Perplejidades en torno de la cuestión populista

#1. La cita es de uno de los pasajes del Talmud más comentados por la tradición judía. Una lectura inmediata sugiere que cada uno de nosotros tiene, más que el derecho, el deber de impulsar las propias ilusiones, necesidades y metas. Cargar a los demás con ellas es muy riesgoso, porque por mucho que nos quieran, nadie las puede interpretar mejor que uno mismo. Pero además, descuidar la propia persistencia en el ser es irresponsable, porque al hacerlo estamos cargando a algún otro prójimo decente, de los que nunca faltan, con el chantaje moral de no incurrir en abandono de persona.
Lo que tenemos para con el otro es una gran responsabilidad; la cual, además, es recíproca. Dedicar mi inteligencia y mi libido al exclusivo cuidado y desarrollo de mí mismo me convierte en la más indigente de las personas, me reduce a algo incomprensible e indecible. Ser humano es querer ser con y para el otro. Pero es una iniciativa que, bien entendida, empieza por casa. No se trata de exigir ni de esperar reciprocidad. Tal vez la otra persona no pudo explorar la facultad solidaria y colaborativa, o la tenga muy inhibida. Tal vez nos desconfía. Estar ahí, motu proprio, para ella puede abrirle el acceso decisivo al placer de dar.
Y todo lo anterior, ahora. Somos naturalezas creadas, abiertas y expuestas a lo que vendrá. No somos dueños de despilfarrar un tiempo vital que es donado, que no hemos creado y que, seguramente, no terminamos de entender ni de apreciar.
Para ti, entonces, porque para mí. Y ahora. Mañana es tarde.

#2. A muchos de nuestros amigos y conocidos la cuestión populista nos interpela de manera directa y angustiante. Nos presagia un horizonte temible, que por momentos parece en vías de consolidación. Y advertimos, con perplejidad, que lo hace con el ropaje de la inminencia y del interés desprendido por el otro. Un otro que es alegado en el discurso, pero al que, sin embargo vemos cómo en los hechos, lustro a lustro, se le han ido recortando cada vez más espacios de calidad y autonomía laboral, educativa, cultural o sanitaria.
Ofrezco, en estas líneas, un intento por ordenar y elaborar a partir de mi propio desconcierto. Sin academias ni pretensiones de certeza. Sin ir “a por todas”, para no espejar el problema que nos acucia. Pero con la convicción de que nuestra responsabilidad de encontrarnos a pensar y a dialogar sobre la cuestión populista es urgente e ineludible (1).

#3. El término es multívoco. Hace ya bastante que se venía esgrimiendo como acusación descalificante, pero, desde hace un tiempo, también se empezó a reivindicar como paradoja desafiante. Nada de lo cual propicia el análisis. Me voy a referir al populismo como una forma de valorar y de decir respecto de las acciones que afectan a lo público. El populismo también se expresa, desde luego, en estrategias y programas políticos y económicos concretos, pero aquí me interesa compartir mis impresiones acerca de lo que llamaría una actitud, un talante sumamente intenso que, si a veces no pasa de ser una manera de discutir, a menudo también se presenta como si fuera una identidad. Trataré de mencionar y de reflexionar sobre aspectos fácilmente reconocibles que, como si fueran el motivo de una melodía, suelen aparecer, cada vez más, en cualquier discurso o intercambio sobre política, economía, sociedad o cultura, en sobremesas, ámbitos académicos, debates públicos, discursos de campaña, etc.

#4. La visión populista percibe a la sociedad (a esta sociedad, es su manera usual de hablar, como poniéndose afuera de ella, o de sus peores aspectos) como ordenada por la acción de un principio generador de sentido, al que llama, difusamente, el Poder, así, con mayúscula. En su perspectiva, el Poder es algo intangible, pero muy concreto, hiper-real, una fuerza espiritual que puede apropiarse de la voluntad y de la mente de las personas, y que, por inercia, tiene una tendencia natural a concentrarse en pocas manos y, a la vez, a expandirse hacia muchos espacios. Se hace presente en diferentes esferas de la vida social, como el capital financiero, los conglomerados mediáticos o la ideología patriarcal de género, y se vale de todas las estructuras macro y microscópicas en las que, de alguna manera, hay algo parecido a la autoridad o el dominio. Lo sepan o no, y lo quieran o no, los maestros de escuela, las gerentes de empresas, los policías, las artistas, las académicas, los creyentes religiosos, los hablantes no inclusivos, las médicas, las juezas, los comunicadores, y, obviamente, los políticos, están continuamente expuestos a convertirse en instrumentos del Poder. La caverna de Platón es, a fin de cuentas, la metáfora óptima para ilustrar el estado de inconsciencia de sí con el que el Poder encadena las almas y los cuerpos de casi todas las personas de casi todas las épocas.

#5. El Poder así hipostasiado fascina al populista porque es sumamente adaptable y creativo, y teje acuerdos que son transversales a todo sector y a toda geografía, creando sus propias élites. Los grupos y personas dirigentes pueden tener disputas entre sí, traicionarse incluso, pero esta dinámica siempre redunda en favor del “sistema”, en alianza contra las grandes mayorías a las que somete. Como los miembros de las casas reales de las monarquías europeas de la edad prerrevolucionaria, los referentes de los grandes centros del Poder hegemónico pertenecen a un club selecto, a salvo y por encima de los cambios eventuales de configuración política, cultural o económica. Manejan el discurso, el capital, los medios, las armas, los laboratorios, las productoras de contenidos masivos, los megaeventos deportivos, poseen las tierras, las redes informáticas y sus bases de datos, las maquinarias, los transportes. Se conocen personalmente y se cuidan las espaldas. Aunque no le conste, todo esto lo sabe, fehaciente, dogmáticamente, cualquier persona que se encuentre sintonizada en modo populista. Como en el delito de enriquecimiento ilícito, el Poder tiene sobre sí la descarga de la prueba acerca de su compleja y omnipresente asociación.

#6. A un Poder totalizante y opresor desde arriba le corresponde, lógicamente, una contrahegemonía desde abajo, también totalizante. Es la del Pueblo (también con mayúsculas).
El Pueblo del populismo también es una entidad total, multiforme e inasible. Es absolutamente buena, resistente y noble; fuente última de toda belleza, razón y justicia (legítima). Si bien, a efectos de consistencia del relato, hace falta resaltar que nunca estuvo, hasta el presente, suficientemente investido con el volumen de poder que le corresponde. Que, en rigor, no es menos que todo el poder.
Pero el Pueblo del populismo no es la totalidad de habitantes que constituye la unidad estatal política y territorial, por ejemplo, argentina. Excluye de sí a los poderosos, a sus aliados, y también a sus empleados, votantes, simpatizantes y militantes de los partidos del Poder. El Pueblo es una combinación romántica de trabajadores humildes y de excluidos que no trabajan. Según el momento retórico, puede o no incluir a las comunidades originarias o a las personas del colectivo LGBT. La pertenencia al Pueblo es una condición clara, pero no distinta. El Pueblo del populista es la multitud de personas buenas y oprimidas (buenas porque oprimidas) por los múltiples recursos, solapados o abiertos, del Poder.

#7. Esta percepción idealizada de enemistad radical entre Poder y Pueblo, que invisibiliza a un montón de gente que no se autopercibe ni opresora ni oprimida, exige un posicionamiento decisivo. Sólo uno de los dos lados de la línea se aprecia como humanamente aceptable. Y ese semi-espacio, el “campo popular”, es un lugar de franca y permanente confrontación. Sin conciliación posible, allí sólo se puede militar hasta la victoria. La mega-empresa tiene dos escalas. En el nivel micro, se trata de “resistir” (la referencia poco velada a la Resistencia francesa de los años cuarenta no es casual) todas las prácticas y discursos de opresión que el Poder ha conseguido naturalizar. Deconstruir, en otras palabras. Y pelear en todos los frentes la batalla cultural para que la resistencia y la deconstrucción empiecen a imponerse como corrección política. En el periodismo, interviniendo clásicos universales del teatro, en el aula o en las cuestiones de identidad de género (2).
Se está batallando, se alega, contra una religión disfrazada de racionalidad económica (su último nombre conocido es neoliberalismo), que se ha autosantificado inventando a un Dios terrenal para servirse de sus iglesias. Son legítimas, entonces, todas las tácticas de comunicación, todos los mensajes igualmente religiosos del profeta auto-investido que, desde la “histórica altura” de un amor universal combate contra los odiadores, poniéndole “un cerco a la muerte” y dejando la bendición de su presencia clara, entrañable y transparente (3).

#8. En cuanto a la escala macroscópica, se trata de disputar poder, conquistando espacios.
En un sentido que es a la vez literal y metafórico, la acción colectiva populista niega de plano la sana discriminación que ejerce el artículo 22 de nuestra Constitución Nacional. Para el populismo, simplemente no es verdad que el Pueblo no pueda deliberar ni gobernar más que por medio de sus representantes y autoridades legalmente creados. Por el contrario, cuando se trata de resistir, casi cualquier reunión de personas que haya logrado “tomar la calle”, o las rutas, puede atribuirse los derechos de peticionar en nombre del Pueblo. Para esta perspectiva, el orden institucional vigente también es una manera de condicionar y coartar los derechos y libertades, porque limita esa energía auténtica, creativa y vital que sólo puede aportar la multitud en presencia.
Ahora claro. A veces también se conquistan espacios estatales por medio del voto. Y allí ya no se puede eludir la discriminación que se denunciaba como injusta desde la calle, cuando no se habitaba el poder institucional. De un lado, sigue siendo verdad que el Estado es un espacio más, entre otros, peleado y ganado a un Antiguo Régimen que todavía no ha terminado de caer. Y, desde ese punto de vista, no cabe respetar sus procedimientos más allá de lo que aconseje tácticamente la relación de fuerzas en cada momento. Para el sentir populista, los tiempos y los equilibrios institucionales son ecos de un pasado opresor. Por eso, la manera más inmediata de traducir, como gobierno, aquel espíritu de rebeldía deconstructiva que se coreaba en la calle es la reinterpretación del Derecho, la ampliación de derechos y la política de subsidios, resignificada como “justicia redistributiva”. Pero, del otro lado, también es cierto que las multitudes por sí mismas no pueden gobernar ni deliberar ni legislar ni juzgar. Estas son acciones que sólo pueden realizar personas concretas, con nombre, apellido y biografía. Y entonces aquí viene una de las grandes preguntas al populista puro. Si es verdad que el patriarcado y el capitalismo y la democracia liberal y la cultura de la pequeña burguesía son tan capaces de deformar las mentes y los corazones, ¿cómo es posible que alguien como vos, que pasó por cada una de esas experiencias pedagógicas tan reprochables, reclame el derecho de ser portavoz de los que no tienen voz? ¿Qué es lo que libra al líder populista de todos los males existenciales del sistema que dice venir a combatir y a derrotar? O, de modo inverso, y dicho en términos de un debate muy comentado: si no es con el mérito, ¿con que otro argumento se puede reivindicar la legitimidad de la kratía?

#9. El voto, por más popular que se lo adjetive, no es suficiente para justificar el aura de absoluta santidad, prudencia y carácter. Por la simple razón de que es muy variable; las elecciones a veces se ganan y a veces se pierden. El Pueblo nunca se equivoca, pero puede ser engañado. No. Buena parte de la energía libidinal que inviste al relato populista y a sus íconos proviene de una fuente más profunda, casi atávica. Es la del sufrimiento y la del sacrificio (4). Nos referenciamos –dicen– en los que dieron su vida por (nada menos que) cambiar el mundo. Los (nos) persiguieron los peores, ergo somos los mejores. Para desaparecernos, nos aplicaron el más tenebroso de los planes sistemáticos, ergo, nuestra causa era y sigue siendo la más justa y la más luminosa. Como rezaba un grafitti urbano de los años ‘80: “Vos no desapareciste, por algo será”.

#10. Pero la derrota fáctica de la guerrilla revolucionaria no es la única fuente de energía del espíritu populista. Nuestra forma de vida en común no carece de puntos ciegos y miserias. La exclusión endémica y la indigencia estructural son responsabilidad ostensible de todo el conjunto social, y, con eminencia de sus sectores dirigentes. Hay entonces, como trasfondo del sentir populista, un espíritu de idealismo y reforma urgente que es muy sano, e imprescindible. Desde luego que el elemento institucional (“republicano” se le dice en estos tiempos) es parte esencial de la respuesta a tanta urgencia. La institucionalidad es la voluntad de respetar acuerdos básicos de convivencia ya establecidos, para crecer de forma cooperativa y para transitar conflictos de forma no violenta. Y, al mismo tiempo, es una carta de confianza para las generaciones futuras. Si nos ordenamos, permitimos que nuestra posteridad siga o mejore o modifique lo que nosotros no pudimos o no vimos. Pero el espíritu institucional, por sí solo, tampoco lo puede todo. Tiene, por naturaleza, una inercia que lo hace reticente a percibir lo excepcional, y, en general, a vérselas con lo muy novedoso. Y lo muy novedoso, en 2021, es la necesidad de religitimar el principio de autoridad, en lo político y en todo lo demás. Apuntalar un poder constitucional decente, no tumultuoso y eficaz.

En la circunstancia actual, la crisis presenta un desafío múltiple: se trata de desactivar los efectos más tóxicos de la perspectiva populista, sin por ello espejar su lógica de enemistad radicalizada. Es decir, se trata, en el plano de la ideas, de pelear la batalla cultural contraponiendo utopía contra utopía, al tiempo que, en el plano fáctico, se admiten y se enfrentan las urgencias de pobreza, desinversión y crisis educativa. Obviamente, es una tarea inmensa, porque los populismos estresan y angostan el centro democrático. Deterioran la productividad política, económica y social, que se construye en base a la confianza recíproca, al tiempo que cobijan aventuras y mediocridades de toda laya. En un clima enrarecido y enervado, hace falta conservar el temple, profundizar todos los diálogos pendientes y construir consensos nuevos.

En suma, mirar la grieta a la cara, comprender sus motivaciones, desentrañarla y superarla. Por mí y por tí. Ahora. Ya emigraron demasiados compatriotas.

José Luis Galimidi es Doctor en Filosofía y profesor de la Universidad de San Andrés

NOTAS

1. Para dos visiones diferentes sobre el populismo, pueden verse Ezequiel Adamovsky, “¿De qué hablamos cuando hablamos de populismo?” Revista Anfibia, (http://revistaanfibia.com/ensayo/de-que-hablamos-cuando-hablamos-de-populismo-2) y también María de Guadalupe Salmorán Villar, “Populismo: una ideología antidemocrática”, Teoría política, 7, 2017, 127- 154, (http://journals.openedition.org/tp/533)
2. Por si hace falta aclararlo, no intento aquí la crítica de los diferentes movimientos de reivindicación o denuncias sobre injusticias sociales, económicas, ataques a la diversidad, etc. Sólo subrayo la tendencia general del sentir populista a apropiarse de todos los impulsos contestatarios, como si fueran expresiones diversas de un único centro emisor. Ilustra mi punto la letra de la célebre canción del grupo performático Lastesis: “Son los pacos, los jueces, el Estado, el Presidente. El violador eres tú”.
3. “Hasta siempre, comandante”, Carlos Puebla.
4. Cf. Hugo Vezzetti, Sobre la violencia revolucionaria. Buenos Aires, Siglo XXI, 2009, Cap. 3.

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