marx-111Durante una conferencia de prensa televisada, transmitida en vivo, la noche del 9 de noviembre de 1989, un miembro del Comité Central del Partido Único Socialista alemán, al responder a una pregunta dio a entender que a partir de ese momento le estaba permitido a todo ciudadano salir de la República Democrática alemana.

Pocas horas después, miles de ciudadanos de Berlín oriental se agruparon en los pasos fronterizos que finalmente fueron abiertos ante la presión popular.

Quienes cruzaron a la parte occidental fueron recibidos con entusiasmo. Personas que ni siquiera se conocían, se abrazaban con lágrimas de alegría.

Es sabido cómo siguió esta historia. Al año siguiente, los dos Estados alemanes se reunificaron y el muro fue abatido completamente. Así terminaba no sólo un símbolo de la división alemana, sino también el del mayor conflicto entre los dos bloques contrapuestos Este- Oeste. Ya no era posible detener el ocaso del socialismo real. Después de la caída de los gobiernos comunistas en la mayor parte de los países de Europa oriental, llegó la disolución de la Unión Soviética y del Pacto de Varsovia.

Terminaba así una época histórica, marcada por la contraposición entre economía de mercado y economía planificada, entre democracia parlamentaria y el sistema de partidos únicos comunistas. Y entraba en crisis también la lucha por la hegemonía mundial entre los Estados Unidos y la Unión Soviética.

Desde el punto de vista histórico, la caída del socialismo real podría ser atribuida a las fallas de la economía planificada y al natural anhelo de libertad de los habitantes del bloque oriental. Pero, al mismo tiempo, el fracaso socialista guarda relación con los errores filosóficos de un hombre cuyas ideas ejercieron notable influencia en generaciones, como probablemente sólo se haya conocido con grandes fundadores religiosos. Nos referimos a Karl Marx.

Ya que muchas veces las referencias al pensador de Tréveris son de naturaleza ideológica, no faltan quienes se niegan a considerarlo filósofo. Otros, en cambio, ven en Marx el modelo de un intelectual no aislado en la torre de marfil de la especulación, sino capaz de asumir su responsabilidad social. Con el fracaso del sistema político que lleva su nombre se plantea de una manera nueva también el problema de Karl Marx pensador. Es más evidente que nunca que Marx no equivale a Marx.

Antes de apreciar el valor y la supervivencia de las ideas marxistas hay que establecer de qué Marx queremos hablar.

 

El Marx del partido

 

“Un espectro se cierne sobre Europa…”: así comienza el famoso Manifiesto de 1848. El espectro, que según Marx provocaba la ansiedad y el miedo de las fuerzas conservadoras y burguesas, se plasmaba en el movimiento revolucionario obrero. El Manifiesto proponía que las diferentes sociedades obreras nacionales y territoriales se reunieran en una asociación internacional. El proletariado debía formar por doquier partidos comunistas que aceleraran la caída definitiva de la burguesía.

La oscuridad es algo propio de la naturaleza misma del espectro. Muchos espectros son producto de ilusiones inconscientes o de engaños conscientes. Y esto vale también para el comunismo. Por una parte, Marx gana fuerza persuasiva cuando considera que todos los partidos de oposición serían desacreditados como comunistas por quienes detentan el gobierno; por otra, él mismo, al utilizar la figura retórica del espectro, exagera la débil significación política del movimiento obrero.

En realidad, la apelación de Marx a la revolución proletaria no tuvo influencia alguna en los acontecimientos políticos de 1848 en Francia, Alemania o Italia. Hubo que esperar más de medio siglo para presenciar la efectiva toma del poder por parte de un partido comunista.

Sólo después de la revolución rusa de 1917 la dictadura del proletariado, profetizada por Marx, se convirtió en una triste realidad histórica.

Con la revolución del octubre el espectro del comunismo mutó su naturaleza. Los bolcheviques, victoriosos bajo el mando del secretario general Iosif Stalin, transformaron oficialmente el marxismo-leninismo en una concepción universal de la realidad. Los fundamentos de la visión materialista del mundo se enseñaron en todas las escuelas y universidades de la Unión Soviética

y de sus Estados satélites. No se toleraban desviaciones conceptuales con respecto a las líneas definidas por el Estado. A causa de la dogmatización del partido comunista, el marxismo-leninismo fue sustraído del debate abierto que hubiera podido darse en el plano científico.

Eso llevó a consecuencias paradójicas: en Berlín y en Moscú se proyectó una edición crítica integral de las obras de Karl Marx y Friedrich Engels, en más de cien volúmenes, mientras el debate interpretativo de estos dos pensadores acontecía en Occidente.

Sin duda, la doctrina marxista, paralizada por una ideología de partido, terminó por convertirse en espectralmente débil. Contribuyó a ello que los poderes dictatoriales socialistas hubieran desfigurado las concepciones del Marx histórico hasta hacerlas en parte irreconocibles. Con Lenin y Stalin, el materialismo marxista dejó de ser una teoría social y filosófica de la historia para tornarse en una concepción universal pretendidamente fundada en las ciencias naturales. Estos dos líderes políticos adaptaron también la teoría marxista de la revolución proletaria a los acontecimientos rusos. Incluyeron el mundo campesino en la clase revolucionaria e interpretaron a los cuadros partidarios como la vanguardia que tenía que ayudar a los trabajadores a alcanzar una recta conciencia política. Por otra parte, abandonaron la idea de que la revolución tenía que comenzar en las sociedades altamente industrializadas. Dado que las interrelaciones económicas tienen una incidencia mundial, la revolución debía verificarse también en un país económicamente atrasado como Rusia. Si tenemos en cuenta todos estos elementos, sería un torpe error considerar sin más que el espíritu que anima el surgimiento del comunismo represente necesariamente a Karl Marx.

 

El Marx de Engels

 

Aún más difícil que liberar el pensamiento de Marx de las garras del comunismo es establecer con exactitud cuál ha sido el influjo de Engels en la evolución y difusión del pensamiento marxista. Marx fue estudiante de Derecho en un primer momento, luego obtuvo su título en Filosofía, para dedicarse finalmente a la redacción de un periódico. Engels, por su parte, provenía de una familia de industriales acomodados. Nunca tuvo preocupaciones económicas y pudo sostener a Marx durante

toda la vida.

Muy joven Engels comenzó a escribir como corresponsal de varios periódicos. Entre otras cosas, trabajó para publicaciones franco-alemanas, donde Marx era coeditor. Cuando éste último fue expulsado de Francia, los dos amigos proyectaron en Bruselas y en Londres la fundación de una liga revolucionaria secreta, para la cual escribieron finalmente el Manifiesto del partido comunista. Por su participación en la revolución de marzo, debieron abandonar nuevamente Alemania y establecerse

definitivamente en Inglaterra.

Marx y Engels no sólo persiguieron fines políticos comunes, sino que trabajaron estrechamente en sus publicaciones.

Por lo tanto, resulta difícil establecer cuál es la parte de cada uno en los textos comunes. A medida que Marx ganaba fama, Engels tendía a usar el nombre de su amigo. En los años cincuenta, por ejemplo, escribió para Marx una serie de artículos para el New York Tribune sobre temas militares. Después de la muerte de Marx, Engels se ocupó de la edición y de las traducciones de su obra. Sobre todo se ocupó de reunir el material del segundo y tercer volumen de El Capital, la obra principal.

Por influencia de Engels se acentuó la imagen de Marx como crítico del orden económico capitalista y teórico del socialismo. A él se deben la “concepción materialista de la historia” y el “materialismo histórico”, que ubicarían a Marx como representante de una teoría social elevada a la categoría de sistema y de una filosofía de la historia. En realidad, en Marx se encuentran solamente elementos aislados de la que sería luego la construcción teórica marxista. Dado que muchos textos en este sentido se publicaron recién en el siglo XX, durante mucho tiempo resultó difícil tener una idea clara de las posiciones de Marx. Cuando esto fue posible, tuvo lugar una fuerte revalorización de la filosofía del joven Marx y de sus relaciones con Hegel.

En 1932, cuando la publicación integral de sus obras, fue editada una serie de manuscritos que Marx había compuesto en París en la primavera de 1844, antes de la colaboración de Engels. Estos escritos, desconocidos hasta entonces, dieron lugar a una investigación de décadas.

Permitieron por primera vez leer a Marx sin la lente de Engels, Lenin o Stalin. Si bien se trata sustancialmente de textos fragmentarios, muestran a Marx no solamente como un revolucionario desilusionado por la indefinición política de los representantes de la izquierda hegeliana, sino sobre todo como un observador atento y reflexivo.

En los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 Marx explica la relación que se establece entre el orden social y la naturaleza del hombre. Estimulado por Feuerbach, establece como base de su investigación una antropología materialista, pero no en el sentido habitual que hoy indica el término “naturalismo”, según el cual todos los fenómenos espirituales y culturales pueden ser estudiados desde las ciencias naturales. Marx es materialista, en cambio, en el sentido eminentemente práctico de que el hombre se realiza como ser sensible no ya en el reino de las ideas sino sobre todo en sus actividades concretas. Además, Marx es materialista en cuanto considera que las relaciones sociales están determinadas por las condiciones económicas reales donde operan los hombres. En ese sentido, el filósofo debe abstenerse de afirmaciones universalmente válidas para tratar de comprender las realidades sociales y económicas en las que actualmente viven los hombres. Los análisis que siguen relacionan de manera original algunas ideas tomadas de la Fenomenología del espíritu de Hegel con otras que Marx encuentra en el estudio de textos que tratan de economía política.

La palabra clave de Hegel es “alienación”. Desde el comienzo del proceso de industrialización, el trabajo había cambiado sustancialmente. Lo normal no era ya el campesino o el artesano independiente, sino el obrero de la fábrica que vivía de un bajo salario y con una actividad monótona. Marx descubre la alienación en el hecho de que el trabajador asalariado no posee el fruto de su trabajo, y su actividad no alcanza una plena realización. Parecería que el trabajador se vendiera a sí mismo y vendiera su capacidad de trabajo al patrón a quien no le interesa considerar al otro como persona sino simplemente como prestador de una determinada tarea. En el capitalismo, deduce Marx, el trabajo humano corre el riesgo de degradarse hasta convertirse en mera mercancía.

En lugar de colaborar juntos por el bien de todos, trabajadores y dadores de trabajo se encuentran inexorablemente en lucha entre sí.

Según Marx la condición miserable de los trabajadores se refleja en la lógica de las leyes de la economía de mercado. Si bien en las fábricas se produce más y mejor, sólo excepcionalmente los obreros pueden gozar de esos productos. Por efecto de la oferta de mano de obra a bajo precio, los salarios descienden al mínimo nivel aceptable: “Según las leyes de la economía política, la lejanía del obrero con el objeto se expresa en el hecho de que cuanto más produce el trabajador menos tiene para consumir; cuanto mayor valor produce, menor valor y menor dignidad posee”.

Desde una perspectiva contemporánea, la descripción que Marx hace del orden económico capitalista debería corregirse en numerosos aspectos. Pero si tenemos en cuenta la problemática de la globalización, cabría objetarla al menos en dos sentidos. En primer lugar, la idea de que no se corresponde con la naturaleza del hombre entender el trabajo asalariado como un simple medio para asegurar la existencia física. El valor antropológico del trabajo no radica siquiera simplemente en que se deban exigir condiciones dignas y salarios justos.

Toda sociedad debe tender a que cada persona pueda realizarse en su propia actividad y así contribuir al bien de todos.

Esta observación conduce a la segunda, en la cual no puede considerarse superado a Marx, es decir: reconocer que la forma del trabajo y la división entre pobreza y riqueza no constituyen datos naturales sino que son expresión de estructuras creadas por el hombre, y de las cuales es responsable. Quien considere que determinadas situaciones sociales son injustas, debe estar dispuesto a poner en discusión las estructuras económicas que producen esas injusticias.

A partir de la miseria del proletariado de su tiempo, Karl Marx llegó a la conclusión de que la alienación podía neutralizarse sólo con la eliminación del capitalismo y con la abolición de la propiedad privada. La historia del marxismo enseña, sin embargo, que todos los intentos por establecer el comunismo con violencia terminaron creando injusticias y miserias mayores. 20 años después de la caída del Muro de Berlín, ¿qué queda, entonces, del Marx filósofo y economista?

 

El teórico del capitalismo

 

La novedad de los “manuscritos de París” consiste en que relaciona los problemas antropológicos y filosóficosociales con los económicos. Tal como Marx muestra con evidencia, los principios y la teoría de la ciencia económica no flotan en el vacío. Esto vale sobre todo para el objeto fundamental de todo hecho económico, el dinero. El Capital no es sino un tratado sobre la naturaleza del dinero. Marx trabajó durante más de treinta años en esta obra y sólo completó su primer volumen.

En contraposición crítica con los representantes de la economía política clásica –Adam Smith y David Ricardo–, Marx trata de transformar el dinero en capital. Mientras el dinero que poseemos sirve fundamentalmente para ser cambiado y adquirir las cosas más diversas en función de las necesidades cotidianas, la función de pago del capital es puramente teórica. Quien posea o quiera poseer capital, quiere que éste crezca. Este deseo no es signo particular de codicia o de ignominia, sino que simplemente muestra la verdadera y propia función del capital.

Para Marx, el capital se origina como producto secundario del trabajo cuando el patrón, al vender la mercadería producida, gana más de lo que paga en salario a sus obreros. El patrón necesita ciertamente de dinero para adquirir maquinarias y materias primas, pero adquiere su ganancia al negar a los obreros una justa participación en lo recaudado por las ventas. El capital aumenta solamente gracias al trabajo de los obreros. “Así se crea la plusvalía, que seduce al capitalista con la

fascinación de una creación desde la nada”. Si bien la teoría marxista del valor es susceptible de

muchas objeciones en lo económico, en la actualidad suscita un nuevo y creciente interés. Estimulada por los estudios preliminares de El Capital, ahora disponibles gracias a la publicación de la edición crítica integral de las obras de Marx y Engels, sobre todo en Europa ha surgido una nueva lectura de Marx que intenta liberar de la visión determinista de la historia los primeros elementos críticos del capitalismo, formulados por el Marx maduro. Parte de la suposición de que la injusticia social, que se constata en las sociedades capitalistas, no sea simplemente la consecuencia de una conducta individual errada, sino que encuentre su fundamento último en el modo en que el dinero se convierte en capital, cuando se supone que aumenta por sí mismo. Según estos estudios, Marx habría puesto en evidencia que, contrariamente a las apariencias externas, el dinero no sería un simple objeto de cambio y no sería correcto decir que el dinero en el banco o en la bolsa “trabaje” para su dueño.

 

Marx hoy

 

No sería exagerado afirmar que nada ha dañado más el interés por el Marx filósofo que el mismo marxismo. El abuso ideológico durante décadas y la exagerada exaltación de su pensamiento llevó tanto a un rechazo decidido como a obstinados equívocos. A 20 años de la finalización de la Guerra Fría podría haber llegado el momento de trazar un balance equilibrado. Para ello es indispensable distinguir el Marx del partido comunista y el de su amigo Engels del Marx joven, autor de El Capital.

Además conviene privilegiar en Marx al observador crítico antes que al dogmático rígido. Las investigaciones actuales sobre la evolución de su pensamiento demuestran que Marx era menos férreo en sus convicciones de cuanto habitualmente se supone.

Finalmente, un debate que pretenda ser productivo presupone saber distinguir atentamente los diferentes elementos que componen el edificio del pensamiento marxista. Así, por ejemplo, nadie podrá encontrar convincente la concepción materialista de la historia que considera la “producción material de la vida inmediata como fundamento de toda la historia”. Y así también resulta reductiva la visión materialista del hombre, según la cual la cultura sólo se puede comprender sobre la base de las necesidades físicas y de las actividades concretas del hombre.

No pretendemos, sin embargo, emitir un juicio sobre el trabajo alienante ni consideramos resuelto el problema de la plusvalía. Estos son dos temas que tendría que afrontar el estudio de Marx. Tenemos que estarle agradecidos al filósofo por la idea de que el hombre debe ser considerado también desde la perspectiva de los modos de producción y de las formas de gestión económica predominantes en una sociedad.

Después del fracaso del comunismo nadie podría condenar la propiedad privada como mala o injusta

en sí misma. La experiencia del siglo pasado demostró claramente que las dificultades que crecieron con la industrialización no pudieron superarse colectivizando la propiedad. Sin embargo, urge el problema de una justa participación de todos los hombres en los procesos de decisión económicos y políticos. El hecho de que gran parte de la humanidad esté marginada de la participación social puede ser considerado, con Karl Marx, como una alienación del hombre en cuanto ser social. Otro aspecto de la alienación, del que somos aún más conscientes, es el referido al hombre con respecto a la naturaleza. No necesitamos ser materialistas para reconocer que debería establecerse una cierta sintonía entre el hombre y su ambiente natural. No es cuestión simplemente de relacionarse con un espacio vital o de tener acceso a los alimentos, sino más bien de considerar al hombre constituido por una unidad de cuerpo y espíritu.

La explotación desconsiderada de los recursos naturales y la consecuente destrucción ambiental demuestran la necesidad de una visión integral del hombre. En fin, tenemos que preguntarnos con Marx si las formas de alienación encuentran su fundamento original en el sistema económico capitalista. Si bien hoy se concuerda ampliamente en que la teoría marxista de los salarios y los precios no se corresponde con las situaciones económicas concretas, la cuestión sobre el origen de

la plusvalía no ha perdido en nada su legitimidad. Si el dinero como tal no se multiplica por sí mismo, ¿cómo se explica la renta y la acumulación de bienes en pocas manos? Hasta el momento no podemos refutar la tesis marxista de que finalmente es siempre el trabajo real de algunos lo que crea la excesiva riqueza de otros. Lógicamente, esta afirmación debe contextualizarse y matizarse a la luz de otras consideraciones, como por ejemplo el rol de la inteligencia, del saber acumulado, del tiempo, de los recursos naturales disponibles… en la formación del capital. Se ha convertido en moda contraponer la “economía de mercado”, entendida en sentido positivo, con el “capitalismo”, entendido en su acepción negativa.

Sin embargo, esta contraposición sigue siendo imprecisa mientras no se considere una teoría general del dinero. También en esto no sería prudente, hoy como en el pasado, dejarle sólo a la izquierda la crítica de la economía política de Marx.

 

El autor, jesuita, es profesor de Historia de la filosofía contemporánea

en la Universidad Gregoriana de Roma.

 

2 Readers Commented

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  1. Luis Alejandro Rizzi on 3 diciembre, 2009

    Comparto totalmente el último párrafo de la nota de Georg Sans aunque queda incompleto. El trabajo es la fuerza que crea la riqueza de una sociedad. Pero creo que valen dos ideas. La cuestión de la distribución de la riqueza es una cuestión moral. El hecho que segun el autor sea una tesis marxista, no significa que resulte excluyente. No es necesario ser marxista, para advertir que la desmesurada diferencia que muestra el indice de Gini es una expresión grosera de injusticia social. La otra es que la actividad financiera no genera riqueza real, a lo sumo una riqueza virtual que obviamente para unos pocos es bien real.
    Estoy de acuerdo es necesario formular una neuva doctrina o Teoria general de la ocupación, el interés y el dinero, partiendo de la obra de Keynes.
    Lo que vengo pensando es que el precio del dinero o tasa de interés debe tener intima vinculación con la productividad, es decir con la economia real y que el crédito tanto para la inversión como para financiar el consumo debe tener un límite con relación a la inversión en un caso y con relación al salario en el otro.

  2. Eduardo on 9 diciembre, 2009

    En general, el concepto de plusvalía no ha sido refutado de manera contundente por el autor. Si bien es cierto que Marx no analizó todo, pues la historia es un devenir, y las ideas pueden perder correspondencia lineal con el tiempo. Las ideas de Marx de 1840, fueron interpretadas, 70 u 80 años después de acuerdo al entendimiento y necesidades de los dirigentes de los comienzos de la revolución bolchevique. De la misma manera que la dinámica del capitalismo no resulta igual antes que después de la 1º guerra mundial , y menos aún de la 2ª. A tal punto que la situación actual en el llamado mundo capitalista tiene muy poco de ideológico y filosófico, y sí muchísimo de económico. Me parece interesante resaltar el nexo Hombre – naturaleza. (Oh! casualidad, en estos momentos se realiza la reunión de Copenaghe, que de ideológica no tiene nada en forma manifiesta, y sin la menor duda expone el temor indescriptible de las potencias económicas actuales, China incluída, que tiemblan ante la idea de la pérdida económica que significa alinearse con la naturaleza para proteger al mundo).

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