¿Debería sorprendernos que la violación generalizada de la prohibición moral de mentir tenga consecuencias económicas devastadoras?

Que tengan cuidado los relativistas. Les guste o no, la verdad importa, incluso en el ámbito económico. Ese es el mensaje central de la nueva encíclica del papa Benedicto XVI Caritas in veritate. Durante 2000 años, la Iglesia católica ha tratado de inculcar cuatro ideas que en la actualidad resultan bastante impopulares: a) que existe la verdad, b) que no es sólo un conocimiento científico, c) que se puede alcanzar mediante la fe y la razón y d) que la verdad no es cualquier cosa que uno quiera o siente que sea. A lo largo de toda su vida, Benedicto XVI ha profundizado en estos temas, precisamente porque gran parte del mundo, incluyendo a muchos cristianos, han olvidado el porqué de su importancia. Tal vez el mensaje más relevante sobre la economía que contiene Caritas in veritate es que la economía de mercado no puede basarse en cualquier sistema de valores.  Contra todos los relativistas de izquierdas y de derechas, Benedicto XVI mantiene que para lograr el bien común las economías de mercado deben ser apuntaladas por el compromiso a ciertos bienes morales básicos y a una cierta visión de la persona humana: «La economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; no de una ética cualquiera, sino de una ética amiga de la persona». «Sin formas internas de solidaridad y de confianza recíproca», dice el Papa, «el mercado no puede cumplir plenamente su propia función económica». La reciente crisis financiera desde luego ha confirmado de manera rotunda esta afirmación. El colapso del mercado estadounidense de las hipotecas subprime fue en parte responsabilidad de que miles de personas mintieran en el proceso de concesión del crédito. ¿Debería sorprendernos que la violación generalizada de la prohibición moral de mentir tenga consecuencias económicas devastadoras? «El sector económico», nos recuerda el Papa, «no es ni éticamente neutro ni inhumano o antisocial por naturaleza. Es una actividad del hombre y, precisamente porque es humana, debe ser articulada e institucionalizada éticamente». A diferencia de lo que pronosticaban ciertos comentaristas estadounidenses antes de que se publicara la encíclica, no se han consumado, como suele pasar, las críticas papales al «capitalismo global». En términos económicos, el Papa señala que la cansina idea de que la riqueza de los países ricos procede de la miseria de las naciones pobres –tal y como suelen predicar Hugo Chávez y cualesquiera otros dentro ese grupo en extinción que es el de la teología de la liberación– supone un error. Se trata de un golpe a la hipótesis central con la que trabajan muchos activistas de la justicia social. Tampoco estarán muy contentos con las preocupaciones que ha mostrado el Papa sobre cómo la ayuda exterior puede derivar en situaciones de dependencia, por no mencionar las críticas de Benedicto XVI contra el proteccionismo o la insistencia en que ningún cambio institucional puede sustituir a que la gente elija libremente el bien: «El desarrollo humano integral supone la libertad responsable de la persona y los pueblos: ninguna estructura puede garantizar dicho desarrollo desde fuera y por encima de la responsabilidad humana». Además, Benedicto XVI no considera que el mercado sea moralmente problemático en sí mismo. «El mercado no es ni debe convertirse en el ámbito donde el más fuerte avasalle al más débil. La sociedad no debe protegerse del mercado, pensando que su desarrollo comporta ipso facto la muerte de las relaciones auténticamente humanas». Lo que importa, según el Papa, es la cultura moral dentro de la que se desarrolla el mercado. En el centro de la economía hay personas humanas. Si la mente de las personas está dominada por una cultura exageradamente hedonística, realizarán elecciones económicas exageradamente hedonísticas. «Por eso», comenta Benedicto XVI, «no se deben hacer reproches al medio o instrumento sino al hombre, a su conciencia moral y a su responsabilidad personal y social». Con todo, las implicaciones de la verdad sobre la vida económica no terminan aquí. Para Benedicto XVI constituye una lente a través de la cual analizar conceptos como «ética empresarial», «ética de la inversión» o «responsabilidad social corporativa». No es una novedad que las elecciones empresariales y de inversión tienen una dimensión moral. Lo que realmente importa para Benedicto XVI es comprender la moralidad que subyace a estos esquemas. Calificar una determinada inversión como «ética», enfatiza el Papa, difícilmente nos dirá si es moral o no. Una segunda gran verdad que remarca Benedicto XVI es que resulta indispensable la existencia de una fuerte sociedad civil que apoye y limite al mercado y al Estado. Cuando habla de fuerte sociedad civil, el Papa no se está refiriendo a la plétora de ONGs subvencionadas por los gobiernos, muchas de las cuales Benedicto XVI identifica como un intento de imponer algunos de los peores aspectos del libertinismo occidental a los países en desarrollo. Ciertamente, el Papa cree que hay necesidad de reevaluar cómo el Estado regula las distintas partes de la economía y, en última instancia, destaca que la virtud de la solidaridad se materializa en que la gente ame a su prójimo; «no se la puede dejar solamente en manos del Estado». El economista John Maynard Keynes es famoso por muchas cosas, entre ellas por decir que «en el largo plazo todos estaremos muertos». El horizonte temporal de Benedicto XVI para la vida económica es bastante distinto. El Papa le pide a la gente que vivan sus vidas en el corto, medio y largo plazo como si vivir en la verdad fuera eternamente importante, por no mencionar que es eternamente relevante para la salvación del alma. Ese es el cambio en el que todos creemos.

 

El autor es doctor en Filosofía por la Universidad de Oxford, director de investigación del Acton Institute. Texto de Acton Institute Powerblog.

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