En tiempos del conflicto entre el primer gobierno peronista y la Universidad de Buenos Aires, surgió el Instituto Católico de Ciencias, donde la Iglesia y los investigadores se encontraron unidos en un ambiente pluralista y de calidad.instituto-webQuizás haya sido la magnitud del proyecto inmenso que encarnaba, quizás los escasos testimonios que de su efímera vida llegaron hasta nosotros, el caso es que el Instituto Católico de Ciencias (ICC) parece corresponder más a la leyenda que a la historia. Algunos autores han ya mencionado o tratado tangencialmente el tema en relación con la creación de universidades privadas en el post-peronismo. Nuestra intención es poner el foco en el ICC en sí, recreando sus objetivos y su modo de funcionamiento, a fin de sentar las bases de una interpretación que permita situar esta petite histoire en la larga historia de las relaciones entre ciencia y catolicismo en la Argentina.

 

El proyecto

En la edición de Criterio del 25 de junio de 1953 (N° 1190) apareció una nota que anunciaba que el 9 de ese mes se había inaugurado el ICC, con la presencia del arzobispo de Buenos Aires, cardenal Santiago Copello, “y un numeroso y calificado público”.

Su sede provisoria era el edificio de Carlos Pellegrini N° 1535, propiedad de la Curia, en el que se dictaban los Cursos de Cultura Católica (CCC), a cargo entonces del canónigo Luis María Etcheverry Boneo. Ese mismo año, los cursos se habían transformado en el Instituto Católico de Cultura de Buenos Aires (ICCBA) –la alusión al Institut Catholique de París debe haber resultado obvia para los contemporáneos–. En lo que a formas institucionales se refiere, el ICC podría ser entendido como una de las “escuelas” del ICCBA. En sus memorias sobre el origen de la Universidad Católica Argentina (UCA), monseñor Octavio Derisi equipara su creación con la de la Escuela de Economía, dirigida por el economista Francisco Valsecchi, quien sería el primer decano de la Facultad de Ciencias Sociales y Económicas de la UCA (O. Derisi, La Universidad Católica Argentina en el recuerdo: a los veinticinco años de su fundación, Bs. As., UCA, 1983). En 1953, estaban activos en el ICCBA el Profesorado de Religión y Moral, la Escuela de Ciencias Sociales, la Escuela de Filosofía, y la Escuela Superior de Órgano. El ICC estaba patrocinado por el arzobispado de Buenos Aires. Sus creadores le habían adjudicado la misión que Pío XII había señalado a la universidad en carta al 22° Congreso de la organización universitaria internacional Pax Romana, que había tenido lugar en Francia en 1952: “dar a los espíritus jóvenes el respeto

de la verdad y guiarlos hacia los libres progresos indispensables para su madurez intelectual”.

El doctor Eduardo Braun Menéndez (1903-1959) fue el secretario del consejo directivo del instituto y su padre intelectual. Braun era un fisiólogo de perfil internacional cuyo lugar de trabajo era el Instituto de Biología y Medicina Experimental (IBYME), el centro privado donde se reagruparon los investigadores que rodeaban a Houssay, expulsados de la Universidad de Buenos Aires en 1945. Su figura sobresale, por lo menos, en dos aspectos. En primer lugar, Braun fue el protagonista del grupo argentino que descubrió el mecanismo renal de la hipertensión arterial (el sistema renina-angiotensina), un hallazgo que está en la base de la medicación antihipertensiva de uso corriente. En segundo término, se destacó como persona de gran lucidez e integridad, preocupada por la misión de la universidad y la educación científica y médica (ver Guillermo Jaim Etcheverry (comp.), Retratos. Eduardo Braun Menéndez (1903-1959), Bs. As., Fac. de Medicina, UBA, 1989). Este médico y científico católico murió tempranamente en un accidente de aviación.

Como dice el editor de la referida colección de escorzos, “quienes contribuyen a este retrato, de uno u otro modo, comparten la convicción de que con él, la evolución de nuestra historia hubiera sido diferente”. Los otros dos integrantes del consejo directivo del ICC fueron el distinguido químico Venancio Deulofeu (entonces profesor de química ogánica en la FCEFyN de la UBA y de química biológica en la Facultad de Ciencias Médicas de dicha universidad) y Emiliano MacDonagh, destacado zoólogo especialista en ictiología que fuera director del Museo de la Plata (1946-1949) y miembro de Criterio véase M. de Asúa, “En el año de Darwin. A propósito del evolucionismo en Criterio”, Criterio n° 2346, marzo 2009). Se preveía que el número de integrantes del consejo directivo podía ascender a ocho.

Con característico estilo católico, los dirigentes del ICC abarcaban un amplio arco de ideas: mientras que Braun tenía simpatías políticas liberales, Mac-Donagh era nacionalista. Comulgaban, claro, en su identidad religiosa. En sus memorias, el científico argentino Marcelino Cereijido, que en su juventud estuvo asociado a Braun, señaló que debido al común antioficialismo de sus miembros, “el instituto pasaba a adquirir cierto aire subversivo” (idem, La nuca de Houssay, Bs. As., FCE, 1990, p. 41). Hay, sin embargo, testimonios de que en sus comienzos el ICC dio signos de apertura. Braun habría  inicialmente convocado al médico Rodolfo Pasqualini, a la sazón director del Instituto Nacional de Endocrinología y de pública afinidad con el gobierno peronista, para dictar un curso, con el argumento de que, a diferencia de lo que sucedía en la universidad estatal, el ICC debía contar con “los mejores”, abstracción hecha de sus posiciones políticas. El asunto dio lugar a un intercambio epistolar entre el doctor Alfredo Lanari, que defendía una posición menos conciliadora, y Braun, quien sostenía “que no se corrige tanto criticando como tratando de comprender” (citado en la contribución de Lanari a Retratos, págs. 38-39; episodio relatado a uno de nosotros, AB, por el doctor Jorge Firmat Lamas en 1993). Más allá de estos gestos, es innegable que el ICC se autocomprendía y era considerado como un grupo opositor al gobierno.

El “primer” objetivo del ICC (en la sucesión ordinal y también en cuanto a fundamento o principio) era la creación de “institutos, laboratorios o gabinetes destinados a la investigación original y formación de investigadores”. En segundo lugar, se contemplaba “crear cátedras permanentes u organizar cursos especiales o conferencias a cargo de personas de reconocida autoridad que se hayan destacado por su labor original en la materia”. Sólo en tercer término aparece el dictado de “cursillos teórico-prácticos para estudiantes y cursos de especialización para graduados”. Esta triple estructura de laboratorios, seminarios de investigación y cursos generales era consistente con el proyecto de Braun Menéndez de fundar una universidad privada sobre la base de institutos científicos dedicados a la investigación original de alta competitividad. Braun desarrolló estas ideas en artículos en la prensa y una serie de editoriales publicados entre 1955 y 1958 en Ciencia e Investigación (la revista de la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias), en el contexto del conflicto “laica vs. libre”. (El primero en analizar estos editoriales fue Jaim Etcheverry en “La concepción universitaria de Eduardo Braun Menéndez”, Medicina 60, 2000, 149-154; el tema fue conectado con las ideas del físico Enrique Gaviola y del ingeniero Augusto Durelli por Diego H. de Mendoza y A. Busala, en Los ideales de universidad “científica” (1931-1959), Bs. As., Libros del Rojas, 2002, donde se menciona el ICC en p. 40). El 5 de septiembre de 1945 Braun dictó una conferencia sobre “Universidades no oficiales e institutos privados de investigación científica” en la que expuso sus ideas por primera vez. En un artículo de 1957, citado por los autores mencionados y titulado “Las etapas para la creación de una universidad privada”, señalaba que “en nuestro país, si ha de hacerse una universidad privada, debe empezarse por lo más difícil; por la excavación y los pilares; es decir, por los gabinetes, laboratorios y bibliotecas, pequeños, modestos si se quiere, pero ocupados por hombres de grande, de indiscutible categoría universitaria, aunque sean pocos en número” (bastardillas en el original)1. Pero los laboratorios, que fueron la razón de ser del ICC, nunca llegaron a materializarse y en la práctica el Instituto transcurrió su fructífero año y medio de vida como un centro para el dictado de cursos, algunos complementados por “reuniones de seminario y con demostraciones prácticas”.

En cuanto a las finanzas, se esperaba que provinieran de los aranceles de los cursantes, donaciones (fijas u ocasionales) de instituciones o personas y legados. La secretaría administrativa del Instituto estaba a cargo de una de las hijas de Braun, María Teresa (entrevista de A. B. a M. T. Braun de García González, 1992), quien fue evocada por Cereijido como “una joven hermosísima, de porte aristocrático y afabilidad perturbadora” (loc. cit., p. 41). Las salas del ICC –afirma el autor de estas memorias– “no contenían más que unos pizarrones escuetos y una veintena de sillas plegadizas”.

La mejor descripción del espíritu del ICC, debida a su inspirador, está en un editorial de agosto de 1953 de Ciencia e Investigación. Allí Braun afirma que “no se puede concebir una ciencia católica contrapuesta a otra ciencia que no lo fuera. Sería esto tan absurdo como aquello de la física ‘aria’, o de la genética ‘materialista’ opuesta a una genética ‘idealista’ […]. La ciencia que cultive el Instituto Católico será la misma que se cultiva en todo instituto científico auténtico. Consistirá en la búsqueda de hechos y su correlación causal, sin otra mira que la de ampliar los conocimientos”. Braun cita una afirmación de Pío XII sobre la doctrina tradicional de la ausencia de contradicción entre verdades de fe y hechos científicos comprobados, y señala que si el nuevo instituto se llama “católico” es porque está patrocinado por la jerarquía y sostenido económicamente por católicos. El editorial admite que la suerte futura del instituto dependería de “poder realizar su propósito de tener laboratorios de investigación propios […] pues como se afirma en el estatuto […] quienes enseñan ciencia deben ser investigadores ‘destacados por su labor original’”.

Decisivo en cuanto a la postura de los creadores del ICC respecto de las relaciones entre ciencia y religión es el párrafo final, donde se advierte que  “toda desviación de la búsqueda objetiva de la verdad científica” llevaría “a la negación del espíritu científico, a la negación del significado del término ‘católico’, que quiere decir universal, y a la negación del espíritu de caridad, que es la esencia misma del cristianismo”. En sus conferencias y artículos en Criterio sobre el conflictivo tema de la teoría de la evolución, Emiliano MacDonagh se había expresado en términos consistentes con esta declaración. De hecho, algunos de los que participaron en los cursos del ICC eran profesores no católicos que habían abandonado la universidad por cuestiones políticas (entrevista de Lila Caimari al presbítero Rafael Braun, citada en L. Caimari, Perón y la Iglesia Católica. Religión, Estado y sociedad en la Argentina (1943-1955), Bs. As., Ariel, 1995, p. 298, n. 21).

 

Los cursos

Los primeros cursos anunciados estaban a cargo de investigadores vinculados al núcleo organizador. Virgilio Foglia y varios investigadores, entre los que se destacan Houssay y Leloir, dictaron un curso de fisiopatología de la diabetes, en 28 clases. Los otros docentes fueron Miguel R. Covián (neurofisiología), Alfredo Pavlovsky y H. Castellanos (función ganglionar en procesos tumorales), Belindo A. Torres, jefe de la división entomología del Museo de La Plata (insectos transmisores de enfermedades a las plantas), el químico Ariel H. Guerrero (química analítica), el químico Adolfo L. Montes (productos aromáticos, tema del que fue el autor de un voluminoso tratado), Emiliano MacDonagh (teoría de la evolución), el ingeniero agrónomo Alberto Soriano (ecología de vegetación en lugares áridos), el microbiólogo Armando Parodi (virus), Heberto A. Puente (reacciones químicas) y Agustín Durañona y Vedia (logística), quien sería luego decano de la Facultad de Fisicomatemáticas e Ingeniería de la UCA. Había también un curso de arquitectura a cargo de Alfredo Carlos Casares. Se admitía que la arquitectura no era ciencia, pero a la vez se destacaba que el curso “tratará de formar un grupo de arquitectos por el trabajo en equipo realizando un proyecto de interés general”, con “el método de ‘aprender haciendo’, uno de los principios rectores de la labor docente del Massachusetts Institute of Technology”. Cualquiera que conozca el who’s who de la ciencia argentina en la década de 1950 advierte que el elenco era prestigioso y que muchos de los profesores hablaban sobre temas de los que eran (o pronto serían) autoridades internacionalmente reconocidas como tales.

Cosa rara en nuestro medio, los cursos mantuvieron su continuidad y calidad. En septiembre de 1953 Durañona y Vedia comenzó a dictar uno sobre matemática aplicada junto con Alberto González Domínguez, Emilio Machado, Jorge Staricco y los españoles emigrados de la Guerra Civil Luis Santaló y Pedro Pi Calleja. Los bioquímicos Pedro Cattaneo y Rodolfo Brenner dieron un curso sobre bioquímica de las grasas (16 clases) y el químico Carlos Prelat otro sobre físico-química para médicos. El endocrinólogo Enrique del Castillo y sus colaboradores dictaron un curso sobre tiroides (10 clases) y Felipe de la Balze y Roberto Mancini dieron 7 clases sobre testículo humano.

En octubre y noviembre se dictaron seminarios para estudiantes a cargo de Braun, Hugo Chiodi (discípulo de Houssay), Ariel H. Guerrero y el físico Teófilo Isnardi. También se ofreció un seminario del grupo sobre metabolismo de azúcares, grasas y proteínas del Instituto de Bioquímica Fundación Campomar (Raúl Trucco, José L. Reissig, Horacio G. Pontis, Luis F. Leloir y Carlos E. Cardini) y otros a cargo de V. Foglia (correlación endócrina) y H. Covián (hipotálamo). Asimismo, se dictó un seminario del ingeniero Gastón Wunenburger sobre motores eléctricos y otros de R. Mancini (diagnóstico de preparados histológicos), V. Deulofeu (reacciones de química orgánica) y A. Pavlovsky (coagulación). Durante 1954, al grupo inicial de docentes se incorporaron otros en el área de fisiología y medicina, que constituía el fuerte del ICC. A comienzos de dicho año, el programa era lo suficientemente frondoso como para que una paráfrasis del mismo resulte engorrosa. José Balseiro y Alberto Maiztegui dictaron un curso de 32 clases sobre mediciones físicas, T. Isnardi dio 25 clases sobre termodinámica teórica y aplicada, y hubo varios cursos de química a cargo de V. Deulofeu, Hugo Martínez, A. Guerrero y Roberto F. Recoder. MacDonagh y otros investigadores dictaron un curso de zoología biológica (20 clases). Soriano y los ingenieros agrónomos Armando L. de Fina y A. J. Prego programaron un curso de ecología vegetal, que fue postergado para septiembre y que no llegó a dictarse (aparentemente, porque no se reunieron los 15 alumnos que se requerían). Alberto  González Domínguez dictó un curso sobre teoría matemática de la estrategia y de los juegos, Staricco otro sobre matemática aplicada y los doctores. M. Turner y M. Bérard hablaron sobre neurolisis e hibernación artificial en psiquiatría. Hubo conferencias sobre la geometría moderna (Luis Santaló), la sal en patología (Braun) y aves migratorias en la Argentina (MacDonagh). Ciencia e Investigación anunció los últimos cursos del ICC en septiembre de 1954, a cargo del ingeniero agrónomo Guillermo Covas (poliploidía), del ingeniero agrónomo Guillermo Zaffanella (fertilidad del suelo), de V. Deulofeu (temas de química orgánica) y de Roberto Recoder (temas de química inorgánica). Es de suponer que el Instituto no reanudó sus actividades en 1955. De acuerdo a un testimonio, fue cerrado por la policía (entrevista de A.B. al doctor Virgilio Foglia, 1993). Si bien el conocido

conflicto entre el gobierno y la Iglesia se agudizó a partir de diciembre de 1954, el ambiente ya estaba suficientemente enrarecido desde unos meses antes (ver el citado libro de Caimari y también Susana Bianchi, Catolicismo y peronismo. Religión y Política en la Argentina, 1943-1955, Tandil, IRHS, 2001).

 

A modo de conclusión

Se suele recordar la historia del ICC como el proyecto manqué de una universidad privada confesional. Este enfoque es legítimo e históricamente justificado. Una arista menos explorada es la función del ICC como un refugio académico donde, por un reflejo de defensa común, convergieron la jerarquía católica y la elite científica, dos fuerzas que en la historia de nuestro país han estado por lo general enfrentadas; y que lo volverían a estar, a un año apenas de la disolución del ICC, a raíz del tema de las universidades privadas. Braun Menéndez fue el motor y el símbolo de ese inestable compromiso. Pero la condición de posibilidad del ICC no fue sólo una coyuntura política, sino la manera en que sus fundadores concebían las relaciones entre ciencia y religión. Desde este punto de vista, el ICC constituyó un episodio raro en nuestro país, el de un centro de investigación patrocinado por la Iglesia diocesana cuya agenda respondía a la lógica de la investigación científica y no estaba modulada por problemas morales o pastorales (el del Observatorio de San Miguel, un caso análogo, perteneció a la Compañía de Jesús). Es este carácter, creemos, el que le otorga al ICC una densidad y significado propios, el de haber sido un banco de pruebas en el que, fugazmente y por circunstancias políticas, la Iglesia cumplió una función de patrocinio de la ciencia en un ambiente pluralista, cuyo único criterio canónico fue el de la calidad.

 

Miguel de Asúa es miembro de la Carrera del Investigador Científico de CONICET; Analía Busala está efectuando su doctorado en la FFYB (UBA) con una beca de la UNSAM.

 

Agradecemos cálidamente a aquellos que a lo largo de los años han compartido con nosotros tramos de carrera vinculados con el tema de este artículo: Guillermo Jaim Etcheverry, Marcelo Montserrat y Diego H. de Mendoza.

 

1. El papel del proyecto universitario de Braun Menéndez en la constitución de la UCA ha sido tratado en Osvaldo Barsky, Juan C. del Bello y Graciela Giménez, La universidad privada argentina (Bs. As., Libros del Zorzal, 2002), págs. 91-93, y más extensamente en José A. Zanca, Los intelectuales católicos y el fin de la cristiandad 1955-1966 (Bs. As., UDESA-FCE, 2006), cap. 2. En todos los casos se destaca la confrontación entre la idea de Braun de generar una

universidad sobre la base de la investigación científica y la de monseñor Octavio Derisi de apuntar a una institución de enseñanza profesional, tal como lo recuerda él mismo en el mencionado La Universidad Católica Argentina en el recuerdo, págs. 34-35. Emiliano MacDonagh pasó a dirigir el Instituto de Ciencias Naturales de la UCA, que se extinguió a su fallecimiento, en 1961. Ambos, Mac-Donagh y Braun, formaron parte del primer Consejo Superior de dicha universidad, pero el segundo habría renunciado después de la primera reunión del 6 de mayo de 1958 (Derisi, op. cit., p. 34).

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  1. Soy una religiosa estudiante de letras de la Universidad NACIONAL DE CUYO. Necesito un artículo de Ernesto Segura que se titula «Francisco Luis Bernárdez y las traducciones litúrgicas». Fue publicado en el año 1953 en su Revista , el año no sé si es 25 ó 26 y las páginas son 546-548.
    Les estaré enormemente agradecida si me lo consiguen.

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