plastica-lacameraEstas líneas sobre la muestra de Lacamera no pretenden agregar nada nuevo al medular opúsculo crítico de la curadora María Teresa Constantín, que abarca todo lo que puede decirse del artista. Mi deseo es señalar cómo un pintor de la multiplicidad socio cultural de la que parte Lacamera pudo llegar a una unidad conceptual similar a la de otros que partieron de puntos muy distintos.

Fortunato Lacamera es un bastión boquense, pueblerino, de facha clerical, como puede verse en sus autorretratos. Obrero, pintor de brocha gorda, recibió menguadas clases de pintura de Alfredo Lazari y consumó la vida en su barrio, casi sin salir de él. Al recorrer su obra advertimos que reina la claridad diáfana y serena, el color siempre contenido y bien elaborado, con sutilezas poco frecuentes en otros de sus compañeros de domingueras aventuras plásticas. Pocas veces aparece la figura humana en el paisaje, como luego se tornará genérico en muchos otros autores argentinos que arribaron a su vera.

Ateo por educación y convencimiento, anarquista de buena ley y mejor cuño, necesitaba darse una razón antes de otorgarse un placer. De firmeza cabal en su doctrina y práctica diaria, como lo hacen muchos místicos, sacerdotes, rabinos, monjes u otros fieles. Era un hombre sencillo pero no simple, por eso fue maestro. Supo forjar su propio destino y posicionarse en el contexto histórico en el que deseaba estar. Nació, vivió y murió en su barrio; el límite máximo de su exploración geográfica fue, quizá, visitar las calles céntricas de Buenos Aires. No pretendió pertenecer al grupo de los vencedores ni gozar de privilegios. Fue siempre fiel a sí mismo y fervoroso de su estirpe obrera. Su barrio raigal se remonta a los orígenes de nuestra historia porque fue allí, durante la colonia, donde comenzaron a repararse los navíos que llegaban a recoger los cueros y tasajos. Fue anterior al barrio de Barracas, camino obligado para ir a los campos de la vastedad pampeana a través de la calle Montes de Oca, donde las pulperías entreveraban a nativos y a lígures marineros. Contaba historias recogidas de sus padres, heredadas de ancestrales generaciones.

Este artista de la cotidianeidad, además de lo que ve todo hombre adocenado, se empeña porque es artista, hombre de espíritu, en descubrir lo esencial, lo trascendente que alberga en lo cotidiano.

George Steiner sostiene que el crítico de arte es el observador más informado del grupo, cuya misión es mostrarle a los demás el valor intrínseco del artista y por eso debe tener concisión mental y acción consecuente. La diferencia entre un artista y un pintor reside en que el artista hace sentir lo que ve, tiene fuerza plástica en la estética que maneja. Abreviando: pinta de adentro hacia fuera. El pintor en cambio hace prevalecer lo estético en desmedro del fervor creativo.

El cristianismo fue en Occidente el cultor máximo de las artes plásticas que tenía prohibido el judaísmo por temor a que la imagen tentara la idolatría. La pintura de caballete, como la muralista, fue utilizada para ilustrar y hacer vivenciar las anécdotas de los evangelistas en las iglesias.

Dentro de estos artistas primitivos, Giotto, Cimabue y Fra Angelico son los más importantes para explicar el valor de la plástica de entonces. La luz es, en Fra Angelico, lo que le da a la imagen valor numénico llevándola a lo epifánico.

 

Grecia tuvo a Homero y a Fidias como pilares de la cultura occidental. Roma quiso tener historia propia, razón por la cual el Cesar le pidió a Virgilio que escribiera La Eneida.

Durante el renacimiento, aquel güelfo entre los gibelinos y gibelino entre los güelfos que fue Dante, escribió en letra de uso popular La Divina Comedia. Y se hizo acompañar por Virgilio para recorrer el temido infierno. En la plástica florentina de entonces, los renacentistas se ufanaron por haber alcanzado lo epifánico. Revelación que llevó a Lord Byron a nombrar a Florencia la Etruria Helena.

Esta digresión sirve para señalar que la luz propia de cada artista, como en el Renacimiento Fra Angelico, lleva al observador al descubrimiento de lo numénico, de la esencialidad que esconde toda realidad. Así Lacamera, en el encierro monástico de su estudio, filosofando entre bocanadas de humo de su pipa y la lectura de los periódicos anarquistas y algún libro, logró lo propio. Y lo hizo desconociendo los aportes que desde Husserl, pasando por Jaspers y continuando con Hidegger hasta llegar a George Steiner, como los existencialistas franceses Sartre, Merleau-Ponty, Camus y otros, que marcaron el rumbo que siguió sin conocerlos: al despojar la forma, el color, el claro oscuro… Para crear su luz e iluminar su plástica, realizó el proceso que Husserl llama “intuición vacía”, sin contenido preciso, que conduce a una revelación.

No lejos de Lacamera, Cúnsolo en La Boca hizo lo propio.

Fray Guillermo Butler (1879-1961), pintor esplendente aun no bien estudiado, por el camino religioso llega al mismo rumbo. Por su parte, Horacio Butler (1897-1983), pintor del Tigre, capta la luz del follaje del Delta. Giambiagi, que visitaba frecuentemente a Lacamera, al pintar nuestra selva misionera captó lo esencial de ella. Gertrudis Chale, que me cupo rescatar del anonimato, en sus paisajes de nuestra vastedad andina logró testimoniar su luz con frenesí posesorio. Y el pulido y refinado Roberto Aisemberg, por otro sendero, llegó al mismo destino, convirtiéndose en un místico judío.

Las ideologías mesiánicas del siglo pasado buscaron a través de lo político llegar a la fraternidad humana que enunció Hillel, el sabio contemporáneo a Jesús de Nazaret, cuando se le pidió que resumiera la Biblia entera en síntesis extrema dijo: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

La psicopatía de Robespierre, que fulguró la revolución francesa, enunció para el mundo los tres postulados: fraternidad, igualdad y libertad. Ideario que Napoleón, en su sueño imperial, esparció por todas las tierras que conquistó, al sembrar en Occidente en forma laica la esencia misma de toda la cultura judeo-cristiana, con independencia de los dictados de la Iglesia Católica Apostólica Romana.

 

 

Fortunato Lacamera 1887-1951 itinerario hacia la esencialidad plástica

Museo Quinquela Martín, Pedro de Mendoza 1835, La Boca

Fundación OSDE

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