Homenaje al escritor y sociólogo Rodolfo Fogwill, pionero de una nueva vertiente en la literatura argentina.

fogwill2El 21 de agosto pasado falleció, a los 69 años, Rodolfo Enrique Fogwill. En distintos medios han  aparecido evocaciones de sus amigos y lectores. La conclusión de todos parece ser la misma: se lo va a extrañar. Quedan, por supuesto, sus libros. Un puñado de cuentos perfectos, algunas novelas claves para la literatura argentina contemporánea y una poesía diversa y singular, desparramada en pequeñas ediciones. Pero vamos a extrañar su personaje: su figura de vieillard terrible, políticamente incorrecto, provocador, lúcido, divertido.

Temido por algunos, por sus críticas implacables y a veces arbitrarias. Aunque también un hombre generoso, en un medio donde no abundan. Desde la fundación de su editorial Tierra baldía, a fines de los setenta, donde le dio la posibilidad de publicar a autores entonces desconocidos, como Néstor Perlongher y Osvaldo Lamborghini, Fogwill fue un verdadero promotor de las obras que consideraba valiosas, especialmente las de escritores jóvenes. Solía criticar a los estudiantes del “cotolengo de Puán” (la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA) por hacer trabajos sobre él o Saer e ignorar a los nuevos poetas y narradores, cuya lectura recomendaba constantemente.

La biografía de Fogwill dista mucho de la de un hombre consagrado enteramente a las letras.  Sociólogo de profesión, fue docente universitario hasta que lo desplazó la dictadura de Onganía. Durante un tiempo, fue un exitoso hombre de negocios: consultor de empresas, analista de mercado y creativo publicitario. Escribió horóscopos para los chicles Bazooka y eslogans para diversos productos. Llegó a ser propietario de barcos y de un considerable capital, que perdió, según decía, al dedicarse a la literatura. Tuvo cinco hijos aunque se confesaba “inhabilitado para el matrimonio”. Afirmaba haber sido cocainómano por más de quince años, “lo que alteró mis relaciones sociales y me hizo perder muchísimo tiempo”. Adepto al psicoanálisis, registraba meticulosamente sus sueños en un diario que llegó a tener más de quinientas páginas. Publicó su primer libro de poemas, El efecto de realidad, en 1979, cuando tenía casi cuarenta años. Con Mis muertos punk (1980) obtuvo un rápido reconocimiento y en 1982 escribió Los pichiciegos, su obra maestra1.

 

El hombre que más sabía de automóviles y cigarrillos

Quizás a raíz de su particular itinerario personal y profesional, Fogwill incorporó a su obra un bagaje de saberes, experiencias y temas que, combinados, configuraron una voz única, que inauguró una nueva vertiente en nuestra literatura. Al respecto, hay una anécdota que resulta muy ilustrativa. En los ochenta, Fogwill presentó un texto suyo, “Sobre el arte de la novela”, a un concurso de cuentos que tenía a Borges entre sus jurados. Tras leerlo, el autor de Ficciones declaró que Fogwill era el hombre “que más sabía de automóviles y cigarrillos”. En esa ironía borgeana puede leerse el contraste entre dos poéticas. Si Borges aprovechó en su obra las posibilidades literarias de la metafísica y la teología, Fogwill apelará constantemente a otro tipo de saberes: técnicos, prácticos,  materiales (y en este sentido, es uno de los pocos herederos auténticos de la narrativa arltiana). El funcionamiento del mercado y de la sociedad capitalista parece haber sido uno de los objetos privilegiados de reflexión en sus textos, que abundan en menciones de marcas de bebidas, cigarrillos, modelos de autos y productos de la cultura pop.

Frente a la “literatura de imaginación razonada” que defendía Borges, Fogwill parece haber apostado por “la experiencia sensible” (como tituló una de sus novelas). El sexo y las drogas son elementos recurrentes en su narrativa. Las relaciones sexuales son descritas con una precisión y una violencia notables. Las drogas, por su parte, funcionan casi como un dispositivo narrativo que le permiten introducir escenas oníricas o describir el mundo desde una percepción extrañada. Así, Fogwill reescribe “El Aleph” borgeano en “Help a él” (1983). Beatriz Viterbo se transforma anagramáticamente en Vera Ortiz Beti, la contemplación mística de la esfera que contiene el universo, en un trip producido por drogas y las “cartas obscenas, increíbles, precisas” de Beatriz, que en el relato borgeano permanecían guardadas en un cajón, son puestas en escena por Fogwill con un nivel de detalle que puede resultar (que busca resultar) chocante para muchos lectores.

 

El efecto de realidad

Los pichiciegos, escrita en seis días, es una de las grandes novelas de nuestra literatura reciente. Se trata de un experimento ficcional sobre la guerra de Malvinas, donde un grupo de soldados  argentinos busca salvar sus vidas escondiéndose en un refugio subterráneo y negociando provisiones con los ingleses. No hay  heroísmo ni patriotismo en una guerra que se sabe perdida de antemano y en la que sólo se puede intentar sobrevivir.

Fogwill se encargó de declarar una y otra vez que terminó su relato antes de la rendición argentina de junio de 1982, cuando aún no se conocía ningún testimonio de los combatientes. La que ha sido llamada por Beatriz Sarlo la “gran novela realista de los ochenta” se escribió sin ningún tipo de documentación: apelando a la imaginación y los “saberes” del autor2. Con su obra, Fogwill no  buscaba entonces reflejar la confusa inmediatez de los hechos sino volverlos inteligibles. Leída ahora, a la luz de lo que sabemos sobre la guerra, sus causas y el posterior decurso político de nuestro país, queda claro qué lúcido observador de la realidad fue su autor. Me permito, en este sentido, finalizar con un recuerdo personal. Hace algunos años, trabajando en una librería en Palermo, lo conocí y charlé con él un par de veces. Era como muchos de sus narradores: procaz, irónico, muy divertido. Y un poco intimidante. Leía constantemente autores nuevos. Parecía estar al tanto de todo lo que se publicaba y de tener sobre todo un juicio ingenioso y definitivo: “El poeta X desconoce evidentemente la gramática del español”, “Z aún tiene la superstición de que hay que contar una historia”.

No hablábamos de sus textos. Una vez le pregunté por “Los pasajeros del tren de la noche”, uno de mis cuentos favoritos. Narra el regreso de unos soldados a su pueblo natal. Vuelven en trenes, cuando los daban por muertos, sin que nadie avise a las familias. Parecía una evidente alusión a Malvinas. Pero el relato estaba fechado en 1980. Le pregunté cómo había escrito eso antes de la guerra, si había un error en la fecha. “Fue un cálculo”, me respondió y no pude preguntarle nada más. En Los siete locos, Arlt anticipó el golpe de Uriburu. En Los pichiciegos, en “Los pasajeros…”, en otros tantos textos, Fogwill calculó cómo iban a ser la guerra de Malvinas, la rendición, el regreso, la democracia posterior… Quizás su literatura no buscó reflejar la realidad sino competir con ella, adelantársele. Como declaró en una entrevista de 2005: “Sí, qué joder, yo anticipo el futuro”.

 

1. La mayoría de los datos pertenecen al texto autobiográfico y la entrevista incluidos en Graciela Speranza, Primera Persona. Conversaciones con quince narradores argentinos. Buenos Aires, Norma, 1995.

2.“Yo sabía mucho del Mar del Sur y del frío, porque yo sufrí mucho del frío navegando. Sabía de pibes, porque veía   los pibes. Sabía del Ejército Argentino, porque eso lo sabe todo tipo que vivió la colimba. Cruzando esa información,  construí un experimento ficcional que está mucho más cerca de la realidad que si me hubiera mandado a las islas con un grabador y una cámara de fotos en medio de la guerra. Con la inmediatez de los hechos te perdés” (Entrevista de Martín Kohan, marzo de 2006).

 

El autor es profesor en Letras por la UBA.

3 Readers Commented

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  1. Alicia Muschong on 8 octubre, 2010

    Soy apenas una campesina desilustrada. Gracias por permitirme conocer a un autor imprescindible, me apresuraré a leer su obra.

  2. Alberto Zimmermann on 10 octubre, 2010

    Gracias Lucas Adur por el artículo sobre Fogwill, personaje tan multifacético y misterioso.

  3. Marketing Online on 11 octubre, 2010

    Vaya foto la de portada, su lengua sólo es comparable a lo afiliado de su pluma, buen artículo.

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