El Diez

El número diez tuvo y tiene un rol y significado especial. Tanto en el campo de las matemáticas como en el de la filosofía, desde la presocrática escuela pitagórica, o en la religión judeo- cristiana. Asimismo tiene un significado relevante, casi único, en temas más mundanos, como el fútbol, por ejemplo. Excepto casos particulares, el jugador que lleva el número diez es el que organiza el juego, el que lidera los ataques, el que “hace jugar” al equipo.
Recientemente se produjo el fallecimiento de Diego Armando Maradona, “el diez” para el fútbol argentino. Una vida y una muerte que merecen muchas miradas y análisis. Logros deportivos, carisma dentro y fuera de la cancha, frases que pasarán a la historia, desatinos en su vida privada y excesos, tanto positivos como negativos, también presentes en su despedida. A la vez nos refleja una imagen sobre cómo nos estamos comportando los argentinos en tanto sociedad, transcurridos ya veinte años del siglo XXI.
No puede escapar del análisis la reacción del Gobierno argentino, que promovió el velatorio nada menos que en la Casa de Gobierno durante la eterna y tan extraña cuarentena que venimos transitando desde hace ya más de nueve meses. El Presidente había dejado trascender que esperaba que un millón de argentinos se acercara a despedirse del ídolo. Algún matemático no sin malicia calculó que para alcanzar esa cantidad de personas en la ventana de diez horas previstas, los concurrentes debían pasar frente al féretro a una velocidad de 220 km/hora (si realmente se pretendía mantener el distanciamiento social de dos metros). En fin, no es la primera vez que el Gobierno hace malabares numéricos peculiares. Ante el cansancio social debido a tantas restricciones vividas, la convocatoria presidencial se vio como un desatino de dimensiones, seguido de la obvia conclusión de que fueron más los que quedaron en la calle en una fila interminable que los que lograron ingresar. No faltaron las escenas de peleas, enfrentamientos con la policía y horas de espera codo contra codo de filas de hasta tres kilómetros. En definitiva un despropósito que no pudo ocultar un sesgo populista y un verdadero insulto para aquellos que perdieron un familiar cercano en estos meses y no pudieron dar su último adiós. Varios de los que estaban colgados de la reja de la Casa Rosada podrán mostrar su selfie con la cara del Presidente y aún jactarse de no seguir sus pedidos directos de evitar aglomeraciones.
Para los argentinos también fue una ocasión de vernos como sociedad. A la despedida tan mal organizada –no se recuerda gesto similar para con ninguno de nuestros escasos premios nobel, lo cual no habla sólo del Gobierno actual, y nos propone una reflexión profunda hacia el futuro– se le suman repercusiones que parecen aumentar la famosa grieta que nosotros mismos hemos estado generando en los últimos años. La imagen de una desmesura de gente sin ningún distanciamiento social –vale reconocer que muchos tenían puesto su barbijo– fue muy impactante. Aumentada por el hecho de tener lugar en momentos en que el Gobierno continúa imponiendo el distanciamiento social y mantiene la recomendación de reuniones en casas privadas con no más de diez personas.
Mucha gente cuidadosa de su salud, siguiendo las recomendaciones, no concurrió a la convocatoria. Las imágenes de la televisión parecen mostrar una cierta segmentación social entre quienes participaron masiva y presencialmente, y quienes no. A esto se sumó un hecho proveniente de otro deporte. A los pocos días del funeral, el seleccionado argentino de rugby jugó un partido oficial y su recuerdo para con el astro del fútbol fue extrañamente tibio y, hay que decirlo, muy mal organizado –más adelante se menciona en cambio el remarcable homenaje de sus rivales–, lo cual derivó en que alguna mano anónima se tomara el no menor trabajo de rescatar de archivos de redes sociales de hace casi una década frases xenófobas y discriminatorias de tres integrantes del plantel, entre ellos su capitán. Expresiones compartidas en una red que en sus comienzos se caracterizó, y aún mantiene resabios, por su tendencia al descrédito del otro y por los insultos. Haciendo una búsqueda sencilla en internet con el apellido de nuestro Presidente y la palabra twitter se encuentran expresiones suyas también discriminatorias e insultantes –aunque no xenófobas–, de las que cuestan leer en voz alta en un ambiente familiar, y con las que nadie quisiera educar a sus hijos, expresiones escritas el año pasado por un adulto de más de 50 años, no por adolescentes de 18 y 19 años recién egresados del colegio secundario.
Como se dijo, uno de los implicados es el capitán del seleccionado, que hace poco hizo llenar el pecho de orgullo al deporte nacional defendiendo a uno de sus compañeros de equipo frente al árbitro del partido: “No puedo permitir que el rival le haga eso, yo juego por mi país”. Pareciera que ocho años de madurez y disciplina deportiva ayudaron a formar otro carácter, que derivó en un reconocimiento del error del pasado y un pedido público de disculpas de los tres implicados. Más allá de la sanción de la dirigencia del rugby, luego retirada ante la toma de una perspectiva más amplia del asunto, lo cierto es que estas frases xenófobas totalmente desacertadas en tono de burla ofensiva hace ocho años, han sido utilizadas para marcar nuevamente una separación entre gente de clase “acomodada” enfrentada a gente de clase “popular”. Vale mencionar en relación al mismo deporte el caso de Sudáfrica, donde el rugby –deporte de la elite blanca en una sociedad cruzada por el apartheid– sirvió como herramienta de unión e integración nacional bajo la incipiente presidencia de Mandela. Seguramente muchos de los integrantes de aquel seleccionado que finalmente ganó la Copa Mundial hayan tenido frases mucho más injuriosas y discriminatorias para con sus concuidadanos de color en sus adolescencias, pero el pasado se dejó de lado en pos de un objetivo mayor que era lograr la paz social, antes que intentar resquebrajarla, como parece ser el caso aquí.
En este contexto confrontativo se sumó una expresión del Papa –que por haber nacido en este país siempre entendemos que nos habla a nosotros y no al mundo– compartida con juristas sobre la propiedad privada como un derecho no absoluto. Si bien no se encuentra fuera de la doctrina de la Iglesia, sin el debido contexto fue para algunos un llamado o un guiño para insistir con mecanismos de reivindicación de derechos que agravan la ya instalada brecha. En una formulación discepoliana, podría decirse que, socialmente hablando, el comienzo del nuevo siglo nos encuentra con más calefón que biblia.
Volviendo al punto de partida –la muerte de Maradona– en el campo de lo deportivo las repercusiones fueron cuantiosas, llegadas incluso desde regiones y sectores poco imaginados. El mundo de la política aportó la notable carta del Presidente francés, la cual generó una muy irascible reacción de quien ocupa (o se ha instalado en, según las distintas perspectivas) el Gobierno venezolano. Como pocas veces, en este caso la poesía no quedó del lado del socialismo. El homenaje en los comienzos de los partidos de fútbol fue una constante en todo estadio, destacándose el realizado en un estadio de Manchester que, amén del sentido minuto de silencio, mostró en las pantallas gigantes aquel gol de mundial de 1986, el definido como el mejor gol de la historia de los mundiales, precisamente contra el seleccionado inglés, luego de dejar en el camino a medio equipo en una carrera frenética de más de 50 metros. Se destacó también el homenaje en un estadio francés, donde los jugadores de ambos equipos formaron una M enorme en mitad de la cancha mientras se veían en las pantallas del estadio innumerables imágenes. En España un equipo hizo el minuto de silencio con todos sus jugadores con el número diez en su espalda y en los estadios de Italia y Alemania durante ese minuto de tributo se vio en las pantallas aquella ya legendaria entrada en calor al ritmo de la canción “Live is life”, momento de precalentamiento que fue más visto que muchos goles o partidos, imágenes que en definitiva traspasan el deporte, combinando destrezas y movimientos más cercanos a algún tipo de arte. Fuera del mundo del fútbol fue destacado el gesto del seleccionado de rugby de Nueva Zelanda en su partido frente a nuestra selección, presentando como homenaje en mitad de la cancha una camiseta “All Black” con el número 10 y el nombre de Maradona antes de su habitual canto de guerra maorí, un gesto no visto antes para honrar a una personalidad de otro deporte, lo cual magnificó la pobreza del recuerdo de nuestro equipo representativo.
La muerte de Maradona nos mostró crudamente los picos y oscuras profundidades de muchos que dejaron legados imborrables en sus disciplinas, a la vez que miserias en sus vidas privadas. Figuras como Nijinsky, Van Gogh, Einstein o el mismo Jobs nos hablan de esa pasión desmedida por la perfección y por su legado, que desbordó sus vidas y arrastró a las de sus familiares directos. Los excesos lo tuvieron al borde de la muerte más de una vez, y luego sus inusuales capacidades lo volvían al primer nivel internacional. Al igual que aquellos que no están hechos con moldes ordinarios resurgía después de las más oscuras quebradas, hasta que su físico tan deteriorado internamente llegó a su fin. Como bien dijera el preparador físico que lo acompañó en sus tantas recuperaciones, especialmente en aquella de 1994, convivían dos personas en una. Por un lado el jugador distinto, muy superior a cualquiera, ejemplo de líder dentro de la cancha. Por el otro, el personaje creado, el que protagonizó tantos desbordes, pésimo ejemplo fuera de las canchas. El jugador fue una constante fuente de carisma, destrezas y capacidad de entrenamiento –siempre el primero en llegar y el último en retirarse–, dispuesto a ponerse al hombro equipos sin estrellas, a jugar en condiciones totalmente desfavorables –como olvidar aquel tobillo descomunalmente hinchado durante el mundial de 1990–, un jugador que consiguió muchos menos títulos internacionales que otros –ninguno en Sudamérica, uno sólo y no el más relevante en Europa, pero lo que ganó lo hizo de manera extraordinaria, pasional y brillante. El personaje fuera de las canchas era la antítesis, lleno de excesos y dependencias que lo destrozaban a él y a sus familiares. No se puede evitar pensar que gran parte de este descontrol personal estuvo marcado por grandes carencias económicas en su infancia y su meteórico ascenso social y enriquecimiento en pocos años. Se necesita demasiada templanza para pasar de aquella imagen de comer en una pizzería los domingos y ver a su padre no comer “porque no tenía hambre” –sabiendo luego que era porque el dinero no alcanzaba para que comieran todos y la prioridad era que se alimentaran los chicos– a la posibilidad de riquezas impensadas para la mayoría. Volviendo a las palabras de su preparador físico: «Con Diego voy hasta el fin del mundo pero con Maradona no voy ni a la esquina».
Maradona ha muerto, sabrán sus familiares y amigos despedirlo, perdonarlo y recordarlo. Para los amantes del deporte quedan las imágenes registradas en miles de videos para ver y disfrutar una y otra vez. Poco importa si fue mejor o peor que otros jugadores del pasado, del presente o del futuro. Como tantos otros locos egregios, alcanzó los extremos de su pasión y logró llevar al fútbol a una dimensión plástica cercana al arte, y por eso será merecidamente recordado.

1 Readers Commented

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  1. ELISA REY on 11 diciembre, 2020

    Excelente artículo. El primero que leo con gusto sobre este tema, por el equilibrio de los conceptos empleados. Muchas gracias!

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