el-sol(Solntse, Rusia-Italia- Suiza-Francia. Dirección: Aleksandr Sokurov) Estrenada en una sola sala, justo la semana de mayor recesión por la fiebre, pero de próxima difusión en dvd, El sol es una película realmente notable, que conviene destacar. Su autor es Aleksandr Sokurov, el artista de Madre e hijo y El arca rusa, por citar los dos únicos títulos que hasta ayer alcanzaron difusión comercial entre nosotros. Aclaremos de entrada que se parece más a la primera que a la segunda. Pocos actores, contados escenarios, climas hábilmente enrarecidos mediante la banda sonora y el despojamiento cromático, tiempo en suspensión, diálogos concisos y a veces hermosos, en suma, una obra de cámara. Pero esta vez no se refiere al desamparo de dos personas frente a la muerte, sino al desconcierto de una importante figura frente a hechos históricos enormes, que debe asumir, enfrentar y, si es posible, superar.

Los hechos aquí referidos, corresponden a meses decisivos en la vida del emperador Hirohito: los que van de agosto de 1945 a enero de 1946. Cuando lo conocemos, él es el sol del imperio, el dios encarnado, por quien miles de japoneses se sacrifican. Por él también, muchos cometen atrocidades. Pero él está en los sótanos de algún lugar, sometido a los cotidianos ritos de sus ceremoniosos servidores, diciéndole a su gabinete, en forma indirecta, en términos poéticos, que la guerra debe terminar, que ya ha sido perdida. Mascullando antes de hablar, como un viejo, empequeñecido ante la pesadilla de Hiroshima o un grabado de Durero, inocente, en ocasiones casi angélico, diligente en sus estudios de biología, respetuoso y solícito con un científico hambriento, desarmado y cordial con los vulgares invasores americanos, sabio como un niño frente a su adversario más alto y omnipotente, que al comienzo lo desprecia y tarda en comprenderlo, dispuesto a guardar una estatuilla de Napoleón, pero dejar bien a la vista otra de Darwin, tierno en la intimidad ante una foto de su madre, y reservado ante la de una actriz, el Hirohito que nos pinta Sokurov no es para nada el criminal de guerra obligado a dejar que surja un país nuevo, como dicen muchos historiadores. Más bien es el símbolo de continuidad y concordia que el general MacArthur vio e hizo respetar tras las matanzas mutuas, el dios que por decisión propia, y en bien de su nación y de su pueblo, al que apenas conocía, cinco meses después de anunciar el fin de la guerra anunció también el fin de su “naturaleza divina” y volvió al reencuentro feliz de su esposa y sus hijos.

No sabemos cuál será la verdad, pero esa imagen le sirve a Sokurov para cerrar su excepcional trilogía de poderosos del siglo XX, con Moloch (Hitler en su nube, imaginando imposibles), Taurus (Lenin ya senil, creyendo que aún gobierna) y este que ahora vemos, El sol (Hirohito, el hombre que ayudó a su país a salir de las cenizas que él mismo había causado). En nuestro medio, Moloch sólo se vio en el festival marplatense, y Taurus en el festival porteño, pero no vamos a rezongar ahora por eso. El sol vale por sí misma, puede verse sola, y hasta diríamos que se recomienda sola.

A subrayar, la composición de Issey Ogata, hasta entonces un cómico, la pesadilla que Hirohito tiene de Hiroshima, con peces volando sobre el fuego, el diseño de producción de Yelena Sukova (directora de arte de El arca rusa), la banda sonora de Sergei Moshkov, viejo colaborador, y el músico Andrei Sigle, con fragmentos de Wagner (“La caída de los dioses”, por supuesto) y de Bach (dos movimientos de la suite nro. 5 para celo, interpretados por Mstislav Rostropovich), la fotografía entre penumbras, nieblas y pasteles del propio Sokurov, el alegato del ministro de Guerra Korechika Anami (que se suicidó el 14 de agosto del ‘45), y el final, ese inesperado final que cae como un mazazo y dice tantas cosas en sólo cuatro líneas de diálogo y dos rostros perplejos. Una obra de arte.

Postdata I. El personaje del ministro de Guerra, tenso, firme, con las pequeñas gotas de sudor sobre su calva, insistiendo en luchar hasta el final, negándose a pensar siquiera en una rendición, nos recordó la imagen de aquel funcionario que informaba radiofónicamente a la población japonesa esa rendición, pero antes de terminar la lectura de la noticia se largó a llorar mientras se golpeaba la cabeza delante del micrófono. Una imagen impresionante, que cierra con dolorosa ironía el documental Buenos, hermosos tiempos (1962) de Lionel Rogosin.

Postdata II. Dijo Sokurov: “Yo no hice films sobre los dictadores, sino sobre tres hombres que mostraron una personalidad excepcional respecto a todos aquellos que los rodeaban. Eso los hacía aparecer como las personas con el mayor poder de decisión. Pero, más que sus condiciones excepcionales, y las circunstancias que vivieron, sus acciones fueron influidas por la fragilidad humana y la pasión. Las cualidades humanas y el carácter son más importantes que cualquier circunstancia histórica”. La observación enfrenta ciertas bases de psicología marxista, pero también corrobora la diferencia de El sol con los otros dos films: en El sol, el líder supera su propia fragilidad y sale de su encierro porque se cuestiona a sí mismo, y está dispuesto a escuchar a los otros, dialogar y aprender de ellos (y, por suerte, tiene un interlocutor capaz de apreciarlo y tomar de él aquello que resulte positivo para la humanidad).

1 Readers Commented

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  1. norma truffer on 28 febrero, 2010

    La película vista el 27 de febrero de 2010 es un canto a la construcción de un hombre nuevo que ve al poder en toda su dimensión de horror y decide por la paz de su alma y así poder transitar ante el pueblo japonés soberbio e intolerante.

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