4061por Vicente Battista, Abelardo Castillo, Liliana Heker, Sylvia Iparraguirre y Guillermo Martínez, entre otros. Selección y prólogo de Josefina Trebucq. Ciudad nueva editorial, Buenos Aires, 2010, 176 páginas.

¿Por qué una editorial tradicionalmente dedicada a temas de espiritualidad, de patrística y de testimonios inicia con este libro una colección de narrativa de ficción? Su compiladora, la escritora Josefina Trebucq, ha ideado este notable encuentro de narradores argentinos contemporáneos, algunos ya clásicos de nuestra literatura (Abelardo Castillo, Guillermo Martínez, Liliana Heker, Sylvia Iparraguirre, Vicente Battista), para ofrecerle al lector una suerte de mosaico de escenarios y personajes, hilvanados por la percepción del instante.

“La ficción tiende a una organización de fantasía que permite ver mejor en el caos de la realidad. No es evasión, es tomar distancia para tener perspectiva y entender la condición humana”, explicó Trebucq. Y agregó: “Así como en el teatro se pierden las coordenadas espacio-temporales para ganar paz y sentirse consolados, aunque rueden cabezas como sucede en Shakespeare, los cuentos de ficción pueden lavarnos de los que Cortázar llamaba ‘esos momentos en que no pasa nada más que lo que pasa todo

el tiempo’. La ficción permite aprehender la realidad”.

Como sugiere la antóloga, muchas veces las conversaciones más profundas o los personajes más fuertes en nuestras vidas son literarios: “Lo que pasa es que no sabemos juzgar bien las cosas, si lo hiciéramos seríamos felices. Creo que muchas veces los libros nos van enseñando a juzgar bien”. Con énfasis y emoción recuerda a Pablo VI y su pedido de perdón a los artistas que la Iglesia no supo comprender, para invitar a un nuevo encuentro y una nueva alianza.

El cuento, a diferencia de la novela, busca un instante de perfección. Cortázar dice que es como una semilla en la que duerme un árbol gigantesco. Trebucq se explaya: “Si la novela es como el cine, el cuento es como la fotografía. El cuento se impone un límite dentro del cual estalla el mundo. Es una aparente paradoja, ceñirse a lo pequeño e individual pero con una luz capaz de ser imán que atrae a otros universos”.

En “La fiesta ajena” de Liliana Heker, la pequeña anécdota de la hija de la mucama se transforma en un prisma que permite abarcar múltiples temas: las diferencias sociales, la niñez, las relaciones de amistad y filiales…El matemático Guillermo Martínez, autor de esa novela reveladora que fue Acerca de Roderer, aquí se presenta con “El I Ching y el hombre de los papeles”. Sylvia Iparraguirre, en “El dueño del fuego”, sabe crear la tensión necesaria para que el indígena pueda invertir las relaciones de fuerza frente a académicos y universitarios. Abelardo Castillo, figura clave de nuestra literatura, un hombre que supo unir a la generación de Borges con los jóvenes, muestra una vez más su envidiable oficio en “La calle Victoria”, recreando con cierta ironía la mitología porteña.

Impresionan con su contundente brevedad “La inundación” de Pedro Chappa y “La libertad” de Rosalba Campra. Raúl Brasca, en “La clase de química”, se acerca al film El ángel azul. Elena Marengo, en “Al la hora en que las sombras parecen lagartos”, recuerda la emblemática prosa de Juan José Saer; y Reyna Carranza, con “La capa de piel de nutrias”, se encuentra con “Manucho” Mujica Láinez en la residencia cordobesa de Cruz Chica, y desde allí se introduce en el misterio de sus cuentos.

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