¿Es posible rever la doctrina de la guerra justa?

¿Es el hombre guerrero por naturaleza?, preguntábamos en el último artículo de esta columna (CRITERIO N° 2471). El cardenal suizo Georges Cottier, en una reunión en París sobre el tema (1967), respondía que si la violencia es inevitable en el mundo físico y biológico, en el hombre no procedía de su naturaleza sino del pecado, por lo que la radical supresión de la violencia suponía la radical supresión del pecado. Concluía así que la teología de la guerra justa desaparecerá de la teología moral.
En 1983, tras la guerra de Malvinas, Adolfo Fernández de Obieta, hijo de Macedonio Fernández, escribía que la doctrina de la Iglesia no había condenado a la guerra per se, sino sólo en los casos en que se la declarara “injusta”. Al comunismo la Iglesia lo calificó de “intrínsecamente perverso”, al aborto lo condenó siempre y al duelo entre personas por cuestiones de honor lo sancionó con la excomunión. Pero admitía la guerra justa ante cuatro injusticias o situaciones: 1) Que se trate de una injusticia intolerable; 2) 1ue se hayan agotado todos los métodos pacíficos para resolverla; 3) que los daños que cabe esperar de la guerra que se desencadena, sean menores que el mal que se desea remediar; 4) que exista una probabilidad razonable de triunfo.
Obieta representaba en la Argentina a la Orden Patriarcal del Arca, comunidad creada en Francia por Lanza del Vasto, cuyo objeto principal era aplicar la no-violencia en todas las situaciones de la vida, entendiendo que si todos vivieran no-violentamente, no habría guerras. En su libro La Iglesia frente a la guerra, Lanza del Vasto relata sus viajes a Roma en tiempos del Concilio Vaticano II para pedir a los obispos que desterraran toda guerra, objetivo que no logró como hubiera deseado, aunque reconoció importantes pasos posteriores como la encíclica Pacem in terris de Juan XXIII.
En línea con su maestro, Obieta afirmaba que toda guerra era incompatible con el ejemplo de Cristo. Más aún, se preguntaba si la doctrina de la guerra justa estaba implícita en los Evangelios, las Epístolas, los Hechos o el Apocalipsis. Ni los apóstoles y sus discípulos, decía, ni los Padres de los primeros siglos justificaron guerra alguna “salvo consigo mismo, en el interior”. Siendo así, agregaba, la doctrina de la guerra justa no era tan vieja, sino varios siglos más joven que la palabra de Jesús. Habiendo aparecido como un hecho histórico –sin fundamento bíblico y contradiciendo el mandamiento “No matar” – podría seguir la senda que tuvieron otros hechos históricamente deslegitimizados: la esclavitud, el régimen de la Inquisición, la persecución y exterminio de los “herejes”, el juicio eclesiástico de hipótesis científicas, etc.
La siguiente pregunta de Obieta tiene vigencia ante el enorme gasto militar mundial: ¿La guerra es un pecado, pero las armas no? Responde: “Concebirlas fríamente, fabricarlas, costearlas restando pan al hambre y cura a la enfermedad, acumularlas, renovarlas, amenazar con ellas ¿cuándo y dónde comienza el pecado? Comparto la afirmación de Richard Mc Sorley SJ, en su artículo Las armas son un pecado, pues hay un conflicto entre Evangelio y Armas”.
El concepto de guerra total, o sea de nación a nación, de pueblo a pueblo, en la que se implican todos los seres humanos y no sólo los combatientes, o el concepto de nación en armas, o sea de guerra para aniquilar a una nación, son conceptos –para Obieta– que no distinguen entre combatientes y no combatientes, según las leyes clásicas de la guerra.
Obieta proponía, como cristiano, rever la doctrina de la guerra justa.

Arturo Prins es Director de la Fundación Sales.

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