libroReflexiones a partir del libro The Quest for God in the Work of Borges, de la especialista en literatura latinoamericana Annette Flynn, publicado en Irlanda.En Borges y los poderes de la literatura (1998) el hispanista belga Robin Lefere sostiene que las diversas lecturas de la obra borgeana pueden organizarse en dos tendencias contrapuestas de acuerdo al estatuto que le otorgan a su literatura. Por un lado, están quienes la consideran fundamentalmente un juego formal, donde las alusiones a cuestiones metafísicas o religiosas son utilizadas por el autor con fines exclusivamente estéticos. Por otra parte, varios críticos, sin negar el carácter literario de su obra, sostienen que muchos de sus planteos merecen una consideración seria desde lo filosófico o incluso desde lo teológico y que es necesario plantear la pregunta por su valor de verdad. El notable y reciente estudio de Annette Flynn, The Quest for God in the Work of Borges (publicado en Dublín), se inclina decididamente hacia esta segunda posición. La autora afirma que existe una “intensa preocupación por cuestiones espirituales” que puede comprobarse, en distintas manifestaciones, a lo largo de la obra de Borges. Sin dejarse amedrentar por las muy citadas declaraciones del autor sobre su escepticismo, Flynn propone que una lectura atenta de los textos revela una búsqueda que puede calificarse de religiosa, no en el sentido institucional, sino en tanto anhelo de plenitud espiritual a la que sólo alguna instancia trascendente podría dar respuesta. Su abordaje se estructura en tres partes que corresponden a los principales géneros practicados por Borges y permiten trazar, aproximadamente, un itinerario cronológico que recorre los ensayos de juventud, las ficciones de madurez y, finalmente, los poemas publicados a partir de la década del sesenta.1

La primera parte, entonces, está consagrada a los ensayos borgeanos, especialmente a los que abordan las cuestiones, íntimamente imbricadas como demuestra Flynn, del tiempo y la identidad personal. La autora despliega la argumentación borgeana, reponiendo con claridad y precisión las numerosas posturas filosóficas con las que el entonces joven escritor estaba dialogando (Berkeley, Schopenhauer, Nietzsche, Bradley, Hume, entre otros). Estos ensayos, llevando al extremo los postulados idealistas, presentan al mundo como “un sueño sin soñador”, una pura ilusión sin ningún fundamento trascendente que permita afirmar la identidad de un sujeto que, por lo tanto, sólo puede concebirse como fragmentario (“no hay tal yo de conjunto”, repite Borges en “La nadería de la personalidad”). Lo que Flynn señala muy acertadamente es que esta negación “intelectual” de la divinidad (que se comprueba por ejemplo en “La encrucijada de Berkeley”) parece convivir con un anhelo “emocional” de una Totalidad que sea capaz de suturar los fragmentos rotos del yo y del mundo. En esta contraposición entre conocimiento y experiencia, que se comprueba en varios textos, Flynn encuentra una clave para comprender el itinerario espiritual borgeano. El conocimiento del autor sobre diversas vías religiosas (aunque en ocasiones parcial o “de segunda mano”) es vasto y fácilmente comprobable. Sin embargo, este parece insuficiente. El anhelo de plenitud espiritual que, siguiendo a Flynn, puede leerse en Borges, sólo podría ser colmado por una “experiencia” religiosa que implique una relación personal con la divinidad, un “Yo-Tú”, para decirlo en términos de Buber. El intento de alcanzar algún tipo de Absoluto es el tema de muchos de los relatos que Flynn analiza en la segunda parte de su obra. Sin embargo, en las historias de Ficciones y El aleph, esta búsqueda suele ser infructuosa y no conducir a una verdadera “relación”, sino que los personajes alcanzan lo que la autora denomina una “objetificación”, donde lo divino se ve reducido a objetos (el aleph, la moneda del Zahir) o atributos (la omnisciencia, la inmortalidad) pero nunca es entendido de un modo “personal”. En las ocasiones en que la figura de Dios aparece en los relatos, es presentado como vengativo, cruel o, en el mejor de los casos, indiferente ante la suerte de sus criaturas. Pese a los fracasos, debe al menos registrarse en estos relatos que Borges insiste en la búsqueda.

En la tercera parte de The Quest of God…, Flynn estudia los poemas publicados a partir de los años sesenta, cuando la indagación espiritual que atraviesa la obra borgeana llega, al menos, al umbral de un encuentro. En este sentido, la figura de Cristo, presente en varios poemas de la época (“Juan I, 14”, “Lucas 23”, “Cristo en la cruz”), parece fundamental. Y abre la posibilidad de una relación ya no intelectual sino emocional con lo divino. Más allá de cuál haya sido la experiencia personal de Borges, lo cierto es que en estos poemas últimos puede leerse una formulación novedosa y original de la relación entre el hombre y Dios.

Hablar, como propone Flynn, de “búsqueda de Dios” en la literatura de Borges resulta complejo y hasta polémico. El agnosticismo borgeano, si bien sus alcances y sentido se han discutido en los últimos años, parece aún firmemente aceptado en la crítica y el público en general. Pero quizás, antes de aceptar o rechazar la idea de un Borges abierto a algún tipo de fe, habría que comenzar por preguntar qué entendemos por fe. Flynn puntualiza una precisión que, en este sentido, resulta iluminadora. Si la fe se concibe como una serie de enunciados fijos, indiscutibles, aceptados de una vez y para siempre, Borges (como muchas otras personas) quedaría automáticamente excluido. Pero si entendemos la fe como un proceso dinámico de búsqueda, constante y en ocasiones conflictiva, de una relación con Dios, la “larga busca” que Flynn lee en la obra de Borges puede no estar lejos de la de muchos creyentes.

 

1. Hubieran sido deseables, quizás, algunas palabras al menos sobre los tres primeros poemarios publicados por Borges en los años veinte y, especialmente, sobre los relatos más tardíos, como los reunidos póstumamente en el volumen La memoria de Shakespeare que, intuimos, podrían tener cierta relevancia en el itinerario que plantea Flynn.

 

El autor es licenciado en Letras por la UBA.

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