teatro-elenco-de-marathonde Ricardo Monti. Teatro Nacional Cervantes.

Como una “reflexión amarga de la condición humana” califica Ricardo Monti la pieza que, bajo la dirección de Villanueva Cosse, ha subido a escena en la sala mayor del Teatro Nacional Cervantes. Escrita en 1980, la obra, según confiesa el propio autor, intentó ser una “radiografía del alma durante la dictadura” pero finalmente superó ese primer propósito para convertirse en una metáfora de las relaciones entre el hombre y el medio social. Con evidentes influencias del teatro de la crueldad de Artaud y del teatro épico de Bertold Brecht, los textos de Monti buscan sacudir al público por la agonía y el extrañamiento para que cada espectador alcance la lucidez reconociendo en sí mismo la violencia que se desarrolla en escena.

Tal es el caso de Marathon que junto con Una noche con el Sr. Magnus e hijos (1970) y Visita (1977) conforman una suerte de trilogía en la que se abordan conflictos afines: la rebelión o el exterminio de figuras opresivas en las que se corporizan los deseos ocultos y oscuros y la propia violencia de los sometidos. El título –en el que la “h” ya ejerce una función distanciadora– remite a la situación dramática sobre la que se articulan las veintitrés escenas que conforman la obra: un concurso de baile y resistencia, práctica habitual en la década del 30 del siglo pasado, que congrega a cinco parejas –a las que se agregará tardíamente una sexta– bajo la supervisión de un animador, encargado de fijar las reglas y sostener el ánimo, y de un guardaespaldas que azuza a los participantes y castiga a los infractores con distintos grados de agresividad.

La desesperación y la esperanza de obtener un premio de naturaleza incierta y que cada uno identifica con los propios sueños incumplidos, aglutina a personajes diversos en edad e intereses. Este primer nivel de la acción dramática, aunque preponderante, se alterna con otros dos –el de los sueños y pesadillas personales y el de la historia americana– que integran una estructura “sinfónica”, tal como la define su autor, que intenta conciliar la mirada metafísica con la histórico-social. Al igual que en el esperpento valleinclanesco, Monti recurre al grotesco para subrayar la condición tragicómica del hombre y aunque, a diferencia de aquel, se atisbe alguna posibilidad de liberación a través del joven Tom Mix y su pareja –los únicos que deciden abandonar la maratón–, esta posibilidad no deja de ser dudosa.

La puesta en escena de Villanueva Cosse pone en evidencia, una vez más, un trabajo riguroso de acercamiento a un texto de compleja resolución escénica por su carácter episódico, su continuo entrecruzamiento de planos, la multiplicidad de personajes en escena y su apelación a los sentidos tanto como a la razón. El diseño escenográfico del experimentado Tito Egurza, apoyado en el uso de multimedia, logra que el tenebroso salón de baile, donde se reproduce cotidianamente el ritual de la falsa espera y el engaño, se transforme –con el invalorable aporte de la iluminación y la música– en el ámbito del ensueño y del mito. Una ajustada marcación de los tiempos y el movimiento escénico logra el crescendo dramático de un texto cuya tensión avanza en círculos concéntricos. Dentro de un elenco sin fisuras, se destacan Pompeyo

Audivert como el implacable oficiante de ese rito cotidiano al que todos terminan reconociendo como la proyección de sí mismos, Pepe Novoa como el anciano poeta e Iván Moschner como el industrial arruinado. En síntesis: una propuesta escénica que redescubre un texto que, no obstante el paso del tiempo, sigue interpelándonos con la fuerza de su discurso y sus imágenes.

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