accionar con reivindicaciones propias de la izquierda.
Y para completar el panorama europeo, las democracias vigentes en Francia e Inglaterra, que garantizaban la libertad de sus ciudadanos, eran al mismo tiempo propias de países colonialistas que explotaban a otros pueblos.
La valoración de la persona frente al poder está en el pensamiento cristiano afirmado en las encíclicas y que sabrá tratar filosóficamente el gran maestro inspirador de lo que será después la concreción del humanismo cristiano en la política, Jacques Maritain (1882-1973). Casado con Raïssa, judía nacida en Rusia y convertida al catolicismo, Maritain, admirador de la filosofía realista de Aristóteles, rescatada por Tomás de Aquino, fue el pensador por excelencia del humanismo cristiano. Estos dos términos son claramente expresivos. Se puede disponer de un pensamiento político que ubique a la persona humana como fundamento de la estructura social de un pueblo. Es un ser con deberes, pues fue creado por Dios para ser sociable, y también con derechos. Es un fuerte intento de traducción del Evangelio al campo político.
En nuestros grupos de jóvenes devorábamos las obras de Maritain, sobre todo dos: Los derechos de la persona y la ley natural y El hombre y el Estado. La tesis fundamental sería que la persona humana está en la base de la sociedad y ninguna institución es superior a ella. No puede haber ninguna organización que la avasalle y que la ponga a su servicio.
Al mismo tiempo, la persona fue creada por Dios con una dimensión social para integrar una comunidad, y de ésta se desprenden otros principios. El principal es la solidaridad. Somos seres sociales y tenemos que integrarnos en una comunidad, y nuestro principal medio de integración será el diálogo y la posibilidad de acordar, de consensuar.
El humanismo cristiano reacciona contra cualquier poder despótico y reconoce en el principio de autoridad la prioritaria misión de gestionar el bien común, que principalmente tendrá en cuenta a quienes se encuentren más desprotegidos.
Es muy importante entender a estos pensadores en el contexto histórico de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945); sus razonamientos se alejarán de toda visión ideológica. Esto es, del pensamiento único y del relato histórico. La ideología se encierra en un conjunto de pretendidas verdades incuestionables. Es como bien observaba el humorista Sendra, “un conjunto de ideas que impide pensar”.
Frente a la ideología cerrada, el humanismo cristiano propone una serie de principios rectores pero abiertos al diálogo. Y frente al relato histórico propone la búsqueda de la verdad. La historia no está al servicio de la ideología, sino que es el producto de una serie de hechos que protagonizan personas con sentimientos, afectos, móviles ideológicos, luchas… En fin, una sucesión de situaciones complejas que llevaron a los protagonistas a actuar de determinado modo.
Y el famoso dicho latino, Historia est magistra vitae, es válido en cuanto la historia sea verdadera y no responda a un relato ideológico.
Maritain, de un modo profético, en El hombre y el Estado, llega a proponer (y estamos hablando de los años ‘40 del siglo pasado) la necesidad de un cierto gobierno universal acordado por las naciones que supere los nacionalismos y privilegie al bien de las personas. Volvemos al principio: nada hay más importante que la persona humana.
El humanismo cristiano enfrenta también al nuevo pragmatismo que reducía lo político a una serie de acciones desprovistas de principios rectores, basadas en la conveniencia oportunista, que muchas veces responden a intereses parciales. Y aquí tenemos que remitirnos al pensamiento de los Papas a partir de Juan XXIII y Pablo VI. La democracia siempre debe fundamentarse en valores éticos.
Sin duda, la política es una ciencia práctica y por lo tanto pragmática. Pero el pragmatismo tiene límites, de lo contrario con mucha facilidad puede alejarse de lo esencial: el servicio al bien común, fundamento inspirador de la acción política.
Este pensamiento tuvo su más alta expresión en la Democracia Cristiana europea con figuras destacadísimas como Konrad Adenauer en Alemania y Alcides De Gasperi en Italia. Sin duda fue la corriente política más importante de la postguerra y puso un freno a la avasalladora ola comunista que ocupó la mitad de Europa.
Eran hombres de profunda espiritualidad personal y que supieron implementar los valores republicanos, fundamentalmente el de libertad con justicia, alejados de cualquier dimensión autoritaria y con profundo sentido de lo social y, como señalamos antes, la búsqueda de consensos. De hecho, en 1978 Aldo Moro fue asesinado por las Brigadas Rojas en el momento en que estaba por llegar a un importante acuerdo de gobernabilidad democrática con el comunismo.
En una Semana Social, uno de los oradores llamó mucho mi atención cuando afirmó que la unidad de Europa que ni Napoleón ni Hitler pudieron conquistar por las armas, sí la consiguió la Democracia Cristiana por la política.
En América del Sur esta corriente llegó en la década del ’60 con desigual éxito. En Chile, a través del grupo de Eduardo Frei Montalva, que conquista la presidencia de la República. Su gobierno fue notablemente exitoso. Y con el advenimiento de la democracia, después de la dictadura de Pinochet, tendrá aún dos períodos de gobierno en alianza con la corriente social demócrata: Patricio Aylwin (1990-1994) y Eduardo Frei Ruiz-Tagle (1994-2000).
En Venezuela, la Democracia Cristiana llegará a la presidencia de la mano de Rafael Caldera. Y esta corriente, por medio del sindicalista argentino Emilio Máspero, se expresará en la Central Latinoamericana de Trabajadores (CLAT).
Tengo en el tintero muchas anécdotas, sobre todo de algún encuentro personal con el ex presidente Frei padre.

EL HUMANISMO ARGENTINO
El fenómeno político argentino no puede profundizarse ahora en extensión. Pero brevemente puedo decir que a partir del Congreso Eucarístico de 1934, la intelectualidad católica, que había tenido importantes antecedentes en hombres como José Manuel Estrada y Pedro Goyena, entre otros, retoma injerencia en el orden político. Se podía distinguir una corriente con una impronta más nacionalista (Dios, patria, hogar) y otra que comenzaba a valorar más la democracia. Con los cursos de cultura religiosa en Buenos Aires y diversos ámbitos de formación en el resto del país, sobre todo en Santa Fe, Córdoba y las provincias del norte, muchos laicos comenzaron a destacarse en la vida pública.
Con el advenimiento del justicialismo, Perón afirmaba que iba a gobernar con la doctrina social de la Iglesia, implantando la enseñanza religiosa en los colegios, defendiendo la familia, etc. Esto le llevó a contar con un gran apoyo eclesial, tanto de gran parte de la jerarquía como del laicado más nacionalista. A su vez, desde la revista CRITERIO, monseñor Gustavo Franceschi, y desde los hogares fundados por monseñor Miguel de Andrea, fomentarán con numerosos laicos una visión más republicana y democrática, y serán los iniciadores de la Democracia Cristiana en el país.
Según relata María Sáenz Quesada en su libro 1943, este grupo logró invitar a nuestro país a Jacques Maritain, que habló en los cursos de Cultura Católica y en la Sociedad Hebraica, generando una real polémica entre el “catolicismo democrático” y el de corte más nacionalista.
Sobre todo durante la segunda presidencia de Perón, en la clandestinidad aparecieron líderes de gran envergadura de esta corriente: Ordóñez, Ayarragaray, Lewis, Sueldo, Busacca. Y caído el gobierno de Perón, se constituyó como Partido, obteniendo en la primera elección 500 mil votos.
La sucesión de gobiernos militares, y quizás también la cercanía del justicialismo con el pueblo impidieron la consolidación de la democracia cristiana como partido. Pero sigue teniendo vigencia es la perpetuidad de los principios del humanismo cristiano. Será siempre necesario que esta corriente se exprese políticamente porque sigue siendo importante su presencia en la sociedad civil a través de hombres y mujeres comprometidos en política e inspirados en sus principios.

EL HUMANISMO EN LA UNIVERSIDAD
Un contexto importante donde prendió el humanismo cristiano fue en la Universidad en la década del ‘50. Dentro de la FUA (Federación Universitaria Argentina), con filiales en las distintas universidades del país, y sobre todo en Buenos Aires (FUBA) y en Córdoba (FUC), la corriente humanista se ubicaba en segundo lugar, detrás del llamado reformismo, que respondía a quienes habían propiciado la reforma universitaria en la década del ‘20, y anteponiéndose a los grupos abiertamente marxistas.
Como en ese tiempo la Universidad no gozaba de autonomía sino que sus autoridades eran designadas por el Ministerio de Educación, y por lo tanto ni los profesores ni los alumnos tenían representación en los Consejos de las Facultades, estas corrientes de pensamiento, todas ellas, mantenían vivo el deseo y la petición de la sanción de la ley de autonomía de la Universidad, pero luego diferían en el pensamiento sobre la misión de la institución.
Las asociaciones humanistas organizaban cursos, charlas, a veces abiertas, otras clandestinas, difundiendo los principios que las animaban y el estilo de Universidad que se desprendía de los mismos.
Así como el reformismo fue el gran proveedor de dirigentes políticos de la Unión Cívica Radical, el humanismo lo fue de la incipiente Democracia Cristiana.
Cabe sin embargo consignar que la jerarquía eclesiástica en nuestro país no terminaba de comprender esta corriente y de hecho, a mediados de los años ’50, una pastoral de obispos expuso sus interrogantes, interpretando que si se le daba tanta importancia a la persona, se podía caer en un olvido de Dios. Con el tiempo estos cuestionamientos se disiparon.
Fue tan relevante esta corriente en la Universidad que la Asamblea Universitaria de Buenos Aires llegó a nombrar dos rectores inspirados en esta línea, el economista Julio Olivera y el ingeniero Hilario Fernández Long, cuya gestión terminó en la famosa noche de los bastones largos en los tiempos de Juan Carlos Onganía.
Con respecto a la vigencia del humanismo cristiano en el pensamiento social de la Iglesia, desde Juan XXIII en adelante puede encontrarse en todos los documentos una clara influencia de esta corriente.

1 Readers Commented

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  1. Vicente Carmelo Pallo on 4 diciembre, 2020

    Impecable claridad para describir y explicar la misión del creyente católico en el ejercicio político del bien común, a través de la constitución de un partido que represente genuinamente los valores inclaudicables del evangelio. Sin confrontaciones ideológicas inútiles, mons.Jorge Casaretto, puso blanco sobre negro y los puntos sobre las íes. Hago votos para que todos podamos reflexionar su exposición, en particular los pastores que están a cargo de la Pastoral Social, incentivando la participación dirigencial de todos aquellos laicos que pueden y deben, alguna vez, ubicarse en el Congreso de la Nación Argentina, con propuestas enraizadas en la Palabra «…ella no vuelve a mi estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé.»(Is.55.11).-

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