A partir del debate siempre abierto sobre la realidad social de las villas de emergencia en la ciudad de Buenos Aires y de la acción pastoral de la Iglesia, Criterio solicitó a Gustavo Irrazábal, docente de Teología Moral, sus reflexiones sobre la “cultura villera”.

En los últimos tiempos, la atención pastoral de las villas de emergencia de Buenos Aires ha ganado amplia presencia en los medios. El motivo: la inesperada repercusión de “La droga en las Villas: Despenalizada de hecho”, un documento del equipo de sacerdotes que desempeñan allí su ministerio, y al que siguió otro más breve, en el cual se cuestionó la decisión de la Corte Suprema de la Nación de despenalizar la tenencia de ciertos estupefacientes para consumo personal.

Pero más allá de este tema particular, en sus intervenciones públicas los miembros de este equipo pastoral aportan al debate del problema de las villas de emergencia una perspectiva distinta y fundamental, que surge del esfuerzo sincero de ponerse en el lugar de las personas que habitan en ellas. Lo hacen con la autoridad que les confiere el desempeño de su ministerio precisamente en ese medio, compartiendo la vida cotidiana de su gente, sus dificultades y sus aspiraciones. Ello les permite comprender en su real dimensión y valorar profundamente el esfuerzo que estos vecinos de la ciudad realizan para abrirse camino en un contexto tan adverso, frente a la discriminación y la indiferencia social, y a la apatía del Estado.

Se trata, sin duda, de una experiencia auténticamente evangélica. Pero un tema diferente es el modo escogido para traducirla conceptualmente. En “Reflexiones sobre la urbanización y el respeto por la cultura villera” –el primer documento de este equipo, y el menos conocido para el público en general pero ampliamente difundido entre sacerdotes y agentes pastorales–, declaran: “la cultura villera no es otra cosa que la rica cultura popular de nuestros pueblos latinoamericanos (…) La cultura villera señala valores evangélicos muy olvidados por la sociedad liberal de la ciudad. Sociedad liberal que se organiza y hace fiesta en torno al poder y a la riqueza, y que es expresión de ideologías de derecha a izquierda (…) Más que urbanizar nos gusta hablar de integración urbana, esto es, respetar la idiosincrasia de los pueblos, sus costumbres, su modo de construir, su ingenio para aprovechar tiempo y espacio, respetar su lugar, que tiene su propia historia”.

No se puede menos que aprobar la exhortación a respetar la dignidad de los vecinos de las villas, darles el lugar que les corresponde como interlocutores, y llevar a cabo la urbanización de los lugares que habitan poniendo en el centro su bienestar y sus legítimos intereses. Lo mismo cabe decir de la afirmación de que las soluciones no pueden llegar desde arriba, con una lógica burocrática o asistencialista, desconociendo la realidad los destinatarios, y que debe procurarse la igualdad de oportunidades para todos. Pero para plantear este justo reclamo ¿es necesario apelar a esquemas de pensamiento y análisis que tienden a simplificar la compleja realidad cultural de una ciudad como Buenos Aires? Me desconcierta la contraposición entre una cultura villera imbuida de piedad popular y una cultura urbana liberal y consumista.

Para relativizar la existencia de una “cultura villera” tan claramente perfilada bastaría transitar la estación de Once o de Retiro, ir a San Cayetano un 7 de agosto o acompañar la peregrinación a Luján. Salvando los casos más extremos, no sería fácil distinguir allí quiénes viven en la villa y quiénes no, sea por el modo de vestir, de hablar, de rezar o de utilizar celulares.

Del mismo modo, la caracterización de la “cultura urbana” no sólo suena artificial sino también injusta. Teniendo en cuenta que los redactores de este documento pertenecen sin excepción a hogares de clase media, y han sido formados pastoralmente en parroquias “urbanas”, cabe preguntarse: ¿Incluyen en dicha cultura a sus familiares, a sus compañeros sacerdotes, a las diferentes comunidades parroquiales donde se han desempeñado o a las que podrían ser enviados en el futuro?

Finalmente, el signo de la catolicidad, es decir, de la universalidad propia del mensaje cristiano consiste en que puede ser difundido y aceptado por todas las personas, cualquiera sea su clase y condición. Sin embargo, para un párroco que trabaja fuera de la villa, difundir este documento en su propia comunidad sería un acto temerario. ¿Cómo podría defender sin reservas la visión según la cual sus feligreses forman parte de la sociedad liberal “que celebra el poder y la riqueza”, y no de la cultura religiosa latinoamericana? ¿Y qué diría la gente comprensiblemente preocupada por el crecimiento de las villas y los trastornos que acarrea en sus barrios, al saberse considerados como parte de la ciudad que “chilla” (sic) y que está interesada únicamente por las “apariencias”?

Es cierto que el documento hace un llamado al “encuentro de culturas donde urbanizar no sea colonizar, sino más bien una integración de culturas que dialogan y aprenden entre sí dando lo más positivo que tienen”. Pero, una vez que ambos modelos culturales han sido definidos en términos morales, y por lo tanto, de modo tajante y recíprocamente excluyente, la fecundación mutua que supone tal encuentro ya no es posible. A pesar de sus buenas intenciones, los autores han cruzado el umbral de la ideología.

Es esto lo que, a mi juicio, desequilibra innecesariamente el mensaje, y hasta puede llevar a desconocer que la villa es una realidad muy heterogénea, que resiste toda simplificación, de cualquier signo que sea. En ella vive mucha gente atrapada por la necesidad, otros muchos instalados por comodidad o conveniencia, y también otros atraídos por “negocios” de todo tipo (comenzando por los “inmobiliarios”: construir, alquilar, lotear) fuera del alcance del Estado y su policía. Hay vecinos que habitan hace décadas y otros son muy recientes. Hay sectores que se aproximan a la fisonomía de un barrio obrero típico, pero otros muchos insalvablemente sórdidos e indignos. Las soluciones deberán ser, forzosamente, muy complejas y articuladas, y su aceptación requerirá una delicada tarea de construcción de consenso, en la cual no hallarán cabida pretensiones de máxima.

En esta tarea, la Iglesia de Buenos Aires, desde su opción por los pobres, puede constituirse en una instancia de mediación para garantizar el efectivo respeto de los derechos de todos. Mucho se podrá lograr en este sentido si la flamante Vicaría Episcopal para la Pastoral en Villas de Emergencia abre el diálogo para confrontar las propias ideas con los aportes de especialistas en el tema, e incluso de laicos y sacerdotes que se desempeñan en otros ámbitos. Pero si nuestra Iglesia pierde su imparcialidad y su independencia crítica, y cede a la tentación de tomar partido, corre el riesgo de dejar de ser parte de la solución, para convertirse en parte del problema.

El autor es sacerdote de la Arquidiócesis de Buenos Aires.

6 Readers Commented

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  1. oscar on 6 noviembre, 2009

    Lamento que la Revista use el método de confrontación, lamento que un moralista muestre que el gato tiene cinco patas, lamento que al modo fariseo, use una frase para condenar el espíritu del escrito, no creo que muchos Párrocos se desgarren las vestiduras, mas,conozco quienes lo difundieron. No tengo la sapiensa del profesor, pero podrìa taparlo con documentos que alertan sobre estos opuestos, me alegra el equilibrio de lo escrito por el Padre Di Paola y de la disposición del Sr Cardenal de apoyar y publicar el pensamiento de un grupo de sacerdotes. Le recomendarìa que pidiera vivir tres o cuatro días en una villa y acompañar a sus hermanos sacerdotes.

  2. Javier G. on 10 noviembre, 2009

    Leí este artículo con atención y me quedé muy preocupado. Confío en que el autor ha dialogado con sus hermanos sacerdotes en privado sobre el asunto, antes de exponerlo públicamente. Es el principio evangélico de la corrección fraterna…
    El autor dice que «el signo de la catolicidad, es decir, de la universalidad propia del mensaje cristiano consiste en que puede ser difundido y aceptado por todas las personas, cualquiera sea su clase y condición». Me cuesta aplicar la intencionalidad que le da a esta frase, en la actuación de Jesús. ¿A qué se refiere con “aceptado”?. ¿Qué hay que “lavar” el mensaje cristiano, hacerlo light, para no “perder» feligreses? No puedo imaginarme a Jesús comerciando con los mercaderes en el Templo…
    El autor afirma que «En esta tarea, la Iglesia de Buenos Aires, desde su opción por los pobres, puede constituirse en una instancia de mediación para garantizar el efectivo respeto de los derechos de todos». Lo que parece no percibir es que la Iglesia, en los curas villeros, se hace pobre… no es simplemente una opción desde afuera hacia los destinatarios pobres. Jesús se hizo pobre, y desde allí trabajó por la conversión de todos… sabiendo que conversión implicaba, e implica, un cambio de vida. Si los que viven fuera de las villas se sienten “molestos” por algunas palabras de estos curitas (que, pese al diminutivo cariñoso, son muy grandes), puede ser que tengan que revisar su accionar y convertirse.
    El autor pide “confrontar las propias ideas con los aportes de especialistas en el tema, e incluso de laicos y sacerdotes que se desempeñan en otros ámbitos”, renglones después de haber afirmado que los mismos sacerdotes que ahora viven en las villas ya han hecho la experiencia de ejercer su ministerio fuera de esos barrios obreros, y también como laicos, siendo que afirma su procedencia de familias de clase media. ¿Quién es, entonces, el que está simplificando?. En cuanto a los especialistas: ¿se refiere a intelectuales?. Considero que el que realmente sabe del tema, en el sentido de sabiduría, del latín sapere, de saborear, es el que vive en la villa, y no el que opina solamente por haberlo visto en la televisión o por haber leído algún libro. Igualmente quiero creer que no se considera superior por ser “teólogo moral”… Por otra parte, puedo dar fe de la gran preparación intelectual de varios de los que pertenecen al Equipo de Sacerdotes para las Villas de Emergencia.
    Concluye diciendo: «Pero si nuestra Iglesia pierde su imparcialidad y su independencia crítica, y cede a la tentación de tomar partido, corre el riesgo de dejar de ser parte de la solución, para convertirse en parte del problema». La Iglesia de Cristo nunca será imparcial. Jesús no lo fue. Esa falsa neutralidad, en tiempos de injusticias, puede convertirse en peligrosa complicidad.
    Y hay mucho más para decir, pero voy a terminar escribiendo más que el autor… y el especialista debe ser él.

  3. Lorenzo de Vedia on 12 noviembre, 2009

    Lamento enormemente la nota escrita por mi compañero Gustavo Irrázabal.
    No me gusta el estilo exegético para analizar un documento que no pretende ser un tratado de teología.
    Noto un ánimo agresivo al aludir a las familias de los sacerdotes que viven y trabajan en las villas de la ciudad de Buenos Aires. No sé si se da cuenta que cae en un espíritu confrontativo.
    Me duele esto porque los curas de Buenos Aires que tenemos más de 15 años de ordenados sabemos cómo se creció en cuanto a la integración del clero en general, sobre todo pensando en los curas de las villas. La mayoría de las Parroquias de las villas de Capital hoy tienen una integración en la diócesis de la cual deberían aprender muchas Parroquias de otros barrios.
    Ojalá los sacerdotes de otros sectores sacaran documentos tal vez sin categorías tan estrictamente teológicas (¿para quién?), aprendiendo de estos documentos de los curas de las villas, fruto y expresión de un compromiso real en su trabajo pastoral.
    Muchas de las actividades diocesanas de hoy día y muchas de las consignas que asume la diócesis de Buenos Aires apuntan a cosas que en muchas Parroquias de las villas se viene practicando sin necesidad de que se lo indique como una prioridad.
    Quienes estuvimos cerca de los curas que más están trabajando en las villas, yo estuve 5 años y medio con Pepe en Caacupé y trabajé antes con él en otras Parroquias y actividades diocesanas, sabemos de su apertura, de su respeto por todos, de la ausencia de ideologías como las que insinúa la nota de Irrázabal.
    En cuanto a escuchar a laicos y especialistas, quiero decir que en la parroquia de Caacupe hay una participación de laicos como en muy pocas Parroquias de otros lados vi. Para la tarea pastoral se consulta muchísimo a un montón de laicos de dentro y de fuera de la villa. Reuniones, charlas, almuerzos e intercambio con médicos, maestras, profesores, obreros, psicólogos, trabajadores sociales, artistas, padres y madres de familia son moneda corriente en varias de las Paroquias de las villas.
    Mi opinión es que cosas como estas es bueno tener en cuenta antes de criticar un documento pastoral. No me gusta la pretensión de esta nota de Irrazábal. Recrea una división superada. Me parece que el pensamiento debe ir más allá de la pulcritud «academicistamente» teológica. Pienso que la verdadera teología pasa por otro lado.
    Confío en la amplitud de Irrazábal para superar el ánimo de esta visión. No creo que le haga bien a él ni a la Iglesia.
    Perdonen pero me dolió mucho.
    Padre Lorenzo de Vedia

  4. Manuel de Elía on 16 noviembre, 2009

    Lamentablemente se está creando un clima de confrontación que me parece que puede evitarse, acudiendo a una «espiritualidad de comunión» que no es un «slogan» para repetir, sino una necesaria conquista ardua a lograr. Conozco al P. Irrazábal sobre todo por sus escritos y, aunque no coincida muchas veces con sus puntos de vista, siempre me llamó la atención la serenidad y mesura, y el respeto por sus interlocutores: nunca lo entendí como un profeta estridente que denunciara de modo violento lo que no comparte, o que de modo malicioso desacredite a quien piense distinto. Sí lo considero un académico que analiza con seriedad y profundidad las cuestiones que presenta, y que opina con discreción, aunque, repito, no coincida con él en muchas de sus posturas. Nunca noté en sus artículos una voluntad confrontativa. Si se relee el artículo desde una óptica más académica y propositiva, creo que pueden entenderse las objeciones que presenta, evitando atacar con tonos violentos que no se corresponden a hermanos en la fe, y que nos pueden ayudar a crecer a todos: a «los de un lado» y a «los del otro» (¡como si los hubiera!)

    El trabajo de los curas villeros es laudable y ya tuvimos ocasión de solidarizarnos con su trabajo con ocasión del documento de meses atrás. Mucho aprendemos de ellos, de su compromiso, de su valencia personal, de su testimonio. No es grave que alguien haya opinado que ciertas cosas hubieran estado mejor dichas de otro modo, o que, en su opinión, se hubieran podido matizar ciertas afirmaciones… En el diálogo, todos estamos invitados a cambiar. Y eso no es traicionar convicciones, sino crecer aprendiendo. Decir las cosas de cierto modo no significa necesariamente «lavar» un mensaje para hacerlo aceptable a «los poderosos». Así como no dudo de la buena voluntad y fidelidad a Jesucristo de Pepe y sus colegas, tampoco dudo de la buena voluntad y fidelidad a Jesucristo del P. Irrazábal y de cualquier otro sacerdote o fiel de la arquidiócesis: simplemente han caído en un ámbito rico y entusiasmante de nuestra vida humana que se llama «diálogo». Hagámoslo sin estridencias y pensando bien del que piensa distinto, así todos creceremos juntos, aprendiendo unos de otros.

  5. Horacio Castro on 19 noviembre, 2009

    Afirmar que el mensaje cristiano ‘puede ser aceptado’, significa eximirlo de condicionamientos para que ‘pueda serlo’.
    Para el bien común todos deberíamos desear- para nuestros hermanos- la “salida” digna de las villas que siguen siendo una emergencia. No su permanencia en un entorno y arquitectura villera.
    Del discurso de “La Iglesia y las villas en Buenos Aires” surge que debemos ‘respetar la dignidad de los vecinos de las villas, darles el lugar que les corresponde como interlocutores, y llevar a cabo la urbanización de los lugares que habitan poniendo en el centro su bienestar y sus legítimos intereses’. Los de todos quienes queremos llamarnos vecinos en la ciudad de Buenos Aires.

  6. Claudio Uassouf on 22 noviembre, 2009

    Queridos todos, acabo de leer estas opiniones, y me sumo a Manuel en sugerir que nos puede pasar que el tono “personal” que toma el debate nos haga dejar en un segundo plano el fondo del mismo, que es la cultura de las villas y su relación con otros sectores de la sociedad. Pienso que es un tema muy vital si queremos una sociedad más justa y que el documento de los curas de las villas nos ofrece una mirada muy interesante, tanto por los protagonistas de quienes emana, como porque marca aspectos que no se suelen tener en cuenta habitualmente en los análisis de los medios de comunicación, que ofrecen miradas más superficiales. En cuento a la crítica del mismo que hace Irrazábal, no me parece que ofenda lo escrito por los curas de las villas; por el contrario, creo que podría ser una ocasión de que ellos “doblaran la apuesta” en las cuestiones esenciales, y nos ayudaran a los destinatarios del documento a profundizarlo y a distinguir lo fundamental de aquellos matices que podrían ser malinterpretados y llevar a consecuencias equivocadas.
    Conozco bastante a los protagonistas del debate como para no tener la menor duda de la intención buena y evangélica de todos. Ojalá las urgencias pastorales en las que están metidos, que sé que son muchas, no les impida aprovechar esta oportunidad de un sano y fraternal debate, que sería muy bueno para la Iglesia y para nuestra sociedad tan necesitada de diálogo en la verdad y la caridad.

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