Los trabajos de Félix Luna llevan el sello del poeta y del historiador. Quienes duden de las ventajas de esta doble condición deberían atender la recomendación de Marc Bloch: “Cuidémonos de quitar a nuestra ciencia su parte de poesía.” Y escuchar también a Octavio Paz: “El rol de la imaginación es necesario para que tanto la historia, como la ciencia y la poesía sean fecundas porque [la imaginación] es la facultad que descubre las relaciones ocultas entre las cosas”.

Según relata Luna en las páginas de tono intimista de Encuentros: “La campaña electoral de La Rioja en enero y febrero de 1946, fue para mí un rito de iniciación, la comprobación de que mi vigoroso amor de niño hacia esa comarca se justificaba, era válido y duraría para siempre. Y que podría expresar ese amor en cualquier forma: no sabía cuál. Tal vez la historia, el cuento, la poesía…”. Utilizó esos tres géneros para expresarse y en todos tuvo éxito. Su vocación de escritor era profunda.

Escribió siempre. De ahí la riqueza y variedad de su producción intelectual: biografías, ensayos, monografías, colecciones de fascículos, cuentos, novelas históricas, poemas, canciones, entrevistas y notas periodísticas.

Se diferenció de los intelectuales puros y de los investigadores a secas porque su producción se sostenía en una vigorosa vocación por la vida pública y un interés por conocer el país y su gente que le venía de lejos. Los Luna y Cárdenas, instalados desde fines del siglo XVI en Córdoba del Tucumán, que fueron encomenderos y soldados en La Rioja, descendían según la leyenda familiar de don Álvaro de Luna –“Aquel Gran Condestable, maestre que conocimos tan privado”, de las coplas de Jorge Manrique–. A Félix Luna le gustaba contar con humor las aventuras y desventuras de su linaje y últimamente había escrito unos Apuntes para mis descendientes, ilustrados por él mismo, en los que narra sus andanzas.

De labios de la abuela paterna escuchó siendo niño relatos sobre las guerras civiles. Del abuelo materno, Casimiro Polledo, inmigrante asturiano que hizo fortuna en el comercio, heredó la dedicación casi obsesiva al trabajo. Unos y otros contribuyeron a la formación de una personalidad original e independiente, tolerante con los valores y creencias ajenas.

Quiso y logró ser, como su admirado Sarmiento, “provinciano en Buenos Aires y porteño en las provincias”. Estudió derecho en la Universidad de Buenos Aires pero pronto advirtió que el ejercicio de la profesión lo aburría. Buscó el contacto con el país de adentro, “una obsesión que no me abandonó nunca” para lo cual, en sucesivos veranos recorrió a lomo de mula con sus entrañables Mario y Horacio Guido las zonas serranas. El fantasma de Facundo Quiroga lo acechó en esos paisajes secos y adustos donde todo era misterioso y extraño.

Años después, cuando ya era un autor consagrado, no se cansaba de recorrer el país, invitado por universidades, municipios, clubes y modestas tribunas de pueblo. Así ganó discípulos y amigos en los más variados círculos y para toda la vida.

Como ciudadano sintió desde muy joven el llamado de la política. Fue activo militante de la Juventud Radical en los años duros de la oposición al peronismo. Preso y torturado por el delito de repartir volantes, no guardó rencores ni perdió el interés por comprender las razones del otro, como lo prueban sus investigaciones sobre el peronismo.

Se acercó a Arturo Frondizi deslumbrado por quien trataba de analizar y resolver los problemas que aquejaban a la Argentina. Pero no se incorporó al frigerismo. Tampoco fue gorila, en el sentido peyorativo del término, pese a que en el gobierno de la Revolución Libertadora ocupó el cargo de director de la Obra social del Ministerio de Trabajo, por recomendación de Frondizi. Más de su gusto fue la dirección de Extensión Universitaria de la Facultad de Derecho, porque el ambiente universitario en esa etapa era “receptivo a cualquier iniciativa, a todas las formas de la imaginación”.

Lo suyo no era la administración ni la diplomacia, aunque durante el gobierno de Frondizi fue agregado en Berna y en Montevideo. Volvería a la función pública muchos años después, en la presidencia de Raúl Alfonsín, como secretario de Cultura de la Municipalidad de Buenos Aires. Trabajó con seriedad y eficiencia y hasta se dio el gusto de festejar el Día del Payador verseando en el teatro Presidente Alvear, acompañado por su amigo y subsecretario Chani Inchausti, como para demostrar que se puede “gobernar y payar”, contradiciendo el dicho aplicado a Yrigoyen por Alvear allá por 1930.

Sus primeras biografías tuvieron por tema a los dos presidentes radicales, Yrigoyen y Alvear. Eran obras de juventud, sobre una buena base de investigación en archivos y entrevistas personales, pero muy comprometidas y casi apologéticas en el caso de don Hipólito. En cambio, ocuparse de Alvear lo hizo sentir más libre por tratarse de “una personalidad tironeada por sus deberes políticos y por las cosas bellas de la vida que sabía apreciar”. Como Marcelo Torcuato, él también se sentía tironeado entre el deber y la belleza de la vida.

Vale recordar que en materia de biografías valoraba la influencia del inglés Lytton Strachey, cuyas obras sobre grandes figuras de la era victoriana –en la que mediante pequeños detalles de la vida cotidiana se retrata al personaje– conoció gracias a la Biblioteca Clásicos Jackson.

Lector voraz, a los ocho años, guiado por su padre, leyó el Facundo de Domingo Faustino Sarmiento. Se ocupó del caudillo riojano en uno de sus primeros libros de éxito masivo, Los caudillos (1966), y del sanjuanino en Sarmiento y sus fantasmas, obra de la madurez en la que recurre a la ficción para gozar de más libertad en la narración.

En 1969 editó El 45, libro que lo proyectó a la fama y en el que respondió a los interrogantes que su generación se había planteado acerca de los orígenes del peronismo. Se han cumplido 40 años de la publicación de esa obra siempre lozana pese a la cantidad de otras de tema similar editadas desde entonces. Ese mismo año, y por si el éxito de El 45 no fuera suficiente, se estrenó la obra poético-musical Mujeres Argentinas (Ariel Ramírez-Félix Luna) que trajo a la memoria colectiva figuras olvidadas de cautivas, guerreras, grandes damas y enamoradas. Las canciones en la voz de Mercedes Sosa recorrieron el mundo, se tornaron autónomas y hasta se olvidó el nombre del letrista. Lo mismo sucedió con los villancicos de Navidad Nuestra.

Después se sucedieron trabajos historiográficos cada vez más rigurosos y siempre escritos con brillo.

Merecen mencionarse De comicios y entreveros, sobre la historia política y económica de la Rioja hacia 1860; Ortiz, reportaje a la Argentina opulenta (1978), una suerte de drama en tres actos sobre el presidente cuya ceguera le impidió llevar adelante la obra de regeneración de la política que

había emprendido, y que resultó un alegato a favor de la democracia política en plena dictadura militar. Los tres volúmenes de Perón y su tiempo (1984-1986) constituyen en mi opinión, junto a El 45, su obra cumbre; aunque muchos prefieren Soy Roca (1989) y su excepcional planteo de la modernización en la Argentina en la voz del general tucumano que fue dos veces presidente.

Entretanto publicaba textos a mitad de camino entre la crónica y la historia reciente, por ejemplo, Argentina. De Perón a Lanusse (1972); y ensayos breves, como Buenos Aires y el País (1982), cuya repercusión es un indicio claro de que la reflexión del historiador respondía a las necesidades e inquietudes de sus conciudadanos.

Félix Luna cambió las formas y los contenidos de la escritura de la historia en nuestro país. Su clara inteligencia, su capacidad de síntesis, su gusto por el pasado y su genuino sentir argentino lo llevaron a ocupar un lugar de excepción. Escribió con elegancia para ser leído y comprendido por todos. No formó parte de  capillas ni cenáculos, tan comunes en nuestro medio intelectual. Entre el conflicto y la armonía, prefirió la armonía basada en el relato de la verdad. Su legado al país de hoy, crispado, insatisfecho e intolerante, es un mensaje de reconciliación y de moderado optimismo en el futuro.

Parte de su legado intelectual y cívico es la revista Todo es Historia fundada en 1967 y que se publica mensualmente desde hace 42 años.

En lo personal debo a Todo es Historia y a su director fundador, haber comenzado mi carrera con artículos que después fueron libros y cuyos borradores Luna leyó, criticó o ponderó. Ahora me corresponde, junto al pequeño equipo de redacción, seguir adelante la tarea sin olvidar que la historia se escribe, como lo hizo él, con rigor científico e imaginación poética.

3 Readers Commented

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  1. julio guerra on 2 diciembre, 2009

    en nombre de mi patria-uruguay…bendigo la bienquerida memoria de FÉLIX LUNA….uno de sus grandes textos de LOS CUADILLOS es ARTIGAS EL PROTECTOR…GRACIAS…POR SIEMPRE.

  2. jose ruben palazzo on 15 abril, 2010

    Sería muy interesante poder publicar una presentación en el Día del Payador. En el año 1984 creo que don Félix Luna era director de Cultura de la ciudad de Buenos Aires y él los presentó en décimas. Si alguien rescata ese material sería muy importante, gracias

  3. RAMIRO CALVI C on 3 noviembre, 2016

    como boliviano que este personaje escribio mas y mejor que nadie sbre juana azurduy de padilla nuestra maxima heroina, de todos los tiempos, algo que se debe agradecer.a este ilustre escritor(periodista historiador. GRCIA FELIX LUNA

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